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In Tlamanaliztli
Chacmolli.
El teponaxtle y el coyohualli rompieron con la serena calma nocturna, en
el cielo una miríada de estrellas profetizaban que la noche sería como
ninguna, ¿la razón? La ciudad estaba de fiesta por dos razones: comenzaba
un nuevo curso en el colegio Calmécac, la segunda, comenzaba una nueva
xiuhmolpilli.
Esta vez la xiuhmolpilli ya no fue recibida como lo fue la pasada, recibida
por las más poderosas naciones y caciques, entre ellos no estaban los
aztecas, pero eso era pasado; ahora los aztecas controlaban más de mil
poblaciones y habían impuesto tributo a otras tantas. Esta vez no fueron los
señores de Texcoco o Tlacopan los que celebraron con la mayor de las
fiestas, esta vez miles de pueblos observaron como la ciudad de México
celebraba banquete tras banquete y daba gracias a Huitzilopochtli por
haber traído en tan poco tiempo la prosperidad a la nación mexicana.
La ciudad fue consagrada al teotl Huitzilopochtli, el gran teotl se había
hecho merecedor de ese honor, había sacado a los aztecas de Aztlan y
ahora, transformados en mexicas, los había hecho dueños del mundo. Sólo
los de Tlaxcala, Michoacán, la gran mayoría de señoríos de los mixtecos,
zapotecas, mayas y huastecos se habían librado del empuje bélico de esta
otrora miserable tribu.
Era en este momento cuando las humillaciones del pasado fueron
olvidadas, era ahora cuando se rendía tributo a los teteo; era ahora cuando
los mexicas celebraban con danzas y cantos a su enorme cantidad de teteo,
y es que, como dijo Motecuhçoma: “Ellos son los que nos dan las cientos
de victorias, la salud y el agua.” Eran ellos por quienes vivimos, eran ellos
los que nos abren el entendimiento y nos dan la mejor de las cosas, la vida
misma que fluye en las entrañas de la ciudad más sagrada del Anáhuac.
Ahora comenzaba la verdadera prueba para algunos jóvenes.
Una gran procesión comenzó. Los alumnos, lo mejor de la casta
gobernante, iban por la calzada rumbo al recinto ceremonial de la ciudad
mas poderosa del mundo, Tenochtitlan. Llevaban un cueitl y una xicolli
blanca con bandas celestes en los bordes, las mujeres llevaban un
quechquémitl y un enredo del mismo color, sus cabezas cargaban un
modesto tocado mexica. La procesión iluminada por teas de ocote cruzó el
coatepantli y se detuvieron frente al tlachtli, este año la procesión
terminaría ahí.
De nueva cuenta resonó el teponaxtle y el coyohualli anunciando una
nueva procesión, esta vez los jóvenes llegaron por la calzada del Tepeyac,
al frente de esta venía un hombre que era cargado en andas por cuatro
esclavos, con un enorme tocado de plumas de quetzalli de al menos un
codo de altura; el hombre era ya un anciano, sin embargo su rostro no sólo
se mostraba demacrado por las arrugas de la edad, una enorme cicatriz lo
surcaba desde la coronilla hasta la parte superior de su labio, pasando por
su ojo izquierdo, que por su color blanco se atinaba a saber que estaba
cegado. Tras él venían unos mil jóvenes vestidos sólo con un cueitl
engarzado en piezas de jade en forma de rombo que hicieron parecer de
manera muy pobre a las cueitl nahuas, los mayas.
Ellos llevaban un gran tocado en sus cabezas y una cadena de teocuitlatl
que sostenía una caracola. Todos entraron y se dirigieron rápidamente al
frente del teocalli mayor, rompieron filas y comenzaron a danzar por un
tercio de laboral, apenas se dejó de escuchar en teponaxtle y el coyohualli
los mayas dejaron de danzar y tocaron sus caracolas. Después se formaron
frente al teocalli mayor y volvieron a sonar el teponaxtle y el coyohualli.
De nueva cuenta entró una nueva procesión, esta vez eran los mixtecos, al
frente de la procesión venía un hombre de edad mediana, llevaba un báculo
de teocuitlatl de su mismo tamaño y un hermoso tocado de plumas de
quetzalli, su pecho estaba parcialmente cubierto por una especie de
quechquémitl, llevaba también un enredo y un máxtlatl como todos los que
con el venían; para orgullo mexica, las cueitl mixtecas, aunque no estaban
adornadas con nada valioso, eran un deleite a los ojos y hacían lucir a las
cueitl mayas de una manera pobre. Los orgullosos mixtecos entraron por el
coatepantli con sus ropajes que combinaban en intrincados diseños los
negros, azules, grises, verdes y anaranjados. Su entrada causo gran
estrépito debido a que en sus tobillos y debajo de sus rodillas llevaban
bandas de piel de jaguar con cascabeles de teocuitlatl; apenas llegaron los
mixtecos y se ubicaron frete al teocalli mayor y un grupo de sacerdotes
salió del Calmécac a darles la bienvenida.
El que parecía ser el principal se acercó a los dos hombres que guiaban las
procesiones, los saludó y entraron en el colegio, después entraron los
alumnos de los tres colegios por cada una de las tres enormes puertas que
existían, los alumnos mexicas desfilaron por pasillos ya conocidos, estos
pasillos tenían decorado el techo con imágenes hechas de mosaicos de
teocuitlatl, plata, ámbar, jade, piedra verde, cristal de roca y otra enorme
cantidad de piedras preciosas, en estas imágenes se representaba la historia
de la tierra en sus cinco soles.
El comedor se presentó majestuoso ante ellos, en las mesas estaban cientos
de manjares, atole, tortillas, frijoles, carne de venado, insectos, aves
asadas, peces guisados en salsa verde y miles de frutas tropicales traídas de
las lejanas tierras, el olor a comida invadía el lugar, sin embargo la
mayoría de los olores en conjunto causaban náuseas, por lo cual el olor
fragante de la vainilla invadía todo el lugar. El comedor estaba adornado
con una gigantesca cantidad de arreglos florares.
Los jóvenes pasaron al comedor que pudo albergarlos a todos. Antes de
comenzar a comer, el director del colegio Calmécac se puso en pie.
-Jóvenes mexicas, mayas y mixtecos- comenzó a hablar-, espero que estéis
preparados para esta noticia. Como todos saben, es el día de hoy cuando
comienza una nueva xiuhmolpilli, y es por costumbre, tradición, o
simplemente por que así se ha hecho desde que el mundo lo recuerda, lo
que se llama, el sacrificio gladiatorio, en el que cada participante luchará
en un combate a muerte por su gloria y honor. Es por eso que han venido
nuestros ahora huéspedes, es por eso que cada joven debe venir a depositar
su nombre escrito sobre un papel en este jarro. Por ahora jóvenes, no queda
nada más que decir, sólo el decirles a nuestros amigos mayas y mixtecos
que seáis bienvenidos- terminó llevando la mano derecha al piso y
besándola, los alumnos hicieron lo mismo como señal de saludo.
Cuando hubieron terminado el saludo los jóvenes comenzaron a pasar uno
por uno a dejar su nombre en un gran jarro, primero, los mayas.
-¿Dejaréis vuestro nombre Echéalt?- preguntó Totoquihuatzin.
-Por supuesto, ¿por quién me tomas?- dijo Echéalt un poco ofendido.
-Claro que participará, él es, un poderoso guerrero- dijo con sarcasmo
Tiçoc.
-¡Que gracioso, deberías ser el hazme reír de mi padre!- contestó un poco
malhumorado Echéalt.
-Espero que ganes- le dijo Xochiquetzalli.
-¿Esperas?- extraño Xóchitl-. Tiene que ganar- añadió como si fuese una
orden.
-Es lógico Xóchitl, es decir, si no gano, muero- comentó Echéalt.
-Aun así, ¿cómo podrán elegirnos si colocamos nuestros nombres en un
jarro?- extrañó Totoquihuatzin.
-La verdad es que siendo ellos los directores pueden sacar de ese jarro un
águila que en su pico lleve los nombres de los que pelearán- aventuró
Tiçoc.
-No creo que lo hagan así, pero no puedo esperar una respuesta mejor de
ustedes dos- respondió Xóchitl.
-¿De qué hablas?- extrañó Tiçoc.
-Sí, ¿a qué te refieres?- enojó Totoquihuatzin.
-Echéalt- le habló Zirahúen, que hasta ese momento había estado callada.
-¿Qué sucede?- extrañó este.
-¿Participaréis en el sacrificio?- le preguntó un poco triste.
-¿Por qué lo preguntas?- volvió a extrañar Echéalt.
-¿Podrías sólo responder a mi pregunta?- insistió Zirahúen.
-Sí- respondió Echéalt-. ¿Sucede algo?
-No- respondió Zirahúen con una sonrisa fingida-, sólo curiosidad.
-Ahora pasen los jóvenes mexicas- se escuchó la voz del director.
-Ya escucharon a Acacintli, muévanse- les dijo Xochiquetzalli.
Los mexicas pasaron, cada uno fue depositando en el enorme jarro un
pequeño pedazo de papel y en él su nombre escrito. Al terminar ellos,
siguieron los mixtecos. Al final todos cenaron, esperarían con paciencia
hasta el término de la cena. Al final de nueva cuenta, Acacintli se puso en
pie y comenzó a hablar:
-Muy bien, en estos momentos comenzará la selección de los jóvenes que
participaran en el sacrificio gladiatorio. Por favor, que los esclavos
apaguen las teas de ocote- índico, en poco tiempo una enorme cantidad de
esclavos deambuló por los rincones apagando las teas de ocote-, muy bien,
creo que es tiempo de que comencemos, Ek-Balam, Ce Cipactli, vengan a
ayudarme- les dijo a los demás directores.
En medio de la oscuridad los ingenuos ojos de los jóvenes miraban hacia
donde creían se encontraban los directores, sólo el vago sonido de las
tinieblas, sólo su respirar se podía escuchar, de pronto una serie de
conjuros se alcanzó a escuchar.
-¡Tehuantin, timochintin, tehuantin yei, tehuantin, temachtianimeh den
temachtianimeh, tehuanhuelitini, tehuanchicahuati in teoyohtica tletl den
teteo, in tletl Huitzilopochtli, in tletl amotlamini achuel tlacehui!- dijeron
los tres sacerdotes, su voz se escuchó potente, impactante y resonaba en
todo el comedor.
De pronto una enorme flama roja salió del jarro, de al menos una vara de
altura, esta se arremolinó, después arrojó una serie de brazos, algunos
toparon en el techo y otros mas en el piso, pero así como surgió, así se
apagó.
-Prendan teas de ocote- ordenó Acacintli, los esclavos volvieron y en unos
instantes el comedor estaba de nueva cuenta iluminado-. Muy bien, todo ha
salido a la perfección, ahora daremos los nombres de los que participarán
en el sacrificio- añadió metiendo una mano al tarro-. ¡Tocuepotzin!declaró con voz fuerte y clara al leer el papel-. ¡Totoquihuatzin!- fue el
segundo nombre-. ¡Tizoc! ¡Hunahpú! ¡Macuilli Acatl! ¡Y EchéaltQuetzalcóatl!- terminó la lista Acacintli- ¡A todos estos jóvenes que han
sido favorecidos por los teteo, los espero mañana antes del amanecer en la
biblioteca para darles unas indicaciones, por lo demás, pueden ir a
dormirse!
Todos se fueron contentos, emocionados o desilusionados, ya fuese por
que no participarían, porque participaría un compañero que podía morir o
en dado caso era el simple hecho de ver algo que se veía solo una vez en la
vida; con esos pensamientos llegaron a sus lechos y se durmieron.
La mañana era preciosa, un cielo despejado y un sol adormecido por la
noche se asomaba para dar la bienvenida a los participantes, el primer
combate estaba a punto de comenzar, un joven maya, moreno, con una
enorme estatura cruzó hacia la plataforma donde se llevaría a cabo el
combate, los ojos de todos se posaron en él, llevaba una larga lanza, iba
vestido con una xicolli y un largo máxtlatl que en los picos tenía puntas de
obsidiana. El joven tenía la cabeza deformada e incrustaciones de jade en
los dientes.
Pero eso no fue lo impactante, lo impactante fue ver a su contrincante,
Echéalt, era algo para reírse, Echéalt era un joven delgado, blanco, con un
pelo largo y trenzado que le llegaba a la rodilla, llevaba una tilmatli blanca
y máxtlatl del mismo color, en su mano izquierda sostenía un escudo y en
su mano derecha un macahuitl. Echéalt avanzó sin inmutarse, sólo mirando
a los ojos a su contrincante del que parecía no ser rival.
Al llegar a la plataforma Echéalt se quitó la tilmatli y se preparó para
pelear. La plataforma estaba rodeada de unas mil cantoras, entre las que
destacaban Xóchitl y Zirahúen, ellas iban vestidas con un enredo de cuerpo
completo y una mamalli roja que tenía en la parte posterior un cenzontle
hecho de simples plumas cafés, pero ésta carencia de belleza, se
compensaba en la vírgula que salía de la boca del ave, ésta era de jade
unido a la prenda con hilos de teocuitlatl, aparte de las cantoras, todos los
alumnos que no participarían estaban presentes para ver lo que sucedería,
los directores dieron la señal de inicio y las cantoras comenzaron la
cantinela.
Una serie de sacerdotes salieron de las construcciones contiguas al teocalli,
llevaban en sus manos una pequeña vara con un pequeño plato en la punta.
Las cantoras entre tanto comenzaron a hacer entender su voz en una serie
de corillos y estrofas casi imperceptibles, no era necesario un
acompañamiento musical, la propia voz de ellas daba el ritmo y la melodía.
Los sacerdotes iniciaron una serie de súplicas y ruegos mientras se
acercaban a la plataforma, una densa nube de copal se levantó y el olor
embriagó a los dos jóvenes.
Echéalt se preparó, se ocultó tras su escudo dejando sólo un pequeño
espacio en su defensa para poder ver a su contrincante, mientras este se
acercaba lentamente buscando una falla en la defensa de Echéalt. En un
instante la encontró y se abalanzó sobre Echéalt como un animal
hambriento, dió uno, dos, tres golpes a Echéalt que se protegía tras el
escudo, Echéalt sólo pudo retroceder ante el fuerte ataque, perdió el
equilibrio y cayó. El maya, pensando que Echéalt se levantaría para
atacarlo dio una vuelta en el aire y retrocedió, una de las puntas de
obsidiana surcó su mejilla y le hizo un pequeño corte, esto era el colmo, su
orgullo se estaba haciendo añicos en ese mismo momento, ese era el
momento para atacar, con un nuevo impulso de energías Echéalt se puso
en pie. El maya tomado por sorpresa intentó cubrirse con su lanza, Echéalt
la rompió de un sólo golpe, después le dio un golpe con el costado de su
macahuitl en el rostro, apenas el rostro de su contrincante tocó el suelo
Echéalt arrojó su macahuitl y tomó al joven de los cabellos mientras las
cantoras hacían resonar los cimientos de la ciudad.
-Os ofrezco este sacrificio señor Huitzilopochtli- dijo Echéalt mirando al
teocalli mayor; los sacerdotes cesaron sus súplicas y ruegos, se retiraron
mientras los últimos hilillos de copal salían de los platos ubicados en las
puntas.
Echéalt se retiraba hacia el teocalli de Quetzalcóatl que estaba a sus
espaldas, con su techo cónico. Un guerrero se acercó al joven maya, lo
desarmó y le cortó las puntas de obsidiana del máxtlatl; después le dio un
palo con plumas mientras Echéalt se desenrollaba el máxtlatl, un sacerdote
se le acercó y le colocó cerca de los genitales un plato con tiras de papel.
El sacerdote volvió a los pocos minutos, con los cabellos amasados en
sangre y sus ropajes negros para dejarle otro plato con puntas de metl. Las
cantoras disminuyeron su voz hasta hacerse casi imperceptible en el vago
aire de la mañana. El guerrero y el joven maya se prepararon para luchar,
entre tanto Echéalt levantaba una serie de súplicas a los teteo; el joven
maya tiró un golpe, luego dos y al final tres, el guerrero sólo lo observaba
resguardado en el escudo. Echéalt tomó una punta de metl, el guerrero se
preparó para dar el golpe final. Echéalt tomó su prepucio, el joven maya
lanzó otro golpe, el guerrero lo desvió con su escudo y dejó el pecho del
joven expuesto, era el momento esperado, asestó un golpe definitivo en su
pecho y lo partió en dos mientras Echéalt se perforaba el prepucio.
El cuerpo del joven cayó en un mar de sangre mientras los pantanosos
cimientos de la ciudad retumbaban ante la voz de las cantoras. La sangre
de Echéalt comenzó a caer en las tiras de papel que estaban en el plato. El
guerrero arrojó sus armas y abrió el pecho del jovencito, después le sacó el
corazón y lo levantó en señal de victoria hacia el teocalli mayor. Echéalt
seguía derramando su sangre en las tiras de papel mientras el guerrero
comenzaba a subir las más de cien gradas para llegar hasta la capilla
dedicada al dios Huitzilopochtli con toda tranquilidad.
Cuando el guerrero hubo llegado a la cima y dejó el corazón en la piedra
de los sacrificios un curandero se le acercó a Echéalt para hacer que dejara
de sangrar. Él bajó las gradas lentamente, Echéalt se volvió a colocar el
máxtlatl y se paró frente al teocalli de Quetzalcóatl, una fina nube de humo
salió de la capilla y un sacerdote la observaba de forma detallada, las
cantoras de nueva cuenta hicieron su voz imperceptible pero aún así era
posible sentir las vibraciones que hacían fluir en el aire el pensamiento
heroico de las eras pasadas. Al final el sacerdote abrió la boca.
-El teotl, Quetzalcóatl ha perdonado la ofensa de la muerte de un joven en
el sacrificio gladiatorio. Podéis retiraos joven Echéalt- fue lo dicho por el
sacerdote.
Echéalt se retiró hacia sus habitaciones en el palacio de Axáyacatl mientras
la voz de las cantoras se seguía haciendo mas fuerte anunciando la entrada
de otros luchadores. Por el resto del día los combates se dieron, para suerte
de Echéalt sus amigos salieron sólo con rasguños como él.
Al final de la tarde Echéalt se retiró al tlachtli, cuando comenzaba a
oscurecer y la celebración se hacia en el colegio. Zirahúen comenzó
buscar a Echéalt por todo el recinto ceremonial, pero sin éxito, lo único
que le quedaba por hacer era esperar a verlo el día siguiente, estaba a punto
de entrar al colegio cuando escuchó el sonido de una respiración, puso mas
atención, recordó como el tlachtli amplificaba los sonidos, y algo mas
importante, no había buscado a Echéalt en el tlachtli, estaba casi segura
que él estaría allí y se encaminó a buscarlo.
Efectivamente lo encontró, el día ya había pasado y una débil luz de una
luna menguante lo iluminaba, las blancas paredes del lugar reflejaban la
tenue luz, Echéalt estaba en el fondo, con la misma ropa con la que
combatió, estaba sereno al final de aquel lugar que lo hacía parecer
inhóspito.
El lugar era una belleza mientras estuviera ocupado por una considerable
cantidad de personas, sin embargo Zirahúen se dio cuenta que era un lugar
un poco lúgubre estando solo. Ella comenzó a caminar, dio un paso
pequeño, pero se detuvo, observó como Echéalt olía una flor blanca -“Tal
vez este estresado”- pensó, pero no avanzó más. Los alto-relieves del lugar
le dieron la bienvenida a sus pensamientos, las paredes blancas reflejaban
la luz de la luna menguante que comenzaba a asomarse por entre las
pesadas nubes de mármol.
-¿No deberías estar celebrando?- le preguntó Zirahúen en un susurro que
se escuchó como si hubiese hablado de forma normal.
Echéalt sólo se volteó para encontrarse con su tez blanca, un cabello largo
y negro con unos ojos del mismo color, ella llevaba la misma ropa con la
que cantó.
-Debería, pero mejor me pongo a pensar, ¿no crees?- fue la respuesta de
Echéalt.
-¿Qué hay que pensar?- extrañó Zirahúen.
-Es curioso, y eso es lo que pienso. ¿Cómo pueden enseñarnos que el
sacrificio es la forma mas pura de morir, y fuera del colegio, o de la clase,
sabemos que es la forma más vergonzosa de morir?- le contestó Echéalt.
-Tal vez- dijo Zirahúen y se le acercó-, pero creo que eso no es muy
interesante.
-Si, tienes razón. Esa no es la razón por la que estoy aquí, macaic mi
respiración también pudiese hablar por mí y decir lo que hay en mi
corazón- comentó Echéalt.
-¿A qué te refieres?- extrañó Zirahúen.
-Sé bien que me encontraste porque esta construcción aumenta los sonidos
más vagos e imperceptibles, pero lamentablemente no puede decir lo que
siento. ¡Ah!- suspiró Echéalt-, que cobarde soy.
-Las paredes no hablan Echéalt, si nuestra boca no puede hablar, cuanto
menos las paredes o las rocas. Lo único que puedo decirte es que en verdad
me preocupé demasiado por ti cuando supe que participarías en el
sacrificio gladiatorio, pensé que perdería un buen amigo, un amigo que me
acompaña en las buenas y en las malas- decía Zirahúen triste-, en verdad
pensé que no sobrevivirías. Discúlpame si no confíe en ti, es sólo que…pero ya no pudo terminar, el llanto la invadió y se cubrió el rostro para que
Echéalt no la viese llorar.
-Ya, te ruego que te calmes- dijo Echéalt abrazándola-, nada malo me ha
pasado. Además, no debes preocuparte tanto por mí.
-No… Es que tú no lo entiendes Echéalt- le dijo Zirahúen-. Yo...
Pero Echéalt no la dejó hablar, le colocó un dedo en la boca y la miró a los
ojos.
-¿Por qué hemos de forzar a nuestros labios a hablar?- le preguntó con voz
serena.
-Nimitztlazohtla- le dijo Zirahúen.
-Y yo a ti- respondió Echéalt y la besó.
-Lamento interrumpir, pero todos están buscándolos- se escuchó la voz de
Xóchitl en un rato desde el otro lado del tlachtli.
Echéalt y Zirahúen se separaron apenados.
-¿Vergüenza?- le preguntó Echéalt a Zirahúen.
-No- respondió ésta con una gran sonrisa.
-Entonces debo hacerte una pregunta- dijo Echéalt-, ¿quieres ser mi
esposa?- le preguntó extendiendo la mano y mostrando un anillo de jade
blanco.
-¡Sí!- respondió emocionada Zirahúen, se colocó el anillo y se arrojó sobre
Echéalt y lo volvió a besar.
-Miren- volvió a hablar Xóchitl-, no me enoja que se den besos delante de
mí, pero Echéalt, ¿me podrías decir por qué yo no sabía que le ibas a decir
esto a Zirahúen?
-¿Por qué habrías de saberlo?- se extrañó Echéalt.
-¡Por que soy tu prima y lo menos…!
-¿Mi prima?- asombró Echéalt-. En dado caso somos parientes lejanos, mi
padre es Motecuhçoma y el tuyo Cuitláhuac- añadió.
-Ni tanto- enojó Xóchitl-, mi padre y el tuyo son primos.
-De acuerdo- admitió Echéalt-, pero aún así no sé por qué debías saberlo.
-Olvídalo- desesperó Xóchitl.
-De todas formas ahora yo se lo contaré todo- dijo Zirahúen.
-Al menos ella sí será una buena prima- comentó Xóchitl-. Ven, vayamos a
preparar la ceremonia.
-De acuerdo- dijo Zirahúen-, nos veremos en la boda- añadió, y le dio otro
beso a Echéalt.
Glosario:
In Tlamanaliztli Chacmolli: “El sacrificio gladiatorio.”
Teponaxtle: Antiguo tambor azteca.
Coyohualli: Caracol.
Calmécac: Colegio al que asistían los hijos de los nobles.
Xiuhmolpilli: “Atadura de años.” Ocurría cada 52 años cuando los dos
calendarios mesoamericanos comenzaban el mismo día.
Cueitl: Faldillas masculinas.
Xicolli: Camisa de manga corta cerrada o abierta al frente.
Quechquémitl: prenda utilizada por las mujeres para cubrirse el pecho.
Coatepantli: “Muro de serpientes.”
Tlachtli: Lugar donde se jugaba el juego de pelota mesoamericano.
Quetzalli: Quetzal, ave de plumas color verde.
Teocuitlatl: “Excremento de dios.” Oro.
Teocalli: “Casa de dios.” Templo.
Máxtlatl: Taparrabos.
Tehuantin, timochintin, tehuantin yei, tehuantin, temachtianimeh den
temachtianimeh, in tehuanhuelitini, tehuanchicahuati in teoyohtica tletl den
teteo, in tletl Huitzilopochtli, in tletl amotlamini achuel tlacehui:
(Tradúzcase como:)”Nosotros, todos nosotros, nosotros tres, nosotros,
maestros de los maestros, los poderosos, invocamos el fuego sagrado de
los dioses, el fuego del “colibrí zurdo”, el fuego eterno que ya no puede
extinguirse.
Tilmatli: Capa.
Mamalli: Capa femenina.
Macahuitl: “Lanza de mano.” Entiéndase como espada de obsidiana.
Metl: Maguey.
Nimitztlazohtla: “Te amo.”
Nota del Autor: Me he dado el reto de escribir algo que se desarrolle en la
época prehispánica y que sea entendible en el presente; este es el resultado.
Utilizo palabras del náhuatl clásico, por lo cual todas se acentúan en la
penúltima vocal, siendo que en el náhuatl, la u cuenta como semi-vocal
junto con la y. Por lo demás diré que el nombre de Echéalt lo he hecho de
un juego de palabras del término Ehécatl (viento). Es obvio que sólo
cambie dos letras. Por mi parte no recuerdo de donde he sacado el nombre
de Zirahúen, del cual no tengo ninguna nota.