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Competitividad y emprendimiento
Por José Ramón Díez Guijarro
La recuperación a partir de 2009 de buena parte de la competitividad perdida por la economía
española en la última fase expansiva explicaría los brillantes resultados de nuestras empresas en
los mercados exteriores y, por tanto, el positivo comportamiento de la demanda externa a lo
largo de la actual recuperación. En este sentido, es bien conocido que España ha sido, junto a
Alemania, el único país OCDE que no ha perdido cuota en las exportaciones mundiales de bienes
en los últimos años. Es cierto que la debilidad de la demanda interna obligó a muchas empresas a
buscar nuevos mercados fuera de nuestro país en los que vender sus productos, pero esa labor
se ha visto potenciada por la caída de los costes laborales unitarios (cerca del 6% desde 2009).
Por tanto, por primera vez en las últimas décadas, las palancas prioritarias en las que se han
apoyado las ganancias de competitividad han sido la moderación salarial y los aumentos de
productividad. Todo ello ha constituido un elemento diferenciador cuando nos comparamos con
países de nuestro entorno (Italia o Francia) y explicaría parte del diferencial de crecimiento a
nuestro favor en el pasado reciente. El reto es no quebrar esta tendencia, siendo conscientes de
que, a partir de ahora, debe asumir un mayor protagonismo la productividad, tras los sacrificios
salariales de los últimos años.
En esta línea, dos noticias de esta semana reflejan que tenemos un amplio margen de mejora. La
primera ha sido la publicación de los gastos en I+D de la economía europea. Según Eurostat, la
Unión Europea gasta 300.000 millones de euros en investigación y desarrollo (2% del PIB), muy
lejos de los países líderes en el mundo como Corea del Sur (4,3% del PIB) o Japón (3,6% del PIB),
pero también del objetivo fijado por la Comisión Europea para 2020 (3% del PIB). Entre las
naciones europeas, sólo Suecia (3,26%), Austria (3,07%) y Dinamarca (3%) superarían el objetivo,
mientras España ocupa el puesto 18 de la clasificación (1,22% del PIB).
Todavía más revelador ha sido la publicación por parte del World Economic Forum de un análisis
sobre los efectos del emprendimiento en la competitividad. Lo más novedoso es que, además de
analizar a los emprendedores que ponen en marcha un nuevo proyecto tras detectar una posible
ventaja competitiva, el estudio analiza la innovación dentro de la empresa o, lo que es lo mismo,
el papel de los intraemprendedores. Este tipo de innovadores suelen tener más presencia en
Europa y sus actuaciones suelen tener más incidencia sobre el empleo que la de aquellos que
crean nuevas empresas.
La visión que dicho estudio muestra de España refuerza la idea del amplio camino que aún nos
queda por recorrer. En número de emprendedores nos situamos en el puesto 22 de 28 países
(5,7% de la población activa), mientras en intraemprendedores bajaríamos hasta la posición
número 26 (2% de la población activa). En general, los grandes países europeos (Alemania,
Francia, etc) no se caracterizan por su liderazgo en emprendimiento, siendo los países nórdicos
más Gran Bretaña los que lideran los rankings, con ratios de emprendimiento total cercanos al
15% de la población activa. La correlación entre la innovación dentro de las empresas y la
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competitividad es muy significativa, pues por cada aumento de un 2,5% en la tasa de
intraemprendedores, la competitividad se eleva en un punto porcentual.
Por tanto, a partir de ahora va a resultar clave aprovechar las oportunidades que ofrecen la
transformación digital y la creación de nuevas herramientas colaborativas para impulsar la
interactuación y la innovación colectiva. Para que esto sea posible debe acompañarse de
innovaciones organizativas y de un cambio cultural en las empresas, con estrategias
transversales e integrales. En definitiva, mejorar la competitividad en países como el nuestro
exige, no sólo una mayor inversión en I+D, sino también una ofensiva innovadora que ponga en
valor dicha inversión, cuyas garantías de éxito aumentarán si involucra a todos los agentes
económicos y se adopta desde una estrategia coordinada, transversal y conjunta; sin olvidar los
factores culturales, pues el miedo al fracaso suele lastrar las nuevas iniciativas en países como el
nuestro. Está en juego no perder el tren de la Cuarta Revolución Industrial.
23 de diciembre de 2016
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