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El ojo del toro
Divagaciones lingüístico-mitológico-astronómico-literario-musicales alrededor de un término descriptivo
en inglés (bull’s eye), con frecuencia traducido erróneamente como ‛ojo de toro’
Aníbal J. Morillo
Aldebarán es uno de los más antiguos nombres de origen árabe usado en occidente para llamar a una estrella, utilizado
aproximadamente desde el siglo x. Al-dabarān, que posiblemente significa ‘el perseguidor’ —no confundir con el cuento
del mismo nombre, escrito por Julio Cortázar, en el que su personaje principal, Johnny Carter, persigue el sentido de su
existencia a través de su música, en una clara alusión al insigne saxofonista Charlie Parker—, hace referencia a su aparente
seguimiento del grupo estelar conocido como las Híades.
Hay cierta confusión alrededor de los mitos que explican algunos de los personajes que llegaron a ocupar un digno
lugar en la esfera celeste. Así, las Híades, hijas de Atlas y Etra, son medio hermanas de las Pléyades, también hijas de
Atlas, pero esta vez con Pléyone, y se encuentran todas en la misma región del cielo nocturno, junto con Aldebarán, que
corresponde a la estrella principal de la constelación del toro, y equivale, para algunos, al ojo enrojecido de este furioso
animal, el ojo del toro. Este animal logró su lugar en el cielo gracias a que el dios Zeus, en una de sus muchas salidas
amorosas, se disfrazó como un toro blanco y manso, con el único fin de acercarse y raptar, con intenciones no muy mansas,
a la bella princesa Europa. Otra leyenda cretense hace referencia al monstruo mitad toro y mitad hombre, supuestamente
hijo de Minos, el minotauro, a quien Teseo dio muerte.
En dimensiones astronómicas, el que algunas estrellas estén juntas no significa que sean vecinas. La estrella Aldebarán está a unos 65 años luz de las Híades, aunque desde nuestro punto de vista parezca posible que una persiga a las
otras.
A propósito, el año luz es una medida de distancia, no de tiempo. Se refiere a la distancia que es capaz de recorrer la
luz, a sus casi 300 000 km por segundo, en un año. Por ello, referirse a un retraso tecnológico en años luz no tiene mucho
sentido, pues significaría algo distante —más de unos cientos de miles de millones de kilómetros—, no algo para lo que
hace falta esperar un tiempo.
Pero volvamos a la región donde se encuentra la constelación Tauro, que es de gran importancia para los astrónomos y
de gran belleza para los aficionados. Por su transcurrir aparente a lo largo de la línea conocida como la eclíptica, es común
que puedan verse los planetas en este vecindario celeste, el mismo por donde también se mueven las demás constelaciones
del bestiario imaginario conocido como zodíaco. En esa región del cielo se encuentra una de mis constelaciones favoritas,
la de Orión, el cazador. Por su condición mitológica, también parece carecer de sentido cualquier atribución o supuesta
capacidad de influir sobre nosotros que se haga a los gigantescos acúmulos de gases que corresponden a las estrellas que
solo desde nuestro punto de vista adquieren formas diversas.
La historia de las mujeres que escapan de la persecución es común a diferentes culturas. Así, para la tribu indígena
norteamericana Kiowa, las Pléyades —constelación que los japoneses llaman Subaru, lo que explica el logotipo estrellado
de esos automóviles— escapaban de un oso, y fue la Tierra la que ayudó a elevarlas al cielo. Los vestigios de esta leyenda
corresponden a una montaña conocida por esos indígenas como Mateo Tepe, que hoy parece corresponder a la Torre del
Diablo en el estado de Wyoming. Algunos especulan que los aztecas alinearon su pirámide del sol con las Pléyades. Como
podría esperarse, los egipcios también observaron con interés este acúmulo de estrellas.
Diana, la diosa cazadora de la mitología romana, fue quien ayudó a estas mujeres a escapar de su cazador, Orión,
convirtiéndolas en palomas. Al centro de la diana o blanco usado para practicar la puntería se le conoce en inglés como
bull’s eye, mientras que en francés hace referencia a un buey, oeil de boeuf. Se ha relacionado el uso de esta expresión
con la arquería, con la supuesta práctica de usar cráneos de vacunos para tratar de dar en el ojo de los mismos, como
señal de buena puntería. En inglés se usa también para denominar otros objetos cuya forma semiesférica podría recordar a la del ojo de ese animal. En inglés parece encontrarse desde el siglo xix en referencia a piezas de vidrio usadas
en lentes y lámparas, así como a algunas claraboyas y ventanas circulares de los barcos, que también conocemos en
español como ojos de buey.
La expresión bulls’ eye, o bullseye escrita como una sola palabra, se usa en inglés para significar que se ha dado en el
blanco, no solamente de forma literal, como en los polígonos de tiro, sino como sinónimo de atinar o como analogía de
un objetivo que se logra tal y como se había planeado, cuando se ha resuelto un problema, o con el significado de algo
exitoso. Sin embargo, como es obvio, en español nunca se dice ojo de toro como alternativa a diana, blanco u objetivo, o
como sustituto para la expresión dar en el blanco o sus variantes.
* Médico radiólogo institucional, Hospital Universitario de la Fundación Santa Fe de Bogotá (Colombia). Dirección para correspondencia:
[email protected].
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Panace@ .
Vol. XVII, n.o 43. Primer semestre, 2016
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En el argot de las imágenes diagnósticas, a veces nos encontramos con lesiones cuya apariencia es la de estructuras
concéntricas de diferente tono en una escala de grises que recuerdan, precisamente, a un tiro al blanco o una diana. En inglés y en español, se refieren a lo mismo, solo que no se dicen igual, ni se deben traducir literalmente. Del español blanco,
diana o tiro al blanco podemos decir target o bullseye en inglés; del inglés bullseye no se puede llegar, sino como muestra
de ignorancia idiomática, al ojo del toro.
Lecturas recomendadas
Flanders, T. (2004): «The Bull of Heaven», Nightsky, 1: 20-22.
Hewitt-White, K. (2006): Patterns in the Sky. An introduction to stargazing. Cambridge: New Track Media LLC. Sky Publishing.
Hewitt-White, K. (2004): «The Pleiades: a star cluster for everyone», Nightsky, 1: 30-34.
Kunitzsch, P. y T. Smart (2006): A Dictionary of Modern Star Names. Cambridge: New Track Media LLC. Sky Publishing.
McDonald, M. (1986): Tales of the Constellations. The myths and legends of the night sky. Nueva York: Michael Friedman Publishing Group.
Panace@ .
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