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Notas de Opinión
El vocablo comunicación deriva del latín communicare,
que significa “compartir algo, poner en común”.
Define un fenómeno inherente a la conexión que establecen los seres vivos
que emiten y reciben señales (sonidos, gestos o señas)
por medio de códigos o símbolos comprensibles para ambos.
Así, se intercambian mensajes que contienen ideas, información y significados.
El receptor debe ser capaz de decodificar el mensaje enviado para poder interpretarlo.
La comunicación, verbal o no,
permite a los individuos influir y ser influido por los interlocutores
y expresa una actividad psíquica, que requiere pensamiento, reflexión, lenguaje e interacción psicosocial.
Existen perturbaciones (ruidos) que dificultan el tránsito de la señal emitida
Comunicación en ciencias de la salud:
Una punta del ovillo
Silvana Rachetta (º) y Arnaldo Rodolfo Doisenbant (&)
(º) Médica. Docente adscripta de Medicina Interna
(&) Profesor Adjunto de Medicina. Doctor en Humanidades Médicas
Directores del Curso de Comunicación en Ciencias de la Salud.
Facultad de Medicina (UBA)
[email protected]
[email protected]
Inmanencia 2015;4(2):79-84
En 2010, la subutilización de los muchos recursos
técnicos que los profesionales de la salud adquieren en sus estudios de pre y posgrado y, por lo tanto, de la gigantesca inversión que nuestra sociedad
destina a tal fin nos resultaba alarmante. Nos afligía
la evolución que parecía afectar progresivamente a
la práctica médica en nuestro medio. En efecto, en
nuestro (¿doble?) papel, de médicos dedicados a la
atención diaria de pacientes y familiares, a la vez que
docentes universitarios de tales tareas, notábamos
acciones paradojales. Por un lado, esfuerzos cada vez
mayores por parte del sistema educativo (docentes
y alumnos) en la creación, difusión y adquisición de
conocimientos y, por otro, el progresivo (y en mucho
merecido) descrédito creciente de la profesión médica. La población general, que necesita información
y educación para la prevención de todo lo que previsiblemente podría dañar su salud, los enfermos,
necesitados de diagnóstico, tratamiento y rehabilitación y los propios profesionales, también ávidos de
desarrollar la vocación como parte del camino hacia
la propia salud, aparecían desorientados, desolados.
Sería ingenua la pretensión de simplificar en unas
pocas líneas el análisis de las causas que, articuladas, llevan a este escenario que persiste y crece. No
asumiremos semejante compromiso. Sin embargo,
debemos comentar a algunas de ellas, para dejar
sentada la justificación al abordaje que proponemos.
Por razones de simplificación, utilizaremos expresiones como “prácticas médicas”, “medicina” y “comunicación médica” aplicando los conceptos vertidos a
la colectiva “ciencias de la salud”. Asimismo, cuando
citamos al “médico”, aludimos a todos los profesionales de dichas ciencias y aunque la expresión en
masculino conforma a hábitos idiomáticos, obviamente no representa ninguna distinción de género.
Planteamos la cuestión como una falta de un ámbito
específico para el entrenamiento en comunicación
Definimos la comunicación médica como el conjunto
de acciones verbales y no verbales que uno o más
profesionales de la medicina utilizan para transmitir,
recibir y modificar conocimientos, opiniones, emo-
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ciones y/o sentimientos relacionados con la dinámica salud-enfermedad con otras personas.
La comunicación es un aspecto nodal de las profesiones de las ciencias de la salud, pues: 1) permite establecer el vínculo asistencial necesario para lograr una
buena calidad de atención; 2) es esencial para lograr
diagnósticos acertados y completos; 3) es un aporte
terapéutico per se. 4) permite la retroalimentación
necesaria para el proceso asistencial; 5) es una herramienta fundamental en la docencia que ejercen los
miembros del equipo de salud en la sociedad.
Dada su dinámica eternamente irresuelta, no sabemos con precisión cuando comienzan estas comunicaciones -seguramente no ocurre al inicio de la consulta sino cuando el individuo social incorpora en su
ideario la existencia de la medicina, sus métodos y
sus profesionales-, ni podemos asegurar cuándo concluye, si es que lo hace. Si pretendemos optimizarla,
de antemano es requisito un diagnóstico. Lo llamamos “diagnóstico de situación comunicacional” y se
basa en diagnósticos preliminares acerca de cuestiones como qué, cuándo, dónde, porqué, para qué,
entre quiénes, de qué manera, por qué medios, con
qué posibilidades de retroalimentación, con qué posibles efectos colaterales, con qué cargas históricas
y culturales personales y circundantes entre los intervinientes… Estos diagnósticos se van realizando y
modificando antes y durante la comunicación, en un
proceso dinámico del cual el profesional debe intentar, sistemáticamente, ser consciente.
Estado actual: algunas novedades, algunos cambios
pero pocos avances
Mencionamos, de manera sintética algunas modificaciones sociales y culturales, tecnológicas, biológicas, científicas acontecidas y que inevitablemente
ocurren, superpuestas, en nuestro hacer médico cotidiano.
En términos vulgares y -sólo a veces- metafóricos,
podemos afirmar que, de un tiempo a esta parte,
se vive corriendo. Vivimos así, algunos alertados y
tratando de evitarlo, otros menos alertados. La velocidad de desplazamiento de las personas por el
advenimiento de medios de locomoción cada vez
más rápidos, el reemplazo de los correos en formato
papel por los electrónicos, la que llevan, globalizan
y popularizan los medios de comunicación masiva
con sus reportes instantáneos a todo el orbe, coinciden o son causa y síntoma de la “enfermedad del
ya”. La inmediatez tiende a invadir los vínculos interpersonales y se hace adictiva. Todo debe empezar
ya y también debe terminar ya, hasta cuando no es
necesaria tal premura. Hasta cuando el apuro corroe
el proceso y no proviene de una exigencia real sino
“virtual”. La consulta sobre salud a veces ni siquiera
espera una respuesta sino que –acertada o no- ya la
trae, o finaliza antes de hallarla. No hay tiempo para
el análisis. No lo hay para el detalle. No lo hay para el
disfrute, que parece ser tan veloz que, a veces, se va
aún antes de llegar.
La visita del médico, que otrora era todo un acontecimiento, luego se ganó un símil lingüístico elocuente:
“tan rápido como visita de médico”.
Lo virtual, que unas décadas atrás sólo se refería a
las imágenes en los espejos, ahora es más parte de la
vida que la de carne y hueso. Así, las brillantes utilidades y potencialidades de la telemedicina tanto entusiasman y prometen que sus fanáticos creen que
será la visita del futuro, sin reparar en que ya no será
visita, que sólo se ocupará del cuerpo, y más de la
entidad virtual que de la materia real.
La sociedad del ya se comunica con abreviaturas. No
hay tiempo para las palabras,… que al parecer atemorizan. Un mensaje de texto enviado por medio
del teléfono celular que dice “tqm” indica que no
hay tiempo para expresar, a vivencia completa, el “te
quiero mucho”. Las palabras sinceras, que no son la
verdad absoluta misma, la pretenden invocar. Lo no
verbal se acerca más aún a la verdad, pero ¡hay que
estar ahí para su emisión y su registro!…
Todo se “virtualiza”, a partir de una inversión conceptual que hace que lo real simule ser virtual y no al
revés. Se cree que la verdad también lo hace y, así,
poco interesa. Cuanto más hábito hay en vivir en la
virtualidad, más temor parece haber a la realidad,
esa desconocida. La comunicación entre los hombres, la que hay en la díada médico-paciente, busca
esta última instancia, y parece correr la misma suerte.
La misma sociedad del ya, que no puede esperar un
proceso de cura natural, ni siquiera para los dolores
del alma, exige tratamientos de “magia” sintomática que den resultado inmediato. No hay ni se desea
tiempo para una “limpieza a fondo” tal como la educación y la lógica pretenden. Y toda comunicación
que pueda apuntar a estas se evita. Desde ambas
partes.
Como si esto fuera poco –y no lo es- enfrentamos a
la coincidente embestida de una serie de industrias:
las del diagnóstico, de los tratamientos, de los seguros de salud, del juicio y de la información masiva. Su
justificación y valor se enarbolan por los suculentos
aportes que efectúan a la medicina moderna pero,
si se desmadran, pasan a categoría non sancta que
requiere del alerta sagaz.
La creciente industria del diagnóstico (loable en sus
maravillosos méritos, si está enmarcada en sus límites) se desboca al suplantar a la anamnesis y al examen físico, que le anteceden con acierto. Promete
una futurología mágica y oracular para preanunciar
las complicaciones venideras de formas de vida no
saludables, contra las que no se dispone de tiempo
para corregir. Apoya a veces “tratamientos preventivos” para morigerar factores de riesgo (aún ni siquie-
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ra enfermedad) evitables, en una confusión que no
sólo es lingüística.
La industria de los tratamientos (a la sazón, subdivisiones de las mismas empresas), se nutre –aunque
no lo quisiera- de la escasa dedicación al cuidado real
de la salud inspirado por el consejo médico oportuno
y basado en conductas correctoras (alimentación saludable, actividades físicas adecuadas y suficientes,
desarrollo espiritual). Con fe en aquellos, el ¿inconsciente? colectivo se engaña aspirando reemplazar
estos elementos con medicamentos y otros tratamientos, a veces inútiles o inoportunos.
Si, además de un error colectivo, estas manufacturas
tuvieran un lado perverso, este también prosperaría
tanto más cuanto la comunicación entre medicina y
sociedad se coarta. También a algunas manifestaciones de esta industria, como las de la estética y de
la sexualidad, que nacen con excelentes finalidades,
realmente útiles, necesarias y dignas de ocupación
por la medicina y proponen logros verdaderamente
invalorables, se cruzan y desdibujan con otros ofrecimientos que, aunque sean atractivos para algunos,
no siempre están justificados en lo cierto y la buena
fe.
La industria del seguro de salud se esmera en ofrecer
un futuro en que quien enferme será cobijado económicamente por lo mejor… Quien paga quiere aprovechar aquello que compró por adelantado. De modo
que no es excepcional que se resista a aceptar no ser
“estudiado” con lo más moderno (y costoso), sirva o
no para un más acertado diagnóstico en su “caso”,
y que no consienta dejar de ser medicado con algo,
porque “algo tiene que haber”. Caso contrario, sospecharía ignorancia del profesional tratante, cuando
no una confabulación del sistema para negarle las
prestaciones que bien ya costeó. ¿Quién se atreve,
entonces, a explicar, en no más que unos escasos
minutos de consulta, el porqué de no pedir un estudio, aun cuando fuese inútil o riesgoso en la oportunidad? ¿Quién, a negar una receta que responda
al derecho a ser medicado, aun cuando no haya sido
inventada todavía una droga útil y segura contra la
afección en cuestión? Más sencillo, es,…¡nadar a favor de la corriente!
Nacida en la tergiversación de la justa defensa de
los derechos, la industria del juicio, la de los pleitos,
parasita los vínculos descuidados y no sólo se alimenta de ellos: aun cuando no fuera su intención,
los fomenta al haber invadido el terreno. Quiérase o
no, el temor a la demanda, recelo favorable si como
advertencia latente generase más cuidado en la tarea, perjudica al instalar miedo y desconfianza en el
profesional. Éste, no sólo actúa para cuidar la salud
sino para cuidarse, aún a costa de la salud. Si el médico en el examen físico no moviliza una articulación
para que no lo culpen de lesionarla (aunque fuera sin
verdad), si decide irradiar con radiografías sólo nece-
sarias para “que no digan que no lo estudié”, si su expresión no verbal transmite desconfianza y por ello
también la genera, si cosas como estas ocurren, es
consecuencia pero también causa de esta hiperplasia
patológica de lo que naciera como una garantía de la
justicia en un orden social maduro.
La mala comunicación, aún sin quererlo o a causa de
temerle, es una comorbilidad cómplice de esta manufacturera. Con ello, los conflictos se acercan.
Desviando un poco el foco de los problemas relativos
a las recién nombradas, destacamos a la más revolucionaria de las últimas décadas: la industria de la
información masiva. Sabemos que no es nueva, pero
la irrupción de avances tecnológicos, en especial con
su distribución informatizada merced al advenimiento de Internet, masifican el conocimiento (más bien,
la distribución de datos) y han generado variaciones antes impensadas en las consultas y en la labor
profesional. El médico ya no es dueño monopólico
de la información de su área, sino un portador más,
idealmente adiestrado en el necesario pensamiento crítico que permite agregar a los datos de acceso
general, una visión práctica, abarcadora, sintética y
adecuada a cada situación. Es decir, conversor de herramientas potencialmente peligrosas en instrumental valioso, útil.
Modelos de funcionamiento médico
Conjugando con lo descripto en las proposiciones
precedentes, da la sensación de que la posición de
la medicina dejó de ser unívoca en la sociedad. Es
posible confrontar, sin mayor análisis, al menos dos
modelos de funcionamiento de la díada médicopaciente. Más abajo, veremos un tercer y un cuarto
modelos, algo menos sencillos y con fronteras menos
tajantes:
1) El paciente “se entrega” confiado en que la decisión del médico es la única posible. No se interesa
por conocer pormenores relacionados con su problema. Conjuga una postura maternalista/paternalista
del profesional que no estimula el empoderamiento
del paciente sino la sujeción, obediente, a sus indicaciones. En este interjuego nacen expresiones como
“el doctor me ordenó (…)”. Es el modelo que prevaleció hasta, como mínimo, mediados del siglo XX.
2) El paciente se moviliza en busca de conocimiento
sobre dudas o problemas de salud. Condice con un
profesional que le informa y le hace partícipe en la
toma de decisiones. Surgen frases como “el doctor
me aclaró unas cosas y decidí (…)”. Hacia esto parece
reorientarse en las últimas décadas la práctica clínica en nuestro medio. La evolución del vínculo parece
conducir hacia un final feliz. Sin embargo, no aporta
mayores elementos para comprender la situación de
deslucimiento de la medicina observada en párrafos
iniciales. La multifacética realidad podría hallar, entre muchas, la explicación en que, si se contraponen
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abundantes recursos médicos a satisfacciones más
escasas de las que debería producir tanta oferta, quizás se deba a una crisis social por presencia, tal vez
pasajera hasta la consolidación del cambio, de posibles formas intermedias, de transición, en que se
interceptan posturas no congruentes de pacientes y
de médicos. Aunque aquí hay muchos grises, los sintetizaremos en dos modelos secundarios:
3) El paciente afín al segundo modelo se asocia con
médicos anclados al primero. Es probable que algunos médicos, dado el esfuerzo que dedican a su
formación profesional, a veces -o inevitablemente- a
costa de menoscabar otros aspectos de su vida personal, sientan la necesidad de lograr reconocimiento
por su dedicación y, al no hallarlo en la asimetría de
jerarquía social y económica de antaño ni en facilidades para una vida más placentera, sólo les queda
esperarlo de aquellos con quienes interactúan: ¡los
pacientes! Con este error estratégico, confundidos
en la creencia de que en la posición asimétrica se
halla ese reconocimiento y valoración, se resisten
a la nueva perspectiva. Sus esfuerzos los privan de
diversos placeres: ejercer la vocación, disponer de
tiempo libre para compartir con seres queridos,
practicar actividades recreativas, artes, estudios de
otras índoles, o incluso acciones destinadas al desarrollo espiritual, propios de la época de “maternalismo/paternalismo” según su imaginario. Siguen en el
formato pretérito, sin siquiera completar su rol, a la
espera de logros que, los pacientes que encajan en el
segundo modelo, no pueden darles, porque quedan,
por su parte, lógicamente insatisfechos.
4) El paciente del primer tipo, con médicos afines al
segundo modelo. Otros profesionales, conscientes
de las ventajas de trabajar a la par con el paciente
-y enarbolando con orgullo estas banderas- hallan
dificultades en la detección de encuadres menos
participativos. Las expectativas de los pacientes
que encajan con el modelo previo, se frustran ante
un profesional que no las sacia porque “espera y da
más” (pero distinto). Al no hallar eco a su fórmula
“progresista”, también este profesional queda inconforme.
La siguiente tabla de situaciones vinculares resume
lo antedicho
Modelo
de
Paciente
Paternalismo
Empoderamiento
Modelo
Paternalismo
1
3
profesional
Empoderamiento
4
2
Las situaciones 1 y 2 marcan una homogeneidad que
facilita la relación. Las de los formatos 3 y 4, requieren cambios. ¡Y los requieren del profesional!
La cuestión se embrolla aún más cuando el pacien-
te y su familiar no coinciden entre sí en la postura y
el médico debe ajustar su posición a cada uno en la
múltiple interacción.
Insatisfacción de pacientes y de profesionales
Esta serie de descontentos, que apenas pretende
evocar al listado mucho más extenso que representa, se expresa explícitamente en críticas y quejas de
los usuarios del sistema e, implícitamente, en falta
de adherencia a las indicaciones, ausentismo a citaciones sin aviso previo ni excusas posteriores, malos
tratos verbales y otras formas de violencia. La salud
del paciente es la que paga parte de las cuentas. La
del médico no sale ilesa, como atestigua, entre otras
afecciones posibles, el epidémico síndrome de burn
out.
Las discordancias entre las expectativas de rol que
los pacientes fían a los médicos y lo que reciben de
ellos en los hechos, y a su vez entre las que los médicos asignan a los pacientes y lo que estos cumplen,
pueden ser resueltos a través de una eficaz empatía,
una efectiva comunicación entre ambos, y el respeto
y adecuación al modelo diagnosticado por quienes
tienen que diagnosticarlo.
Denominamos “Segunda opinión” a la de un segundo profesional, para evitar el uso de segunda consulta, expresión que debería limitarse a la hecha ante
el mismo profesional que la primera, a nuestro gusto, reconsulta. La diaria decepción de profesionales
bien entrenados, al recibir para segunda opinión a
pacientes cuyo diagnóstico habría sido más precoz y
más certero con el sólo hecho de haberlos escuchado, evitando gastos descomunales en tiempos y en
recursos para estudios innecesarios y hasta cruentos,
se zanjaría con las mismas actuaciones resolutivas:
empatía, comunicación y respeto.
¿Qué hacer?
Estábamos hace un lustro –y hoy más aún- frente a
un problema serio, multifacético, que excedía los límites de la medicina. La sociología y la antropología
cultural y médica bien merecen ser llamadas al estudio de estos cambios. Pero no son las únicas. La
psicología, la lingüística y el análisis del discurso y
la propia ética, no pueden quedar afuera. La salud
pública, que tanto tiene que ver con las formas de
atención, por supuesto, debiera ser el anfitrión inexcusable para la convocatoria.
Estos planteos movilizadores en busca de solución
pasan a planos tan ambiciosos y faraónicos que se
muestran algo utópicos a la hora de dar respuesta
a los interrogantes planteados desde la “trinchera”
del médico práctico y desde los estrados académicos
sencillos.
Así, pareció adecuado crear un ámbito para trabajar
en mejorar la comunicación entre los miembros del
equipo de salud, los pacientes y sus familiares.
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En procura de respuestas
Con tal fin en 2010, planificamos y llevamos a cabo
un “Curso de Comunicación Médica”. Estuvo dirigido a alumnos de grado y postgrado de medicina e
integramos entre los profesionales a todos los que
por experiencia, vocación y dedicación desempeñan
algún papel en los ámbitos de la salud con el profesionalismo que corresponde a su tarea, importante
sea cual fuere. Se trató la comunicación médica en
general, en pediatría, en adolescencia, en adultez, en
gerontología y en situaciones especiales como el paciente oncológico y el internado en cuidados críticos.
Se analizó el tema desde la historia, la sociología,
la antropología, la psicología, la psicología social, el
análisis del discurso y las ciencias de la comunicación.
Se exploraron diversos escenarios de procesos de comunicación en ciencias de la salud: los asistenciales
de casos específicos (pacientes, acompañantes), los
construidos con otros miembros (profesionales o no)
del “equipo de salud” y situaciones con particularidades propias (frente a familiares, escuelas, medicina
del trabajo, alumnos de pregrado, informes médicos,
documentos médicos, medios de comunicación). Se
actuó en equipo con grupos de trabajo comunitario
de apoyo ante enfermedades oncológicas. En esto
intervino la Fundación Genap (“Gente en Apoyo”),
de Trenque Lauquen, con participación presencial y
en interacción virtual con su equipo. El staff docente
congregó a especialistas destacados de distintas etapas vitales.
Hoy, los objetivos consisten en lograr que los participantes sean capaces de analizar los aspectos comunicacionales de las distintas actividades propias
del rol del profesional en la salud y de sistematizar el
manejo apropiado de las técnicas de comunicación
aplicadas a la práctica cotidiana. Sin duda, secundariamente se proyectarían los cambios conductuales
a otras situaciones de la vida personal, expectativa
esta probablemente tan inevitable como positiva.
El primer año se dictó en la Biblioteca de la Facultad
de Medicina de la Universidad de Buenos Aires con
el aval de la Secretaría Académica. Concurrieron sólo
cinco alumnos: dos de ellos egresados y uno transitando el internado rotatorio de la carrera de Medicina de la Universidad de Buenos Aires.
El segundo año, el curso se ofreció en el Hospital de
Clínicas “José de San Martín”. Dada la apertura del
curso a profesionales de distintas carreras, se lo renominó como “Curso de Comunicación en Ciencias
de la Salud”. El equipo docente incluyó desde entonces a una profesional de ciencias de la educación y se
sumaron profesoras de colegios secundarios preuniversitarios y psicólogas para aportar sobre comunicación y adolescencia. Con el objetivo de sumar otra
experiencia sobre comunicación en gerontología,
se integró a una psicóloga social con trabajo en ese
campo. La mayoría de los inscriptos (ahora a aula
completa) eran de grado o postgrado de medicina
(generalistas, clínicos, pediatras, emergentólogos,
cirujanos, oncólogos, geriatras, cuidados paliativos,
psiquiatras), enfermeros, odontólogos, kinesiólogos
y voluntarios. Expandió nuestra visión, sobre el alcance de lo emprendido, la concurrencia de una voluntaria de una parroquia, encargada de asistir emocional
y espiritualmente a jóvenes embarazadas, aspectos
estos muy importantes de su estado de salud.
Los años siguientes creció más la convocatoria. Se
sumaron estudiantes y profesionales de psicología,
psicología social, farmacia, bioquímica, periodismo
médico, asistencia social, terapia ocupacional, podología universitaria, producción de bioimágenes,
secretarias y recepcionistas de servicios de salud…
También se interesaron cineastas y religiosos.
El curso tiene un diseño semipresencial. Combina encuentros con material de estudio e interacción por
Internet. El formato de las reuniones evolucionó. A
excepción de la clase inicial, cada reunión comienza con la revisión de temas vistos con anterioridad.
Luego, se discuten temas trabajados en la semana
con el material virtual. Entonces el disertante del día,
presenta aspectos de la comunicación en ciencias
de la salud desde la óptica de su disciplina madre,
centrada en situaciones clínicas y que gira sobre basamentos teóricos esenciales y demostrativos de su
aplicación práctica. Esto actúa como detonante para
el intercambio de opiniones con los alumnos. La multiplicidad de orígenes y experiencias permite que pasen de ser un auditorio pasivo a uno que activamente integra al pool común relatos y comentarios de su
propia cosecha, enriqueciendo a todos los presentes.
El planteo de “casos clínicos” reales, presentados
tal como acaecieron “in situ”, es un desafío vivencial movilizador. Pretende un acercamiento asintótico permanente desde lo teórico, que funciona de
modo tutorial, hacia la situación más parecida a la
realidad “exterior” posible. “Ubicarse” plenamente
en la situación comunicacional evocada por otro es
una utopía que en el microclima presencial del curso
representa lo que la empatía con el consultante es en
el microclima de la consulta.
El lado ético consensuado hace al andamiaje que
sostiene toda conclusión y desecha intransigente
cualquier desvío que una comunicación descuidada
podría suponer.
Así se ofrecen experiencias de aprendizaje que facilitan la sistematización del cuidado de las variables
mencionadas, aplicada a las comunicaciones propias
de la relación profesional de la salud-paciente-familiar-sociedad, a través de la práctica y la minuciosa
atención a los detalles. De esta manera, el profesional tiene presentes, durante el vínculo y de una
manera casi automática, los aspectos a contemplar
desde cada disciplina a que convocamos. Puede procurar con esmero y técnica, que sus expresiones no
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hagan daño, que la voluntad, los derechos y la escala valorativa del paciente se respeten sin excepción.
Se busca que la aproximación empática favorezca la
comprensión de lo que le pasa al paciente, enfermedad o no de por medio, tomar en cuenta el entorno
familiar, social y laboral y tener in mente la accesibilidad física y económica a lo prescripto desde antes
de indicarlo, mientras el mismo profesional se hace
objeto de observación en una autocrítica decisiva y
constante.
No se pretende quitar espontaneidad o sinceridad a
la expresión del médico, sino lograr un modelo más
satisfactorio y capitalizar las modificaciones favorables con cariño por el arte, respeto por la verdad y
sensibilidad por lo que sucede en la vida del prójimo,
para que el peso del saber científico no dañe ni desintegre a nadie.
Lo trabajado en el curso no sólo es aplicable al vínculo asistencial, pues una comunicación más veraz,
más comprensiva y comprensible, menos viciada por
competencias y sentimientos negativos contaminantes, sirve seguramente en cualquier ámbito de interacción que se aplique.
Todos los años, al finalizar el curso, invitamos a los
participantes a emitir opinión crítica y proponer sugerencias para mejorar la versión del año siguiente,
y las tenemos en cuenta. Carecemos de evaluaciones
objetivamente válidas para ponderar los resultados.
No contamos con seguimiento de la calidad de comunicación de los egresados, de cómo implementan
lo aprendido en su hábitat profesional y mucho menos en otros entornos de su vida ajenos a su trabajo
en salud.
Entendemos lo limitado del emprendimiento, que no
puede ni pretende compensar lo que se ha instalado
como un déficit serio. Las habilidades y destrezas en
el trato con los pacientes, con sus familiares y acompañantes y con otros miembros del equipo de salud,
deben jerarquizarse desde los cursos de grado con
su implementación curricular y no quedar a la azarosa deriva de la -aunque valiosísima- menos tangible
transmisión extracurricular.
La inclusión de la comunicación como asignatura
primero y como especialidad del postgrado en las
distintas carreras que tratan con asuntos de salud y
enfermedad, es un ideal que nuestra realidad exige.
Conclusión, obligadamente transitoria, pero esperanzada
Este curso no es más que uno entre muchos proyectos, emprendimientos destinados a lograr que la
vocación de prevención, asistencia, docencia, acompañamiento y servicio haga bien, con humildad, a
quienes los requieren y a quienes los brindan.
Pretende que nuestras profesiones, nuestras artes y
ciencias de la salud sean más útiles, más funcionales
y más humanas para todos.
Los autores agradecen
a los pacientes, que han inspirado el curso, a los alumnos que lo
han enriquecido y a los miembros del staff, que han participado
y/o participan con su fe, su generosidad, su saber y su tiempo para
que sea una realidad: (por orden alfabético):
Dr. Néstor Abramovich, Dr. Franco Ambrosi, Dra. Marisa Calvo, Dr. Fernando Dalto, Prof. Dr. Antonio Raúl de los Santos, Dr.
Carlos Elizondo, Dr. Hernán Elizondo, Lic. Estela Falicov, Prof.
Dra. Sofía Isabel Fernández, Dr. Gustavo Girard, Lic. Prof. Natalia González, Dra. Mónica Martínez, Sra. María Eva Monzón,
Lic. Prof. Beatriz Moreno, Prof. Mgtr. Sylvia Nogueira, Prof. Elena
Pérez, Prof. Dr. Federico Pérgola, Prof. Dr. Pedro M. Politi, Srta.
Emilce Rodríguez, Lic. Gabriela Rodríguez, Lic. Mercedes Salvadori, Lic. Carolina Silbergleit, Lic. Julieta Silvestri, Ps. social. Cristina Zanetti.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
- Bandler, R.; Grinder, J.; La Estructura de la Magia. Volumen I.
Lenguaje y Terapia;
Cuatro Vientos; Santiago de Chile; 3ª. Ed.; 1980.
- Berne, E.; ¿Qué dice Usted después de decir “hola”?; Grijalbo;
Buenos Aires; 1983.
- Cibanal Juan, L.; Arce Sánchez, M del C.; Carballal Balsa, M. del
C.; Técnicas de
comunicación y relación de ayuda en ciencias de la salud; 2da. ed.;
Elsevier España;
Barcelona; 2010.
- Cortés, Beatriz; Experiencia de enfermedad y narración: el malentendido de la cura;