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PREGÓN DE
ADVIENTO
SE ACERCA VUESTRA LIBERACIÓN
CARMEN HERRERO MARTÍNEZ,
Fraternidad Monástica de Jerusalén
Un día, hace ya mucho, mucho tiempo, tanto años como llevan
los hombres y mujeres sobre la tierra, Adán y Eva dijeron que se
separaban de Dios y le dieron la espalda; empezando a caminar
por otros caminos, no por los caminos que él quería y había
elegido para ellos y para toda la Humanidad. Pero Dios, en su
paciencia infinita, aunque se entristeció y se quedó apenado,
prometió visitarles y seguir siendo su amigo. Así es el corazón de
Dios: todo amor, lleno de compasión y de misericordia.
A lo largo del tiempo Dios iba renovando su promesa, su alianza,
cada vez que los hombres le daban la espalda y eran infieles a su
amistad. Para ello enviaba, al pueblo de Israel, hombres llamados
profetas, recordándoles la promesa y alianza de Dios: “Dios va a
venir. Prepárense y conviértanse”. Este mensaje tuvieron que
repetirlo muchas veces, ya que su pueblo seguía por caminos
paralelos a los de Dios. Pero, un día, llegó un profeta, que fue el
último de los profetas antes de la visita del Gran Profeta. Este
profeta se llamaba Juan Bautista. Él empezó a gritar: “Ya está
cerca, ya viene. Dense prisa, arrepiéntase y caminen a la luz del
Señor”. Y así fue. Una noche, que no sabemos muy bien ni el año
ni la hora, Dios nos visitó por medio de su Hijo, Jesús, nacido en
Belén de una doncella llamada María, y José su esposo, le
acompañaba.
Los
pastores,
las
gentes
sencillas,
buenas
y
pobres,
le
reconocieron y se hicieron muy amigos de Él, y comenzaron a
seguirle y a vivir como Él decía. El gozo y la alegría nacieron en el
mundo y para el mundo. Una nueva era comenzaba, el Salvado,
el Rey del Universo había plantado su tienda entre nosotros y
había asumido nuestra propia carne, haciéndose uno de los
nuestros. El gozo y la alegría inundaban los corazones y la tierra
entera.
Desde ese momento, cada vez que se acerca la Navidad, muchos
hombres y mujeres, de todos los rincones de la tierra, razas y
culturas, vuelven a ponerse en camino hacia Dios y abren el
corazón a su venida, a su encarnación. Porque el Dios que se
encarnó en el tiempo, se sigue encarnando, hoy, y ahora, en tu
propio corazón, en la historia que nos toca vivir.
Nosotros, cristianos, en este tiempo de Adviento queremos
escuchar la Palabra de Dios, cantar, alabar, suplicarle y darle
gracias; porque también queremos disponernos a seguir el
camino de Jesús, a ser sus amigos. Y sobre todo queremos que
Jesús nazca en nuestro corazón.
Adviento, tiempo de espera y esperanza; tiempo de gracia,
tiempo de vivir en vela y oración, para poder escuchar a Aquel
que viene y llama a mi puerta, a la puerta de mi corazón.
Realmente, cuando llame, ¿la encontrará completamente abierta?
¿Podre ofrecerle un hogar donde se sienta a gusto, como en su
propia morada? (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la
difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
¡Ven, Señor Jesús!