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Reseñas de Libros RODRÍGUEZ VALDÉS, María J., La mujer azteca, Toluca, estado de México, Universidad Autónoma del Estado de México, (Historia 6), 1988, 213 páginas, fotografías y dibujos. Un lúcido anciano de noventa años me comentaba reciente mente que, en su opinión, la revolución más importante del siglo ha sido la de la mujer. Testigo vivo de la historia, señalaba que la emersión del ámbito doméstico a la vida pública —al mercado laboral, a la universidad, a los negocios, a los deportes, a la política— estuvo acompañada de luchas cotidianas al parecer intrascendentes que, sin embargo, cos taron sangre a nuestras congéneres del mundo occidental: cortarse el pelo, enseñar la rodilla, visitar un teatro o un restaurante —ni se diga una cantina—, viajar sola, eran cosas imposibles e inimaginables en la época en que fue niño. A la vez esta revolución es producto de grandes movi mientos con demandas de apertura a la vida pública de la mujer, de participación en responsabilidades sociales, de igualdad de derechos de múltiple naturaleza y, sobre todo, de terminación de una situación histórica de subordinación, dependencia y explotación frente al hombre. Valga el preámbulo para destacar también la historicidad de la problemática femenina que remite a investigar sus orígenes o a buscar paralelos o contrastes en otras épocas. Para algunos historiadores la posición de la mujer siempre ha sido inferior a la del hombre y así debe ser para que la sociedad funcione; el hecho biológico determina la relación social genérica. Para otros y otras la división sexual del trabajo generó la primera división de la sociedad entre dominantes y dominadas, justificándose así el feminismo como lucha de clases. Un tercer punto de vista concede que la mujer no siempre fue la perdedora, que hay casos de sociedades y culturas donde mandamos nosotras y otros donde la cosa es más o menos pareja. María J. Rodríguez V. sigue la inspiración de la segunda proposición. Se avoca a la tarea de rastrear en las fuentes lo que hay de cierto de ese mito sobre los mexica prehispánicos, que los pinta como rígidamente patriarcales y militaristas, como una sociedad regida por el sínodo masculino. Se declara marxista para indagar el origen y el desarrollo de la opresión femenina en el México prehispánico, tanto por la condición sexual como por la pertenencia a una clase social. A lo largo de cinco capítulos (III-VII) explora la función social de la mujer mexica de acuerdo con su condición: esclava, macehual o pilli. Recalca las obligaciones ineludibles predeterminadas por el signo de nacimiento (sexo y clase, más que astrología), que en la balanza pesaron más que los derechos ciudadanos. La demostración documental de cada argumento sobre la condición de la mujer, sistemáticamente es contrastada por la autora con la relativa a la condición del hombre. Predominan las evidencias negativas sobre las positivas en lo relativo a la posible autogestión vital de la mujer mexica: estaba excluida de las decisiones públicas (cap. III); su fuerza de trabajo, siendo esencial para el conjunto social, se circuns cribía a actividades secundarias que no daban acceso a control y a poder (cap. IV); siendo la principal responsable de la reproducción doméstica, estaba supeditada en el hogar al poder patriarcal del hombre (cap. V); la expresión de la sexualidad femenina estaba sujeta a normas restrictivas y opresivas (cap. VI). Finalmente, el capítulo VII está dedicado a explicar cómo la mujer mexica aceptaba su condición por estar inmersa en una vida regida por las instituciones y por el peso de una ideología dominante. Reseñaré al final los dos primeros capítulos. El I, responde a la exigencia académica de pasar revista a colegas que han tratado el tema. El II, “Antecedentes; orígenes de la opresión”, versa sobre la historia mexica migratoria. Como estudiosa de estos temas pienso que, efectivamen te, hubo un deterioro de la participación de la mujer en el destino de los mexitin. Las crónicas y los códices que tratan de la supuesta migración de Aztlán a México, otorgan a mujeres el desempeño de papeles decisivos: Chimalma, Malinalxochitl, Coyolxauhqui, Coatlicue e Ilancueit son ejem plos poco estudiados y analizados al respecto. La exhaustiva revisión documental realizada por la autora a lo largo de toda su obra, avala la descripción histórica y ha de sustentar más adelante una interpretación sociológica y culturológica que responda a una pregunta de gran interés: ¿hasta qué punto y por qué el creciente militarismo de la sociedad mexica es responsable de la subordinación femeni na? En relación a esta cuestión cabría un análisis más profun do de la actuación de las mujeres en la guerra de Tlatelolco, o de figura histórica de Ilancueitl. Los hombres de aquellas épocas también se vieron muy consternados por la actuación de las cihuatlatlacatecollo, entre ellas las ixcuinanme, ¿quié nes eran? Cihuacoatl, de origen femenino, se convirtió en cargo guerrero masculino; la perspectiva feminista, pienso, no va a aclarar estos hechos cabalmente. María J. Rodríguez V. contribuye significativamente a la comprensión de la sociedad mexica prehispánica. “Los me xica” se convierten en ellos y ellas. Ojalá que la autora persevere en sus pesquisas. Ojalá que su interés adopte otros matices significativos para la historia prehispánica-colonial: ¿hasta qué punto estamos influidos por el patriarcado español para interpretar el prehispánico? ¿Por qué los conquistadores no dudaron en contraer matrimo nio con propincuas herederas mexicas? Además de víctimas, sufrideras del yugo, vilmente explotadas, ¿qué eran las mu jeres mexica? Pienso que cualquiera de nosotros que haya tenido el privilegio de haber mamado de una u otra forma de la cultura de una mujer nahua, tenemos otras muchas cosas que decir. Esperamos, María, tus apreciaciones futuras. Brigitte Boehm de Lameiras El Colegio de Michoacán PICÓ, Fernando (S.J.), Los gallos peleados. Río Piedras, Puerto Rico: Ediciones Huracán, Inc. Impreso en Repú blica Dominicana, 1988 (2a. ed.). 179 pp. En este libro el autor nos pone en contacto con la historia del municipio de Utuado, ubicado en la zona central montañosa de Puerto Rico, de 1911 a 1940; en ella el autor nos habla de aquellos a los que la historia sólo toca marginalmente o como referencia a lo negativo. Aquí cobran voz y se agigantan con su realidad, su crudeza y sus leperadas, los protagonistas “perdedores” de la historia, producto de los cambios sociales y económicos de aquella época, frente a los que se derrumba la imagen idílica del pasado visto como folclórico, como atrasado pero solidario, para dar paso a una realidad recons truida a través de los testimonios registrados en los Libros Diarios de Novedades del Cuartel de Policía Insular de