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LAS LUCES DEL ISLAM
El islam en el mundo
Panel de caras 'Risa loca', de Rafik el Kamel.
Oponer cultura islámica y cultura occidental supone caer en una dualidad
agresiva que poco tiene que ver con la realidad y que olvida las conexiones
entre el monoteísmo de las tres religiones del libro o el sentimiento de
injusticia provocado por el colonialismo en algunos países árabes.
Texto:
MÍKEL
DE
EPALZA
Hay unas convergencias culturales evidentes entre las diversas comunidades de
creyentes musulmanes ("el islam") y el resto del mundo, convergencias del pasado,
lejano y próximo, del presente y también del futuro.
Cuando se opone islam a Occidete, u Occidente desarrollado a las sociedades "en vías
de desarrollo" -"pobreza" de muchos-, o también un islam religiosamente puro frente a
un pervertido mundo moderno, se expresa unas fáciles dualidades y unas bipolaridades
agresivas, sea en ambientes islámicos o en el resto del mundo. No se respeta así una
realidad social -cultural y hasta religiosa- tal y como se encuentra vivida por los
musulmanes, en el pasado y en nuestros días. Y son muchos millones de personas,
también en Occidente, los que viven y expresan intensamente algunas de esas
dualidades, en el mundo de hoy. Un poco más de realismo, al analizar las situaciones
concretas o globales del mundo, puede ayudar a comprender, respetar y procurar una
más que necesaria complejidad, en las relaciones del islam con el conjunto de la
realidad mundial, incluida la llamada cultura occidental.
Lo primero sería recordar y reconocer la frecuente convergencia del islam con otras
culturas, en el pasado.
El islam, como religión y como forma específica de sociedad, nace en una región
desértica, pero en manera alguna en una región aislada. La Meca y Medina se
encuentran en unas redes caravaneras en el centro del llamado Creciente Fértil, el
semicírculo que desde el Golfo (Pérsico, o Árabe, o de Basora) une Mesopotamia con el
valle del Nilo, por la región sirio-palestina. Esas rutas caravaneras y las rutas marítimas
del mar Rojo, siempre difíciles, unen también el Mediterráneo con Yemen, al sur, y
África oriental de Abisinia y el océano Índico, al oeste y al este.
Esta imagen geográfica expresa también una serie de orientaciones religiosas y
culturales: la inserción del islam en unas corrientes religiosas judías y cristianas,
presentes en el monoteísmo del Corán, base de las creencias islámicas. Culturalmente,
los mitos árabes de beduinidad esconden mal el carácter fundamentalmente urbano y
helenístico de las sociedades islámicas primitivas de La Meca y de Medina, con sus
elementos persas, egipto-nilóticos e índicos. El modo urbano de vida no se opone a una
economía basada mayoritariamente en la agricultura y la ganadería. Esos sustratos
comunes primitivos, religiosos y culturales, explican la rápida expansión del islam quizá
mejor que milagros religiosos o conyunturas político-económicas, desde las
antiplanicies iraníes y las llanuras fluviales de la India hasta el fondo del Mediterráneo y
de los desiertos saharianos. Y una de las causas de la permanencia del islam durante
tantos siglos ha sido su simbiosis inicial de una fe religiosa con una cultura y lengua
concreta, la árabe, simbiosis que se repetirá, con variantes, en el mundo persa, beréber,
turco, indio... y moderno, donde la religión musulmana es profesada por unos 1.200
millones de creyentes, en toda clase de situaciones culturales, hasta en sociedades de
gran capacidad integradora, como Estados Unidos o Argentina.
Si de los orígenes del islam se discurre por los siglos de historia hasta nuestros días,
pueden observarse continuas y muy estudiadas síntesis de mutuas influencias con otras
culturas. Al Ándalus y Europa occidental no son más que un ejemplo. Pero el mundo
moderno actual impregna, en las múltiples actividades de la vida, toda la cultura de las
sociedades islámicas, en convergencias con el resto del planeta.
Al lado de las convergencias en vivencias comunes, hay evidentemente factores de
divergencia, especialmente creencias y algunos preceptos religiosos tradicionales,
signos de una identidad asediada por la modernidad uniformadora. Son elementos de
diferencias, como los de las lenguas, los de los grupos étnicos y religiosos o los de las
naciones modernas. Es un problema que conocen otras religiones y todos los
nacionalismos, dentro de la propia sociedad occidental. Lo conoce el cristianismo
multiforme de América del Norte y del Sur, y de Europa occidental y oriental, que han
pasado de unos exclusivismos territoriales a un notable -aunque nunca perfectoecumenismo de convivencia, en el mundo moderno. Esta simbiosis de convergencias la
conocen también los diversos nacionalismos modernos, que han acabado aceptando el
internacionalismo de convivencia, a pesar de sus tensiones y deficiencias.
La bipolaridad agresiva, de exclusión y desprecio hacia la política y la cultura
occidentales, que se observa en muchos sectores de las sociedades islámicas, se debe en
gran parte a la noción de injusticia política y social que sienten, según el islam. Se
sienten agredidos, militar y socialmente, por un colonialismo aún vigente y un
imperialismo que engloba muchas situaciones de agresión: las militares, en muchos
casos (Palestina, por supuesto, pero también Afganistán, Chechenia y Azerbaiyán, por
los países eslavos, medio-cristianos y medio-ateos, ahora aliados de Occidente), pero
también las agresiones económico-sociales, de situaciones de subdesarrollo en las que
viven muchísimas sociedades de mayoría islámica.
Estas situaciones provocan reacciones religiosas de agresividad, porque el Corán y la
historia islámica primitiva ofrecen una fácil expresión religiosa de reacción ante la
injusticia. La justicia divina, que acabará venciendo, a medio plazo o en el supremo
encuentro del Juicio Final, es un tema recurrente en el Corán, desde los más antiguos
textos de la predicación de Mahoma, cuando él y los suyos eran perseguidos en La
Meca. Sus enemigos provocaban la cólera de Dios, que era también expresión de la ira
de los musulmanes ante los ataques y traiciones de sus enemigos.
Hay que advertir que la cólera o el odio, tan denostados generalmente, son en realidad
un sentimiento de defensa de los afectados por una injusticia (al menos sentida
subjetivamente). Es una reacción del débil ante una injusticia. El odio es un indicador de
una situación de opresión, personal o colectiva. Los opresores no suelen sentir odio,
aunque manifiesten cólera contra los que no se pliegan a su voluntad. Dos situaciones,
cuyo paralelismo es un poco cruel, son un ejemplo de esa relación odio-opresión: los
judíos podían tener odio contra los nazis, que les perseguían, pero no suelen tener ese
sentimiento con los árabes palestinos, si no son víctimas de sus ataques como reacción
también de un odio de los que se sienten despojados de sus tierras, su agua, sus
derechos cívicos, sus líderes políticos y otros signos de identidad colectiva. El odio no
es una situación normal, de normalidad, pero sí es una reacción natural, como una fiebre
en el cuerpo social, para señalar una situación de injusticia. Esa anormalidad actual, en
el mundo islámico moderno, debería superarse con una mayor situación de justicia,
social e internacional. Es una tensión, que inicialmente puede ser fecunda, pero que
tiene que desaparecer, por las reacciones violentas que alimenta.
La dualidad o bipolaridad -"nosotros" y "ellos", los sentimientos identitarios "in-group"
y "out-group"- puede satisfacer la mente semítica, de semitas que son tanto árabes como
judíos, y de personas religiosas alimentadas por el monoteísmo de la Biblia o del Corán,
con sus conceptos claves mutuamente excluyentes (creador-creación, cielo-tierra,
materia-espíritu, buenos-malos...). El matizado binomio de Samuel P. Huntington, en El
choque de civilizaciones, sería una de las más recientes expresiones de esas dualidades
agresivas. Quizá sería más positivo para todos situarse realísticamente en el mundo con
la mentalidad ternaria de "síntesis-antítesis-síntesis", indo-europea en su origen y base
de las ciencias modernas. Sería constatar unas diferencias y hasta una oposición, pero
que termina en convergencia de los opuestos, respetando sus especificidades.
Es un problema mundial para los musulmanes y para todas las sociedades: cómo
compaginar unidades globales con diferencias específicas; cómo evitar las exclusiones y
las opresiones, las injusticias que engendran violencia. Los políticos, a muchos niveles,
saben mucho de solventar agresividades en síntesis vitales, particularmente los
norteamericanos en su política interna, desde hace más de un siglo, tan pragmáticos
ellos en intentar resolver problemas y tensiones sociales. Y todos vivimos ahora esa
mentalidad, en las sociedades modernas, también las islámicas, aunque a veces y en
situaciones excepcionales se recurra a mitos tradicionales de bipolaridad para justificar
injusticias y opresiones, o para rebelarse contra esas situaciones. Así lo sienten muchos
musulmanes actuales.
Se puede soñar en una síntesis, especialmente en los dos problemas fundamentales que
ven los musulmanes en el mundo y que les afectan profundamente: la síntesis de
palestinos e israelíes viviendo en un mismo territorio, sin aniquilación u opresión de una
de las dos partes; la síntesis complementaria de un mundo rico que no estaría separado
de un mundo pobre por diferencias económicas abismales, por unas fronteras
impermeables a la inmigración y sin los fecundos mestizajes culturales, etcétera.
La utilización de claves únicamente religiosas para explicar las dinámicas sociales
(invocando "nuestro Dios" o "Dios con nosotros", en diversas lenguas) fomenta visiones
binarias y agresivas (contra "el Gran Satán", "terrorismo", también con fórmulas
diversas) que no suelen ajustarse a la realidad, mucho más compleja. Tampoco ayuda a
comprender a los que no piensan como nosotros, ni a convivir con ellos, en el islam y en
el mundo entero.
El "Dios lo quiere" que revolvió a Occidente hace mil años puso al servicio de una
causa -la de recuperar los Santos Lugares de Jerusalén- inmensas fuerzas de Occidente.
Volver a los Santos Lugares de Israel, del pueblo escogido por Dios, ha movido grandes
esfuerzos judíos en nuestros días, religiosos o agnósticos, que se presentan como una
defensa de Occidente contra ataques de islamistas. Quizá un "Dios lo quiere" general y
convergente -más laico- buscará fórmulas políticas y económicas -no sólo las militares y
policiacas- para solventar las tensiones con diversos pueblos musulmanes, fuera del
recurso a la fuerza que excluye a unos de su patria o de las riquezas del mundo,
regateando los recursos de todos. Este esfuerzo mejoraría, entre otras ventajas, la
situación del islam en el mundo moderno.
Míkel de Epalza es catedrático de Estudios Árabes e Islámicos en la Universidad de Alicante y traductor
del Corán al catalán.