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Ciencia UANL
Universidad Autónoma de Nuevo León
[email protected]
ISSN (Versión impresa): 1405-9177
MÉXICO
2001
Ricardo Martínez Cantú
RESEÑA DE "EL UNIVERSO, (TERCER MILENIO)" DE JULIETA FIERRO
Ciencia UANL, abril-junio, año/vol. IV, número 002
Universidad Autónoma de Nuevo León
Monterrey, México
pp. 228-230
central de control biológico. Sin embargo, todos los temas presentados en
este libro tratan de control biológico
de una u otra manera, por ejemplo,
de manera metodológica, como los
temas de tablas de vida (capítulo 14)
y dinámica poblacional (capítulo 15);
o de forma filosófica, como el tema
de ética y cultura ambiental (capítulo
30); o tanto metodológico como filosófico, como el tema de diversidad,
estabilidad y desarrollo sostenible (capítulo 29).
Participan como autores una gran
cantidad de investigadores y catedráticos especializados en los temas respectivos: Luis O Tejada, Adriana E.
Flores, Carlos E. López, Enrique Ruiz
Cancino, Humberto Quiroz, Luis A.
Rodríguez del Bosque, Adriana E. Flores, Alejandro González Hernández,
Jorge L. Leyva Vázquez, Raúl Torres,
Rahim Foroughbakhch, Jaime A. García, Ildefonso Fernández Salas, María l. Rodríguez Tovar, Irma Bravo,
Javier Trujillo Arriaga, Jorge L. Leyva
Velásquez, Hugo C. Arredondo, Miguel Perales, Jorge L. Cancino, James
K. Olson, Gustavo Ponce, Jorge E.
Ibarra, Jorge E. López Meza, Cristina
Rodríguez Padilla, Reyes S. Tamez
Guerra, Lilia H. Morales Ramos,
Marcelino Vázquez, Manuel Vázquez,
Héctor González Hernández, Ariadna
Rodríguez, Carlos Solís, Josefina
Trujillo, Daniel Martínez, Rubén González y Sóstenes Varela, entre otros.
228
Todo sobre mi universo
Julieta Fierro, El universo,
(Tercer milenio),
Consejo Nacional para la Cultura y
las Artes,
México, 1997, 64 pp.
Ricardo Martínez Cantú
El libro de Julieta Fierro, investigadora del Instituto de Investigaciones Astronómicas y profesora de la Facultad
de Ciencias de la UNAM, es un breviario sobre cosmología –la ciencia
que trata acerca del origen y desarrollo del universo– y sobre astrología –
disciplina que estudia la distribución,
formación y evolución de los cuerpos
celestes–. El lector interesado en esta
temática puede encontrar aquí, en
forma sintética y asequible, información actualizada acerca de los últimos
descubrimientos y conclusiones a que
se ha llegado en esta área del conocimiento, a la cual la autora caracteriza
como “aplicación de la física que se
ha descubierto en la Tierra al resto
del cosmos”.
El texto está compuesto de 28
pequeños capítulos (de dos páginas
cada uno) distribuidos en cinco secciones y acompañados de múltiples
fotografías, dibujos y esquemas que
facilitan la comprensión de los temas
expuestos.
Los ocho capítulos de la primera
sección proporcionan una enumeración de los principales componentes
del universo –estrellas, planetas, satélites, materia interestelar, materia
oscura, galaxias, cúmulos de
galaxias– así como una descripción
de los mismos y una explicación de
su organización; poniéndose especial
atención a nuestro Sol y a los diversos mundos que integran el sistema
solar, lugar donde podemos encontrar planetas rocosos como Mercurio,
gaseosos como Júpiter y Neptuno, o
líquidos como Urano; además de
géyseres color de rosa en Tritón y lluvias de metano o gasolina en Titán,
que son lunas de Neptuno y Júpiter,
respectivamente.
En esta misma sección se encuen-
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tran también múltiples datos interesantes y curiosos: Se nos dice, por
ejemplo, que se ha probado indirectamente la existencia de planetas fuera
de nuestro sistema solar por el ligero
movimiento de vaivén que muestran
algunas estrellas, mismo que puede
ser detectado gracias a las computadoras que se utilizan para procesar
las observaciones astronómicas. Se
nos da a conocer que la materia oscura, que no puede ser observada
porque no emite luz, al tener más
masa que la materia visible es quien,
a fin de cuentas, modela al universo.
Se nos explica también que las estrellas y galaxias que se observan desde
la Tierra, al estar ubicadas a diferentes distancias de nuestro planeta, dan
a conocer distintas edades del universo, y que los astrónomos deben “corregir” esas diferencias cronológicas
a fin de obtener una imagen global
del cosmos que sea –además–
confiable; deben, por ejemplo, tomar
en cuenta que las galaxias lejanas se
ven mucho más juntas de lo que en
realidad están actualmente.
Las medidas de tiempo y de longitud creadas por el hombre para ser
aplicadas en la vida cotidiana, resultan muy limitadas e insuficientes para
medir los enormes periodos de tiempo y las inmensas distancias a que
deben hacer referencia la astronomía
y la cosmología. Por eso es que estas
ciencias han tenido que crear sus propias unidades de medición. Cuáles
son esas unidades, cuáles son los diferentes tipos de radiación electromagnética que llegan a la Tierra y son el
medio para obtener información del
universo, cómo funcionan los telescopios ópticos y los radiotelescopios que
permiten captar esas radiaciones; son
algunas de las cuestiones que se plantean y resuelven en los seis capítulos
de la segunda sección del texto, titulada “Proporciones del universo”.
La siguiente sección se ocupa de
los “Tipos de estrellas” y en ella brilla
por su ausencia la antigua categorización de los astros por sus magnitudes (misma que, al parecer, ya únicamente se utiliza en Hollywood). El
principio básico de la clasificación
astronómica actual es la masa de los
cuerpos estelares, la cual a su vez
influye en su temperatura y por lo tanto en su color, además de estar relacionada con la “generación” a la que
pertenece la estrella en cuestión, y con
su “tiempo de vida” y su evolución.
Así tenemos, principalmente, tres tipos de estrellas: gigantes azules, intermedias amarillas y enanas rojas.
Otras categorías de estrellas son en
realidad las etapas finales en la evolución de los tipos principales. Por
ejemplo, las enanas negras son enanas rojas muertas y momificadas; las
gigantes rojas y las enanas blancas
son las etapas finales de las intermedias amarillas; mientras que las
supernovas, las estrellas de neutrones,
los pulsares y los agujeros negros (que
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no están agujerados) corresponden a
los últimos momentos de la efímera
evolución –de apenas un millón de
años– de las gigantes azules. Cómo
se forman las estrellas y cómo ese
proceso, en el caso de las estrellas de
una segunda generación, implica casi
forzosamente la integración de planetas alrededor de las mismas, son algunas de las muchas otras cuestiones abordadas aquí.
“Las propiedades físicas de los
astros” es el nombre de la cuarta sección de El universo y en ella se analizan factores como la gravedad, la rotación y la composición química de
los cuerpos celestes. Además se plantean dos problemas interesantes: el
de la materia oscura y el de la oscuridad de la noche. Con respecto al primero encontramos que “nos hemos
pasado la vida observando lo que
podemos conocer a través de la radiación que emiten los cuerpos y resulta que existe 90 % más de materia que se detecta gravitacionalmente
y no sabemos de qué está compuesta. ¡Ignoramos casi todo sobre el 90%
del universo!” Por otra parte, la paradoja de la oscuridad del cielo nocturno es una vieja cuestión que los astrónomos no han dejado de plantearse durante los últimos dos siglos y a
la que se ha dado una multitud de
respuestas posibles. El problema consiste en lo siguiente: de acuerdo con
lo que sabemos del universo, la cantidad de estrellas y galaxias es tan
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numerosa que hacia donde quiera que
dirigiéramos la vista por la noche,
deberíamos encontrar un punto brillante en el cielo, de forma que la “bóveda” celeste debería aparecer, ante
nuestros ojos, completamente iluminada. ¿Por qué no es así? La respuesta que da Julieta Fierro tiene su
fundamento en el hecho de que, a
pesar de su enorme rapidez, la velocidad de la luz es una cantidad finita:
“La luz tarda tanto en llegar hasta
nosotros, que no podemos ver los
cuerpos celestes sumamente distantes porque su radicación no ha tenido tiempo de llegar hasta la Tierra.
...para que el cielo fuera brillante, la
luz de ciertos astros debería haberlos
abandonado antes de que se formaran..., lo cual es imposible.”
Termina el libro con una sección
cosmológica titulada “Forma, origen
y posible destino del universo”. Las
cuestiones son aquí de tal naturaleza
que, más que respuestas, encontramos problemas y estímulos para la
especulación. Lo más probable es que
vivamos en un universo “plano”, a
pesar de que todo movimiento, incluido el de la luz, se curve en la proximidad de los cuerpos masivos y a pesar
de que todos los objetos celestes describan círculos unos alrededor de
otros. Si la materia se encontrara
uniformemente distribuida en el espacio y el universo fuera efectivamente
“plano” (y “plano” no deja de ser una
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metáfora), deberíamos observar igual
número de estrellas y galaxias tanto
en las regiones cercanas como en las
regiones lejanas a nosotros; una mayor cantidad que se observara –ya
fuera en las proximidades del sistema solar o bien en las zonas más lejanas que pueden observarse desde
la Tierra– indicaría que el universo tiene otra forma –semiesférica, en el primer caso; “de falda amplia”, en el
segundo–; sin embargo, el problema
es que no es posible determinar si
desde la Tierra es observable diferente densidad en diferentes áreas del
espacio “porque no tenemos instrumentos capaces de captar la radiación atenuada por la distancia y, sobre todo, porque la radiación de los
objetos más distantes no ha tenido
tiempo de llegar hasta nosotros”.
Otra cuestión: vivimos en un universo en expansión, donde todas las
galaxias se alejan unas de otras, separándose cada vez a mayor velocidad. Para explicar este hecho, los
astrónomos han favorecido a la teoría de la gran explosión sobre la teoría del estado estacionario, basándose para ello, primordialmente, en la
homogeneidad de la radiación de fondo. De acuerdo con esto, “en la orilla
del universo observable, la velocidad
de expansión cósmica es tan alta
como la velocidad de la luz; esto significa que de haber objetos más allá
de ese límite, su luz nunca nos llega-
ría”. Sin embargo, pareciera, por todo
lo dicho, que “de haber objetos más
allá de ese límite”, dichos objetos tendían que moverse a mayor velocidad
que la luz y sabemos que eso no es
posible. ¿Es, entonces, ese límite, el
límite del universo? ¿Y cómo podría
ser que el límite observable desde la
Tierra fuera el límite del universo, si
sabemos también, gracias a
Copérnico, que es absurdo pensar que
la Tierra sea el centro del universo, es
más: que una cosa tal como “el centro del universo” no existe? ¿Es, entonces, nuestro universo un universo
infinito y en el que, por lo tanto, se
llevan a efecto todas las posibilidades, tanto las imaginables como las
inimaginables? ¿Y que significa realmente “todas las posibilidades”: todas absolutamente o solamente todas
las que no contravengan las leyes físicas que conocemos? Pero si fuera
este último el caso, no estaríamos ante
un universo realmente infinito, porque infinito implica –entre todas las
posibilidades– infinitas zonas con infinitas leyes físicas distintas a las
nuestras e, incluso, sin ninguna ley.
El universo de Julieta Fierro confirma, una vez más, que entre más
sabemos, más claramente advertimos
la inmensidad de lo que ignoramos, y
que la ciencia es un semillero de nuevos problemas que habrán de ser el
punto de partida de nuevas investigaciones.
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