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Hi14 - 150 (2 copias) Imperios e Imperialismos Tempo, Rio de Janeiro, vol. 9, nº 18, junio de 2005. Presentación, pp. 1-5 Ciro F.S. Cardoso Virginia Fontes El término “imperio”, derivado del latín imperium, es muy antiguo. En sus orígenes romanos designaba un poder personal de alcance extremadamente amplio, civil y militar, con base religiosa, pero que en cada ocasión requería una ley del pueblo romano (lex curiata de imperio). Tal poder pasó de los reyes de Roma a los magistrados republicanos que los sucedieron. Todavía bajo la República apareció la designación imperator, aplicable a un general aclamado por sus tropas (como magistrado dotado de un comando militar, se trataba de alguien investido de imperium). En el final de la República y a lo largo de los dos primeros siglos imperiales –esto es, entre el siglo I a.C. y el siglo II d.C.-, se percibe una evolución semántica de ambos términos, en estrecha relación con la emergencia del poder y los ejércitos privados en la época de las guerras civiles que dieron fin a la República. Sin perder su connotación republicana, imperium pasó a designar también el territorio dominado por Roma, marcado por una jerarquización del espacio derivada de la conquista, con Italia en su centro (por ejemplo, bajo el emperador Augusto, termini imperii designaba las fronteras del mundo romano). En forma paralela, imperator adquirió contornos más próximos a lo que hoy entendemos por emperador, o sea, el gobernante que está al frente de un imperio. (…) En comparación con “imperio” y “emperador”, el término “imperialismo” es mucho más reciente en lo que respecta a su aparición en el vocabulario de las lenguas modernas. La palabra fue creada en el siglo XIX y expresaba, de manera meramente descriptiva, una política activa de conquista y subordinación de territorios por parte de Inglaterra y Francia (avance imperial impulsado por la expansión del capitalismo en esos países, apoyado en la supuesta misión civilizadora que los mismos debían cumplir). En 1832 el término tendría una primera acepción diferente, al entendérselo como la doctrina de los partidarios del régimen imperial. Su incorporación oficial a la lengua francesa dataría de 1880 aproximadamente (…). Nótese que, luego de surgidos y afirmados en sus formas de uso más habituales, todos esos términos pasaron a aplicarse indistintamente a períodos y procesos históricos muy variados. Es así que se habla, por ejemplo, del Imperio de Alejandro el Grande, que antecedió a la expansión del Imperio Romano; y también del Imperio Egipcio del Reino Nuevo [Imperio Nuevo] (siglos XVI-X”” a.C.); de diversos imperios mesopotámicos, etc –además de numerosos imperios posteriores a Roma (imperios Mongol, Otomano, Ruso, Británico, etc.). Por su parte, la palabra imperialismo comenzó a utilizarse para designar cualquier proceso de dominación de una entidad política sobre otras. Aunque eso desagradase a los marxistas más ortodoxos –entre los cuales siempre se cuestionó el uso de “imperialismo” excepto para designar, siguiendo a Lenin, la etapa superior y última del capitalismo (financiero)-, a comienzos de la década de 1960 se podía leer, por ejemplo, un “Que sais-je?” (cuya primera versión había sido publicada en 1949, Les impérialismes antiques), de Jean Rémy Palanque, para quien el imperialismo (término que, según el autor, posee un matiz peyorativo) ocurre cada vez que “un Estado intente absorber a otros, o extenderse sobre territorios desorganizados” (p. 7). Esta noción descriptiva contiene un prejuicio favorable a los así llamados “pueblos civilizados” pues, al hablar de “territorios desorganizados”, Palanque no se refería a territorios sin población sino a territorios políticamente organizados en tribus o jefaturas (en el sentido del término chiefdoms, del vocabulario antropológico de la lengua inglesa); entidades no estatales que nada tienen de “desorganizadas”. La cuestión no se limitó solamente a la difusión de vocablos como los mencionados: imperio, imperialismo. Dado que “la Historia se reescribe sin cesar” a partir de un presente cambiante –como sostiene Adam Schaff-, también hubo intercambios de interpretaciones y de enfoques teóricos entre estudiosos de casos y períodos muy diversos entre sí. Así, por ejemplo, cuando el historiador Moses I. Finley muestra que el imperialismo ateniense del siglo V a.C. favorecía de diversas maneras a los elementos más pobres de la pólis de Atenas (y, por lo tanto, imperialismo y democracia tenían en ese caso vínculos estrechos), es dudoso que su visión sea totalmente independiente de la afirmación de Lenin sobre el papel del imperialismo europeo de finales del siglo XIX y comienzos del XX en el “apaciguamiento” de los sectores populares metropolitanos –o en el estímulo al oportunismo en sectores obreros de los países centrales que se beneficiaban con los frutos de la expansión imperialista-; o de las consideraciones de Rosa Luxemburgo acerca de la tensa relación entre las fronteras internas y externas, lo que se percibe cuando Finley analiza la imposición de la forma democrática por parte del imperio ateniense a las ciudades sometidas (lo cual no favorecía a los pobres de esas ciudades, sino que garantizaba un mejor control por parte de Atenas, y por ello los intereses específicamente atenienses). Otro ejemplo de intercambios de este tipo lo tenemos en nuestro dossié: el artículo que Norma Musco Mendes, Regina María da Cunha Bustamante y Jorge Davidson consagraron a la experiencia imperialista romana, vista en sus teorías y prácticas. 1 El artículo en cuestión asume la posición crítica opuesta recientemente al eurocentrismo de la tradición historiográfica predominante hasta mediados del siglo XX. Dicha tradición tenía una concepción unilateral de la romanización como aculturación impuesta a las provincias, cuyas poblaciones indígenas, culturalmente inferiores a los romanos (por lo menos en la parte occidental del Imperio), simplemente se dejaron ganar por una cultura superior. La crítica a esta visión fue desarrollada por una corriente de los estudios de romanización denominada “teoría post-colonial”, la cual reconoció su deuda con el pensamiento crítico surgido en áreas del Tercer Mundo en el período de descolonización, o con posterioridad al mismo. En la nueva concepción, la romanización fue una avenida de doble mano: una relación entre los padrones culturales romanos y la diversidad cultural provincial, en una dinámica de negociación bidireccional. (…) 1 - “A Experiência Imperialista Romana: Teorias e Práticas” Tempo, Rio de Janeiro, vol. 9, nº 18, pp. 17-41.