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La Ilustración
1. Características generales
El término «Ilustración» es una categoría historiográfica unánimemente admitida, dentro de la Historia
de la Filosofía y de la Cultura en general, para designar a un movimiento de ideas que se sitúa en el siglo
XVIII, entre el Barroco y el Romanticismo, y que influye poderosamente en su época (que es llamada a
veces «siglo de las luces»), si bien, como es lógico, no agota el pensamiento del momento. Refiriéndose no
sólo a la Filosofía sino a la concepción del mundo en general, encontramos que pueden calificarse de
«ilustradas» todas las épocas en las que la actitud cultural dominante es racionalista, en el sentido de una
razón que intenta ponerse a sí misma, abandonada a su propio juicio, como única constructora del hombre y
de su mundo; así se considera ilustrada a la época de la sofística griega (sofistas griegos). En esta
acepción, Ilustración es una categoría de la historia cultural que expresa una actitud o tendencia
característica, aparecida en diversas ocasiones en la historia de la humanidad, pero que se aplica
comúnmente al fenómeno europeo. Ilustración es el término más usado en castellano, aunque a veces se
utilice también el de «iluminismo» como en otras lenguas europeas; pero en castellano, iluminismo e
iluministas son términos que se utilizan más para designar algunos falsos misticismos. En la Historia de la
Filosofía, la Ilustración expresa una etapa del pensamiento filosófico, la comprendida entre la aventura
cartesiana (Descartes, cartesianos) y la idealista (idealismo). Es un periodo largo –rebasa el siglo XVIII
hacia atrás y hacia adelante–, cuya filosofía no es en general muy rigurosa, que comienza con Locke,
Leibniz y Bayle, y que termina con Kant, Herder y Bentham.
Se ha repetido muchas veces la observación de que las características del racionalismo de la
Ilustración son en cierto modo antagónicas de las del posterior racionalismo romántico; ambos exaltan la
razón, de un modo a veces casi irracional, pero el Romanticismo vive y entiende la razón como una fuerza
omnipotente que todo lo penetra y todo lo realiza, que tiene más de empuje poético que de cálculo
científico, y que tiene rasgos de infinitud y de gran síntesis; la Ilustración, en cambio, concibe la razón como
instrumento esforzado, cauteloso, finito, que actúa conectado siempre a la experiencia sensible. Ahora bien,
hay que advertir que a lo largo del periodo de la Ilustración hay un proceso en dos etapas: en la primera
domina esa razón empirista, analítica y constructora, y en la segunda aparece una preferencia por la
irracionalidad y el sentimiento (Rousseau, Herder, Jacobi), que no niega sino que completa la primera
actitud dominante. A esta segunda etapa, que ya alcanza los primeros lustros del siglo XIX, se la llama
«prerromanticismo». Por supuesto, la relevancia de la figura de Kant procede de que su agudeza
especulativa logra abarcar –en sus tres Críticas– no sólo el racionalismo empirista sino también el valor del
sentimiento.
2. La cultura ilustrada
La Ilustración no es un simple deseo de comprensión racional de las cosas, ni una mera
secularización de la cultura y los poderes, ni una ausencia de creencias en el más allá, que aunque
aminoradas durante toda la época nunca desaparecen. No es tampoco un puro materialismo o un simple
proceso por el cual el hombre se salve y se justifique a sí mismo. El racionalismo ilustrado estaba limitado
por una corriente irracionalista que se da en el interior del hombre y que viene originada por los sentimientos
y los apetitos. La razón se exalta como posibilidad de valorar y de comprender el universo total, aunque la
filosofía racionalista de la época ilustrada no es en general muy rigurosa. El hombre de la Ilustración se
piensa a sí mismo como con capacidad para poder descifrar los misterios del mundo visible e invisible, y
esta seguridad en su razón, seguridad a veces irracional, le hace sentirse ingenuamente superior a los
hombres de otras épocas y apoyarse exclusivamente en la ciencia y los hallazgos naturales como los
medios más seguros para el descubrimiento de toda verdad. Este movimiento cientifista, a veces
identificado, confundido, sobre todo en Francia, con el materialismo, continúa en cierto modo hasta el siglo
XX. El dominio del mundo se considera que ha de venir por la seguridad de la ciencia; no valen, por tanto,
los ideales que no se apoyen en esa «realidad».
El sentido teocrático y de los valores del espíritu, que había predominado durante la Edad Media, deja
paso a una concepción más cosmocéntrica y de los valores de la pura razón abandonada a sí misma. Se
trata de una especie de revolución en la que el hombre se convierte en centro y medida de la creación.
Estamos ante lo que puede calificarse como un cierto humanismo, según algunos el humanismo del
Renacimiento llevado a sus últimos extremos. La diversión, el dinero, el placer, se justifican sin más porque
el hombre es considerado fin en sí mismo y de sí mismo. Una nueva clase social nace: la burguesía; y los
valores superiores se ven sustituidos por otros simplemente humanos, como la fortaleza, la belleza, el
poder, etc. La aristocracia, los salones y las cortes surgen casi como una necesidad.
La Ilustración como movimiento pretende introducirse en la vida civilizada, que se considera tiene
como finalidad la utilidad y la felicidad, casi únicamente material, del hombre, y para eso quiere influir las
distintas formas en que se desarrolla la vida humana, como Iglesia, familia, escuelas, Estado,
corporaciones. Sobre todos estos estados o aspectos de la vida lo que se pretende es formularlos desde un
orden puramente «racional». Como señala B. von Wiese, «esta metafísica de la Ilustración se forma a
través de la secularización de la imagen del mundo medieval».
Los valores culturales, de la ciencia natural, de la literatura, etc., tienden a suplantar a los religiosos, y
la comprensión trascendente del mundo se hace inmanente mediante un peculiar proceso de explicación
racional. El sentido de fe, que une lo sobrenatural con la libertad y la razón, tiende a sustituirse por el de una
«libertad», que quiere inaugurar el dominio absoluto de la razón en todos los campos. La Ilustración
significa, por tanto –insiste von Wiese– «ese intento que se lleva a cabo en todos los dominios de la vida
para fundamentar y justificar de un modo unitario la existencia del hombre mundanizado, en un mundo
predominantemente determinado por la idea de cultura, y utilizando los medios de secularización filosófica».
Civilización viene a ser así acomodación del mundo a la medida del concepto ilustrado de felicidad. Esta
civilización se realiza emancipando los distintos estados de la vida de la influencia de la religión
sobrenatural, y fundamentándolos de un modo puramente «natural»; hay una gran confianza en las
facultades intelectuales del hombre.
Los orígenes de esta cultura de la lustración, aparte de otros factores de índole moral personal,
pueden basarse históricamente en el desarrollo del protestantismo y de las ciencias naturales. El primero,
mediante una secularización de los dictámenes eclesiásticos, el «libre examen» y la sustitución de la fe por
la creencia subjetiva basada en criterios personales. Por lo que se refiere a las ciencias naturales, los
distintos descubrimientos y teorías astronómicas y físicas, de Copérnico (1543), Kepler (1630), Galileo
(1624), Gassendi (1633) y Newton (1727), llenan al hombre ilustrado de entusiasmo e ilimitada confianza en
sus propias posibilidades de señorío.
El fenómeno de la Ilustración se dio también en la Antigüedad y con varios siglos de duración.
Aparece en distintos centros culturales griegos, como los de los sofistas, y de allí pasó a Roma. También en
éstos el hombre, antes que Dios, es la medida de todas las cosas; hay, como afirma Fritz Valjavec, una
crítica racionalista de la tradición y en especial de la mitología. Se intenta explicar naturalmente lo
misterioso y lo sagrado, e incluso hace su aparición un ateísmo materialista, aunque con distinto sentido
que el occidental.
3. Rasgos e influjos de la Ilustración
Por lo que se refiere a la coordenada del tiempo, ya se ha dicho que la Ilustración tiene sus raíces
más profundas en la Edad Media, y que especificada por corrientes como el humanismo y el protestantismo
se desarrolla como movimiento con entidad propia a partir de la segunda mitad del siglo XVII hasta
comienzos del XIX, en el que se disuelve; aunque de modo general, y con ciertas variantes que siguieron a
la Revolución francesa, puede afirmarse que la Ilustración sigue siendo un movimiento que en algunos
aspectos llega hasta el siglo XX.
La otra coordenada, la de lugar, tampoco puede ser concretada excesivamente. La Ilustración
aparece casi al mismo tiempo en distintos puntos de Europa, y en Estados tanto católicos como
protestantes, si bien arraigó y se desarrolló más fácilmente en los segundos. De modo general, allí donde
había controversia entre distintas confesiones se propagó la Ilustración. Como focos principales aparecen, a
finales del s. XVII, Francia, aún influida por las ideas subversivas de los librepensadores; los Países Bajos e
Inglaterra. Desde estos puntos el movimiento se extendió a otros países de Europa, sobre todo a las
regiones protestantes de Alemania. En España las nuevas doctrinas entraron muy lentamente y no antes de
comienzos del XVIII. Pero no sólo fue Europa cuna de difusión. A partir del siglo XVIII participan en estas
ideas países iberoamericanos, pueblos de Oceanía y en general todas aquellas ciudades en quienes influyó
la cultura occidental. Las nuevas ideas arraigaron con facilidad en las clases sociales cultivadas y se
resistieron en las trabajadoras; particularmente dos de aquellas clases, médicos y militares, fueron
fuertemente influidas.
Lo básico en la Ilustración –heredera del racionalismo– es la creencia de que la razón es capaz de
resolver de manera definitiva los problemas de la vida. No importan las diferencias de cualquier tipo que
sean con tal de que el hombre se ilustre y llegue a una igualación con los demás. Se desprecia la tradición
como una tara que puede limitar la carrera del hombre, que no debe mirar nunca atrás sino seguir adelante,
ya que la idea de la felicidad está unida a la idea del «progreso». Las facultades humanas. materia prima
para conseguir esa felicidad, son comunes en todos los hombres; lo que hay que hacer es favorecerlas y
educarlas racionalmente. Para esto está la tarea educativa que es como la esencia de la Ilustración; de aquí
que la escuela y junto a ella el resto de los medios educativos cobren una excepcional importancia. Entre
estos medios educativos, ocupando un lugar privilegiado, se considera el lenguaje, como bella manera de
expresión del espíritu humano; por esta razón, el cultivo de las lenguas se fomenta de una manera
extraordinaria en esta época.