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El aborto y el concepto de persona Julieta Manterola Licenciada en Filosofía (UBA–CONICET) El 28 de septiembre fue el Día Internacional por la Despenalización del Aborto en América Latina y el Caribe. La pregunta que quiero plantear aquí es la siguiente: ¿se puede hablar de la despenalización del aborto sin hablar del problema de si el feto es o no una persona? El derecho al aborto es un derecho basado y fundamentado en el derecho a la autonomía, es decir, en el derecho que tenemos todas las personas a tomar nuestras propias decisiones y a llevar adelante nuestras vidas de acuerdo con nuestras propias convicciones y valores. Pero si bien este derecho es legítimo, parece que no puede ser adecuadamente defendido en relación al aborto si no se dice nada con respecto al feto, ya que difícilmente se podría permitir a las personas tomar decisiones acerca de la muerte del feto si el feto es realmente una persona (tal como sostienen los anti–abortistas). Analicemos, entonces, este problema. I Las personas anti–abortistas sostienen que el aborto no es permisible porque el feto es una persona. Ellos y ellas sostienen que, desde el momento mismo de la concepción, es decir, desde el momento mismo en el que se unen el óvulo y el espermatozoide, hay una persona. Bien. Ahora hagamos la siguiente pregunta: el feto es una persona ¿y qué? Si el feto es una persona, sin duda, es una persona que se encuentra en una situación muy particular: es una persona que depende del uso del cuerpo de otra persona (la mujer) para sobrevivir. Pero el punto aquí es que ninguna persona tiene derecho a usar y disponer del cuerpo de otra persona sin su permiso. Actualmente, la ley no obliga a las personas a donar sus órganos (un riñón, por ejemplo) para salvar a otras. ¿Por qué, entonces, las mujeres debemos prestar nuestros cuerpos para mantener con vida a otra persona? ¿Por qué la ley exige de las mujeres lo que no exige de ningún otro ciudadano? Tal como plantea la filósofa Judith Jarvis Thomson1, si usted se despertara un día en la cama de un hospital y advirtiera que la han conectado, por medio de aparatos y tubos, a un violinista muy famoso y el médico le dijera que deberá permanecer así durante los siguientes nueve meses con el objetivo de salvar la vida del violinista, nada la obligaría a usted a permanecer en cama ni siquiera un segundo. Usted tranquilamente podría levantarse y salir por la puerta. Pero volvamos a la afirmación anti–abortista de que el feto es una persona y preguntémonos qué puede querer decir el término “persona”. Este término puede ser entendido en dos sentidos: en un sentido débil puede querer decir que el feto es un ser humano (es decir, un miembro de la especie homo sapiens) y en un sentido fuerte puede querer decir que el feto es una persona propiamente dicha. Analicemos cada uno de estos sentidos. Si bien es verdad que el feto es un miembro de nuestra especie, el hecho de que lo sea no nos dice nada acerca de si está bien o está mal matarlo (por medio de un aborto). Las razones por las cuales matar a alguien es malo pueden ser, al menos, de dos clases. Algunos filósofos (los utilitaristas) afirman que matar es malo porque frustra los deseos y los planes futuros de la persona a la que se mata. Otros filósofos (los kantianos) afirman que matar es malo porque no respeta la autonomía de las personas: matar a una persona que elige vivir es no respetar su autonomía. Pero ninguna de estas razones por las cuales es malo matar puede aplicarse a los fetos. Los fetos no pueden tener deseos ni planes futuros ni son autónomos. La conclusión es que el hecho de que los fetos sean seres humanos (es decir, el hecho de que sean miembros de nuestra especie) realmente no nos dice nada con respecto a si está bien o está mal matarlos. El hecho de que un ser pertenezca a nuestra especie es moralmente irrelevante con respecto al hecho de que matar sea malo. Judith Jarvis Thomson, “Una defensa del aborto”, Controversias sobre el aborto, Margarita Valdés (compiladora), UNAM y FCE, México, 2001. 1 Tomemos ahora la palabra “persona” en su sentido propiamente dicho y pensemos si el feto puede o no ser considerado una persona. Una persona es un ser que tiene, al menos, dos características importantes: racionalidad y autoconciencia. ¿Puede un feto ser considerado un ser racional y autoconsciente? Es claro que no. La racionalidad y la autoconciencia definitivamente no son características que posean los fetos.2 Ahora bien, las personas anti–abortistas pueden modificar un poco su afirmación y decir que el feto es una persona “en potencia”: el famoso argumento de la potencialidad. Este argumento puede descartarse mediante una reducción al absurdo: los óvulos y los espermatozoides también son personas “en potencia”. Pero a nadie se le ocurriría andar salvando las vidas de cada espermatozoide y de cada óvulo existentes. Semejante tarea sería tremenda: las mujeres deberíamos estar continuamente embarazadas y los hombres tendrían prohibida la masturbación y las relaciones sexuales sin fines reproductivos. Más aún, como incluso en la reproducción sexual se pierden las vidas de millones de espermatozoides (esto es, las vidas de millones de personas “en potencia”), los anti–abortistas deberían estar a favor de los métodos de reproducción asistida con el fin de lograr la unión de cada espermatozoide existente con un óvulo. Además, de acuerdo con este argumento de la potencialidad, todo método anticonceptivo debería ser considerado como abortivo, ya que todos ellos impiden el desarrollo de una persona “en potencia”. Por otra parte, se plantea el problema de si una persona “en potencia” puede tener los mismos derechos que una persona completamente desarrollada (en particular, se plantea el problema de si puede tener algún derecho a la vida). Acerca de esto, se puede decir que si bien el Príncipe Guillermo es el Rey de Inglaterra “en potencia”, esto no le otorga ninguno de los derechos que tiene el Rey de Inglaterra. Para gozar de los derechos que tienen las personas es necesario ser una persona. II Cuáles son las consecuencias de estos dos últimos argumentos para los niños muy pequeños y para los discapacitados mentales graves podría ser el tema de otro trabajo. 2 Hagamos un breve repaso. Si la afirmación de que el feto es una persona es entendida como la afirmación de que el feto es un ser humano (un miembro de la especie homo sapiens), la afirmación es moralmente irrelevante, ya que el hecho de que un ser pertenezca a nuestra especie no nos dice nada acerca de si matar a ese ser está mal o está bien. Si es entendida como la afirmación de que el feto es una persona propiamente dicha, la afirmación es falsa, ya que un feto no es racional ni tiene autoconciencia. Y si es entendida como la afirmación de que el feto es una persona “en potencia”, la afirmación es irrelevante nuevamente, ya que las personas “en potencia” no gozan de los mismos derechos que las personas completamente desarrolladas y, por lo tanto, no tienen ningún derecho a la vida. Analicemos ahora un último argumento que los anti–abortistas suelen esgrimir en contra del derecho al aborto. Los anti–abortistas suelen hacer dos afirmaciones: 1) que el desarrollo que va del embrión al feto y del feto al niño recién nacido es un proceso continuo y 2) que no se puede señalar ninguna etapa de este desarrollo que sea moralmente relevante y que permita trazar una línea entre el embrión y el niño. De acuerdo con este argumento, existen dos alternativas: o se eleva la categoría del embrión a la del niño o se hace descender la categoría del niño a la del embrión. La segunda alternativa parece bastante implausible, ya que ella permitiría el infanticidio. Así, los anti–abortistas optan por la primera alternativa y le otorgan al embrión la misma protección que al niño. Lo primero que se puede decir acerca de este argumento es lo siguiente: una bellota no es un encino. Esto es, del hecho de que no se pueda distinguir un momento preciso en el cual la bellota deja de ser una bellota para pasar a ser un encino no se desprende que una bellota sea un encino. Del mismo modo, del hecho de que no se pueda distinguir un momento preciso en el cual el embrión deja de ser un embrión para pasar a ser una persona no se desprende que el embrión sea una persona. Si a nadie se le ocurre decir que una bellota es un encino tan sólo porque no se puede distinguir el momento en el que deja de ser una cosa para pasar a ser la otra: ¿por qué a alguien se le ocurriría decir que el feto es una persona? Ahora bien: ¿es realmente cierto que no se puede señalar ninguna etapa en el desarrollo que va del embrión al feto y del feto al niño que permita trazar una línea? La respuesta a esta pregunta la tiene la embriología. De acuerdo con la embriología, hasta las 20 semanas de gestación, el feto no tiene ninguna capacidad sensible, esto es, no puede sentir dolor ni experimentar placer, debido a que su sistema nervioso no se encuentra lo suficientemente desarrollado (todavía no hay conexiones sinápticas entre el neocórtex del feto y su tálamo). Este desarrollo es paulatino y se encuentra completo recién a las 30 semanas de gestación (momento a partir del cual se pueden distinguir, en el feto, períodos de sueño y de vigilia). Por lo tanto, creo que una línea aceptable entre el feto y el niño puede trazarse a las 20 semanas de gestación, es decir, cuando el feto adquiere o comienza a adquirir la capacidad de sentir placer o dolor. En conclusión: los argumentos que he presentado muestran que el aborto es permisible porque el feto no es una persona. Además, muestran que las afirmaciones de los anti–abortistas se parecen más a creencias pseudo–religiosas o dogmáticas que a verdaderos argumentos filosóficos. Personalmente, no tengo nada en contra de que algunas personas crean que el feto es una persona con derecho a la vida y que, por lo tanto, consideren que el aborto es inmoral. Ni tengo nada en contra de que crean esto por razones religiosas o dogmáticas. Pero sí tengo mucho en contra de que las creencias dogmáticas de ciertas personas sean impuestas a todo el conjunto social a través de la letra de la ley. ¿Por qué una persona cualquiera de esta sociedad debe vivir su vida y tomar decisiones vitales de acuerdo con las creencias que sostienen otras personas de la sociedad? ¿Puede ser realmente democrático un Estado que obliga a sus ciudadanos y ciudadanas a guiar sus vidas de acuerdo con las convicciones de cierta parte de la sociedad? ¿Acaso uno de los principios más importantes de las sociedades democráticas no es el principio de la dignidad de las personas? ¿Y qué significa la dignidad sino el derecho de todas las personas a guiar sus vidas de acuerdo con sus propias convicciones y valores? Ningún Estado podrá ser considerado democrático hasta tanto no le garantice a todos y a todas sus ciudadanos y ciudadanas por igual su derecho a planificar y a llevar adelante sus vidas de acuerdo con sus propios valores y a expresar estos valores en cada una de sus decisiones. Esto implica el derecho al aborto. Bibliografía - Dworkin, Ronald, El dominio de la vida, Editorial Ariel, Barcelona, 1998. - Luna, Florencia y Salles, Arleen L. F. (compiladoras), Decisiones de vida y de muerte: eutanasia, aborto y otros temas de ética médica, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1995. - Singer, Peter, Etica práctica: segunda edición, Cambridge University Press, Gran Bretaña, 1995. - Valdés, Margarita (compiladora), Controversias sobre el aborto, Universidad Autónoma de México y Fondo de Cultura Económica, México, 2001. - Warren, Mary Anne, "El aborto", Compendio de ética, Peter Singer (editor), Editorial Alianza, Madrid, 1995.