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DELIRIOS DE PODER
• EEUU es insensible al hecho de que la superioridad militar no garantiza el dominio
político
WILLIAM PFAFF
ANALISTA POLÍTICO ESTADOUNIDENSE
Durante una reunión privada el pasado fin de semana en Atenas, que congregó a especialistas en
asuntos internacionales y financieros europeos y de Oriente Próximo, se aseguró que cuando termine el
segundo mandato de George W. Bush, las intervenciones en Afganistán e Irak se considerarán un
éxito.
Lo afirmó un antiguo embajador y diplomático norteamericano con muchos años de oficio que ha servido
a Bush desde altos cargos relacionados con Irak, y que también se ha convertido en uno de los
privilegiados asesores políticos del presidente. La afirmación fue recibida con incredulidad general. Uno
de los presentes contestó que, después de la destrucción sembrada en la sociedad, la economía, las
infraestructuras y el pueblo iraquí, la posibilidad de que alguien, en algún momento, pueda referirse a
esto como "un éxito" es un insulto a la razón.
El diplomático era consciente de que estaba difundiendo el mensaje actual de la Casa Blanca ante una
audiencia internacional hecha de gente influyente, elaborado de cara a las elecciones de noviembre e
incluso más adelante. No quedó tan claro que él mismo se creyera esas predicciones de futuros éxitos en
Irak y Afganistán. Se limitaba a transmitir la línea oficial, y algunas conversaciones con demócratas y
republicanos de Washington me hacen ver que esta línea goza de más aceptación de lo que la gente se
pueda creer.
Desde que el final de la guerra fría sancionó la condición de Estados Unidos de "única superpotencia", se
instaló en Washington una psicología del poder sin parangón, imparable, un poder gentileza de la
supremacía global que da la fuerza militar norteamericana. Pero los políticos y la élite que gobiernan en
Washington se muestran curiosamente indiferentes hacia los indicios que se han ido acumulando que
demuestran que el poder militar no se traduce fácilmente en poder político y estratégico auténticamente
útil. La guerra de Vietnam, la chapuza del rescate de los rehenes en Irán, la retirada de Beirut de la
Administración de Reagan, la humillación de la Administración de Clinton en Somalia y todo lo que ha
ocurrido desde entonces, que ha frustrado los objetivos políticos norteamericanos en Afganistán e Irak,
parecen haber caído en saco roto.
LOS ÉXITOS vaticinados para Irak y Afganistán, cuatro años después de que la Administración tomara su
rumbo unilateralista e intervencionista, no son los que se esperaban cuando Washington fue a la guerra.
En aquellos días la previsión era la de unos agradecidos afganos entregándose a la causa democrática,
con unos felices iraquís orgullosos de su nuevo Gobierno.
Sin embargo, las nuevas esperanzas delatan un escenario más profundo que subyacía en el empeño de
la Administración por ir a Irak ya en el 2001, y que convencieron a los intelectuales acólitos de la
Administración de que George W. Bush era capaz de hacer lo que Woodrow Wilson no había sido
capaz de lograr: comprometer a la comunidad internacional permanentemente --y agradecidamente-- en
el camino de la paz universal.
Los resultados que ahora esperan los miembros de la Administración que se autodefinen como realistas
tienen poco que ver con la solución de la crisis interna provocada en Irak. El éxito al que aluden se
refiere a quién controlará el país y su economía cuando llegue el 2009. La suposición es que para
entonces una fuerza norteamericana algo reducida, compuesta de mercenarios y de auxiliares iraquís,
será capaz de suprimir la violencia, controlar al país y al Gobierno y, huelga decirlo, la economía y su
sector energético, el más importante en Oriente Próximo después de Arabia Saudí.
Ese exfuncionario --o quién sabe si futuro funcionario-- que nos habló en Atenas ofreció a la audiencia
un esquema de las metas geopolíticas norteamericanas para los años venideros, que afirmó serán las de
cualquier Administración que siga a la de George W. Bush.
La primera meta es el mantenimiento agresivo del poder militar norteamericano por todo el mundo para
la intervención y, cuando sea necesario, para la prevención del terrorismo --se refería
fundamentalmente al islamista y al surgido en el tercer mundo--. EEUU, dijo, debe "gestionar" el
desarrollo del Oriente Próximo árabe. Y debe ocuparse de Rusia para prevenir una nueva alianza de
Moscú con las antiguas repúblicas de la URSS.
El auge del poder chino fue presentado como un gran reto para Estados Unidos en términos políticos y
militares, puesto que China parece que quiere formar en Asia un bloque político, y potencialmente
económico, que excluya a Estados Unidos.
FINALMENTE, deberá gestionar la ascensión de la India, de tal forma que EEUU mantenga la influencia
que la Administración de Bush se ganó al conferirle un estatus nuclear civil y militar vetado, según la
visión de Washington, a cualquier otro estado (aparte de las potencias nucleares del Consejo de
Seguridad más Israel).
A principios y a mitad del siglo XX, un pensamiento geopolítico de corte totalitario era tenido por sectario
y racista. Hoy, cada vez más, la imaginación norteamericana, así como su política exterior, parecen
funcionar de acuerdo con modalidades de entretenimiento popular violentas. Lo que esto pueda implicar
de cara a nuestro futuro, sencillamente lo ignoro.
Traducción de Toni Tobella.
Noticia publicada en la página 5 de la edición de 16/7/2006 de El Periódico - edición impresa. Para ver la página
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