Download Papel de la psicología social en el marco del conflicto armado

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Transcript
PhD
1
Resumen
El conflicto en Colombia tiene una historia de larga duración, tan extensa que
casi consideramos haber vivido siempre en él. Las cifras del conflicto muestran
población afectada en todas las direcciones, resulta en particular preocupante
la violencia contra niños, niñas y jóvenes, la violencia contra la mujer y la
agresión a población indígena y afrodescendiente. Frente a ello, el profesional
en Ciencias Sociales tiene grandes desafíos, entre ellos romper las fronteras de
su práctica tradicional, abordar el conocimiento de su realidad y rescatar el
valor y el poder de las poblaciones para agenciar su cambio. La formación de
profesionales que enfrentarán en el inmediato futuro este ingente desafío,
deben ser educados a la altura del desafío, con nuevas prácticas, mayor
contacto con la realidad y mayor pertinencia y espíritu crítico en los
contenidos. Este es el recorrido de este documento de cuatro escenas, que
deja la última al lector para que se convierta en vida.
2
Palabras claves:
Conflicto social, ciencias sociales, violencia en Colombia, enseñanza de las
ciencias sociales en Colombia.
Introducción
En la siguiente presentación haré un recuento de algunos hechos de violencia
social que son el día a día en Colombia y que precisan y describen el contexto
de los desafíos más ingentes que enfrentamos como científicos sociales. No son
cifras exhaustivas ni agotan los análisis posibles, se presentan a modo de
sensibilización y movilización del pensamiento para generar ideas de
intervención. Posteriormente presentaré algunas claves de trabajo surgidas de
la experiencia y una reflexión sobre las necesidades de intervención con este
tipo de poblaciones que se presenta como enumeración, lista abierta para
seguir construyendo temas y oportunidades de trabajo. Finalmente señalaré los
aspectos que considero fundamentales para el aprendizaje de profesionales
que sean capaces de estar a la altura de estas demandas y propuestas de la
realidad, con la intención también abierta de seguir recuperando opciones y
estrategias de las experiencias de otros profesionales.
Es una reflexión en construcción abierta al aporte de nuevas propuestas y
caminos para el análisis planteado por escenas. La metáfora de las escenas
ayuda a ubicar momentos, una suerte de fotografías que requieren
movimientos intermedios que completa quien lee y que ayuda a visualizar una
trayectoria completa, la trayectoria que debe construir un científico social en
formación.
3
Primera escena: Algunas cifras del conflicto
El conflicto armado en Colombia lleva 43 años en su último periodo. Esta
ubicación reconoce el nacimiento de las FARC-EP y del ELN, como un momento
clave en la historia del conflicto en el año 1964. Un conflicto de tan larga
duración que ha sido catalogado como uno de los más antiguos del planeta.
Para los colombianos, la violencia siempre ha existido, no ha habido nunca
propiamente tiempos de paz, de tal suerte que todas las violencias de todos los
tiempos parecen ser una y la misma. Pécaut (2001) al respecto señala: “La
memoria de la violencia sigue siendo, en efecto, singularmente fuerte. Una
memoria compleja, como lo ha sido La Violencia misma (…) Esta memoria no es
extraña en la reiniciación de la violencia a fines de los años setenta. Ella ha
forzado el imaginario social que incita a pensar que las relaciones sociales y
políticas son regidas constantemente por la violencia, y que esta puede invadir
de nuevo toda la escena” (p. 110).
¿Qué tipo de sociedad somos habiendo crecido y creído que la violencia nos
constituye y es parte de nuestra realidad? El colombiano naturaliza su escena,
se comporta y transita por su vida lidiando con la existencia de la violencia y
sólo en breves instantes se libra de lo que llamaría Martín-Baró el fatalismo.
Blanco& Díaz (2007) señalan al respecto: “ (…)Consuelo, por su parte, es el vivo
ejemplo de reactancia: confronta esa honda actitud de pasividad conformista y
resignada ante lo que la vida tenga a bien depararle e intenta abrirse camino
hacia la rebeldía (fatalismo reflexivo le podríamos llamar con la ayuda de Beck)
para salir de la “ruta marcada por las generaciones pasadas””.
Quizás así
vivimos los colombianos, en medio de la incertidumbre, la inseguridad, la
resignación, la conformidad, la apatía, diversas formas, que nos recuerdan
Blanco & Díaz (2007), son el amparo contra la posibilidad de desaparecer que
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siempre trae consigo la violencia.
Los efectos devastadores de 43 años de confrontaciones sobre variedad de
poblaciones ha intentado calcularse, especialmente en las últimas décadas con
la ayuda de entidades del Estado o no gubernamentales, regionales,
nacionales, e internacionales como, Human Right Watch, UNICEF, Consultoría
para los derechos humanos y el desplazamiento (CODHES), Cruz Roja
Internacional, Agencia de la ONU para los refugiados (ACNUR), Amnistía
Internacional, Fundación País Libre, entre muchas otras. Estas organizaciones
cuentan con observatorios de violencia, redactan informes,
realizan
denuncias, atienden y disminuyen los impactos del conflicto sobre todos los
actores, tomando como base cifras que colectan con rigor y constancia para
producir estadísticas y análisis de gran valor en la comprensión del fenómeno.
Estas cantidades profusamente almacenadas y analizadas han ayudado a
visualizar la situación por poblaciones, por regiones, por tipo de lesiones, por
actores y en líneas de tiempo.
La brecha entre los datos recopilados por una organización y
por otra que
atienden fenómenos similares y la gran cantidad de personas que nunca llegan
a las estadísticas de estas entidades es un asunto que estas mismas
instituciones analizan y recogen en sus informes. En el caso de los problemas
para llevar estadísticas sobre víctimas, por solo mencionar un aspecto de la
problemática, se destaca que normalmente existe en el afectado miedo a
identificarse por el peligro que corre su vida, la desconfianza en los intereses
que defienden algunas organizaciones que ofrecen ayuda, la desinformación o
dificultad
del desplazado o vulnerado para acceder a los lugares donde se
brinda apoyo específico, el carácter y recursos de algunas de las víctimas que
les permite soluciones individuales o de apoyo familiar y como un aspecto muy
particular, la distorsión de los registros y datos a favor de intereses de quienes
los presentan.
5
Esta situación de las víctimas, es claramente retratada cuando Mauricio Gaborit
(2006) recoge de Martín-Baró, la dura experiencia de las víctimas del conflicto
armado de El Salvador: “Para muchos, la mentira se volvía la forma más
expedita para poder sobrevivir y, aunque, en una primera instancia, la mentira
era rechazada, pronto se incorporaba en el lenguaje cotidiano, que daba
cuenta de la vida personal y colectiva. (p. 11 ) Gaborit (2006) señala que esta
aceptación de la mentira impuesta, trae a su vez a las personas una identidad
impuesta y genera que se interiorice la violencia que está en la base de esta
mentira. La lógica de la supervivencia se impone a las convicciones,
rompiendo, dice Gaborit, “la unión lógica que debe existir entre vivencia
subjetiva y realidad social”.
A modo de ejemplo de lo anterior, es posible citar a La Alta Comisionada para
la Paz, Mary Robinson (2007) cuando, asevera en su informe sobre la situación
de derechos humanos en Colombia durante 2006 que aún tenemos como país,
un subregistro de casos de desplazamiento, que hay dificultades para
cuantificar la cantidad de paramilitares desmovilizados dado que vuelven a
reclutarse o son reclutados por la fuerza en nuevos grupos, o cuando señala
casos de ajusticiamiento de personas que calificadas de subversivas son en
realidad población civil. Esto desde luego sólo alude a unas cuantas
posibilidades de distorsiones en los datos, pero deja ver que el fenómeno del
conflicto armado en nuestro país, en todas y cada una de sus facetas sigue
siendo esquivo, subestimado en algunas ocasiones, sobre estimado en otras,
pero sobre todo complejo, incierto y descontrolado. En los 90 se consideró
sobre analizado, la aparición y proliferación de violentólogos y analistas
sociales
y
políticos,
desgastó
perspectivas
teóricas
y
especulaciones
académicas hasta los límites, pero pese a ello el fenómeno siguió siendo
confuso, irregular, heterogéneo, multiforme, incomprendido y sin solución
contundente. Los efectos psicológicos, políticos, económicos, culturales y de
6
toda índole se presagiaban intensos, irremediables, inexorables, duraderos por
muchas generaciones superando con creces la voluntad de las generaciones
presentes por encontrar soluciones definitivas.
Pese a las dificultades que siempre habrá en las cifras por diferentes razones,
algunas de las cuales ya he señalado, voy a permitirme presentar algunos datos
recolectados de diferentes informes, artículos y documentos, producidos por
periodistas, ONG´s y
organizaciones del Estado
que se encargan de la
denuncia, del seguimiento y del diseño de programas para atender y disminuir
la diversidad de efectos de todo orden que trae consigo este conflicto. La
recolección de información que he hecho, si bien no es exhaustiva, ni
sistemática, ni tiene pretensión de ser un estado del arte, busca sensibilizar
sobre el enorme reto que se presenta a los profesionales colombianos a la hora
de pensar qué tipo de disciplina debemos proponer para enfrentar con
pertinencia los retos y desafíos que se imponen desde la realidad del conflicto
armado que vivimos.
En el panorama nefasto de nuestro conflicto interno, los niños, niñas y
adolescentes, han sido una de las poblaciones más vulneradas, y al afirmar
esto, no me refiero sólo a la cantidad que ha sido afectada, o a la diversidad de
formas en que ha sido vulnerada, sino a las graves consecuencias y efectos que
puede tener para un ser humano, el vivir, tan temprano en su existencia
realidades tan severas y degradantes.
Según La Coalición Contra la Vinculación de niños, niñas y jóvenes al Conflicto
Armado en Colombia, CEJIL (2007), No hay una cifra que se pueda considerar
confiable de los niños y niñas vinculados como combatientes en grupos
armados, pero se afirma que datos conservadores sobre el fenómeno podría
cuantificarlos entre 8.000 y 13.000. CEJIL tomando como fuente a
Human
Right Watch, además añade que al menos uno de cada cuatro combatientes en
el conflicto es menor de 18 años.
7
CEJIL (2007) Tomando como fuente a UNICEF Y a Human Right Watch (2006)
reconoce que
un poco menos de la mitad de la población que ha sido
desplazada en Colombia durante los últimos seis años son niñas y niños, 1
millón cien de ellos y ellas aproximadamente, en una población aproximada de
3 millones de personas desplazadas calculadas para 2006. En otro aspecto del
conflicto, Según datos del sistema de Información del Observatorio de Minas
Antipersonales del Programa Presidencial de Derechos Humanos y Derecho
Internacional Humanitario, hablando de cifras entre 1990 y 2006, se afirma
que 5.619 colombianos
y colombianas han sido víctimas de las minas
antipersona y entre ellos 567 son menores de edad (442 niños y 125 niñas).
CEJIL (2007), para hablar de la diversidad de maneras en que esta población
tan sensible es afectada, denuncia que en los dos últimos años se ha visto un
incremento en las ejecuciones extrajudiciales de niños y niñas por parte de
miembros de la fuerza pública, quien, en algunos casos, ha presentado sus
cadáveres antes las autoridades judiciales y los medios de comunicación como
insurgentes muertos en combate. Estos casos hacen parte de situaciones donde
estos niños y niñas son obligados a confesar, a delatar o a denunciar a través de
tortura convirtiéndose de esta manera en blanco y objetivo militar para los
diferentes actores del conflicto.
Otra población profundamente vulnerada en este conflicto, son las mujeres.
CEJIL, citando a Amnistía Internacional, en su informe “Cuerpos marcados,
crímenes silenciados” 2004 advierte que en 40 años de conflicto colombiano,
todos los grupos armados, legal o ilegalmente constituidos
han
abusado y
explotado sexualmente a mujeres civiles, a mujeres combatientes de todas las
edades, aún siendo niñas. Esta situación de las niñas y de las mujeres en el
conflicto es muy angustiosa porque las denuncias son más invisibles o algunas
veces no se producen. Las connotaciones sexuales advierten daños profundos
psicológicos y físicos y en última instancia se está hablando de que el cuerpo
8
femenino se convierte en un arma y un territorio de guerra hasta donde se
extiende el conflicto con toda su fuerza y degradación, en todo el sentido de la
frase. El cuerpo femenino se desdibuja con un prójimo, casi deja de ser
humano, para convertirse en objeto con el que se amenaza al contrario, en
territorio donde se traslada la disputa, sin importar quien lo habita y cuánto
sufre.
Campesinos, indígenas, afrodescendientes han sido igualmente profundamente
vulnerados,
torturados,
asesinados,
desplazados.
Su
situación
es
particularmente significativa puesto que además del desastre social que se
produce por la destrucción de formas culturales, su pérdida de autonomía y
control social interno, lesiones morales por asesinato de sus autoridades
tradicionales y líderes comunitarios, se ocasionan tragedias ecológicas y graves
problemas
económicos,
desabastecimiento
alimentario,
violaciones
de
derechos humanos, delincuencia por expansión de cultivos ilícitos y tráfico de
drogas,
siembra
de
minas
antipersonales,
conflictos
inter
étnicos,
debilitamiento de sus formas de subsistencia. Para la región sur occidente,
especialmente para Valle y Cauca con una presencia importante de población
afro e indígena, este es un problema grave y prioritario. La lucha de población
campesina, afro e indígena, su resistencia a involucrarse con el conflicto y su
solidez cultural y social son un ejemplo, con muchos costos del valor del
colombiano y de la colombiana con su innegable capacidad de resiliencia.
El valor de las poblaciones en Colombia que viven en situación de violencia se
hace tanto más significativo si se entiende, como dice Pécaut que “el recurso
del terror está acompañado de la puesta en escena del horror, para impedir
todo intento de resistencia por parte de la población” (p.212) un horror que
perdura por su virulencia y su ánimo destructor de la esperanza. Refrendando
lo anterior y para citar sólo el caso de agentes de la fuerza pública como uno
9
de los actores que ejercen la fuerza contra estas poblaciones, cita el informe
de la Alta Comisionada ya mencionado en este texto, que La Defensoría del
Pueblo registró un incremento de quejas de violaciones de derechos humanos
atribuidas a miembros de la fuerza pública, particularmente del ejército y de
la policía en 2006 contra estas poblaciones. Esta situación, afectó en especial a
miembros de comunidades indígenas y afrocolombianas, líderes sociales,
defensores de derechos humanos, campesinos, mujeres, niños y niñas,
sindicalistas, periodistas, y personas desplazadas según datos del informe.
Persisten también, según el documento, altos índices de impunidad frente a
estos hechos, en especial cuando las acciones son perpetradas por la fuerza
militar, lo que agrava, indigna y profundiza el dolor y la impotencia de las
víctimas. Con lo anterior, no se excluyen acciones perpetradas por guerrilleros
o paramilitares, sólo centra o enfoca un aspecto del problema.
Según el informe de la Alta Comisionada para la Paz, la Alta Consejería
Presidencial para la Acción Social reconoce una cifra total de desplazados entre
1985 y 2005 de 3 millones de personas; cifras del 2007 de diferentes entidades
ya hablan de 4 millones y con los acontecimientos que no dejan de cobrar
víctimas a diario, podríamos haber aumentado esta cifra para 2008. Al respecto
dice Pécaut “(…) el desplazamiento no es, una simple coyuntura sino que es
vivido como una condición social casi permanente” (pág. 262). Su situación se
agrava porque el desplazado no puede reclamar sus derechos dada la
desorganización,
las presiones a
sus
vidas que
no
les deja
actuar
colectivamente. Dice Pécaut, el desplazado se vuelve frencuentemente
“sospechosos”(….) y añade “ aunque no son apátridas, los desplazados
colombianos viven la experiencia de la triple pérdida descrita por Arendt:
pérdida de la inserción social, del significado de la experiencia y de los
derechos” (p. 262)
El documento de la Alta Comisionada señala que se recibieron en programas de
10
atención humanitaria al desmovilizado entre 2002 y 2006, 3295 desmovilizados
individuales de AUC y 6340 de la guerrilla, desmovilizaciones colectivas de
autodefensas 30944. Estos grupos representan un enorme desafío, pues ante el
fracaso o poca efectividad de los programas gubernamentales, existe el riesgo
y la evidencia, probada en países como el Salvador y Nicaragua y en nuestro
país, de que estas personas, especialmente las que pertenecían a las bases de
estos grupos, pronto se rearman o se vinculan a organizaciones de delincuencia
común que deterioran aún más su relación con la sociedad hacia el futuro.
Sobre este proceso de desmovilización hay grandes expectativas y profundos
escepticismos, pues la esperanza de verdad y reparación, tiene cerca de 50000
personas en vilo y un país dividido en opiniones y críticas.
A partir de 1996 y hasta el 2006, Según la Fundación País Libre (2007), en
Colombia se han secuestrado más de 21000 personas y más de 3000 pueden
seguir cautivas. Aristizabal (2000), dice “El 80% de los secuestros mundiales se
efectúan en Latinoamérica y de esa cifra más de la mitad en Colombia” (p .32).
Los Reportes consignados por Medios Para La Paz de diferentes fuentes (s.f)
presenta refiriéndose a cifras del conflicto en Colombia que desde el año 1993
hasta 2006 los paramilitares realizaron, según el observatorio Presidencial de
los derechos humanos 1517 masacres que dejaron 8386 víctimas. Según los
datos consignados por Amnistía Internacional durante los últimos 20 años, el
conflicto colombiano ha cobrado la vida de al menos 70.000 personas, la gran
mayoría de ellas, civiles muertos fuera de combate. Según el periódico
El
Tiempo, referido en estas cifras del conflicto que desde 1990 hasta junio de
2006 se habían registrado 4322 accidentes con minas antipersona y munición
abandonada. Para finalizar este panorama no exhaustivo del fenómeno cita
Medios Para la Paz, que La Coordinación Colombia-Europa-Estados Unidos,
haciendo un análisis del gobierno del Presidente Álvaro Uribe desde agosto de
2002 hasta agosto de 2004, detectó 6332 detenciones arbitrarias a colombianas
11
y colombianos, aumentando el desconcierto y la preocupación por un país tan
gravemente herido y vulnerado, hasta por aquellos en quienes naturalmente
quisiera confiar.
Pecáut (2001) señala que las personas sometidas a contextos de terror como
los
que
nosotros
hemos
vivido
“sufren
una
triple
experiencia:
Desterritorialización, es decir, el espacio pierde características sociales
respecto
del
trabajo
y
de
la
solidaridad,
no
hay
zonas
seguras.
Destemporarización: la guerra impide ver el futuro y un eje temporal continuo,
la gente le cuesta tener un relato colectivo. Desobjetivación. El sujeto pierde
la capacidad de afirmarse como sujeto de su propia vida,
es un sujeto
sometido a las leyes de otros. (p.293) unas leyes que no son claras,
homogéneas, permanentes y ancladas en valores compartidos.
Segunda escena: Algunas claves del ejercicio
Al dejarse impactar por estas cifras sueltas pero
angustiantes y estos fenómenos humanos tan
devastadores, se puede comprender con toda
claridad
cómo
es
que
la
Organización
Panamericana de la Salud y la Organización
Mundial de la Salud, en su Informe Mundial Sobre
la Violencia y la Salud (2002) recuerdan que en
La Asamblea Mundial de la Salud, en 1996, en
Ginebra, se aprobó una resolución por la que se
declaraba
la
violencia
como
uno
de
los
principales problemas de salud pública en todo el mundo.
12
En esta asamblea se impulsa a los Estados Miembros a evaluar el problema de la
violencia, a evaluar tipos y eficacia de las medidas y programas destinados a
prevenir la violencia y a mitigar sus efectos considerando las diferentes
poblaciones con un énfasis en abordajes comunitarios. Esto es visto
directamente como una intervención en salud. Este trabajo se recomienda
intersectorial en la prevención y en la intervención y se anticipa como un
esfuerzo de gobiernos, autoridades locales, organizaciones del sistema de las
naciones unidas, entre otras instancias. Lo interesante de esta propuesta es su
enfoque público, una perspectiva que obliga a pensar a profesionales como los
científicos sociales que somos, los problemas de salud mental o física, en
particular aquellos derivados de la violencia, como fenómenos personales,
ahistóricos y descontextuados y afrontemos la violencia como un problema
público, en este sentido político y comunitario, en un momento histórico
particular y en un contexto específico.
Así, Velandia (2000) señala que “El derecho a la salud se convierte entonces,
en el plano social en el punto de partida para reafirmar el derecho a la vida:
una vida cuanto más larga, cuanto más eficazmente se aprovechen todas las
reservas biológicas del (ser humano) y se reduzca al mínimo el efecto
patológico de los factores propios del envejecimiento social precoz.”
Esta perspectiva ya ha sido propuesta por las escuelas críticas en las ciencias
sociales, teorías llamada críticas y liberadoras, permitidas por el espíritu de
una época que puso en los 70 en movimiento una miriada de intelectuales
latinoamericanos por excelencia, pensadores inspirados y animados por la
Escuela Crítica de Frankfurt y a través de ella del marxismo,
el
postestructuralismo, el interaccionismo simbólico y la teología de la liberación,
sabia amalgama sólo posible en nuestros países híbridos, jóvenes, del realismo
13
mágico y en la cola del desarrollo. Esta manera de pensar fue cuna de Paulo
Freire y su pedagogía del oprimido, de Orlando Fals Borda y la Investigación
Acción Participativa, de García Marquez, Cortazar, Borges y Sábato nuestros
visionarios intelectuales del mundo de la literatura, de Ignacio Martín Baró
psicólogo inmolado en el conflicto del Salvador impulsor sin tregua de la
Psicología de la liberación, de Maritza Montero, Elizabeth Lira y de tantos otros
que lograron darse cuenta de que era necesario, urgente y determinante,
construir un modo de actuar y de pensar pertinente en cuanto referido a la
realidad que estábamos viviendo desde el lugar de la gente común, cotidiana,
de las víctimas, de los oprimidos, de los sin voz, sujetos históricos y
contextuales sobre los que recae toda acción como intervención, acción que es
comportamiento, como solemos estudiar los
científicos sociales, pero
comportamiento con sentido.
Es sabido, y así lo recuerda Bauman (2004) que en los lugares donde hay
violencia permanente se genera agresividad en las personas que va de lo
público a lo privado, el vecindario, la familia ya no son los espacios de
solidaridad y cooperación. Tanto dolor y angustia, recuerda el sociólogo alemán
en su libro “La sociedad sitiada”, tiende a destruir los lazos sociales. Las
personas no pueden aprender porque sus entornos se vuelven impredecibles y
el hecho de conformar hábitos, o de hacer memoria puede convertirse en un
acto suicida. Se necesita empezar siempre de nuevo, pensar que cada
circunstancia es única a fin de tener la flexibilidad para sobrevivir, aun si está
práctica desgarra y fragmenta la conexión con el pasado o con otros seres
humanos. Todo esto hace más grave y difícil la situación de las víctimas y más
urgente y determinante el papel del científico social, tejiendo y destejiendo
con
los
otros
la
posibilidad
de
existir
y
no
desaparecer
social
e
individualmente.
14
Pécaut (2001) habla de tres tipos de memorias de la violencia en los
colombianos, una que se refiere a la violencia pretérita entre los dos partidos y
que desconoce otras dimensiones de la violencia, la de los relatos individuales
que no se integran a un relato colectivo y la de la memoria mítica que
considera una violencia que ha existido siempre. Esta última trivializa el
problema como si fuera parte de nuestra naturaleza. Estas formas de memoria
se afianzan en los instantes, hacen que prevalezca un cierto inmediatismo que
señala el autor, carece de horizonte de espera y de puntos de referencia en el
pasado. “Está allí desde siempre y se reproduce sin fin”. En este panorama, el
trabajo con la memoria se hace más complejo y diverso en un contexto como el
nuestro, la memoria como un elemento reparador y constructor de sentido.
Martín Baró (1989) señala que las ciencias sociales deben estudiar todos estos
hechos como los que se han mencionado hasta ahora, por el sólo hecho de que
son personas o grupos los que están detrás de estas acciones. Personas
sometidas a los determinismos y condicionamientos que operan para
determinar cualquier conducta en relación con su familia, hijos o equipos de
trabajo y que por eso podemos comprenderlos y analizarlos, intervenirlos y
confrontarlos.
Para pensar las ciencias sociales en el presente, en el marco de un conflicto
como el que vivimos, inspirados en estos antecedentes parecen aflorar algunas
premisas de acción que pueden ser claves de pertinencia para el momento en
que vivimos. Martín Baró (1986) nos advierte que la psicología latinoamericana,
no se ha preguntado, ni se ha planteado como disciplina los problemas y las
soluciones a sus problemas urgentes y que en ocasiones, cuando se ha dado
algo en este sentido, ha sido más el reflejo de un compromiso político que de
una reflexión disciplinar. Hay en esto un reto por asumir que no se logrará en el
espacio de este documento, pero que trata de apuntar en este sentido a través
15
de la reflexión sobre asuntos que todos quizás sabemos de intuición y de
experiencia laboral, en un país que hallamos a cada paso tan profundamente
herido.
1. Se impone el conocimiento de la realidad, su interpretación y análisis. Este
conocimiento no puede ser la lectura de una sola versión de los hechos y
datos que se presentan a nuestra vista sobre los sucesos de la realidad. En
un mundo donde crece la posibilidad de informarse, es cada vez más grave y
desafortunado el aumento también de la desinformación, de las múltiples
versiones y del manejo acomodado de los hechos. En un país en conflicto la
desinformación también es una táctica de guerra y aunque conocer la
verdad sea una utopía, la reconstrucción de la historia narrada por las
comunidades y llevadas al consenso a través de la recuperación de la
memoria es un deber para iniciar la reparación y la restitución de colectivos
humanos sometidos a violencia y una condición mínima para cualquier
profesional que afronte el desafío de contribuir a su transformación.
Saber y no perder el amor por la verdad no la de una cierta visión de ciencia
objetiva y racional que en un escenario de tantas versiones se vuelve
confusa, sino la verdad con minúscula que se construye desde el otro y su
experiencia, este quizás sea el pilar de la acción con sentido de un
científico social colombiano en la escena del conflicto. La oportunidad que
se ofrece es la de transformar la necesidad de hacer ciencia a través de
visiones imparciales de la realidad, avanzado a miradas comprometidas y
solidarias que recuperan una memoria, un tipo de memoria que no reside en
un solo cerebro, sino en una entelequia que podemos llamar mente
colectiva y que reconstruye escenas y procesos en una red de relaciones
afectivas y emotivas que reparan. Maritza Montero (2002) nos habla de una
investigación social y psicosocial que permite ampliar el campo de
16
interpretaciones reconociendo el carácter activo y constructor del ser
humano, un conocimiento que se producen en relación y que permite
comprender el carácter opresor o liberador de la relación para entender la
exclusión o la Inclusión social.
2. Deberemos sacar las profesiones de los espacios cerrados de las oficinas. Se
abren los muros para que entre la gente y el lugar habitual de trabajo se
amplía y se traslada hasta las comunidades. No se habla de eliminar la
forma tradicional del trabajo pues es inherente a esa condición particular
que hace al profesional en las ciencias sociales tal, su competencia para
captar lo que sucede con el fenómeno humano, diagnosticarlo, intervenir en
él, pero se abre a un saber más compartido, a espacios menos rituales, a
prácticas más horizontales, a entregar el saber a otros para que también
puedan participar del entre comillas saber profesional y especializado, el
saber se democratiza, la torre de marfil del profesional ilustre y erudito se
cae, y se abre al poder del otro, a su conocimiento, a la construcción social
de la realidad y a la potenciación de lo que los profesionales en las
comunidades llaman la potenciación de las virtudes populares. La oficina,
el consultorio se reservan para escuchar a uno siempre y cuando no pueda
ser acogido por todos, para apalancar la inserción a lo colectivo y para el
fortalecimiento del uno que le permita participar en la transformación del
grupo. Esto es muy importante pues el que ha sido violentado tiene un
mundo y una comprensión inefable del mundo y del otro, un secuestrado
político o reinsertado guerrillero, tiene un trauma que seguramente diría
Martín Baró, no es sólo un síndrome individual sino político incomunicable a
quien no es político, una herida de país, una herida de comunidad, una
herida de palabras que no son discursos del yo, sino discursos de sociedad
convulsa, enferma de poder y complicada de ideologías.
17
3. Se exige abrir las fronteras entre disciplinas, saberes, metodologías y
campos de acción. Ante la profundidad de los conflictos y la complejidad de
su
configuración
no
son
posibles
visiones
dogmáticas,
cerradas,
individualistas, monolíticas. Ningún científico social trabajará solo, hará
parte de grupos de profesionales, de miembros comunitarios, de equipos
institucionales. Al interior de las ciencias sociales se exige apertura del
profesional para moverse en los diferentes campos pues la variedad y
multiplicidad de experiencias que se presentan para ser afrontadas exigen
saber y apelar a todo el conocimiento básico, a todas las aplicaciones y a la
incursión en metodologías de las diferentes disciplinas y áreas del
conocimiento. Nuevas comprensiones que subvierten el conocimiento
tradicional de la disciplina empiezan a emerger y un profesional versátil
empieza a surgir para preguntar y aventurar respuestas, ¿existe una
psicología de la tortura?, ¿un síndrome del desplazado?, ¿un tipo de estrés
post traumático específico según si se es familiar de un desaparecido o de
un masacrado?. ¿Existe el trauma del amputado por minas antipersonas?, ¿o
un modelo educativo y de afrontamiento construido desde comunidades
indígenas y afrodescendientes que hacen resistencia desde hace más de 400
años? Cuál de nosotros está para estudiarlas, caracterizarlas, devolverlas
como un saber útil a las comunidades, enseñarlas a las futuras generaciones
de profesionales y compartirlas con otros profesionales que discurren en los
mismos escenarios de violencia que nosotros enfrentamos para que
aprendamos de nosotros mismos y para que repitamos aquello que es
exitoso y que ya es propio de la idiosincrasia y valor inconmensurable de
nuestros colombianos y colombianas.
Dice McNeil (1992) “Necesitamos urgentemente una nueva especie de
científicos que esté menos atado a su disciplina y sea menos dependiente de
18
su limitado concepto de las relaciones internacionales hostiles del hombre.
A pesar del hecho de que los científicos de todas las disciplinas pretenden
que son incapaces de absorber siquiera la bibliografía de su propio campo,
todavía aparece vital que debamos tener una nueva camada de científicos
cuya capacidad intelectual sea lo suficientemente grande para abarcar el
conocimiento y el método a través de la ciencia política, de la economía,
de la historia, de la psicología, del trabajo social y asignaturas afines” (p.
298)
4. Hay una demanda de pertinencia y de verificación en la manera como
abordamos grupos y comunidades. Igual que la clínica más individual ha
buscado identificar lo que ha
llamado Tratamientos Empíricamente
Validados, se nos impone a todos, en especial cuando tenemos que atender
poblaciones que han sido tan maltratadas y vulneradas, dejar de ensayar
intervenciones insulsas que no sabemos si funcionan o no, que no hemos
probado
nunca
y
que
pueden
desgastar
presupuestos,
tiempo
y
oportunidades que difícilmente podrán volverse a conseguir. Esto no exime
la creatividad, la recuperación del saber popular y la contextualización de
tiempos, lugares y personas, pero se impone la sistematización, el estudio y
la investigación, no como un divertimento que nos ubica en la cúspide de
las categorías de investigadores y nos enfila en la competencia sin
indulgencia de la productividad académica, sino como el único deber que se
nos advierte ineludible como profesionales privilegiados en un contexto
estremecido por la violencia. Somos sin lugar a dudas responsables por
contribuir a la construcción de un mejor país y por apoyar la recuperación
de la esperanza de generaciones futuras que puedan superar y afrontar una
historia tan larga de confrontación y violencia.
5. Así, a la hora de pensar en investigación, debemos privilegiar los temas y
19
asuntos que devastan a nuestra población, ¿quién es el menor combatiente
de la guerra, cuál es el perfil del militar o el dirigente que ajusticia a un
individuo sin permitirle un debido proceso
en nuestro país, que
consecuencia tiene para la mujer el uso de su cuerpo como arma de guerra
y cuál es la dimensión del fenómeno en nuestro país? Qué problemas de
salud mental se presentan en combatientes de nuestras selvas de Colombia?
Qué fenómenos de nuevos movimientos sociales y nuevas prácticas grupales
hay en las marchas globales que hemos presenciado en los últimos meses?
Qué tipo de influencia social, poder y persuasión puede entenderse en un
líder revolucionario combatiendo por cerca de 43 años?
educativos
Qué problemas
y de aprendizaje se presentan en niños de poblaciones
desplazadas? Esta exigencia trae al profesional el riesgo de su vida y le
impone ser más atento, mejor informado, menos ingenuo y más
participativo de la vida política. Ninguna teoría es ajena a ideologías, a
formas de pensamiento de una época. Las ciencias sociales que hemos
heredado del siglo XX por aquellos que han tenido la hegemonía del saber,
ha sido sobre todo una ciencia social que propende por la adaptación, por el
bienestar, para Martín-Baró (1986) es un reflejo de nuestra dependencia
colonial, una dependencia que oprime tanto a los pueblos en desventaja
económica y social como a sus profesionales destacados con su aprendizaje
que reproduce saber construido y reflexionado en otros contextos,
realidades que, cuando se estudia lo que sucede en un país en guerra, no
son fáciles de entender. Es coherente, por ejemplo, pensar en la adaptación
de una población desplazada, o es importante cierto nivel de desadaptación
para la organización popular, para el inconformismo social que impulse
formas de vida más justas o un trato dentro de las normas del Derecho
Internacional Humanitario?
Martín- Baró (1986) atribuye esto a la visión
homeostática de la psicología que lleva a recelar de todo lo que es cambio y
desequilibrio y a valorar en forma negativa, la ruptura, el conflicto y la
20
crisis. Así las luchas sociales a menudo son interpretadas como transtornos
personales.
Dice Braudillard (1988) “La teoría no puede contentarse con describir y
analizar, es preciso que constituya un acontecimiento en el universo que
describe. Para eso es necesario que entre en su misma lógica y que sea su
aceleración. Debe desprenderse de toda referencia y enorgullecerse del
futuro” (p.83)
6. Debemos ocuparnos del tipo de personas y profesionales que debemos ser,
afrontando el desgaste, la depresión, el síndrome tipificado como burnout,
que en profesionales que se enfrentan a situaciones tan irresolubles,
severas y degradadas puede aparecer con mucha frecuencia y severidad.
Este síndrome puede afectarnos personalmente, o aquejar al personal que
trabaja en nuestros equipos. Si en la clínica tradicional se impone el trabajo
de psicoterapia individual como una exigencia del ejercicio profesional, al
abordar en Colombia, la complejidad de asuntos que se derivan de las
situaciones de conflicto social, no queda más que reconocer la importancia
de estar atento y trabajar sobre el autocuidado como profesionales
expuestos a riesgo de depresión, desgaste y desesperanza crónica.
Dice Braudillard (1988) “Seamos estoicos: si el mundo es fatal, seamos más
fatales qué él. Si es indiferente, seamos más indiferentes que él. Hay que
vencer al mundo y seducirle con una indiferencia por lo menos equivalente
a la suya” (p.84)
7. Finalmente como persona y profesional con el privilegio de estar en
contacto con futuras generaciones de científicos sociales incidiendo en su
formación, no puedo dejar de mencionar el ineludible compromiso que
21
como Universidad tenemos de entregar un conocimiento útil, pertinente,
contextualizado, sensible sobre esta realidad. El desarrollo de competencias
para el trabajo interdisciplinario, el compromiso ético con la realidad que
se afronta, las virtudes y competencias sociales que permiten considerar
este tipo de trabajo al interior del conflicto como una opción laboral, el
desarrollo de competencias disciplinares para afrontar el tipo de
problemáticas específicas que enfrentan este tipo de poblaciones y grupos,
el impulso y desarrollo de un pensamiento crítico que cuestione, indague y
replantee la realidad que vivimos y la promoción de temas e investigaciones
que retomen nuestras urgencias como país y como región sin perder
perspectiva en lo mundial, son algunos de los desafíos que afrontamos. No
estamos preparados para enfrentar en toda su dimensión lo que esta
propuesta implica, pero caminar hacia ella es un magnífico horizonte.
Empieza por trabajar como gremio la sensibilidad y la urgencia del trabajo
en estos temas, para que profesores y estudiantes puedan y se interesen por
desarrollar este ambicioso proyecto.
8.
Debemos
contribuir,
ante
la
fragmentación,
desarticulación
y
desorganización social a la reconfiguración de una identidad colectiva de
nación “construcción colectiva, en cuanto expresión simbólica del proceso
en que la sociedad se crea a sí misma”, según nos los sugiere el equipo que
tuvo a su cargo el texto Repensar a Colombia, cuya edición coordinó Garay
(2002) donde habrían algunas claves para continuar esta experiencia.
Tercera escena:
Algunas ideas para avanzar en una propuesta educativa para
científicos sociales en tiempos de guerra y conflicto
Los que son educadores como quienes se educan en el ámbito de las ciencias
sociales, tal vez puedan pensar en algunas de estas ideas para la enseñanza
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que describo a continuación, o mejor aún, ser creativos y estar a la altura del
desafío. Pero si el que lee, es un agente educativo, colectará intranquilo esta
suerte de propuestas y amanecerá el día siguiente al presente con la intención
de transformar su forma de enseñar y de aprender. Para hacerlo sugiero:
A. Promover la formación por casos y que estos casos sean el producto de la
investigación y el análisis de nuestros ingentes problemas sociales como
país.
B. Incrementar los laboratorios sociales, las prácticas y el aprendizaje
extramuros, propendiendo la formación con la gente, desde la gente y no
sólo para la gente.
C. Favorecer la formación que vincula estudiantes de diferentes programas de
ciencias sociales, para promover y facilitar experiencias de trabajo en
equipo con propuestas colectivas que ofrezcan las dimensiones complejas
de las problemáticas sociales.
D. Favorecer la formación de los estudiantes con electivas que amplíen la
visión
del
profesional
en
otros
temas,
enfoques,
metodologías
y
perspectivas que trasciendan su propia mirada.
E. Promover la participación del estudiante en voluntariados, experiencias que
lo acerquen a la visión de grupos vulnerados, agentes del estado, diversidad
de poblaciones con apertura, tolerancia y espíritu crítico.
F. Abrir un espacio real e incluyente para una educación con perspectiva
étnica, para una educación que favorezca la inclusión de personas de
23
discapacidad, con condiciones diversas y talentos atípicos.
G. Favorecer la vinculación de la Universidad con instituciones que atienden y
trabajan con víctimas, sin renunciar a la autonomía universitaria y con
reflexión crítica sobre los intereses que se favorecen. Ser el espíritu crítico
de la sociedad y el espejo que muestra la congruencia o incongruencia de
sus propuestas.
H. Procurar el análisis de la realidad y la producción de nuevo conocimiento
que amplíe la comprensión de la sociedad y sus fenómenos; en particular,
producir conocimiento relevante desde las ciencias sociales que sea útil en
el contexto y que permita oportunidades de vida mejores para los menos
favorecidos.
Cuarta escena: Se cierra el telón y se abre la vida
Hasta aquí hemos presentado algunas cifras del conflicto colombiano, convulso,
violento,
complejo
e
incontrolable.
Las
violaciones
a
los
derechos
fundamentales del ser humano proceden de diferentes actores, algunos incluso
en que las personas deberían poder confiar para su defensa y para su
tranquilidad.
La complejidad y la degradación de este conflicto exigen conocimiento,
participación y análisis político y desde la disciplina, compromiso, reflexión,
investigación y análisis. Una nueva epistemología para abordar los grandes
desafíos y problemas que enfrentan las ciencias sociales en nuestro contexto,
la apertura de la disciplina, de los muros de la consulta individual y la
emergencia de lo colectivo, del trabajo interdisciplinario y de la investigación
pertinente.
24
A muchos de los profesionales actuales este aprendizaje sobre realidades que
no aparecen en los libros fue un esfuerzo mayor, por eso para el futuro, las
universidades y quienes tenemos a cargo la formación de futuros profesionales
tenemos el compromiso de sistematizar este saber, transferirlo al estudiante a
través de nuevas pedagogías, formación por competencias que se desarrollen
en el seno de los grupos sociales y con el ejemplo y la inclusión de las
poblaciones vulnerables y vulneradas en el escenario del conocimiento.
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