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Instituto Superior Nº 9110
“DE LA SAGRADA FAMILIA”
PROFESORADO EN GEOGRAFÍA
“Introducción a la Sociología y a la Antropología”
UNIDAD Nº 2: PUNTO 4: Desviación, delito y control. Desviación y control. Teorías sobre el delito. Por qué necesitamos
que haya conductas desviadas: la teoría funcionalista. La conducta desviada desde la teoría del conflicto.
DESVIACIÓN, DELITO Y CONTROL
El debate sobre las drogas es sólo un ejemplo de las muchas cuestiones relacionadas con la desviación y el delito a las que se
enfrentan prácticamente todos los países del mundo. Los delitos de todo tipo parecen estar en aumento, y algunos, como el
tráfico de drogas, están cobrando dimensiones internacionales. Por otro lado, el miedo a ser víctima de un delito también
aumenta, lo que explica por qué en muchos rincones del mundo se están endureciendo las penas. En nuestros días, las
cuestiones relacionadas con la delincuencia constituyen uno de los principales caballos de batalla en las confrontaciones
electorales, y por lo general, el mensaje unánime es que hay que endurecer las medidas para combatirla. En muchas partes
del mundo, el problema de la delincuencia ha pasado a un primer plano. En este capítulo se analizan las cuestiones que
tienen que ver con la desviación y la conformidad. ¿Con qué propósito las sociedades crean normas culturales, dentro de las
cuales debemos incluir las leyes? ¿Por qué hay personas que tienen más probabilidades que otras de ser acusadas de violar
esas normas? ¿Cómo controlan las sociedades la delincuencia y qué impacto tiene ese control?
Desviación y control
Desviación (o «conducta desviada») es lo que la gente entiende o define como tal a la vista de que alguien está violando o
transgrediendo una norma cultural. Las normas guían prácticamente todo el rango de actividades humanas, de manera que
el concepto de desviación cubre un espectro igualmente amplio. Existen, por ejemplo, normas en el campo de la sexualidad
o en el de la religión, y quienes violan dichas normas se transforman automáticamente en pervertidos o herejes,
respectivamente. El delito es un tipo claramente específico de desviación. El delito consiste en la transgresión de la ley. Por
supuesto, hay muchos tipos o categorías de delitos y de delincuentes. Se habla por ejemplo de delincuencia juvenil para
referirse a la conducta delictiva de los jóvenes. Como es obvio, en algunos casos la desviación apenas produce reacción
alguna, mientras que en otros puede dar lugar a respuestas severas por parte de la sociedad. Nadie presta prácticamente
ninguna atención al detalle de ser zurdo (que implica, al fin y al cabo la transgresión de una vieja norma cultural); pero
somos más severos con quien conduce bajo los efectos del alcohol o con quien abandona los estudios. Y hay ocasiones en las
que no dudamos en llamar a la policía, como cuando sospechamos que en la casa del vecino se está maltratando a la mujer.
La desviación no implica en todos los casos una acción o una opción voluntaria. Para algunas categorías de individuos el mero
hecho de existir implica la condena de otros. A menudo es así como ven los jóvenes a los ancianos, los miembros de la raza
blanca a los que no lo son, o las personas pudientes a quienes no parecen comportarse según sus propios cánones de
conducta y etiqueta. La mayor parte de los ejemplos de desviación o disconformidad que se nos ocurren son casos en los que
alguien rompe una norma social perjudicando a terceros, como el que roba en el supermercado, el que maltrata a un animal
o el que conduce borracho. Pero también solemos considerar como “desviados” a quienes no cumplen con las normas
superando las expectativas. El empollón, o el que antes que defraudar paga religiosamente sus impuestos, son ejemplos de
esto (Huls 1987). Tanto en unos como en otros casos (cuando se rompe la norma perjudicando a terceros o cuando uno se
excede en el cumplimiento de las leyes y las normas sociales), observamos algún grado de diferencia. Esos individuos no se
comportan como el común de las personas: son «extraños» (Becker, 1966).
El control social
En todas las sociedades hay reglas y normas, y en todas las sociedades sus miembros ejercen cierto control social, que es una
forma de presión social informal y difusa, que tiene como objetivo evitar la conducta desviada. Las alabanzas y las críticas,
por ejemplo, son parte de este control social, pues pueden animamos a seguir rumbos de acción que parecen apropiados o a
desistir de otros que pueden damos muchos dolores de cabeza. En casos más serios, la sociedad reacciona de otro modo más
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formal (y contundente). Aquí es cuando interviene el sistema jurídico y penal, esto es, el conjunto de instituciones
policiales, judiciales y penitenciarias que se pone en funcionamiento cuando se produce una violación de la ley.
En resumen, la desviación no es una pura cuestión personal, una cuestión de opciones o fracasos personales. Cómo se define
la desviación, a quién se le atribuye, y qué es lo que se hace al respecto, son cosas que dependen de cómo está organizada la
sociedad. Pero como vamos a ver ahora mismo, no siempre se ha pensado así.
Los fundamentos sociológicos de la desviación
Aunque todos tenemos cierta tendencia a pensar en la desviación como el resultado de opciones o fracasos puramente
personales, la conducta desviada (así como cualquier otro tipo de conducta) viene en gran parte determinada por el contexto
social. Hay tres razones que explican esto:
1. Lo que se entiende como conducta desviada varía según cuáles sean las normas sociales de la sociedad en que vivimos.
Ningún pensamiento o acción es desviado en sí mismo. La desviación se define en relación a algo, y este algo son pautas
culturales específicas, que son distintas en sociedades distintas. Las pautas culturales de la población rural de Islandia, de la
población urbana de California, o de las comunidades mineras de Gales, difieren entre sí de manera significativa; por ello, lo
que cada una de estas comunidades valora o desprecia también varía considerablemente. Por supuesto, las leyes también
difieren notablemente. En Amsterdam, por ejemplo, se permite el consumo de drogas blandas y hasta existen comercios para
su venta. En el resto de Europa, por el contrario, la marihuana está prohibida. Si consideramos el problema desde una
perspectiva global, la diversidad en lo que se considera conducta desviada o delictiva aumenta. En la Albania estalinista,
oficialmente atea, santiguarse era un delito. En algunos países islámicos el juego de apuestas está terminantemente
prohibido. En Singapur uno puede ser arrestado por vender chicles. En Estados Unidos el sexo oral es delito en algunos
estados, pero en otros no. Estos son sólo algunos ejemplos.
2. Sólo cuando los demás la definen así, la conducta de uno es una conducta desviada. Todos nosotros nos saltamos muchas
normas culturales con regularidad, en ocasiones hasta el punto de quebrantar la ley. Por ejemplo, casi todos hemos ido
alguna vez por la calle echándonos un discurso, o hemos «tomado prestado» bolígrafos o papel de la oficina. El que
terminemos catalogados como unos locos o unos ladrones no depende de nosotros, sino de cómo otras personas entienden y
definen esas conductas.
3. La capacidad de elaborar reglas, así como de quebrantarlas no está igualmente distribuida entre la población. Para Karl
Marx, la leyes es poco menos que una estrategia con la que los poderosos protegen sus intereses. Por ejemplo, los
propietarios de una empresa que tiene pérdidas tienen el derecho de cerrar la fábrica aunque la consecuencia sea que miles
de personas vayan al paro. Por el contrario, si esos trabajadores cometen un acto vandálico por el que la fábrica tiene que
cerrar durante un día, la ley puede perseguirlos.
Otro ejemplo: un vagabundo que se ponga en una esquina a denunciar a voz en grito la política del ayuntamiento puede ser
arrestado por escándalo público, pero si lo hace un político en campaña electoral no pasa nada. En otras palabras, la
definición de las normas y su aplicación no son indiferentes a las pautas de desigualdad social.
Por qué necesitamos que haya conductas desviadas: la teoría funcionalista
Aunque en principio parezca una paradoja, según la teoría funcionalista la conducta desviada y la delictiva contribuyen a
mantener el sistema social en equilibrio y, así, a garantizar su conservación o perpetuación.
Emile Durkheim: las funciones de la desviación
En su análisis pionero sobre la desviación, Emile Durkheim (1964a, ed. orig., 1895; 1964b, ed. orig., 1893) llegó
a la sorprendente conclusión de que no existe nada anormal en la desviación. Según Durkheim, la desviación cumple cuatro
funciones esenciales para la sociedad.
1. La desviación contribuye a consolidar los valores y las normas culturales. La cultura implica un cierto consenso acerca de
lo que está bien y lo que está mal. A menos que queramos que nuestras vidas se disuelvan en el caos, tenemos que respetar
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ese consenso. No obstante, toda definición de lo que está bien o es lícito,
sólo se entiende en oposición a lo que está malo es ilícito. Del mismo modo
que no existe el bien sin el mal, no puede existir justicia si no existe el
delito. La desviación, por tanto, es indispensable en el proceso de
generación y mantenimiento del consenso sobre las normas morales.
2. La respuesta a la desviación contribuye a clarificar las barreras morales.
La definición de algunos individuos como desviados ayuda a la gente a
trazar una línea entre lo que está bien y lo que está mal.
3. La respuesta a la desviación fomenta la unidad social. Normalmente la
reacción de los individuos frente a los casos extremos de desviación
fomenta un sentido de solidaridad colectiva frente al ultraje. Cuando esto
ocurre, de acuerdo con Durkheim, se consolidan los lazos morales que unen
a la comunidad. Las manifestaciones de dolor que se sucedieron al
atentado terrorista que destruyó un edificio del gobierno en la ciudad de Oklahoma en 1995, o las manifestaciones que
siguieron al asesinato de Miguel Ángel Blanco en España en 1997 son un buen ejemplo de esto.
4. La desviación fomenta el cambio social. Según Durkheim, los actos que transgreden las normas sociales invitan a
reflexionar sobre la naturaleza de esas normas y sobre la conveniencia de seguir manteniéndolas. Las conductas desviadas
nos obligan a pensar y repensar una y otra vez dónde ponemos los límites y qué grado de tolerancia estamos dispuestos a
mantener. Las conductas desviadas nos presentan alternativas al orden vigente que pueden empujar en la dirección de un
cambio en las normas. Lo que hoy es una conducta desviada puede no serlo en el futuro (1964a: 71). En los años cincuenta,
por ejemplo, mucha gente veía en el rock and roll una amenaza a las «buenas costumbres» (además de una herejía musical).
Hoy, sin embargo, la cultura del rock and roll forma parte de la experiencia vital de millones de jóvenes (y no tan jóvenes), y
a su alrededor se ha generado una industria multimillonaria.
La desviación en la teoría de Merton
Aunque la desviación es inevitable en todas las sociedades, Robert Merton argumentó que los periodos recurrentes de
desviación se deben a coyunturas sociales específicas. En particular, el grado y el carácter de la desviación dependen del
grado en que los miembros de una sociedad pueden lograr los objetivos culturales vigentes en esa sociedad (como el éxito
económico, por ejemplo) a través de mecanismos institucionalizados (como, por ejemplo, los que ofrecen las políticas de
igualdad de oportunidades). Según Merton, existe conformidad cuando se busca satisfacer unas metas u objetivos lícitos a
través de mecanismos que también son legítimos y están aceptados socialmente. Este es el caso del que consigue una buena
posición económica gracias a su talento y su trabajo. Pero el problema es que no todo el mundo que desea satisfacer unos
objetivos lícitos tiene la oportunidad de hacerlo. Los niños que se crían en ambientes marginales, por ejemplo, tienen pocas
oportunidades de alcanzar el éxito, incluso si siguen «las reglas del juego». Para sortear este problema uno puede intentar
conseguir esos objetivos lícitos a través de medios ilícitos o delictivos, como traficar con droga, por ejemplo. Merton llamó
innovación a este tipo de estrategia: el intento de conseguir un objetivo cultural convencional (riqueza) a través de
mecanismos no convencionales (el tráfico de drogas). La Figura 8.1 define la innovación como la aceptación de los objetivos
convencionales y el rechazo de los mecanismos convencionales que sirven para conseguir esos objetivos.
De acuerdo con Merton, esta tensión o contradicción entre el deseo de obtener ese reconocimiento social que garantiza la
riqueza y las dificultades de salir adelante por medios lícitos (dificultades que son mayores entre las capas menos favorecidas
de la población) es lo que conduce al delito. Siguiendo este razonamiento, el famoso Al Capone hizo lo que cabría esperar
que hiciera. Al igual que el resto de sus compatriotas, Al Capone quería hace realidad el «sueño americano». Pero como,
debido a sus orígenes, no contaba con las mismas oportunidades y recursos que otros para conseguir sus objetivos, y tampoco
andaba escaso de iniciativa y espíritu emprendedor, terminó decidiéndose por la carrera delictiva. Tal y como lo describe un
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analista del mundo criminal: “El típico ganster de la época deAl Capone era un individuo que de niño había (...) aprendido a
identificar cuáles eran los símbolos del éxito: el cadillac, el apartamento lujoso, etc. ¿Cómo podría uno lograr estas cosas? En
casi todos los casos, se trataba de chicos con mucha iniciativa, imaginación y capacidad. Eran chicos que en otras
circunstancias hubieran sido grandes empresarios o políticos influyentes. Pero estos chicos no habían tenido la oportunidad
de ir a Yale y convertirse en banqueros, o de obtener una licenciatura en derecho por Harvard. Sí existía, no obstante, una
forma relativamente fácil de obtener estos bienes que, como siempre habían oído, todo ciudadano norteamericano tenía al
alcance de la mano (y sin los cuales, uno podía sentir que había fracasado como americano): podían hacerse gansters (Allsop,
1961: 236).
La imposibilidad de obtener éxito a través de mecanismos lícitos puede dar lugar a otro tipo de desviación, a la que Merton
llamó ritualismo (véase la Figura 8.1). Los ritualistas resuelven aquella tensión entre medios y fines transmutando esos fines
en conductas casi compulsivas, orientadas a vivir «respetablemente». Los ritualistas viven una vida gobernada por un
seguimiento escrupuloso de ese estilo de vida que dicen que conduce al éxito, hasta el punto de que se olvidan del éxito (que
nunca parece llegar) en favor de ese estilo de vida. Como vimos en el capítulo anterior, algo semejante puede ocurrir en las
organizaciones formales: obsesionados los burócratas por cumplir ciegamente las reglas de la organización, pueden dejar de
pensar si y en qué medida esas reglas siguen siendo útiles para que la organización cumpla sus objetivos.
Una tercera opción es el retraimiento: el rechazo tanto de los objetivos culturales como de los medios para conseguirlos.
Este es el caso de los alcohólicos, de los toxicómanos o de esas personas sin hogar que encontramos en las calles de las
grandes ciudades (los «sin techo», se les suele llamar). Al contrario que los ritualistas, los que siguen (o se ven empujados) a
esta opción llevan un estilo de vida marginal. Pero lo que resulta quizá más sorprendente es que muchos de ellos terminan
aceptando o conformándose con su situación. Pero queda una última opción, que es la rebelión. Al igual que los anteriores,
los rebeldes rechazan tanto las definiciones culturales de éxito como los mecanismos para obtenerlo. Pero dan un paso más:
defienden alternativas al orden y las normas sociales existentes. Los rebeldes no son conformistas. Al contrario, defienden la
transformación política (o incluso religiosa) de la sociedad. Estos son los que nutren los movimientos contraculturales.
¿Qué soluciones hayal problema de la delincuencia?
En toda Europa la gente está harta de la delincuencia. Nunca antes las
cerraduras y los sistemas especiales de seguridad habían sido tan
populares. Además, el miedo a ser víctima de un delito es cada vez
mayor: muchos adultos temen incluso caminar a solas por la noche en su
propio barrio. En muchos países el gasto público en la prevención de la
delincuencia ha aumentado extraordinariamente en las últimas décadas,
y sin embargo esto no ha impedido que la tasa de delincuencia haya
seguido aumentando. ¿Qué se puede hacer? El sociólogo Travis Hirschi,
autor de la famosa teoría del control, sugería recientemente que
deberíamos abandonar el sistema de justicia criminal tal y como lo
conocemos hoy y adoptar un nuevo sistema. Sus propuestas son muy
polémicas, pero están basadas en décadas de investigación sobre el
crimen y la delincuencia. Hirschi comienza señalando dos aspectos que
caracterizan a la población delincuente. En primer lugar, la edad. Por lo
general las personas que cometen un delito son personas jóvenes. Por
grupos de edad los delitos son más frecuentes en la adolescencia tardía y
al comienzo de la veintena. En segundo lugar, muchos delincuentes
parecen actuar con una perspectiva de corto plazo. Según Hirschi, muchos
delincuentes son individuos a los que resulta difícil plantearse unas metas
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a largo plazo, sean educativas, profesionales, o de otro tipo. De hecho, una de las características que definen al delincuente
es su escaso sentido de la disciplina y capacidad de autocontrol. Estos dos aspectos, por sí mismos, hacen muy difícil que el
sistema de justicia criminal, tal como está funcionando hoy, pueda ser eficiente. Para empezar, la probabilidad de que un
delito termine en condena es muy incierta (después de todo, la mayor parte de los delitos quedan impunes), Y si hay
condena, el periodo de tiempo que va desde la comisión del delito hasta la ejecución de la condena suele ser bastante largo
(por lo general, el proceso completo de arresto, juicio y encarcelamiento lleva más de un año), de modo que el efecto
disuasorio de las condenas es escaso. Por esta razón, de acuerdo con Hirschi, una mayor dureza en las penas (como proponen
algunos), tampoco ayudaría mucho. Por otro lado, para cuando se consigue enviar al delincuente a prisión, por lo general
éste ya ha sobrepasado la «edad crítica» de la delincuencia. Recluirles en una prisión una vez que han sobrepasado esa edad
sólo aumenta la probabilidad de que vuelvan a delinquir.
Dados todos estos factores, existen mecanismos alternativos más efectivos para proteger a la sociedad que el de encerrar y
tratar de rehabilitar adultos. Hirschi cree que se ha de intervenir en edades más tempranas, antes de que el individuo
cometa el delito. Una de sus propuestas consiste en ejercer mayor control sobre las actividades de los adolescentes (el
grupo de edad con mayor probabilidad de verse envuelto en actividades delictivas). Según Hirschi, se conseguiría reducir los
índices de delincuencia si se restringe con más rigor el acceso que tienen los jóvenes a las armas, las drogas, el alcohol, los
coches, e incluso a otros jóvenes. Una segunda iniciativa tendría como objetivo a los más jóvenes. La forma más efectiva de
controlar la delincuencia, de acuerdo con Hirschi, es enseñando a los niños a autocontrolarse. Pero Hirschi advierte que
enseñar a los niños que su comportamiento tiene consecuencias a largo plazo no es una tarea que corresponde a los
gobiernos, sino a los padres. Los gobiernos, eso sí, pueden ayudar a las familias que están atravesando problemas
importantes y fomentar la unidad familiar, a fin de evitar el modelo de familia monoparental. «La erradicación de los
embarazos no deseados entre las adolescentes» argumenta Hirschi «sería más útil para prevenir la delincuencia a largo
plazo que todos los programas existentes de prevención de la delincuencia». En conclusión, la solución a la delincuencia,
según Hirschi, pasa por un aumento de las ayudas destinadas al cuidado y educación de los niños. Las propuestas de Hirschi
son muy controvertidas. Si se reducen los recursos destinados a la policía y a las cárceles ¿no se está facilitando el trabajo a
los delincuentes? Si no encerramos a los delincuentes ¿qué les decimos a las víctimas? ¿No deberíamos empezar por intentar
atajar la delincuencia en sus raíces sociales, procurando ofrecer una mayor igualdad de oportunidades? Y por último, ¿hasta
qué punto se pueden vulnerar los derechos y libertades civiles de los jóvenes sólo para prevenir que algunos de ellos
cometan delitos?
Para seguir pensando sobre este tema
1. ¿Cree que limitar la libertad de los jóvenes contribuiría a reducir la delincuencia? ¿Cómo y a qué derechos de las personas
afectaría un plan que siguiera esta línea?
2. ¿Cree que un incremento de los hogares tradicionales reduciría la delincuencia a largo plazo? ¿Cree que es realista pedir a
la sociedad un determinado modelo de unidad familiar?
3. ¿Cree que los programas destinados a reducir la pobreza reducirían asimismo la tasa de delincuencia? Si la respuesta es
afirmativa ¿qué programas específicos podrían aplicarse?
BIBLIOGRAFÍA: Macionis, John-Plummer, Ken; “Sociología”, Prentice Hall, Madrid, 1999
ACTIVIDADES SUGERIDAS:
1.- Identifique las funciones de la desviación de Durkheim. ¿Es posible, de acuerdo con este autor clásico, una sociedad sin
desviación?
2.- ¿Cree que la distribución desigual de los recursos produce la delincuencia?: ¿Habría delincuencia en una sociedad en la
que no hubiera desigualdades de ningún tipo?
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UNIDAD Nº 4
1. LA ESTRATIFICACIÓN SOCIAL
1.1 ¿Qué es la estratificación social?.
1.2 Los sistemas de estratificación social y económica: la esclavitud, el sistema de castas y las clases sociales.
1.3 Las funciones de la estratificación social.
1.4 Estratificación y conflicto. Estratificación y pobreza
ACTIVIDADES SUGERIDAS:
1.- Diferencie los diferentes sistemas de estratificación social que han existido a lo largo de la historia de la humanidad:
esclavitud, sistema de castas, sociedad estamental, sociedad de clases.
2.- ¿Puede existir una sociedad en la cual no exista la estratificación social?. Fundamente
3.- ¿Cómo se manifiesta la estratificación social en la sociedad en la cual vivimos?
4.- Analice las ventajas y desventajas de los diferentes sistemas de estratificación social.
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