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INTRODUCCION
«Daría toda mi obra por haber escrito el Prefacio de la misa gregoriana» (W. A.
Mozart)
ARTES
Las Artes tradicionales estaban ligadas a principios metafísicos y
ocupaban un lugar integrado e integrador en la vida cotidiana de las
personas. No podemos llamar Arte a la degeneración actual que lo ha
convertido en un mero objeto de "lujo", "pasatiempo" o "decoración",
sin ninguna función "religadora". El Arte tradicional constituía un acto
ritual y sacro que ligaba al artista (el artifex medieval) con principios
espirituales.
En todo el arte medieval, en oposición al arte moderno, se trata de la
encarnación de una idea, no de la idealización de una realidad de
orden sensible.
El arte ha recorrido el mismo camino descendente que las demás
expresiones del Occidente moderno, camino que parte de la
concepción tradicional del mismo hasta llegar a la concepción profana
contemporánea. Entre sus características visibles sobresalen
actualmente la hipertrofia de la fantasía individual, su sentimentalidad,
la carencia absoluta de toda visión suprapersonal y el hecho de haber
caído en una mera actitud estética. Ello significa reducirlo totalmente
al punto de vista de la sensibilidad.
Esta desviación ya comenzó a evidenciarse con los griegos. En
cambio en el antiguo Egipto, como en los pueblos orientales que
obedecen a la tradición, el arte era hierático y simbólico, como lo fue
también el arte medieval. Así comunicaba lo trascendente a quienes
adoptaban una actitud contemplativa con él.
La concepción tradicional del arte en contraposición a la moderna
apunta a lo puramente intelectual (en el antiguo sentido de espiritual o
metafísico) y consecuentemente el arte encarna lo que desde el punto
de vista metafísico se llamó "esplendor de lo verdadero". Luego, con la
marcha cíclica se fue degradando en un simple placer exterior, sin
profundidad espiritual.
Se inició así el arte profano, el cual obedece a tendencias subjetivas y
psicológicas, persiguiendo estas lo que impresiona superficialmente a
los sentidos.
MUSICA
La música, como las demás artes en occidente, ha sufrido el mismo
grado de degradación a partir del Renacimiento.
La Música es una de las siete artes liberales, que formaba junto con la
aritmética, la geometría y la astronomía, el quadrivium, conjunto de las
artes físicas, relacionadas con la forma o aspecto cualitativo de las
cosas, «todas las cosas las has hecho con peso, número y medida»
dice la Biblia. Podríamos decir que la música es la expresión
aritmética del sonido, los números expresando en todas las tradiciones
las "razones eternas" de los seres y las cosas, y el sonido
relacionándose con el éter, el elemento primordial del que surgen los
cuatro elementos que forman el mundo corpóreo.
El alma es una sinfonía, decía Santa Hildegarda de Bingen, y es así
que podríamos trasladar a música una expresión humana concreta o
un aspecto divino, como de hecho hace siempre la música tradicional.
Es decir, la música es una estructura simbólica de un carácter más
primordial que cualquier otra, como dice San Isidoro de Sevilla:
«ninguna disciplina puede ser perfecta sin la música; sin ella nada
existe». Se afirma que el mundo mismo fue compuesto de acuerdo
con una cierta armonía de sonidos, y que incluso el cielo gira bajo la
influencia modular de la armonía.
En la sociedad tradicional, el tiempo como el espacio tienen un
aspecto cualitativo, que expresan cada uno en su orden las realidades
de lo alto, toda civilización tradicional intenta reflejar el cielo en la
tierra. La música tradicional, porque es cualitativa, considera el
momento, el lugar y la acción que se desarrolla en ellos, expresando
simbólicamente su realidad esencial. Cada acontecimiento tiene su
música. Esta expresión musical, definida por el acontecimiento que
acompaña, liga estrechamente en el canto la letra, la música y el
modo; esto ocurre en todas las formas musicales tradicionales, desde
el raga hindú hasta el canto gregoriano, pasando por las canciones
populares como, por ejemplo, los palos del flamenco.
La música tradicional distingue entre sus diferentes aplicaciones;
podemos hablar entonces de una música sagrada, otra religiosa, y
otra prosaica (mejor que profana ya que en las culturas tradicionales
incluso las fiestas, entretenimientos etc. tienen un carácter y un
simbolismo esencialmente sagrado).
La música sagrada es aquella que es capaz de remitir al individuo a
Dios. La música religiosa, en cambio, pretende unir, no ya al individuo
con su esencia, sino a los diferentes individuos de una comunidad en
el culto o la alabanza divinas. La música prosaica se atiene a lo
material, incluso a lo corpóreo.
Estos aspectos cualitativos y simbólicos de la música están por
completo ausentes en la música moderna. Ninguna relación se percibe
hoy en día entre la música y el tiempo, el lugar y el acontecimiento en
los que se ejecuta. El canto gregoriano se canta en recitales profanos,
y a la inversa en la iglesia se interpretan melodías profanas. La música
se ha convertido en un objeto de consumo, válido por sí mismo como
un simple pasatiempo, efímero e insignificante.
La degradación musical de la que hablamos procede del
Renacimiento, momento en el que los compositores pretenden
"liberarse" de las estructuras modales para dar libre curso a sus
fantasías (ellos lo llaman creatividad). Incluso el oído menos
entrenado puede apreciar como la música del renacimiento se
sentimentaliza creando ambientes de melancolía y tristeza, desde
luego no exentos de una cierta belleza, pero que bajan un grado en la
perfecta luminosidad y la gracia espiritual de las primeras polifonías
medievales o de la serenidad simple y contemplativa del canto y la
salmodia gregorianos.
Esa progresiva sentimentalización y profanación de la música va
ganando terreno con la decoración superflua del barroco; vienen
después el drama, la tragedia y los ambientes sombríos que, a partir
del clasicismo, desembocan en los paroxismos sentimentales y
emocionales románticos, para finalmente terminar por degradarse en
la desasosegante, vacua y fría atonalidad contemporánea unida
además al caótico mundo musical comercial.
Ningún rasgo sagrado veremos en tales músicas, todo lo más algunas
obras pueden calificarse de religiosas pero solo por el tema que tratan.
Y todo lo más alguna obra puede reflejar esa transparencia espiritual,
más por casualidad que por intención y más como excepción que
como norma.
La música tradicional, la cual aún vive en muchos lugares de Oriente,
como la India actual, usa el sonido para evidenciar el silencio o sea la
suprema realidad. El autor musical trata de diagramar en la duración
sonora una sucesión de instantes de silencio, y el oyente percibe esos
momentos como el sustrato real que perdura detrás de las apariencias
sensibles del ser universal, concretizadas en el tiempo sonoro. Con
ello se busca trasponer las limitaciones inherentes a las determinantes
vitales para sumergirse en lo absoluto no-manifestado. Es decir, la
verdadera música surge de las relaciones entre esos intervalos de
silencio.
El Occidente de nuestros días, en cambio, generalmente pretende con
la música disimular la realidad bajo la antedicha duración sonora.
Desea el placer estético como en las demás expresiones artísticas, y
mediante la distracción que supone la producción de la belleza y
armonía musical, olvida y niega que su concreción es nada más que
un punto de apoyo para la trascendencia y lo auténticamente espiritual
en las civilizaciones normales.
Al margen de cualquier discusión teórica inútil, el oyente cercano a
Dios y por lo tanto cercano a la Oración (pues es a ese al que nos
dirigimos y no al profano esteta) solo tiene que comprobar en su
propia vivencia el efecto interior causado por unas músicas como las
que presentamos y cualquier otra de las llamadas músicas religiosas,
por más que Verdi o Beethoven sean sus autores...
Basta vivenciar en que estado, en que disponibilidad contemplativa,
nos sitúa un tipo de música u otro. No olvidemos que estamos
hablando de oración y de contemplación, no de mero placer estético o
de gusto personal.
Es trágica la sustitución de la serenidad gregoriana o de las bellas
armonías góticas o renacentistas, por la música actual de nuestras
iglesias: cancioncillas mediocres y de inspiración espiritual nula o, todo
lo más, sentimental, en esa lamentable confusión entre lo sentimental
y lo espiritual que está en el origen de tantos desvaríos.
STELLA SPLENDES
La Virgen María, portadora de la sabiduría, la belleza, la armonía, la
paz, la transparencia y la inocencia, mediadora y modelo de
receptividad, de oración y de contemplación, fue motivo de inspiración
espiritual desde los primeros tiempos del cristianismo. No podía la
música ser ajena a esta devoción y, así, algunas de las más
inspiradas músicas antiguas le son dedicadas.
Solo la Belleza Virginal, resonando en la parte más alta, y por tanto la
más bella, del alma humana, podía generar estas luminosas
sonoridades.
Solo la belleza puede llevarnos a la Belleza.
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