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Revista Hoja Filosófica
Diciembre, Vol.1. No. 35, 2014
ISSN: 2215-4051
ENSAYO
Dejando de lado el academicismo filosófico:
literatura y filosofía
Autor: Adrián Mata*
Ilustración por Rocío Zamora
* Adrián Mata es actualmente estudiante de la Escuela de Filosofía de la Universidad Nacional.
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Revista Hoja Filosófica
Diciembre, Vol.1. No. 35, 2014
Quizás suene pretensioso el título de este pequeño escrito, pero es precisamente eso lo que
pretendo exponer aquí. Resulta necesario preguntarse en primer lugar ¿qué es el academicismo
filosófico? ¿Por qué estamos tan apegados a él?
¿De qué manera podemos romper el paradigma?
Entiendo por academicismo filosófico el
método de exponer las ideas o propuestas filosóficas mediante ensayos. Si damos un pequeño
vistazo hacia atrás, no es difícil percatarse que,
desde los escritos aristotélicos, la mayor parte del
material filosófico ha sido presentado a manera
de ensayos. Obviando algunas excepciones, observamos que muchos filósofos importantes para
el desarrollo académico, utilizan este género para
postular sus sistemas de pensamiento.
En nuestro entorno contemporáneo algunos pensadores han intentado explorar la filosofía
desde otras perspectivas; pero no deja de ser el
ensayo el método predilecto del saber filosófico.
Desde que las demás disciplinas empiezan a separarse de la filosofía, empieza también una búsqueda de identidad y autonomía. Su exposición
empieza entonces a concebirse desde una perspectiva en donde la lógica del discurso y de los
conceptos se vuelve imprescindible.
Quizás el ensayo sea el género literario
propio de la expresión filosófica. Por lo general,
cuando hablamos de ‘literatura’, en casi cualquier contexto cotidiano, lo que viene a la mente
de inmediato es la idea de ‘ficción’. Si pensamos
que la filosofía se encuentra en relación con la
literatura, surge entonces una contradicción más
que evidente: si la filosofía pretende alcanzar un
conocimiento verdadero ¿cómo podemos conseguir ese conocimiento a través de un mundo imaginario?
Las narraciones literarias, en este caso,
los cuentos o las novelas, nos remiten a mundos
donde suceden hechos hipotéticos. Aunque las
referencias que utilice un autor para enmarcar su
obra estén basadas en sitios reales, su visión de
estos sitios está determinada por su percepción
del mundo. De igual manera, en textos distópicos
se mencionan ciudades o países reales pero descontextualizados e impregnados de imaginación.
¿Es posible, entonces, plantear problemas filosóficos a través de un mundo ficticio?
Entendida la literatura como una forma
de expresión artística, resulta evidente que en su
trasfondo yacen los esbozos de ideas o posturas
filosóficas que quizás no han sido explicitadas, ya
sea por falta de conocimiento concreto o porque
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el autor no vio la necesidad de hacerlo. Pero si
crear una obra literaria supone en sí un problema,
¿para qué añadir un lenguaje filosófico que, posiblemente, oscurezca más la premisa del texto?
Si bien esas preguntas pueden recorrer la mente
de cualquier escritor, también debemos vislumbrar el resultado que se podría alcanzar mediante
la conjugación de ambos mundos; los cuales son
evidentemente distintos.
Herminio Núñez (2006) plantea que, bajo una
perspectiva contemporánea, “habría que reconsiderar, entre otras cosas, el concepto de filosofía
como reino de la reflexión, porque se empieza a
tomar en cuenta que esta última no es exclusiva
de la filosofía, como lo ha sugerido hasta hace
poco la dicotomía razón / sentimiento”. Por su
parte, Manuela Castro (2005) indica al respecto
lo siguiente en su artículo La filosofía como literatura de pensamiento:
“El discurso literario no es un discurso explícito ni demostrativo; ni siquiera especulativo. No
responde a la lógica propia de la exposición filosófica. La imaginación no admite demostraciones, sino que se nutre literariamente a través de la
sugerencia. En cambio, la fuerza del discurso filosófico está en el despliegue analítico de la razón;
en su capacidad para no omitir ningún paso en su
exposición; pone el acento en la demostración y
en su capacidad argumentativa”.
Si en sus nociones ambos discursos resultan
tan diferentes, es necesario buscar entonces la
manera de conciliarlos o de incluir a uno dentro
del otro. En relación a esto, Núñez (2006) expresa
que “éstas dos, sobre todo la literatura, han sido
disciplinas particularmente sensibles a una perspectiva amplia, que conlleva contradicciones, repetidos cambios y diversidades que han motivado
un renovado interés por espacios y procedimientos interdisciplinarios”. Lo anterior puede concebirse como un intento de regresión por parte de
ambos discursos, pues no se pueden desvincular
las similitudes en sus orígenes y primeras expresiones en tanto que, en primera instancia, la filosofía intenta dar una explicación del mundo y
la literatura es una forma de interpretación del
mismo. Castro (2005) alude al término alétheia
(utilizado por Heidegger) para referirse a aquello
que podemos vislumbrar pues se encontraría, de
alguna manera, revelado ante nosotros. En este
sentido, homologa las labores del filósofo y del
poeta puesto que “ambos esperan clarificación de
lo que en cierto modo ha de ser la realidad”; es
decir, conciben la realidad o la verdad desde su
propia perspectiva e interpretación pero, a fin de
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cuentas, están interpretando lo mismo.
atrás.
“En este proceso creativo, nos encontramos que el único medio de que dispone la filosofía y la literatura -para sondear ese material informe (la verdad)- es el lenguaje: una palabra, una
frase, en definitiva las palabras materializadas en
la escritura” (Castro, 2005). El filósofo, al igual
que el literato, se manifiesta mediante la producción textual. De acuerdo con esto, Eugenio Trías
(citado por Castro, 2005) afirma que “la filosofía
es ‘literatura de conocimiento’”. El texto filosófico
puede enmarcarse entonces en un ámbito literario; y es que, como menciona Jeannette Campos
(2014), “la filosofía es también una forma de narrar, de interpretar el mundo, de construirlo, de
recrearlo, como la literatura”. Mas si queremos
desligarnos del ámbito académico debemos dejar de lado el ensayo que, como mencioné anteriormente, también es un género literario. La diferencia entre este y la poesía o la novela radica
en el uso del lenguaje. La metáfora, por ejemplo,
es una herramienta imprescindible en la obra de
ficción. Pero la metáfora requiere de conceptos
para ser contextualizada, y de conceptos se trata
precisamente el discurso filosófico.
Retomando el tema en cuestión, Castro (2005)
postula una conclusión interesante al respecto
para cerrar su artículo:
“La filosofía ciertamente ha venido realizando
desde siempre considerables esfuerzos en su
precisión conceptual, así como en el mantenimiento de características y procedimientos
considerados como propios, pero también en
tiempos recientes ha venido mostrando una
clara disposición a nuevos planteamientos, y
el debate sobre los discursos le ha resultado
benéfico. En esa apertura ha retomado propuestas sobre la racionalidad, la relación entre dialéctica y retórica, el estatuto de la ficción, los tipos de conocimiento y de verdad;
el potencial reflexivo que contienen las narraciones, la subjetividad y su configuración
moderna; la relación entre el orden simbólico
y el orden de la representación, etc. La abertura en el campo de la filosofía se presenta
sin duda como una oportunidad excepcional
para reconsiderar los diferentes espacios disciplinarios y sus funciones en las que entra en
contacto con otras” (Núñez, 2006).
Este ámbito interdisciplinario que plantea
Núñez no se reduce solamente al filosófico, pues
nos encontramos ahora en una época en la que
la facilidad de acceso y apertura a la información
vienen de la mano con los cambios sociales y
culturales. Las diferentes disciplinas empiezan a
buscar sustento entre sí con el fin de ampliar sus
márgenes y alcances; y la filosofía no se queda
“La literatura sólo es tal si es filosófica; la filosofía sólo se realiza si tiene resonancias literarias.
Los límites entre filosofía y literatura son borrosos
y permeables, deslegitimando, de este modo, la
pretensión de completa autonomía de cada género, provocando la desfigurabilidad y la relativa
transformabilidad entre ambos discursos”.
Resulta evidente entonces que una conjugación de ambos mundos no solamente es posible
sino que ya ha sido explorada por autores de gran
influencia como Voltaire o Nietzsche. En la actualidad, Jorge Luis Borges es citado regularmente
para ejemplificar esta confluencia entre literatura
y filosofía.
No sugiero con este texto abandonar la exposición filosófica por medio del ensayo, pues
es más que evidente que este se adapta a la necesidad del filósofo de hablar más que de relatar. Lo que sí sugiero es una exploración en las
posibilidades de la filosofía. La finalidad de esta
asociación disciplinaria entre filosofía y literatura
no sería otra más que una búsqueda de claridad
en el discurso; de manera que esta unión resulte
funcional para la exposición e interpretación del
mundo. Conceptos complejos podrían hallar una
mejor recepción mediados por un ámbito de familiaridad o sencillez, el cual puede construirse
desde una narrativa literaria. Si bien lo anterior
supone la problemática de la explicación filosófica sumada a la de una concepción artístico-literaria, el resultado puede ser favorable en tanto
que el discurso se vuelve, de alguna manera, más
digerible.
“La literatura crea en la imaginación posibilidades de realidad” (Núñez, 2006), así como la
filosofía plantea modelos de comprensión de esa
realidad.
Bibliografía:
Castro, M. “La filosofía como literatura de
pensamiento”. En: Thémata, nº35, 2005,
pp.675-677.
Núñez, H. (2006). “Filosofía y literatura.
Aproximación al valor cognitivo de la literatura”. En: La Colmena: http://www.uaemex.
mx/plin/colmena/Colmena%2049/Aguijon/
Herminio.html (recuperado el 25 de Setiem-
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ISSN: 2215-4051
bre de 2014).
Entrevista de Warren Ulloa a Jeannette Campos: “Reflexiones filosóficas y literarias, Jeannette Campos Salas”. En: Literofilia: http://literofilia.com/?p=18477 (recuperado el 26 de
Setiembre de 2014).
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