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PIQUERES DÍEZ, Antonio J.
Reseña de "José Bonaparte. Un rey republicano en el Trono de España" de Manuel
MORENO ALONSO
HISPANIA NOVA Revista de Historia Contemporánea, Núm. 9, 2009, pp. 324-329
Hispania Nova
España
Disponible en: http://redalyc.uaemex.mx/src/inicio/ArtPdfRed.jsp?iCve=91512754020
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Contemporánea
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HISPANIA NOVA. Revista de Historia Contemporánea. Número 9 (2009) http://hispanianova.rediris.es
Manuel MORENO ALONSO, José Bonaparte. Un rey republicano en el Trono de España,
Madrid, La Esfera de los Libros, 2008, 551 pp., por Antonio J. PIQUERES DÍEZ
(Universidad de Alicante)
Carlos IV, José I, Fernando VII, Isabel II, Amadeo I y Alfonso XII. Estos seis
personajes guardan una relación irrenunciable con la historia de la España del siglo XIX.
En todos los casos la titularidad de la Corona, aunque en contextos incomparables, recayó
sobre sus divinizadas figuras. Sin embargo, el número de estudios que hasta el momento
han derivado de cada uno de éstos es notablemente desigual. Desafortunadamente para
la estirpe de los Buonaparte, de los que tantas monografías se han publicado en el país
galo, José Bonaparte, rey de España durante la guerra de la Independencia, tiene el
deshonroso honor de distinguirse entre sus homólogos por ser el monarca más
desconocido.
Y es que a pesar de los trabajos más o menos biográficos que hasta el momento se
han publicado del “rey intruso”, el análisis de su silueta ha quedado tradicionalmente
difuminado por los desastrosos efectos resultantes de la invasión que requirió su
entronización. Asimismo, pese a las iniciales intenciones de quienes han tratado de
elaborar su biografía, los resultados derivados han sido bastante decepcionantes ya que
su figura ha adolecido frecuentemente de autonomía respecto a la contienda, de tal forma
que su estudio ha quedado bastante desdibujado, quedando insertado en muchas
ocasiones en monografías centradas no tanto en el examen de su trayectoria sino en los
pormenores de la guerra. Supeditación al margen, ha sido paradójicamente la
conmemoración del bicentenario de la guerra la que ha favorecido una mayor
aproximación al vilipendiado retrato del “rey trashumante”, y no sólo en calidad de monarca
de España -José Napoleón I en el sur de España (2008)-, sino desde un enfoque más
global; perspectiva de trabajo en la que queda insertada la biografía reseñada y de la cual
es autor Manuel Moreno Alonso, sin duda, uno de los mayores conocedores de la época
napoleónica y de la guerra de la Independencia. Buena muestra de la dilatada labor
investigadora del autor son sus numerosas publicaciones, destacando entre las más
recientes, además de la biografía de Napoleón. De ciudadano a emperador (2005),
Napoleón. La aventura de España (2004) o Los españoles durante la ocupación
napoleónica. La vida cotidiana en la vorágine (1997).
Las aportaciones de la obra no resultan baladíes en modo alguno. Entre las
novedades más sobresalientes, hemos de precisar que nos encontramos ante la primera
biografía completa en español de José Bonaparte, teniendo en cuenta que el autor ha
estudiado su figura en perfecta consonancia con las circunstancias y su tiempo. Otro punto
sumamente atractivo que no pasa desapercibido es su título, José Bonaparte. Un rey
republicano en el Trono de España, ya que más allá de su carácter sugerente, éste no
tiene como propósito único cautivar el interés del lector, puesto que lo que realmente
interesa de esta novedosa idea –la de rey republicano- es su significado, sobre todo
teniendo en cuenta que es una de las ideas principales sobre las que gravita buena parte
del entramado de la obra. La abundante documentación consultada constituye otra
cualidad a resaltar, copiosa labor de investigación en la que Moreno Alonso ha combinado
el examen de fuentes bibliográficas –las antiguas, pero también las más recientes- y
archivísticas. Además, teniendo en cuenta que la mayor parte de las biografías sobre José
I fueron publicadas en los años cincuenta y finales de los años sesenta, caso de la de
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Bernard Narbonne Joseph Bonaparte: le roi philosophe (1949), Claude Martín, José
Napoleón I, “rey intruso” de España (1969) o Owen Connelly, The Gentle Bonaparte. A
biography of Joseph, Napoleon´s elder brother (1968), la biografía se presume
imprescindible.
Cinco son los grandes apartados temáticos en los que queda dividida la obra. El
primero versa sobre los años de infancia y juventud de José. El segundo analiza su
participación en la Revolución Francesa, en la República y en el Imperio. El tercer
apartado corresponde al periplo como rey de Nápoles, Trono que ocupó desde 1806 hasta
1808, fecha en la que fue llamado por su hermano para hacerse cargo en esta ocasión del
reino de España. El quinto apartado de la obra está dedicado al exilio de José en EEUU.
Finalmente, el autor dedica el epílogo al estudio de la su nefasta imagen en Francia y en
España; imagen, reivindica, que merece ser analizada detenidamente ya que en ambos
países la distorsión de su figura no responde en modo alguno a la realidad, lacra que ha
empequeñecido injusta e históricamente las cualidades del protagonista.
A pesar del origen corso del rey, las circunstancias familiares de los Buonaparte,
pero sobre todo la temprana asimilación de Córcega por el país galo estableció un nexo
entre el joven Giuseppe y el estado francés prácticamente hasta el final de sus días. Los
quehaceres políticos de su padre como diputado en Versalles le llevaron a pasar buena
parte de su infancia fuera de su tierra natal. Sin embargo, tras el fallecimiento de éste,
José se vio obligado a regresar para hacerse cargo de su familia. Ya que Giuseppe no
parecía tener atributos para llevar a cabo una destacada carrera militar, su padre trató de
vincularlo a la eclesiástica. Y aunque dicha pretensión no resultó tampoco exitosa,
favoreció indudablemente la vasta formación intelectual que caracterizaría al futuro rey de
España. Consciente en todo caso de que ni el ejército ni el mundo eclesiástico satisfacían
sus inquietudes, Giuseppe cursó estudios de derecho. Finalizada su formación
universitaria decidió dedicarse activamente a la política, y con bastante éxito a tenor de la
creciente responsabilidad de los destacados cargos ocupados. Con tan sólo 22 años fue
elegido diputado por el distrito de Ajaccio. En esta época todo el prestigio y la fama era
ostentaba por el joven Giuseppe, contrariamente, el futuro Emperador apenas era
conocido.
Posteriormente, la defensa de la implantación de la República en Francia obligaría
al clan de los Bonaparte a abandonar la isla. Así que mientras muchos monárquicos
dejaron el país galo, los Bonaparte acudieron presurosos a la llamada de la naciente
República. Pero fue Tolón el hito que cambió para siempre el futuro de la dinastía, ya que
la toma de la plaza por Napoleón lo encumbró a la categoría de héroe. A partir de
entonces su ascensión fue imparable, y por extensión la de su hermano, cada vez más
integrado en los altos círculos de poder. La consagración de Napoleón como salvador de
la República supuso para José grandes éxitos y riquezas. Napoleón había pasado a ser
ahora el miembro más célebre de la familia y José era consciente de que su promoción
estaba irremediablemente asociada al éxito de su hermano menor. En este contexto no
resulta extraño que fuera propuesto para ocupar diferentes altos cargos, entre otros, el de
embajador de la República ante Roma.
Pero José no sólo destacó por su idoneidad en materia diplomática, sino también
por su talento literario, una de sus vertientes más ignoradas. Aunque sin demasiado éxito,
en 1789 publicó Moïna ou la villageoise du Mont Cenis, una novela de corte pacifista que
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revelaba su ideología en materia militar. Tanto en el ámbito intelectual como en el político,
José se había convertido en un personaje poderoso e influyente. No obstante, Moreno
Alonso matiza que no sólo fue José quien extrajo beneficio de la privilegiada posición de
su hermano, ya que el propio Napoleón también aprovechó la capacidad e inteligencia de
José para conseguir algunos de sus propósitos; idea con la que el autor trata de dignificar
la posición relegada e infravalorada que del ex monarca se ha difundido habitualmente en
relación con su hermano. Discrepancias al margen, Napoleón confió plenamente en José,
encomendándole misiones de envergadura de índole política, diplomática y hasta militar.
La influencia del primogénito de los Bonaparte sobre su hermano crecía paulatinamente,
casi al mismo ritmo que su imparable ascenso hasta ser declarado heredero y sucesor de
Napoleón como Alteza Imperial, posición razonable a tenor del preponderante papel que
protagonizó al servicio de la República.
Siempre atento a los deseos del Emperador, José aceptó obedientemente el nuevo
encargo que le había reservado en tierras italianas. Y aunque su periplo como rey de
Nápoles duró únicamente dos años -desde 1806 a 1808- este periodo fue vital ya que fue
entonces cuando aprendió a ser rey; experiencia que pondría en práctica en España,
aunque con diferente resultado.
Contrariamente a la arraigada tesis de quienes han presentado al rey cual si se
tratase de un títere manejado al antojo de Napoleón, el profesor Moreno se muestra
interesado en matizar esta errónea percepción. Y es que aunque José obedeció en la
mayoría de las ocasiones a su hermano, el autor apunta inteligentemente que actuó con
gran independencia también en muchos casos, sobre todo en lo que se refiere al gobierno
de Nápoles. La actitud beligerante que mantuvo con el Emperador en numerosas esferas
de poder hizo que los enfrentamientos entre ambos fueran habituales.
Seguidamente, el autor narra con suma precisión los acontecimientos más
destacados que tuvieron lugar en tierras napolitanas, centrándose sobre todo en el
examen de la actitud de José respecto a sus nuevos súbditos. Y es que al igual que haría
en España, una vez instalado en Palacio centró buena parte de sus esfuerzos en ampliar
sus apoyos, haciendo todo lo posible para sintonizar con sus súbditos e incrementar su
popularidad, de ahí su obsesión por presentarse primero ante los napolitanos y más tarde
ante los españoles como libertador y pacificador y no como conquistador. Las tácticas
empleadas para lograr la estima de los napolitanos fueron múltiples y muy variadas. Así
pues, además de prohibir a las tropas que cometiesen abusos y pillajes, José acudía a
cuantas ceremonias litúrgicas podía, viajó por todo su reino para conocer las demandas de
sus súbditos etc. Con tal pretensión llevó a cabo una política reformista grandiosa que
modificó el aparato estatal desde todas sus vertientes, aunque José, como haría más tarde
también en España, consciente de la oposición que su presencia levantaba entre algunos
sectores sociales combinó su política de concesiones con medidas represivas.
Aunque los reinados en Nápoles y en España son palpablemente diferentes, el
comportamiento del monarca con sus súbditos fue semejante en ambos casos ya que fue
en tierras italianas donde el astuto rey aplicó inicialmente su política propagandística.
Espontaneidad aparte, la aplicación del monarca de buena parte de las estratagemas
aplicadas en Nápoles para conquistar los corazones de los españoles atestigua su
protagonismo en relación a la campaña propagandística que tenía por objeto su
consolidación en el Trono.
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En todo caso, pese al interés del monarca por cautivar a los españoles, para la
mayoría “el intruso” se convirtió desde el primer momento en la personificación de todos
los males que sacudían al país, y sin necesidad de propaganda que emitiese una imagen
negativa del monarca –tal y como se fomentó desde el sector patriótico-. Además, José I,
responsable bajo el prisma de los españoles de la ausencia del deseado Fernando, heredó
la aversión que Napoleón y su ejército fomentó sobre la ciudadanía a través de sus atroces
acciones de guerra. Así que, independientemente de la campaña propagandística que
tenía por objeto presentar al rey como paradigma de todas las virtudes y de todas las
argucias populistas aplicadas por el gobierno josefino, la dura realidad hizo prácticamente
insostenible el mantenimiento de José I en el Trono. Y es que a excepción de cortos
periodos en los que se sintió verdaderamente monarca (como en la conquista de
Andalucía), su estancia se convirtió en una amarga pesadilla; fracaso que Moreno Alonso
no sólo atribuye a José I sino que lo hace extensible a Napoleón y, por descontado, a sus
mariscales.
Como todo estudioso que ha examinado el reinado de José I, el profesor Alonso se
adentra en los pormenores de la guerra en sentido cronológico, detallando
escrupulosamente cada una de las etapas del traumático episodio, aunque sin perder de
vista en ningún momento la figura del rey como punto de referencia sobre el que gravita la
investigación. Aspecto eso sí que no impide que el autor introduzca algunas observaciones
sobre la contienda, destacando entre las más significadas la falsa concepción de que el
pueblo se opusiera unánimemente a la invasión; asunto que enlaza con el carácter social y
reivindicativo de la contienda y la idea de revolución social de la que habla Ronald Fraser
en La maldita guerra de España (2006).
Como de costumbre, el capítulo dedicado al reinado español arranca con las
famosas abdicaciones de Bayona y la proclamación de la Constitución que reconocía a
José I como rey. Al respecto, Moreno Alonso introduce algunas ideas que merecen
atención. La primera y más sobresaliente enlaza con el concepto de rey republicano ya
que la Constitución, indica, suponía la introducción de una monarquía de carácter
republicano, en tanto que más que una monarquía el nuevo reino se constituía como una
república asentada constitucionalmente sobre los principios de libertad e igualdad.
Teniendo como premisa la influencia que durante la juventud de José ejercieron las
doctrinas políticas y filosóficas de corte republicanas no resulta inverosímil la perspectiva
republicana desde la que posteriormente trataría de encauzar las dificultades que
azotarían la estabilidad de sus reinos. La segunda idea destacada cuestiona la
marginación a la que los estudiosos españoles han avocado al rey en relación a la
inspiración de la Constitución. Tomando como antecedente la extensa experiencia
constitucionalista del rey, Moreno Alonso atribuye una participación más directa en la
redacción de ésta.
Seguidamente el autor se refiere a los hombres de confianza a los que José I
recurrió para formar su gobierno y su Corte. Y también se refiere a los partidarios que
acogieron la nueva dinastía con manifiesta ilusión, adeptos de los que destaca su escaso
número y su carácter elitista, si bien muchos de los afrancesados lo eran por pragmatismo
más que por motivos verdaderamente ideológicos. La mayoría del populacho fue sin
embargo contrario al rey, de ahí los innumerables apodos peyorativos con los que se
referían a él y los falsos vicios atribuidos, entre ellos el de alcohólico y ludópata. Y es que
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la guerra de opinión fue sin duda el mayor enemigo con el que contó. Como resultado de
todo ello se derivó una imagen totalmente desvirtuada en la que tanto los sectores
patrióticos como el bando josefino distorsionaron su carácter y fisonomía. Dicha lacra,
mantenida en cierto modo por la historiografía reciente hasta la actualidad, y que tan
dañina ha resultado a la hora de discernir el verdadero carácter del vilipendiado monarca,
ha empezado a disiparse gracias a las aportaciones de investigadores que como Moreno
Alonso hay trazado, pese a las innumerables dificultades, un perfil lo más fidedigno posible
de la controvertida figura del rey José.
Como sucediera en Nápoles, los enfrentamientos entre los hermanos fueron
habituales. Recordemos que aunque nunca lo haría, José I amenazó en innumerables
ocasiones con abdicar. Su mayor queja, su continuo estado de sometimiento hacia su
hermano y el ejército imperial. La figura del monarca quedó ensombrecida en numerosas
ocasiones. La intromisión del Emperador en asuntos que no le concernían resultó
profundamente perniciosa para la imagen del monarca ya que Napoleón se mostraba ante
el pueblo como si fuese él el rey. Desautorizado y relegado a un segundo plano, el
Emperador destruía los esfuerzos de José por mostrarse como rey verdadero de los
españoles. Y es que en muchas ocasiones Napoleón y sus satélites actuaron más como
enemigos que como aliados. Aparente contradicción que se despeja de inmediato a tenor
de los antagónicos proyectos que tenían ambos en España. Para Napoleón el Trono sólo
era una pieza más dentro de su proyecto imperial, así que poco le importó los infortunios
que pudiese provocar, sin embargo, José I hizo todo lo posible por consolidar su posición,
deseo que determinó su conducta durante los años de la contienda, si bien de forma
infructuosa. En este sentido Moreno Alonso plantea en el capítulo toda una serie de
sucesos con los que ejemplifica por un lado los deseos sinceros y reales del monarca por
reinar a su manera y con independencia de Napoleón y por otro los insalvables obstáculos
interpuestos continuamente por éste y sus mercenarios, descrédito y humillación que
despojó al monarca de respeto y autoridad, premisas imprescindibles para lograr la
admiración de sus súbditos y su consolidación en el reino.
La última parte del libro está dedicado al exilio en Estados Unidos, país en el que
permaneció quince años. Tras verse obligado a dejar la Corona de España por imposición
de Napoleón, José regresó temporalmente a Francia, sin embargo, la caída del Imperio
cercenó toda posibilidad de permanencia en el país. Perseguido por las nuevas
autoridades, José emprendería un largo exilio que le llevaría a diferentes destinos hasta
que, confirmada la abdicación de Napoleón, decidió buscar asilo en EEUU.
Instalado en 1815 en Washington, el ex monarca emprendió una nueva vida,
aunque como de costumbre, en completa soledad familiar. El conde de Survilliers, nombre
que adoptó para pasar desapercibido, se dedicó de lleno al mundo de los negocios,
dedicación que le reportó ingentes cantidades de dinero. Aunque conocedor de las
costumbres norteamericanas, el viejo monarca quedó totalmente embelesado con la
República. Además fue entonces cuando adquirió experiencia democrática; realidad que
contrastaba con los arcaicos regímenes que había intentando regenerar sin apenas éxito.
Centrado en sus prósperos negocios, el conde se mostró profundamente desinteresado en
relación con las maquinaciones y conspiraciones políticas que desde España y Francia
trataban de situarlo en una posición de poder privilegiada. Rumorología aparte, y pese a la
obsesión de la embajada francesa y del rey Fernando, Alonso Moreno remarca
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contundentemente que José nunca tuvo en mente formar parte de estas conspiraciones.
Por el contrario, sus inquietudes, señala, eran otras; preocupaciones que quedan
perfectamente expuestas en la obra gracias al detallado seguimiento del devenir diario de
la vida del ex monarca. Rodeado de la elite económica, política, intelectual etc., José
Bonaparte logró ser admirado y respetado tanto por éstos como por los sectores sociales
más desfavorecidos. A diferencia de lo ocurrido en España, la imagen que del ex monarca
tenían quienes lo conocían fue inmejorable.
Pero José, pese a la activa vida social y cultural que llevaba en EEUU, seguía
atento la evolución de la política en Francia. De ahí que tras la revolución de 1830
decidiera poner fin a su etapa americana y regresar a Francia con la intención de defender
los derechos al Trono de su familia. Sin embargo, fracasado su plan, José, que tenía
prohibida la entrada a Francia, deambuló varios años por Inglaterra y EEUU hasta regresar
finalmente a Florencia, donde murió el 28 de julio de 1844. Dieciocho años más tarde,
Napoleón III ordenaría el traslado de sus restos mortales a París, siendo sepultado en los
Inválidos junto a Napoleón, aquel por cuya memoria tanto había hecho. Así acabó la
historia de uno de los personajes más célebres y determinantes de la historia de España,
reino que, salvo contada excepción, no atisbó ni por asomo los buenos y sinceros
propósitos de un rey que, contrariamente a sus predecesores, hizo lo posible por alcanzar
la felicidad de sus sentidos compatriotas.
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