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MATAFUEGOS DRAGO- DISTRIBUIDORA “SAN MARTIN” 4752-0841 4755-4702
DISTRIBUIDORA
“SAN MARTIN”®
MATAFUEGOS
DRAGO®
Notas de interés
Para:
SR/S. CLIENTES-
De:
Fax:
MATAFUEGOS DRAGODSM
Páginas:
Telé-
Fecha:
4/06/2012
CC:
Por: Lic. Miguel Martin (h)
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LIBROS: EL INSTINTO
MUSICAL. Escuchar,
y SUAREZ, Cristina.
pensar, vivir la músi-
(La edición nos pertenece. Ma-
ca. BALL, PHILIP.
tafuegos DRAGODSM).-
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Asunto:
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fono:
TURNER Editorial.( Urgente
MATAFUEGOS DRAGODSMTELEFONOS
( Para revisar
4752-0841
4755-4702
( Responder
“CALIDAD-SERIEDAD-PRECIO” 47 AÑOS JUNTO A LA INDUSTRIA
4 junio 2012
Resumen del libro
Si hay algo que comparten todas las culturas humanas,
en todas las épocas y lugares, es la música.
En este libro se argumenta que casi todos, aunque afirmemos tener “mal oído”, somos expertos en música porque
nuestro cerebro está muy bien equipado para entenderla,
descodificarla, darle significados e incluso crearla.
Hace análisis de la música desde el punto de vista “biológico”: por qué nuestro cerebro la entiende y la necesita.
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Analiza los ritmos y los estilos musicales desde una
perspectiva científica, como un lenguaje más, común a todas las culturas y todas las épocas.
Un festín para músicos, melómanos e interesados en la
divulgación científica en general, una lectura fascinante.
El libro recoge de una forma integrada y accesible, todo
lo que sabemos –y lo que aún no sabemos– sobre cómo
funciona la música.
Por qué somos capaces de entenderla y descodificarla,
por qué nos genera emociones, por qué hacemos música y
qué papel cumple en la cultura y en la sociedad.
El instinto musical es un libro único en su género, un relato completo de todo lo que se sabe (y mucho de lo que no
se sabe) sobre cómo percibimos la música, y qué papel juega
en la cultura y en la sociedad.
En él, el lector hallará las claves para disfrutar más de la
que ya le gusta, y quizá abrir sus percepciones a otros géneros musicales que hasta ahora le resultaban lejanos.
Al menos, disfrutará de un viaje impresionante, lleno de
datos inesperados, anécdotas y conocimiento sobre la gran
aventura que se inicia en su cerebro cada vez que aprieta el
botón de “play”.
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Prólogo
Nota del autor
I. Preludio. El universo armonioso
II. Obertura. Por qué cantamos
III. 'Staccato'. Los átomos de la música
IV. 'Andante'. En qué consiste una melodía
V. 'Legato'. Juntar las piezas
VI. 'Tutti'. Todos juntos
VII. 'Con moto'. Esclavos del ritmo
VIII. 'Pizzicato'. El color de la música
IX. 'Misterioso'. Todo está en la mente
X. 'Appassionato'. Enciende mi fuego
XI. 'Capriccioso'. Modas que vienen y van
XII. 'Parlando'. Por qué la música habla con nosotros
XIII. 'Serioso'. El significado de la música
Coda. La condición de la música
Créditos
Notas
Bibliografía
Índice analítico
El autor
Philip Ball, es químico y doctor en Física por la
Universidad de Bristol.
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Editor de la revista ‘Nature’, colabora regularmente
con New Scientist y otras publicaciones científicas, y como
escritor es uno de los más reconocidos divulgadores científicos de la actualidad.
Su prolífica trayectoria se caracteriza por la cantidad de
libros considerados definitivos en las materias que trata,
como es el caso de H20: Una biografía del agua (Turner,
2007), Masa crítica (Turner 2008) o La invención del color
(Turner, 2006; DeBols!llo, 2010).
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MÚSICA y NEURONAS… por CRISTINA SAEZ
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Hace unos meses vino a Barcelona Philip Ball, físico y divulgador científico. Venía a hablar de su libro, que en este
caso, trataba sobre la música.
Documentándome sobre este señor, descubrí que a él le debía una maravilla sobre el color y su historia, La invención del color, que había leído tiempo atrás.
Ball es un personaje fascinante, que habla con verdadera pasión de aquello sobre lo que escribe y que sabe cómo contar las
cosas para cautivarte.
Es una verdadera delicia escucharle y leerle, claro. Durante
muchos años fue editor de la revista Nature (no está mal, no?).
Pasó por el CCCB y yo aproveché para hacerle algunas preguntas. De esa entrevista surgió este reportaje, que se publicó el
sábado en La Vanguardia.
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Existen sociedades sin escritura, pero ninguna sin música. Es universal. Todos somos capaces de escuchar
una canción, entenderla y disfrutarla. ¿Somos seres
musicales?
No lo podemos remediar. Sin darnos cuenta, comienza a sonar
una canción y el pie se nos va; canturreamos estribillos; esbozamos una sonrisa cuando oímos el tema con el que nos dimos el
primer beso; si estamos tristes, nos ponemos una balada una y
otra vez, y nos sumimos más en nuestra miseria. Y, en cambio,
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saltamos y bailamos a ritmos de melodías marchosas ante una
buena noticia.
Decía Tolstoi que la música era la taquigrafía de las emociones y
al parecer científicamente esa frase encierra mucha verdad, porque las notas son capaces de domeñar nuestros sentimientos y estados de ánimo, y están enraizadas en nuestra consciencia individual. Además, es algo universal. Todas las culturas que habitan la
Tierra tienen canciones. Y, de hecho, ése es uno de los grandes
misterios de la música: puede que haya gente con más talento que
otra, pero todos tenemos la capacidad de disfrutar de ella, incluso
de tocar un instrumento o de cantar.
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Porque, aunque no nos parezca a simple vista algo extraordinario,
lo es y mucho. La música es una sucesión de señales acústicas que
nuestros oídos recogen, envían al cerebro, donde se decodifican y
se les da un sentido y un significado. ¡Todo eso pasa en fracciones
de segundo! Y para ello, el cerebro tiene que involucrar a las emociones; son ellas las encargadas de convertir el sonido en algo inteligible. Y que todos seamos capaces de hacer eso de forma inconsciente quiere decir que poseemos, como especie, un cierto
instinto musical. Que somos, de hecho, seres intrínsecamente
musicales.
Para el divulgador científico Philip Ball, editor de la prestigiosa
revista Nature durante más de 10 años y autor de El instinto musical. Escuchar, pensar y vivir la música (Turner, 2010) , “el cerebro posee de forma
natural estructuras para la musicalidad y usa esas herramientas
de forma consciente o no. La música no es algo que escojamos
hacer, sino que está en nuestras funciones motoras, cognitivas y
auditivas. No podríamos eliminarla de nuestras culturas sin cambiar nuestros cerebros”.
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Y eso resulta curioso, evolutivamente hablando. Porque a simple
vista, la música parece simplemente un acto de placer. Algo que
nuestro cerebro hace sin otro objetivo que el disfrute. Pero eso es
complicado de explicar desde la ciencia, puesto que, como afirma
el neurocientífico Francisco Mora, autor entre otros de Cómo funciona
el cerebro (Alianza ed, 2009), “no hay nada que haya codificado el
cerebro humano que no tenga el valor supremo, verdaderamente
sagrado que es el de la supervivencia. El cerebro no enseña nada
ni mantiene nada que no sea fundamentalmente para mantenerte
vivo”. ¿Por qué la música tiene ese valor? La ciencia ha comenzado a buscar y a hallar posibles respuestas a esa pregunta. Según
defiende Philip Ball en su último libro, “la música es, de hecho, lo
que en buena medida nos hace humanos”. Sin ella, afirma, muy
probablemente nos hubiéramos extinguido hace mucho, mucho
tiempo.
Buscando patrones
Para entender la relación entre neuronas y notas musicales, hay
que pensar, en primer lugar, en cómo el cerebro aprende. Damos
por sentado que al escuchar una melodía entendemos que eso es
música; incluso la mayoría de nosotros somos capaces de decir si
se trata de un tema de pop, o de rock o quizás salsa. Y eso, a pesar
de que lo hacemos de forma inconsciente, se trata de un proceso
mental complicado, que se basa en la búsqueda y detección de patrones complejos de sonidos, que el cerebro descifra usando las
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herramientas de que está dotado de forma natural para así darles
significado.
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Y eso no sólo ocurre con la música. Desde que nacemos, escaneamos el entorno continuamente recogiendo y almacenando información que asimilamos para hacernos mapas mentales de cómo
los diferentes estímulos se relacionan unos con otros; así, aprendemos qué es lo más probable que suceda: si, pongamos por caso,
vemos un avión volando meterse detrás de una nube, esperaremos que al poco aparezca por el otro lado; de no hacerlo, sabremos que algo va mal. Nos pasamos la vida buscando ese tipo de
patrones de comportamiento en el entorno, de reglas sobre cómo
funciona el mundo, que usamos para hacer predicciones y formarnos expectativas.
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La música es una serie de patrones, de notas, de ritmos, de melodías, que el compositor combina e incluso manipula. “Eso es justamente lo que nos atrae y nos gusta –explica el divulgador británico Philip Ball-, porque hace que las emociones entren en juego.
En cambio, con los sonidos del medio ambiente eso no ocurre,
porque no hay patrones aunque nuestro cerebro se empecine en
buscarlos. Por ejemplo, en ocasiones oímos un grifo gotear, de repente se hace un silencio, y entonces vuelve a empezar. Lo gracioso es que la mayoría de nosotros creemos oír un ritmo e incluso
agruparemos los sonidos para formar una melodía, aunque, en
realidad, no hay nada”.
Esa tendencia a buscar patrones es una estrategia evolutiva. El
cerebro aprendió a hacer suposiciones acertadas, lo que ahorraba
tiempo, algo esencial para sobrevivir. “Quizás tenían más posibilidades de no acabar en el estómago de algún depredador aquellos
homínidos capaces de reconocer el rugido de un animal peligroso
y huir y salvar el pellejo. Quizás por eso la música ejerza un efecto
emocional”, comenta Ball.
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La fibra sensible
Las emociones desempeñan un papel esencial en la cognición.
Nos permiten comprender, aprender y dar sentido a las cosas. Y
al parecer, las melodías usan atajos para colarse en la parte emocional de nuestro cerebro y allí desencadenar tristeza, miedo, enfado, alegría. “La música posee una capacidad para imitar a las
emociones”, asegura Philip Ball. Cuando alguien está enfadado,
normalmente habla rápido y alto; cuando está triste, lento y tranquilo; si en cambio le embarga la alegría, hablará a gran velocidad
y a volumen medio; y esos indicadores acústicos de los discursos
son comunes en todas las lenguas y aunque alguien hable en
chino, podemos identificar la emoción que hay detrás. Eso mismo
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ocurre con la música: las baladas melancólicas son lentas y tranquilas, tristes; y el punk, que expresa por lo general el enfado y la
rabia de una generación, rápido y estruendoso. Si hay dudas, basta pensar en los Sex Pistols.
Que la música involucre a nuestras emociones tiene que ver, dice
Ball, con la forma en que ésta progresa, con los ritmos, los momentos álgidos, los in crescendos, los decrecendos. Cuando en
una canción ocurre algo que no esperamos, nos genera una tensión; y cuando llega el acorde que sí esperábamos, nos produce
alivio y satisfacción. Los músicos manipulan nuestras emociones
de esta forma, con pequeñas violaciones de nuestras expectativas.
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Curiosamente, a diferencia de la mayoría de tareas cognitivas,
como el lenguaje o la memoria, que están localizadas en áreas del
cerebro concretas, la música carece de un circuito mental propio.
Al escuchar una canción, el cerebro entero se activa. Desde las regiones que regulan el movimiento, hasta los centros de emociones
primarias, o los que procesan la sintaxis y la gramática del lenguaje. De hecho, “ningún otro estímulo involucra todas las zonas
de nuestro aparato mental como la música”, indica Ball. Además,
pone en contacto el hemisferio derecho con el izquierdo, la lógica
con la emoción. “Es gimnasia para la mente”, añade este divulgador.
Cuando oímos un tema, el oído envía la información al tronco encefálico y de ahí pasa al córtex auditivo. Desde ahí, es procesada
por diferentes regiones que incluso realizan tareas que se solapan.
En cuanto el córtex primario auditivo –ubicado en el lóbulo temporal, detrás de las orejas- recibe la señal musical, se activa el cerebro primitivo: los circuitos del tiempo tratan de captar el ritmo
y el pulso; el tálamo rastrea la señal para ver si hay indicios de peligro que requieran una acción inmediata de respuesta; el tálamo
se comunica con la amígdala, que produce una respuesta emocional. Por ejemplo, si se detectara peligro en la señal sonora, la amí-
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gdala desencadenaría miedo (de nuevo las emociones en
marcha).
Una vez realizado este primer escaneado de la melodía, el cerebro
comienza a diseccionar el sonido. El hipocampo busca recuerdos
asociados; el área de Brocca, asociada al lenguaje, revisa los aspectos sintácticos de la música, las frases, las estrofas, los estribillos; y el córtex prefrontal genera expectativas; es así como intuimos cuándo va a llegar un cambio en la canción o va a subir.
Si además quien escucha una melodía es un músico, la cosa se
complica, porque el córtex visual, encargado de leer la partitura,
de mirar las órdenes del director de orquesta y a los otros músicos, se pone en marcha. El córtex sensitivo también se activa para
poder sentir el instrumentos en las manos. Además, las funciones
motoras también entran en juego para procesar el ritmo.
Además, se ha visto que la música activa otros procesos que no
tienen nada que ver con la cognición, como el sistema inmune:
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aumenta los niveles de proteínas que combaten las infecciones
microbianas. Tanto al escuchar como al interpretar un tema,
cuenta Philip Ball en su libro, se puede regular la producción corporal de hormonas, como el cortisol, que influencian el humor.
De ahí que se use la música como un método eficaz en determinadas terapias.
En la evolución
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Se desconoce con certeza cuándo apareció aunque, a juzgar por
los hallazgos de instrumentos primitivos, se sabe que es muy antigua, de al menos hace 44.000 años, que es el tiempo que tiene
una flauta de dos orificios encontrada en Eslovenia en 1995. También en Alemania se han descubierto numerosas flautas de hace
unos 40.000 años de antigüedad, lo que implica que nuestros ancestros ya habían integrado la música en su día a día.
Pero, ¿para qué querrían aquellos primeros homínidos tocar instrumentos o incluso quizás cantar? Charles Darwin, el padre de la
teoría de la evolución, fue el primero que se aventuró a elaborar
una hipótesis. Para este biólogo británico, la música carecía de
valor adaptativo y no tenía nada que ver con la selección natural,
aunque apuntaba que podría estar relacionada con la selección
sexual. Quizás aquellos individuos capaces de tocar un instrumento resultaban más atractivos para el resto del grupo y tenían,
por tanto, más oportunidades de reproducirse.
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Aunque no hay ninguna estadística que indique que eso es así, un
experimento llevado a cabo por una pareja de psicólogos americanos parece demostrar que la música sí tiene cierto peso sexual.
Tras asistir a 11 conciertos de música clásica se percataron de que
había un número significativamente más elevado de mujeres que
de hombres en los asientos próximos a la orquesta, predominantemente masculina.
No obstante, aparte del componente sexual, las teorías más aceptadas sobre el origen de la música sugieren que hubo un tiempo
antes de que el lenguaje se desarrollara, en el que las vocalizaciones contenían una mezcla de información y de emociones. Nuestros ancestros se comunicaban mediante una especie de musico-lenguaje. Otras teorías apuntan a los beneficios que aporta a la
comunidad: si pensamos en rituales, en celebraciones religiosas o
militares, incluso deportivas, la música es una forma de establecer coherencia de comportamiento en las masas, algo que fue cobrando importancia a medida que las sociedades fueron creciendo y haciéndose más complejas. Los paleoantropólogos y los arqueólogos coinciden en que la transición de nuestros ancestros simios a humanos supuso la aparición del lenguaje, la lógica, la so-
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ciedad, al autoconciencia, y la música fue la base que ayudó a que
esas características se desarrollaran.
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“No sólo es que la música congregue a gente junta, sino que puede servir para controlar conductas o comportamientos negativos.
En Bali, por ejemplo, los músicos y bailarines canalizan emociones socialmente negativas, como la rabia, a través de la música;
las descargan en público, en lugar de darle dos mamporros al de
al lado”, explica Philip Ball. Por eso, algunos expertos creen que
se originó como una especie de pegamento social, para dar cohesión e identidad de grupo y unir a las personas.
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CONOZCAMOS NUESTRA HISTORIA, SI NO ESTAMOS CONDENADOS
A COMETER LOS MISMOS ERRORES.
DIFUNDAMOS LAS OBRAS DE AQUELLOS QUE NOS PRECEDIERONUN PAIS SIN EDUCACION ES UN PAIS SIN FUTURO.-
NFPA- NATIONAL FIRE PROTECTION ASSOCIATION MEMBER
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