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TOMO 2 - Capítulo 4: Antiguo Egipto
Auge y decadencia del ...
La caída de la civilización
Mesopotamia y el reino...
El reinado de Hammurabi
La invasión Casita
Los Elamitas
AUGE Y DECADENCIA DEL IMPERIO
El período que siguió a la muerte de Akhenatón, el “faraón hereje”, debilitó el
Imperio egipcio. Si bien el breve reinado de Tutankhamón logró la restauración
político-religiosa del país, sus sucesores debieron enfrentarse a las luchas por
el poder entre funcionarios, sacerdotes y militares, a los conflictos y pérdidas
territoriales en Asia y a una administración anquilosada.
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En medio de un clima de gran desorden emergió la
figura del general Horemheb, que se había proclamado rey de Egipto en 1308 a. C. Tras hacerse con
la Corona puso en marcha un programa para recuperar las fronteras con Nubia y Oriente Próximo y
acabar con la corrupción dominante en la administración del territorio y la justicia. Para ello adoptó
una batería de reformas para enderezar el rumbo
del país, con nuevas disposiciones legales para recortar el poder de los militares y altos funcionarios
y llegar a una mejor elección de los sacerdotes entre
la elite militar.
Sin embargo, la falta de descendencia obligó a
Horemheb a designar como sucesor a Premesés,
oficial de arqueros que, al igual que
él mismo, procedía del estamento burgués.
Faraón Ramses II
Horus y el faraón Horemheb.
Tras su muerte, este oficial subió al trono con el nombre de Ramsés I, siendo
con este soberano con el que verdaderamente se dio comienzo a la XIX
dinastía pero, quizás limitado por
su avanzada edad, apenas pudo
acometer las urgentes tareas de
gobierno. Murió al año y medio
de mandato, y lo relevó su hijo,
Seti I, que rápidamente llevó
a cabo su propio programa
político y continuó la obra
de reorganización interna del
país. Como buen hombre de
armas, su objetivo principal
fue la reconquista de las posesiones asiáticas, perdidas durante los convulsionados años
postamarnienses.
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El período de reconquista
En tales circunstancias, ya en su primer año de reinado, el joven faraón inició los preparativos para llevar a cabo sus planes militares. De esta manera, fortificó la vía militar de la
península del Sinaí e hizo excavar pozos a lo largo del camino para asegurar el aprovisionamiento de agua. La línea de fortificaciones que protegían estos enclaves se reveló esencial
a la hora de sofocar las rebeliones de las tribus beduinas y controlar sin contratiempos la
totalidad del territorio. También, y por la mención que de ella se hace en el Templo de
Amón en Karnak, inició una campaña militar contra los pueblos libios que prácticamente
todos sus sucesores ramésidas habrían de continuar.
Pintura en la tumba de Seti I.
Escena de la campaña militar de Seti I utilizada en Siria y palestina.
Una vez resuelto el problema de Palestina, Seti I fijó sus objetivos en Siria. Así, antes
de hacer avanzar al ejército por el interior del país, se aseguró el control de los puertos
con expediciones a lo largo de la costa. Con esta estrategia, a juzgar por una estela que
se halló en el lugar, los egipcios conquistaron el país de Amurru y la ciudad de Kadesh
y vencieron a los hititas, que presionaban sobre Siria por el norte. Este proyecto fue
completado en sólo cuatro victoriosas campañas, que se cerraron en un acuerdo con
Muwatallis II, rey de los hititas.
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Ramses en Luxor: Cabeza de Ramsés
II frente a los pilares de Osiride de la
segunda corte, Egipto.
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En lo que a política interior se refiere, Seti I reforzó extraordinariamente el papel del
ejército, sustento base para todo el periodo ramésida, y previendo la amenaza que le
podrían representar los sacerdotes de Amón en Tebas, estableció una política de dispersión de los hijos de éstos a otros lugares de Egipto, a la vez que potenciaba otros
cultos. Además, tuvo que sofocar los disturbios fronterizos en el oeste y reprimir
las repetidas rebeliones de los levantiscos nubios.
Con todo, este soberano fue un gran constructor. Continuó
la política de restauración de los templos dañados durante el
periodo amarniense, así como amplió el Templo de Amón en
Tebas e inició la construcción de un gran templo dedicado
a Osiris. Los relieves de sus campañas asiáticas, esculpidos en la gran sala hipóstila del templo de Karnak,
en su templo funerario y en el Osaireion, ambos en
Abido, con el que pretendió buscar la legitimación
de la que carecía inscribiéndose como sucesor directo de los grandes reyes que le precedieron en la
llamada “Lista Real de Abido” no sin antes
eliminar todo rastro de los “herejes” reyes
de Amarna, así como el asombroso programa decorativo de su tumba del Valle
de los Reyes, alcanzan cotas artísticas no
superadas. A él también se le debe la reconstrucción y ampliación de la antigua
capital hicsa, Avaris, en el Delta Oriental,
lugar en el que construiría un palacio que
le aseguraría una más rápida intervención
en el área asiática en lugar de hacerlo desde Menfis o Tebas.
A su muerte, legó a su hijo y sucesor Ramsés II, de apenas 20 años,
un imperio extenso y unificado.
Éste, el faraón más famoso de la
historia egipcia y símbolo mismo
de esta civilización, llevó al país
al culmen de su poder e imprimió
un signo imborrable en el Oriente
Próximo, en una época caracterizada por el continuo enfrentamiento entre grandes imperios.
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Los años de esplendor
En sus primeros años de gobierno la actividad de Ramsés II se centró en proseguir la
actividad constructora de su padre, aunque se vio obligado a luchar sin descanso para
salvaguardar la herencia de su antecesor. Fue así como, en política interior, nombró un
nuevo sumo sacerdote del dios Amón y redujo el poder de los influyentes clanes tebanos.
El traslado de la capital del Imperio al norte del país, en detrimento de Tebas, tuvo sus consecuencias, ya que, por un lado, menguó la influencia política y espiritual de esta ciudad y,
por otro, la ubicación del nuevo centro de poder era mucho más favorable para emprender
campañas militares sobre Palestina y Siria.
Ramsés II se centró en proseguir la actividad constructora de su padre, aunque se vio obligado a luchar sin descanso para salvaguardar la herencia de
su antecesor.
Una vez aseguradas las fronteras en el norte y el oeste del Bajo Egipto, las circunstancias
que se sucedían en Asia pronto hicieron que sus prioridades fueran otras, por lo que el faraón se dispuso a guerrear con una de las potencias de la región, el Imperio hitita. De esta
manera, fortaleció su posición en la zona de ocupación egipcia, y avanzó con su ejército
hacia el norte. Su objetivo era reconquistar Kadesh e impedir una contraofensiva hitita.
La expedición militar egipcia que desembocó en la mítica batalla de Kadesh no logró el
objetivo de conjurar la amenaza hitita. Las condiciones de los contendientes al final del
enfrentamiento indujeron a terminar las operaciones en Siria, forzando un armisticio que
se saldó con concesiones entre ambos lados.
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Ramsés II murió en
1213 a. C. probablemente en la ciudad de
Per-Ramsés, y su cuerpo
conducido a la monumental tumba que se
había hecho construir
en la necrópolis tebana
del Valle de los Reyes.
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Las respectivas esferas de influencia se mantuvieron aproximadamente como estaban y,
quince años después de Kadesh, Ramsés II y su par hitita rubricaron un tratado de paz, el
más antiguo que se nos ha transmitido por escrito, en el que los dos monarcas renunciaban a posteriores designios de conquista y se prometían ayuda mutua en caso de ataques
enemigos del exterior. En todo caso, las fronteras no quedaron bien definidas, por lo que
resulta difícil determinar hasta dónde llegó el dominio egipcio sobre Siria. El mencionado
tratado significó el fin de las pretensiones de Ramsés II de extender aún más su imperio.
Terminada la guerra contra los hititas, se propuso integrar política y culturalmente
las posesiones asiáticas a Egipto, por lo que en su capital, Per-Ramsés, situada en la
frontera de Asia y África, en el mismo emplazamiento que Avaris, la antigua capital
de los hicsos, convivían egipcios y semitas. Asimismo, fomentó la asimilación de los
dioses asiáticos con los egipcios: por ejemplo, Seth, un dios de la guerra originario del
Alto Egipto, había sido relacionado desde los tiempos hicsos con Baal, el dios cananeo de las tormentas. Sabiendo que esta relación persistía, elevó a Seth a la categoría
de dios e incluso formó parte de los nombres de dos faraones de la época ramésida
(Seti I y II), concordando además con el carácter militarista de esta dinastía, ya que
Seth era un dios guerrero.
Por lo demás, activísimo constructor, cubrió
el valle del Nilo de monumentos erigidos
en su honor, entre los que se destacan los
templos de Abu Simbel, Karnak, Luxor
y en la capital Per-Ramsés. Su interés
por Nubia, así como el de sus predecesores Horemheb y Seti I, se manifestó con la construcción de templos
dedicados a Amón en Napata, centro nubio del culto a dicho dios.
Tras 66 años de reinado, Ramsés II
murió en 1213 a. C. probablemente en la ciudad de Per-Ramsés, y su
cuerpo conducido a la monumental
tumba que se había hecho construir
en la necrópolis tebana del Valle de los
Reyes. Con su muerte desaparecía una
de las más importantes, aunque también
más controvertida, figura de la historia
egipcia. Pero si bien por un lado dio muestras de gran estadista, no es menos cierto
que su política, acrecentada por lo prolongado de su reinado, contribuyó de manera
decisiva a la debilitación del país. Sea como
fuere, su memoria perduró en la de sus sucesores
durante varias generaciones.
Momia de Ramses II.
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Una batalla legendaria
A Merenptah le tocó
hacer frente a un momento especialmente
difícil con los reinos
vecinos, por lo que
acabaría por afectar
gravemente al suyo
propio. De hecho, es
durante su reinado
cuando queda marcado el inicio del declive
egipcio.
En los primeros años de su reinado, Ramsés II avanzó con su poderoso ejército por territorio sirio
al encuentro de los hititas, que se
habían hecho fuertes en la ciudad
de Kadesh. En el valle del Orontes,
muy cerca de la ciudad, tuvo lugar
el choque decisivo. Los hititas, que
contaban con el apoyo de numerosas fuerzas aliadas, atacaron por
sorpresa a los egipcios dejando
al monarca aislado del grueso de
las tropas y poniendo en peligro
la victoria. Sin embargo, la infatigable defensa organizada por el
propio Ramsés II, la llegada de las
tropas auxiliares disgregadas por
los alrededores y la aproximación
del resto del ejército, que aún venía en camino, permitieron repeler
el ataque hitita.
Tras largas horas de lucha, en la
que ambos bandos emplearon miles de carros de combate, la sangrienta batalla acabó en tablas.
Tanto el faraón como el rey hitita
Muwatallis II se atribuyeron el mérito de una victoria que sólo existió
en la imaginación de sus respectivos cronistas.
Los comienzos de la inestabilidad
Ramsés II fue sucedido por su decimotercer hijo, Merenptah, que reinó alrededor de diez
años. En aquél momento contaba con no menos de 60 años, una avanzada edad para
hacer frente a la compleja situación política por la que atravesaba el Oriente Próximo, por
lo que hubo de hacer frente enseguida a una aguda amenaza de invasión de Egipto por el
oeste, donde los belicosos libu (libios) y sus aliados meskhenet, luka, sharden, akiwasha,
tursha y sheklesh, llegaron a penetrar en el país. Sin embargo, esta coalición fue derrotada
en la batalla de Pi-ire, durante el quinto año de reinado de este soberano que, parece ser,
le quedó tiempo para lanzar varias campañas contra las tribus rebeldes de Palestina.
A Merenptah le tocó hacer frente a un momento especialmente difícil con los reinos vecinos, por lo que acabaría por afectar gravemente al suyo propio. De hecho, es durante su
reinado cuando queda marcado el inicio del declive egipcio. La desestabilización producida
ya en el reinado de su padre, y acumulada durante el suyo, derivó tras su muerte en un
periodo de desórdenes dinásticos que acabaron por afectar a la propia estabilidad del país.
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Aquí la historia de la XIX dinastía se hace oscura y sin precisión, ya que hubo reinados
cortos, conflictos dinásticos, gobiernos débiles e influyentes cancilleres cuyo poder
llegó a ensombrecer al del propio faraón. Este período se prolongó hasta 1184 a.
C., fecha en que Sethnakht, un oficial del ejército, accedió al trono. Un año y medio
después Ramsés III se hacía con el cetro imperial.
Crisis y colapso
Aunque restableció el poder de los templos, y reorganizó la administración en clases, el
objetivo de Ramsés III era devolver a Egipto el antiguo esplendor de aquellas dinastías
que le precedieron, y a través de esa estabilidad, retomar el poderío externo ya bastante
mermado por la debilidad de los gobiernos anteriores.
Sin embargo, bajo su reinado, Egipto tuvo que soportar la constante amenaza de los Pueblos de Mar, un
conglomerado procedente de las islas del Egeo y de
Asia Menor, que cayeron sobre Siria y Palestina y se
asentaron en las costas de Amurru.
Faraón Merenptah.
Si bien Egipto fue uno de los pocos estados
que resistió a las invasiones de estos pueblos, en occidente, y pese a la estrepitosa
derrota sufrida en Pi-ire, los libios volvieron a penetrar en el Delta. Al igual que
hiciera Merenptah, Ramsés III rechazó la
amenaza libia, pero no pudo evitar que
los tjeker y peleset se hicieran definitivamente con las posesiones asiáticas
de Egipto.
La situación interna del país tampoco era muy alentadora. La difícil
situación económica y política en
la que se hallaba Egipto estalló
cuando el soberano intentó en
vano hacer frente al debilitamiento de su autoridad frente a un clero
que se había hecho demasiado
poderoso y que disponía, en
nombre de dios, de los mismos bienes. Bajo el control
del clero, los templos de
Heliópolis, Menfis y, sobre
todo, Tebas se convirtieron
en un contrapoder que desafió la autoridad real.
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La descomposición de
Egipto se aceleró con
la independencia total
de Tebas y la pérdida
definitiva de Nubia.
Para cuando Ramsés
XI subió al trono la
división del país era ya
un hecho. Durante su
reinado, y por lo que
parece una desesperada
situación por controlar
el Alto Egipto, estalló la
Guerra de los Impuros.
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Ramsés III rechazó la amenaza libia, pero no pudo evitar
que los tjeker y peleset se hicieran definitivamente con las
posesiones asiáticas de Egipto.
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Los síntomas de desorden se hacen evidentes en los últimos años.
Malas cosechas, dificultades para
el comercio internacional y pérdida de los tributos de las posesiones asiáticas acentúan la crisis
económica. Este fue uno de los
períodos más fecundos en saqueos de tumbas reales, y todo
hace sospechar un ambiente de
pobreza general. La delicada situación se agravó aún más con
la revuelta de los trabajadores
estatales, que reclamaban pagos
atrasados, y con una extravagante rebelión del harén, comandada
por una esposa secundaria del
faraón que intentó hacerse con
el trono. La rebelión, apoyada
por altos dignatarios, finalmente
fue sofocada pero, según parece,
en su transcurso Ramsés III cayó
asesinado.
Durante los próximos años el trono fue ocupado por sucesores ramésidas débiles,
incapaces de salvar el país. La dependencia política y financiera de los faraones respecto del clero sacerdotal alcanzó su punto culminante. Los administradores de los
templos pasaron a controlar también los impuestos reales y confirieron a este puesto
carácter hereditario, llegando algunos a alcanzar un poder extraordinario. Asimismo,
cobran importancia los mercenarios libios que, a pesar de haber sido derrotados a
principios del reinado de Ramsés III, entraron en Egipto de todas formas, acabaron
asentándose al sur de El Faiyúm.
La descomposición de Egipto se aceleró con la independencia total de Tebas y la pérdida
definitiva de Nubia. Para cuando Ramsés XI subió al trono la división del país era ya un
hecho. Durante su reinado, y por lo que parece una desesperada situación por controlar el
Alto Egipto, estalló la Guerra de los Impuros. Aquel que fuera Virrey de Kush, Panehesy,
se instala con sus tropas en Tebas, y depone a su Gran Sacerdote de Amón, Amenhotep.
Pero bien por la dificultad social producto de la hambruna que padecía la zona, bien por los
desmanes de sus actos y tropas, Amenhotep acabó pidiendo ayuda al rey, quien respondió
con el envió de tropas y el encargo al general Piankhi de detener la situación.
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Desaparecido el último
integrante de la saga
ramésida, su sucesor
acabó siendo quien
probablemente fuera su
yerno, el visir del Bajo
Egipto, Esmendes, establecido en la ciudad
de Tanis, hizo de esta la
capital del país.
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Tras lo que parecen graves enfrentamientos en la ciudad de Cinópolis (Hardai), que quedó
arrasada, el monarca consiguió derrotar al sublevado, que posteriormente se retiró al sur,
desde dónde siguió intrigando contra el rey egipcio.
Panehesy. Derecha: Obelisco del templo de Amon y el faraón.
Si bien Ramsés XI mantuvo su autoridad en la región, aunque más representativa que
real, no quiso o no pudo evitar seguir presenciando la secesión del Alto Egipto, ahora
bajo una dictadura encubierta de carácter teocrático que imponía el nuevo Gran Sacerdote de Amón, Herihor, quien pasaba a ser el hombre fuerte de Tebas e incluso se
arrogara enseñas propias de la autoridad real. Desaparecido el último integrante de la
saga ramésida, su sucesor acabó siendo quien probablemente fuera su yerno, el visir
del Bajo Egipto, Esmendes, establecido en la ciudad de Tanis, hizo de esta la capital del
país. Lamentablemente este período no duró mucho tiempo, pues en el Alto Egipto, los
Grandes Sacerdotes de Amón que se hallaban en Tebas acabaron siendo los verdaderos
monarcas de la zona. Una vez más Egipto se dividía en dos estados independientes, y el
Imperio Nuevo llegaba a su fin, marcando el comienzo de lo que se ha dado en llamar,
incorrectamente, “Tercer Periodo Intermedio”.
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