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ADRIANO IV (c. 1100-1159) Wenceslao Calvo (23-03-2010) © No se permite la reproducción o copia de este material sin la autorización expresa del autor. Es propiedad de Iglesia Evangélica Pueblo Nuevo ADRIANO IV (c. 1100-1159) Adriano IV (Nicholas Breakspear, el único inglés en la lista de los papas) desempeñó ese cargo entre los años 1154 y 1159. Adriano IV Nació en Inglaterra a comienzos del siglo XII y cuando era muchacho fue a Francia y estudió en París y Arlés, soportando privaciones e ingresando finalmente en el monasterio de San Rufo cerca de Aviñón. Allí llegó a ser prior y luego abad (1137), pero al intentar acometer reformas se encontró con la oposición de los monjes. Eugenio III le hizo cardenal-obispo de Albano y le escogió (1152) para la difícil misión de regular las relaciones de Noruega y Suecia al arzobispado de Lund. A su regreso a Roma fue recibido con grandes honores por Anastasio IV, a quien sucedió el 4 de diciembre de 1154. Arnaldo de Brescia y Federico Barbarroja. Sus primeros problemas llegaron con Arnaldo de Brescia, quien además de su posición ética hacia la jerarquía quería restablecer la antigua soberanía de Roma y su independencia de la sede papal. Adriano procuró el destierro de Arnaldo, lográndolo finalmente en 1155 al pronunciar un entredicho contra la ciudad. Hizo de la captura de Arnaldo y de su entrega a las autoridades eclesiásticas una condición para coronar a Federico Barbarroja, quien sacrificó a un hombre que le podía haber ayudado en sus conflictos con este mismo papa. El primer encuentro entre Federico y Adriano tuvo lugar el 9 de junio de 1155, estando marcado por la fricción, aunque Federico se las arregló, a cambio de sustanciales concesiones, para asegurar su coronación nueve días más tarde. Sin embargo, los romanos, cuyo sometimiento a la sede papal había sido impuesta por el nuevo emperador, rehusaron reconocerlo y cuando Federico salió de Roma, el papa y los cardenales le acompañaron prácticamente como fugitivos. Federico había prometido también someter a Guillermo I de Sicilia, estando inclinado a realizar su promesa, pero la presión de los príncipes alemanes le obligó a cruzar los Alpes hacia el norte. Coronación de Federico Barbarroja por Adriano IV, miniatura del siglo XV Guillermo I de Sicilia. Adriano entonces intentó proseguir su conflicto con Guillermo y mediante la ayuda de vasallos descontentos le obligó a entablar negociaciones. Pero cuando los términos no fueron aceptados el rey agrupó sus fuerzas, produciéndose un vuelco en la situación y viéndose obligado Adriano a otorgar a su enemigo la investidura de Sicilia, Apulia y Capua, además de renunciar a importantes prerrogativas eclesiásticas en Sicilia (Tratado de Benevento de junio de 1156). Como consecuencia no pudo volver a Roma a finales de ese año, resintiéndose el emperador por esta aparente deserción de su alianza y de la injuria hecha a su soberanía por la investidura papal. La ruptura abierta se produjo cuando en la dieta de Besançon de octubre de 1157, los legados papales (uno de ellos el futuro Alejandro III) le entregaron una carta del papa que hablaba de conferir la corona imperial meditante el ambiguo término beneficium. El canciller Reginaldo, arzobispo de Colonia, le dio el sentido en su traducción alemana de que se trataba de un feudo de la sede papal, tras lo cual los legados dejaron la asamblea y se retiraron rápidamente a Roma. Rechazado por Federico Barbarroja. Cartas imperiales despertaron la misma indignación entre el pueblo y cuando Adriano solicitó a los prelados de Alemania que obtuvieran una satisfacción de Federico por su trato a los legados, se encontró por su parte con la decidida desaprobación de la frase ofensiva. La posición de Adriano se hizo más difícil por la aparición de una expedición griega en Italia y por una revuelta en Roma, lo que le obligó a conceder un breve en el que explicaba la palabra problemática en el inocente sentido de 'beneficio'. Federico interpretó esto como una señal de debilidad y cuando cruzó los Alpes para someter a las ciudades lombardas (1158) exigió un juramento de fidelidad, además de ayuda sustancial de los obispos italianos. Alcanzada la cumbre de su poder en septiembre con la conquista de Milán, logró dos meses más tarde que los juristas destacados de Bolonia reconocieran solemnemente los derechos imperiales. Esta declaración suponía la fuente de todo poder y dignidad secular, al ser una negación de las pretensiones políticas del papado y de las aspiraciones de las ciudades lombardas. La brecha con Adriano se agrandó más aún por su duda para confirmar la candidatura imperial al arzobispado de Rávena, desatándose rápidamente una aguda crisis. Hubo un intercambio de comunicados que fueron interpretados mutuamente de forma ofensiva, enfureciéndose Federico cuando los legados papales, además de acusarle de romper el tratado de Constanza, le exigieron que no recibiera juramento de fidelidad de los obispos italianos. Además debería devolver las tierras de la condesa Matilde: Espoleto, Cerdeña, Córcega, Ferrara, etc. a la sede romana o pagar tributo por ellas, reconociendo también el derecho del sucesor de Pedro al dominio completo e ilimitado en Roma. Pero a estas pretensiones se opuso rotundamente, declarando que el papa también estaba obligado a jurarle fidelidad y que todas las posesiones eran dominios imperiales que emanaban de la investidura de Silvestre I por Constantino. Inminente conflicto resuelto por la muerte de Adriano. Ambos oponentes buscaron aliados para la inminente batalla que se avecinaba. Adriano, quien era enemigo jurado de la república romana y sus libertades, se unió a las comunidades lombardas que estaban luchando por la suyas propias. El emperador, que estaba haciendo todo lo posible para eliminar la libertad comunal en el norte de Italia, ayudó a los romanos a sostener los principios de Arnaldo de Brescia. Adriano estaba tomando consejo de los cardenales para pronunciar una sentencia de excomunión contra Federico, cuando la muerte le sorprendió en Anagni el 1 de septiembre de 1159. Adriano fue un gobernante que captó claramente la idea de un papado con dominio universal, luchando apasionadamente por conseguirlo, aunque Juan de Salisbury, que era embajador del rey de Inglaterra y le conocía profundamente, afirmó que había momentos en los que la terrible carga de su oficio le pesaba de una manera insoportable.