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lección 4
20 al 26 de octubre
la salvación:
la única alternativa
«Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito,
para que todo el que cree en él no se pierda,
sino que tenga vida eterna» Juan 3: 16
Introducción
Jeremías 17: 9;
Romanos 5: 6-10; 6: 1-8
sábado
20 de octubre
La mejor solución para
un corazón engañoso
En determinado momento de mi vida me consideraba una persona humilde
(al menos así lo pensaba). Secretamente me gozaba por los comentarios de la gente
respecto a cuán apropiada era mi forma de actuar al hacer cosas importantes. Me
consideraba una persona amorosa, que se preocupaba por los demás y humilde.
Me enorgullecía por todo eso. Claro está, había ocasiones en las que mentía, hería a
los demás, no guardaba la santidad del sábado e irrespetaba a mis padres. Sin embargo, asistía regularmente a la iglesia, sabía que Cristo había muerto por mis pecados
y me imaginaba que iría al cielo al creer en él. Para mis adentros, sabía que no iría
al cielo gracias a mis obras; pero, mis creencias me hacían creer lo contrario.
Nuestra única esperanza es Jesús.
Únicamente después que abrí la Biblia y busqué a Dios, me dí cuenta de
lo ciega que estaba en mis pecados ¡y de lo equivocada que estaba respecto a mí
misma! La Biblia nos enseña que el corazón es engañoso y malo (Jer. 17: 9) y que
todos hemos pecado y estamos carentes de la gloria de Dios (Rom. 3: 23). Reconocí
los pecados que había cometido, dándome cuenta de mi verdadera naturaleza y de
la necesidad que tenía de un salvador. Por eso fui llevada al arrepentimiento. Merecíamos la muerte; sin embargo, Cristo tomó nuestro lugar. Cuán grande es nuestro Dios que nos amó hasta el punto de morir por nosotros, ¡aun cuando éramos
pecadores! (Rom. 5: 6-10). Es únicamente mediante un diario caminar con Cristo
y nuestra total dependencia de su salvación, que nos libramos de la esclavitud del
pecado y somos justificado, santificados y nacemos de nuevo (Rom. 6: 1-8).
Si Dios tomara en cuenta nuestras obras, nadie llegaría al cielo. Sin embargo,
nuestra esperanza reside en Jesús, quien nos representa ante nuestro Padre celestial (2 Cor. 5: 18, 19). Es decisión nuestra aceptar su don gratuito. Cristo en todo
su amor y misericordia, busca constantemente entablar una relación personal con
nosotros y nos pide entrar en nuestros corazones y transformarnos a su semejanza.
Nuestra parte es responder con fe, morir al mundo y vivir de acuerdo con el poder
del Espíritu Santo que mora en nosotros, perseverando hasta el fin. Esta semana,
al estudiar el problema del pecado, debemos adquirir una mayor esperanza y en tendimiento de la solución final: la salvación mediante la cual experimentamos justificación, santificación y glorificación en Cristo Jesús.
Chelsie Sampayan, Rochester, Nueva York, EE. UU.
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domingo
21 de octubre
Logos
El pecado y el amor
Mateo 5: 21, 22, 27, 28; 12:
33-37; 15: 18-20; 22: 36-41;
Lucas 11: 43; Juan 1: 9; 3: 16;
Hechos 3: 31, 32;
Romanos 3: 23, 24; 5: 18; 8: 32;
Efesios 2: 8-10;
2 Timoteo 4: 10; 1 Juan 1: 9;
2: 15; 3: 4; 15: 18,
19; 22: 36-40
El pecado no es sencillamente una acción
o una serie de ellas (1 Juan 3: 4)
La definición de pecado viene de 1 Juan 3: 4. Pecado es la transgresión de la ley.
Sin embargo, el problema de considerar al pecado como únicamente una transgresión de la ley, a menudo significa que la solución al pecado consiste únicamente en
dejar de violar la ley. Pero esto nos deja con una peligrosa e incompleta comprensión del pecado, ya que el mismo no es exclusivamente algo relacionado al comportamiento.
El pecado es un asunto del corazón (Mat. 12: 33-37; 15: 18-20)
Lo primero que hemos de hacer respecto al comportamiento pecaminoso es corregir el mismo. El chisme debe ser acallado. El que engaña debe dejar de hacerlo. El asesino debe ser encarcelado. Sin embargo, Jesús afirma claramente que dichos comportamientos tienen una misma raíz: el pecado. Cuando un auto no arranca tú no le darás patadas y le gritarás hasta que arranque. Lo llevarás al mecánico
para encontrar la causa del problema en lugares que quizá no puedas ver. Jesús dice
que el problema del pecado surge lo más profundo de cada uno de nosotros y que
únicamente un «mecánico de corazones» puede arreglar dicho problema. El corazón
descompuesto o «pecaminoso» lleva a cometer acciones «pecaminosas».
El pecado y el amor (Mat. 22: 36-41; Luc. 11: 43; Rom. 3: 23, 24;
2 Tim. 4: 10; 1 Juan 2: 15)
Todo el mundo tiene un corazón inclinado a la pecaminosidad y al mal (Rom.
3: 23, 24). No podemos escapar a ese hecho por nosotros mismos. Jesús explicó que
los mandamientos se resumen en amarlo a él, el Creador de todo, y luego en transferir el amor de Dios a los demás (Mat. 22: 36-41). Jesús recriminó a los fariseos por
amar al poder más que al dador del poder (Luc. 11: 43). Pablo le anunció a Timoteo
con tristeza que Demas, su compañero de labores, abandonó el cristianismo cuando «amó a este mundo» (2 Tim. 4: 10). Por eso Juan continuó expresando la exhortación de Jesús a no amar al mundo ni a lo que está en él (1 Juan 2: 15). Cuando
nuestro amor se enfoca en algo o en alguien que no sea Dios, nuestro corazón natural y amante del pecado, se revelará.
¿Es acaso posible guardar la ley de Dios? (Mat. 5: 21, 22, 27, 28)
Así como Jesús mostró que el pecado va más allá de las acciones, también reveló la forma en que la ley abarca mucho más que quebrantar la parte externa de la
ley. Si tú odias en tu corazón, ya has cometido un asesinato. Si codicias en tu corazón ya has cometido adulterio. Trasgredir la ley adquiere un significado mucho más
profundo cuando reconocemos la amplitud de la ley. Cualquiera puede guardar la
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parte externa de la ley. Únicamente Cristo, sin embargo, ha guardado perfectamente la ley. Por tanto, únicamente Cristo puede concedernos el poder para guardar los
valores espirituales de la ley.
Dios ha preparado el camino.
Un corazón puro representa un don (Rom. 3: 23, 24; Efe. 2: 8-10)
Tú no puedes ganarte la salvación, pues es un don de Dios. Es como recibir regalos el día de tu cumpleaños. No hiciste nada para ganarlos. No te mereces los regalos, únicamente los recibes por estar vivo. Los dones son tuyos porque tus amigos
desean obsequiártelos y porque tú estás dispuesto o dispuesta a aceptarlos. Dios te
ama y por eso te obsequia el don de la salvación. ¿Deseas aceptar su don?
La salvación es de índole abarcante (Rom. 5: 18; 1 Juan 1: 9)
Jesús promete perdonarnos todo pecado y maldad. El corazón rebelde de un
hombre contagió con el pecado a todos sus herederos. Sin embargo, Cristo comparte el antídoto para el pecado, prometiendo una plena justificación. El pecado
puede ser totalmente erradicado si aceptamos ese antídoto.
El pecado alcanza a todos (Juan 3: 16; Rom. 8: 32)
Cristo no murió tan solo por unos pocos. ¡Él murió por todos! No murió únicamente por los hombres o por las mujeres. Tampoco murió únicamente por los
adultos, ni por los jóvenes. No seleccionó a una raza o nación, desechando a las demás.
Tampoco prefirió a los ricos, o a los pobres. Cristo no murió por ti o por alguien
más con el fin de determinar quién es digno de la salvación. Todos éramos indignos
de acuerdo con la ley, pero Cristo nos ha dado a todos la oportunidad de ser salvos
mediante su sacrificio.
PARA COMENTAR
1. La concepción que tienes del pecado ¿cómo afecta a la forma en que entiendes el
concepto de la salvación?
2. ¿Qué se te ha dicho que se necesita para obtener la salvación? ¿Están dichos requisitos avalados por la Biblia?
3. ¿Has encontrado algún «portero» en la iglesia que intenta controlar quiénes reciben la salvación y quiénes no? ¿Cómo deberías reaccionar ante alguien que actúa
de ese modo?
Aaron Purkeypile, Siracusa, Nueva York, EE. UU.
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lunes
22 de octubre
Testimonio
Suministros frescos
Isaías 53: 1-7;
Romanos 3: 19-26;
Gálatas 5
«Miramos a nuestro yo como si tuviéramos poder para salvarnos a nosotros
mismos, pero Jesús murió por nosotros porque somos impotentes para hacer eso.
En él están nuestra esperanza, Pablo ora para que la iglesia de Tesalónica nuestra
justificación, nuestra justicia. No debemos desalentarnos y temer que no tenemos
Salvador, o que él no tiene pensamientos de misericordia hacia nosotros. En este
mismo momento está realizando su obra en nuestro favor, invitándonos a acudir a
él, en nuestra impotencia, y ser salvados. Lo deshonramos con nuestra incredulidad. Es asombroso cómo tratamos a nuestro mejor Amigo, cuán poca confianza depositamos en Aquel que puede salvarnos hasta lo último y que nos ha dado toda
evidencia de su gran amor».1
«El más precioso fruto de la santificación
es la gracia de la mansedumbre».
«La santificación que presentan las Sagradas Escrituras tiene que ver con el ser
entero: el espíritu, el alma y el cuerpo. He aquí el verdadero concepto de una consagración integral. El apóstol San Pablo ruega que la iglesia de Tesalónica disfrute
de una gran bendición: “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo
vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de
nuestro Señor Jesucristo» (1 Tes. 5: 23).2
«El más precioso fruto de la santificación es la gracia de la mansedumbre.
Cuando esta gracia preside en el alma, la disposición es modelada por su influencia. Hay un constante esperar en Dios, y una sumisión a la voluntad divina. La comprensión capta toda verdad divina, y la voluntad se inclina ante todo precepto de
Dios, sin dudar ni murmurar. La verdadera mansedumbre suaviza y subyuga el co razón, y adecua la mente a la palabra implantada. Coloca los pensamientos en obediencia a Jesucristo. Abre el corazón a la Palabra de Dios, como fue abierto el corazón de Lidia. Nos coloca, junto con María, como personas que aprenden a los pies
de Jesús. “Encaminará a los humildes por el juicio, y enseñará a los mansos su carrera» (Sal. 25: 9).3
PARA COMENTAR
1. ¿Qué significa acudir a Jesús en nuestra discapacidad
2. ¿Por qué es tan difícil cultivar la sencillez de Jesús y depender totalmente de él?
3. ¿Cómo le explicarías a alguien la razón por la que la mansedumbre es «el fruto más
precioso de la santificación»?
______________
1. Consejos para la iglesia, p. 83.
2. La edificación del carácter, p. 5.
3. Ibíd., p. 13.
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Ashley Wagner, McDonald, Tennessee, EE. UU.
Evidencia
Romanos 3: 10-26
martes
23 de octubre
Salvación: el gran
común denominador
Durante dos viajes misioneros a Bangladesh y a Honduras me estuve preguntando
si en realidad le estábamos aportando algo a la gente que se suponía estábamos ayudando. Numerosos versículos de la Biblia, incluyendo a Mateo 25: 35, 36, expresan claramente la necesidad de ayudar a los demás. Mientras meditaba en mi labor durante
aquellos viajes misioneros, pensé en la forma en que esos versículos podrían utilizarse
unidos a la Gran Comisión (Mat. 28: 16-19). Me pregunté si había algún otro elemento en un viaje misionero además del tratamiento de los pacientes, de ayudar a los pobres
y de sentirnos privilegiados por lo mucho que tenemos en nuestro país de origen.
Debemos realizar nuestro mayor impacto
en la salvación de las almas.
Gradualmente llegué a la conclusión de que la salvación es lo único que logra un
impacto legítimo, duradero y a largo plazo en las vidas de la gente. La salvación es el gran
común denominador.
La salvación es la solución divina a las desigualdades en los bienes materiales, en las
del medio ambiente, en las oportunidades y en los abusos. La semejanza a Cristo y la
piedad es lo que une al pueblo de Dios sin importar su crianza, la raza o su posición económica. La esperanza de la salvación es un motivo por el que podemos ser impactados
por aquellos que practican la piedad incluso ante mayores obstáculos que los que nosotros enfrentamos.
Cristo no vino para darnos riquezas, gloria, reconocimiento, sanidad o felicidad. Él
vino para traer salvación a aquellos que no la disfrutan así como paz y gozo para los que
lo acepten. Sabremos que el cielo vale la pena si a diario renovamos nuestra conversión
con Cristo, sin importar las dificultades que enfrentemos en este mundo. Asimismo cuando escuchemos las palabras: «¡Hiciste bien, siervo bueno y fiel! Has sido fiel en lo poco; te
pondré a cargo de mucho más. ¡Ven a compartir la felicidad de tu señor!» (Mat. 25: 23).
Aunque tenemos una responsabilidad de llevar sanidad a los pobres y sufrientes y de amar
a los demás, nuestra tarea como adventistas del séptimo día y como jóvenes no cesa con
ello. Debemos realizar nuestro mayor esfuerzo por lograr la salvación de las almas.
El apóstol Pablo escribió: «A la verdad, no me avergüenzo del evangelio, pues es
poder de Dios para la salvación de todos los que creen» (Rom 1: 16). ¿De qué te vale si
vives toda tu vida ayudando a la gente, y ninguno llega al cielo? Dios nos llama a una
norma más elevada. «Hagan todo esto estando conscientes del tiempo en que vivimos.
Ya es hora de que despierten del sueño, pues nuestra salvación está ahora más cerca que
cuando inicialmente creímos» (Rom. 13: 11).
PARA COMENTAR
¿Por qué es más fácil hacer buenas obras a favor de los demás, que compartir el relato de la vida de Jesús?
Albert Kim, Rochester, Nueva York, EE. UU.
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miércoles
24 de octubre
Cómo actuar
Convirtiéndonos
en hijos de Dios
Efesios 1: 3-6
De acuerdo con algunos organismos oficiales, el los Estados Unidos hay aproximadamente unos treinta y ocho mil millones de dólares de propiedades que no han
sido reclamadas por sus dueños. ¡Algunas de ellas quizá le pertenecen a algún lector de
esta guía de estudios! Quizá no hayas reclamado alguna herencia que un miembro de tu
familia dejó al morir. Sin embargo, ¿sabías que hay una herencia aún más importante que no has reclamado? Me refiero a la vida eterna con tu Salvador y Creador, ya
que has sido adoptado como hijo o hija de Dios mediante Cristo, aún antes de que
nacieras (Efe. 1: 3-6). Existe una página de Internet (NAUPA), donde aparece un formulario para que los interesados reclamen propiedades que hay en territorio norteamericano. La Biblia también presenta los pasos necesarios para reclamar el don de
la salvación. Por favor, observa los siguientes pasos con el fin de reclamar la mayor
herencia jamás ofrecida:
¡La salvación te ofrece una vía de escape!
Cree en él (Juan 3: 14, 15). Nicodemo deseaba hacerle algunas preguntas a
Jesús, pero antes de que las expresara, el Maestro le dio las respuestas. Él le dice a Nicodemo que para heredar la vida eterna, él debe creer que Jesús murió por nuestros
pecados. Jesús también explica que eso es mucho más que una idea o declaración;
que él fue enviado para salvarnos del mortal aguijón del pecado que nos habría matado en caso de que él no hubiera venido. ¿Como puede alguien demostrar dicha
creencia?
Arrepiéntete y sé limpio (Hech. 2: 36-38). Tú puedes dar fe de tu creencia al
arrepentirte de los pecados que te han agobiado durante largo tiempo. Jesús vino a
morir por ti de forma que ya no estés en las garras del pecado. ¡La salvación te ofrece
una vía de escape! Mediante el bautismo, demostramos públicamente nuestra creencia y nos hacemos parte de la familia de Dios. Como sus hijos, podemos justificadamente reclamar nuestra herencia: la vida eterna.
Continuamente demuestra tu creencia (Sant. 2: 14-26). Una vez que hemos
sido bautizados, debemos continuar creyendo que Jesús murió por nuestros pecados.
A través de su muerte él te ofrece la herencia de la vida eterna. Decir que crees que
él murió por nuestros pecados no es suficiente. Demuestra que crees al guardar los
mandamientos de Dios y al ministrar a las necesidades de los demás. Entonces, y únicamente entonces, la salvación se convertirá en parte de tu vida.
PARA COMENTAR
1. ¿Por qué crees que Cristo murió por ti y por tus pecados?
2. ¿En que forma podrías demostrar tus creencias durante la presente semana?
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Keith Ingram, Carlisle, Pensilvania, EE. UU.
Romanos 3: 21-26; 6: 23
Opinión
jueves
25 de octubre
Mi respuesta es…
El presente es un relato acerca de dos amigos de la infancia. Uno de ellos se
convirtió en un respetable juez y el otro en un diestro contable. Los amigos se encontraron un día en la sala de un tribunal. Uno era el juez que presidía; el otro, el
acusado en un caso de corrupción. El veredicto había sido recién pronunciado.
Culpable. El juez enfrentaba un dilema. ¿Cómo podía él salvar a su amigo y al
mismo tiempo dar cumplimiento a la ley?
El acusado tenía dos opciones.
Después de algunos momentos, el juez regresó al estrado y pronunció la sentencia. El acusado debía devolver todo lo que había robado, además de que se le impusieron las multas máximas estipuladas por la ley. El acusado se sintió destruido.
No había forma en que pudiera devolver una suma tan elevada de dinero. Luego
el juez hizo algo fuera de lo común. Bajó del estrado, se quitó la toga y se paró al
lado de su amigo. Le echó el brazo al acusado y anunció a los presentes que él mismo
se encargaría de pagar la multa.
El acusado tenía dos opciones. Podía aceptar con gratitud la oferta de su amigo
y librarse de la condena que le tocaba. Por otro lado, podría permitir que su
orgullo se interpusiera y rechazar airadamente la dura sentencia. Las mismas opciones se nos presentan a nosotros. Todos hemos sido hallados culpables de acuerdo
a la ley de Dios (Rom. 3: 23). La condena de lugar es la muerte, pero Cristo la pagó
por completo. Al igual de las vestiduras de bodas de Mateo 22, el pago de nuestras
deudas se nos ofrece como un don gratuito; sin embargo, es un don que debemos
aceptar.
El amigo también debía tomar otra decisión. ¿Abandonaría él la sala del tribunal para continuar con sus viejos hábitos, o saldría con la determinación de cambiar su vida para que su amigo se sintiera orgulloso? De forma similar nosotros también tenemos una decisión que tomar una vez que hemos aceptado a Cristo. ¿Continuaremos con nuestras viejas costumbres, o viviremos para honrar y seguir a Jesús?
¿Cómo le mostraremos nuestra gratitud por el amor y el desprendimiento que
Cristo mostró en su sacrificio en la cruz? El primer paso consiste en aceptar su sacrificio y su oferta de perdón. El mundo y el universo están ansiosamente esperando
para ver cómo reaccionamos luego de esa decisión. ¿Cuál será tu respuesta?
PARA COMENTAR
¿Cómo entendemos la diferencia entre esforzarnos por ganar el favor de Dios y
vivir para mostrar nuestro agradecimiento por el don de Jesús?
Sherwin Faria, Dayton, Ohio, EE. UU.
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viernes
26 de octubre
Exploración
Romanos 5: 5-8
El increíble don
de la salvación
PARA CONCLUIR
La vida perfecta de Jesús revela el pecado existente en nuestras vidas y nuestra
necesidad de un Salvador. Incluso nuestros intentos para realizar actos de bien están
manchados por nuestra naturaleza pecaminosa. El pecado no es sencillamente una
mala acción. Es de manera fundamental el resultado de un corazón desordenado
que estimula acciones incorrectas o malvadas. La salvación se les ofrece a todos
por igual, porque todos los que han pecado están destituidos de la gloria de Dios
(Rom. 3: 22-24). Una vez que aceptamos a Cristo como nuestro salvador también
decidiremos vivir para honrarlo y seguir sus planes para nuestras vidas.
CONSIDERA
• Debatir el concepto de la salvación por fe en contraste con una fe sin obras que
es muerta (Sant. 2: 14-26; Efe. 2: 8-9).
• Componer un poema respecto a lo que crees acerca de la maravillosa gracia de
Dios.
• Ver la película Lutero, para entender los orígenes del protestantismo, algo que
pone en alto la creencia en la justificación por la fe.
• Orar pidiendo un más profundo entendimiento del plan divino de salvación,
a la vez que afirmas tu deseo de disfrutar una relación salvadora con Jesucristo.
• Llenar un cuaderno de apuntes con citas, imágenes, dibujos, poemas y cualquier otra pequeña representación de lo que significa para ti la fe en Dios. Haz
de ello un cuaderno de recuerdos dedicado a tu relación con Dios.
• Repasar los siguientes temas en una concordancia: amor, fe, gracia, obras, pecado, vida. Cuenta el número de veces que cada uno de ellos aparece en la concordancia. Una vez que determines cuál aparece más veces, dedica una semana a buscar a diario cinco o seis textos.
Cantar un himno o corito que hable del gozo del cristiano.
PARA CONECTAR
Efesios 1: 7; Colosenses 2: 6; Santiago 2: 17; 1 Juan 2: 3-6.
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Debbie Battin Sasser, Friendswood, Texas, EE.UU.