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Apertura de espacios continentales "vírgenes"
Desde comienzos de siglo XIX se produjo una presión expansiva, cuyo origen es la revolución demográfica, sobre los
espacios vírgenes de la zona norte (Canadá británico, Oeste estadounidense, Oriente ruso) y austral (Colonia del Cabo,
británica desde 1806; Australia; la Patagonia argentina y chilena, la Amazonia brasileña y peruana, etc.).
La virginidad atribuida a esos espacios, a pesar de su evidente vacío demográfico en comparación con las saturadas zonas
urbanas europeas, estaba habitado por aborígenes australianos, maoríes, patagones, fueguinos, sioux, apaches, lapones,
esquimales, fueron ignorados en cuanto habitantes y sus posibles valores.
Expansión de los Estados Unidos
La fortaleza de la independencia estadounidense se apoyó firmemente en su inmensidad territorial. El presidente James
Monroe enunció en 1823 la denominada Doctrina Monroe (América para los americanos), que promovía el aislamiento
continental: ni Estados Unidos intervendría en los asuntos políticos de Europa, ni dejaría que Europa hiciera lo propio en
Estados Unidos. Se entendía que el contexto, el momento clave de las guerras de independencia hispanoamericanas,
incluía una extensión de la declaración a todo el continente. La doctrina Monroe, inicialmente defensiva, se acompañó
posteriormente de la doctrina del Destino Manifiesto (es el destino de los Estados Unidos, decidido por Dios, llevar la
libertad y la democracia al resto de las naciones del globo), en un verdadero "derecho de intervención" sobre el resto de
América, que de forma más explícita se expresó como la Big Stick Policy ("Política del Gran Garrote) aplicada
decididamente por Theodore Roosevelt (presidente entre 1901 y 1908), especialmente en la Independencia de Panamá,
como consecuencia de la construcción del canal.
Expansión de Rusia
El Imperio ruso se convirtió en la potencia territorial dominante de Eurasia, expandiendo su frontera sur desde el Danubio
y el Cáucaso hasta el Asia Central, la Frontera del Noroeste de la India Británica y los confines del Imperio de China;
mientras que por el Pacífico norte llegaba hasta Alaska. A finales del siglo XIX se conectaron sus aislados núcleos con el
trazado del ferrocarril transiberiano entre Moscú y Vladivostok (puerto en el Pacífico).
La búsqueda de salidas a mares libres de hielos (su gran debilidad geoestratégica) caracterizó la política rusa de toda la
época, y lo siguió haciendo tras la Revolución soviética de 1917. En lo concerniente a los Balcanes, estos intereses
territoriales se expresaron ideológicamente en el paneslavismo, con el que patrocinó los movimientos independentistas
frente al Imperio otomano, un punto de fricción determinante para la estabilidad europea.
La "era victoriana" británica
La sociedad británica pasó de la era georgiana, que cubre el siglo XVIII y el primer tercio del XIX, a la era victoriana (el
reinado de excepcional duración de Victoria I, 1837-1901, seguido sin solución de continuidad por la era eduardiana de
su hijo, el eterno príncipe de Gales, Eduardo IV, 1901-1910). Convertida por su protagonismo en la revolución industrial
en taller del mundo, la supremacía naval hacía del Reino Unido el gendarme de los mares. Su dominio imperial era
justificado con una ideología paternalista (abolición de la esclavitud, libertad de actividades para los misioneros,
extensión del progreso y el conocimiento científico a través de la exploración geográfica y los beneficios del libre
comercio, etc.).
Unificaciones de Alemania e Italia
La fuerte personalidad del canciller Otto von Bismarck era expresión de los intereses de la clase terrateniente prusiana,
comprometida con el desarrollo industrializador y la unidad de mercado que se venían desarrollando desde la Zollverein
(unión aduanera de 1834). Con la victoria de los estados alemanes en la Guerra Franco-Prusiana (1871) se llegó a la
proclamación del Segundo Reich con el rey de Prusia Guillermo I como kaiser.
Unificación italiana
En 1859 la unificación de Italia fue encabezada por el Reino de Piamonte-Cerdeña, y contando con el apoyo francés
frente a Austria. Las campañas de Garibaldi plantearon una dimensión popular que fue neutralizada por las élites
dirigentes. Roma fue incorporada en 1871, convirtió al Papa Pío IX en el prisionero del Vaticano.
El reparto colonial
La Revolución industrial permitió a las naciones europeas un salto de gigante en el arte de la guerra. El antiguo barco a
vela fue reemplazado rápidamente por barcos a vapor (primer acorazado, 1856). Los progresos de la guerra en tierra no
fueron menores (ametralladora, pólvora sin humo, fusil de retrocarga). Se estableció el servicio militar obligatorio, lo que
permitió a las naciones poner en pie de guerra a ejércitos de millones de hombres.
El sistema internacional impulsaba a la creación de imperios. En el siglo XVIII, varias naciones se aprovecharon de las
antiguas potencias. Los nuevos territorios de ultramar significaban el acceso a nuevas fuentes de materias primas
demandadas por el proceso industrializador.
A finales del siglo XIX, el Imperio Británico se extendía por zonas de África, la India, Australia, y una fuerte influencia
en China. Francia colonizó Argelia (1830) y luego Indochina. Los Países Bajos asentaron su dominio sobre Indonesia.
España perdió su imperio americano, conservando sólo Cuba y Filipinas (perdidas ante los Estados Unidos en 1898), y
sólo consiguió acceder a una pequeña porción del reparto de África (Guinea Ecuatorial, el Sahara español y el Marruecos
español). Italia y Alemania, unificadas tardíamente, no alcanzaron a generar grandes imperios coloniales, debiendo
conformarse con el dominio de algunas islas en la Polinesia y algunos territorios africanos (Libia y Somalia los italianos;
Camerún y Tanganika los alemanes).
Bélgica consiguió hacerse con un imperio de grandes dimensiones en el Congo. En China la Guerra del Opio significó la
sumisión colonial efectiva del Celeste Imperio.
Hacia finales del siglo XIX, el mundo entero era regido desde Europa o Estados Unidos. El racismo era una postura
intelectual ampliamente defendida. Para el europeo del siglo XIX era natural pensar que las demás razas, eran por
naturaleza inferiores.
Positivismo y "Eterno Progreso"
Desde mediados del siglo XIX, la vida intelectual asumió una postura objetivista y científica. Se pensaba que el progreso
de la humanidad era imparable, y que con tiempo, la ciencia resolvería todos los problemas económicos y sociales. A este
dogma se le llamó positivismo (Auguste Comte). Algunos ejemplos: descubrimiento del planeta Neptuno (1846), tabla
periódica de los elementos (Mendeleiev, 1869), diversas aplicaciones de la electricidad, vacuna de la viruela, las vacunas
de Louis Pasteur (ántrax, 1881, rabia, 1885), Alfred Nobel inventó la dinamita(1896), en 1859 Charles Darwin publicó El
origen de las especies, donde desarrolló la idea de selección natural. Las novelas de Julio Verne, utilizando el trasfondo
del relato de aventuras, son una glorificación de la ciencia y la técnica (Viaje al centro de la Tierra, Veinte mil leguas de
viaje submarino, De la Tierra a la Luna).
Capitalismo industrial y financiero.
La política de librecambismo reconoció pacto colonial que reservaba las colonias como mercado cautivo de sus
respectivas metrópolis.
La industrialización y el desarrollo de nuevas técnicas entró en el último tercio del siglo XIX en una segunda fase de la
revolución industrial que abrió nuevos mercados para recursos que hasta entonces carecían de toda utilidad, como el
petróleo y el caucho. El mundo entero se convirtió así en un enorme y vasto mercado global, creándose así por primera
vez una red de comercio internacional de escala literalmente mundial, no sólo por su alcance geográfico, sino también por
la interconexión entre los distintos productos que se comerciaban a lo largo y ancho del planeta, sirviendo unos como
materias primas a otros y alargando las cadenas de producción, haciéndolas más intrincadas e interdependientes.
La cuestión social y el movimiento obrero: Socialismo y anarquismo
La percepción del papel de las masas populares como agente histórico. La grave crisis social encontró respuesta a nivel
doctrinal en ideologías alternativas al liberalismo.
Un grupo de estas respuestas fueron las identificables con el término anarquismo (del griego, "sin jefes"). Los anarquistas
predicaron que las reglas coactivas en sí eran nefastas, y que debían ser abolidas por completo, en particular el Estado.
Otras fueron las distintas modalidades del socialismo. A comienzos del siglo XIX, una serie de pensadores imaginaron
utopías sociales para la redistribución de los bienes o diferentes prácticas de producción comunitaria para evitar la
diferenciación social (Robert Owen, Fourier, Louis Blanc, Proudhon, etc.). Karl Marx los calificó de socialistas utópicos,
porque que sus modelos no eran sostenibles en la realidad, en contraposición a sus propias ideas, a las que calificó de
socialismo científico. Marx trabajó en su obra clave, El capital. El marxismo, desde un análisis crítico de la economía
política del liberalismo e inspirado filosóficamente en el idealismo alemán, y socialmente en la crítica social de los
utópicos y en la práctica de lucha del movimiento obrero; llegaba a una concepción de la historia (materialismo histórico)
que incluía un diseño de acción y un plan de futuro: Comenzaría con la toma de conciencia del proletariado (conciencia
de clase) de que únicamente él mismo podía ser el protagonista de su propia emancipación, y que ésta proviene de la
lucha de clases contra los propietarios de los medios de producción (dueños del capital: la burguesía). Un determinismo
histórico conduciría a la intensificación de las contradicciones inherentes al capitalismo, de modo que los trabajadores se
impondrían mediante una revolución que les daría el poder. Ese poder político, junto con el poder económico que les
daría la expropiación de los medios de producción, serían usados para transformar la sociedad mediante la dictadura del
proletariado, fase previa a la abolición completa del Estado y la construcción de una sociedad comunista, sin clases
sociales, en la que surgiría un hombre nuevo.
Cuestión social y leyes sociales
La cuestión social, es decir, es la conciencia de la grave situación de las clases bajas, y su percepción como amenaza por
parte de las clases medias y altas. Los escasos medios paliativos de la caridad, del paternalismo de muchos empresarios y
de las llamadas a la justicia social por parte de instituciones religiosas o de asociaciones humanitarias, no parecían
suficientes dada la magnitud de las masas degradadas a la condición de lumpen. Incluso desde las posiciones burguesas se
planteaba la necesidad de leyes que protegieran a los trabajadores del empobrecimiento, a pesar de que tal cosa fuera
incompatible con el concepto de estado mínimo liberal.
Desde fechas tan tempranas como 1830, aunque de forma esporádica se fueron prohibiendo o limitando el trabajo infantil
y el trabajo femenino; controles sanitarios, de seguridad laboral e inspección de trabajo. Con la misma lógica, se
establecieron descansos en domingos y festivos, jornadas máximas, salarios mínimos y todo tipo de seguros sociales: de
invalidez, de enfermedad, de vejez y de desempleo; así como políticas de contenido social como la escolarización
obligatoria. En muchos países se fue permitiendo que la actividad sindical, cuya prohibición era un requisito de la libre
contratación necesaria para el mercado libre, fuera convirtiéndose en legal (derecho de asociación, derecho de huelga), del
mismo modo que se levantaron las prohibiciones a las asociaciones empresariales.
Abolición de la esclavitud
A inicios del siglo XIX, la esclavitud era una institución en retroceso en el mundo occidental. La resistencia más
espectacular contra el movimiento abolicionista se produjo en los Estados Unidos, cuyos estados sureños estaban
dominados por una clase dirigente sustentada en la agricultura esclavista productora de algodón; mientras que los estados
del norte habían iniciado la industrialización. La bandera abolicionista fue enarbolada por el Norte durante la Guerra Civil
de los Estados Unidos (1861-1865), y rechazada por los estados del Sur. Después de esta guerra, la esclavitud fue abolida,
aunque la discriminación racial persistió.
La emancipación de la mujer
Los cambios demográficos y las necesidades productivas reservaban a la mujer un papel social mucho más activo. No
obstante, durante el siglo XIX, persistió su función tradicional relegada al mundo de la casa.
Ya a finales del siglo XVIII hubo mujeres que propugnaban la emancipación femenina, como la escritora inglesa Mary
Wollstonecraft. Pero fueron casos aislados, incluso combatidos: la hija de la Mary Wollstonecraft, Mary Shelley (autora
de Frankenstein) tuvo que escapar de Inglaterra para poder vivir su romance con Percy Shelley. Las mujeres que
quisieron publicar (George Sand, Fernán Caballero) tuvieron que esconder su condición femenina bajo pseudónimos
masculinos; al igual que las primeras universitarias, que tuvieron que travestirse.
A finales del siglo XIX, surgió un movimiento a favor de la equiparación de derechos entre hombres y mujeres, que
encontró su bandera en la conquista del derecho a voto (sufragismo). En 1902 se admitió el derecho a voto en Nueva
Zelanda, sobre todo tras la Primera Guerra Mundial, cuando el movimiento de emancipación femenina cobró verdadera
fuerza, al haberse evidenciado su papel en el mantenimiento del esfuerzo bélico sustituyendo la mano de obra masculina.
No obstante, la defensa de los derechos de la mujer por progresistas como Bertrand Russell, Bernard Shaw o August
Strindberg seguía siendo ácidamente criticada desde la postura social mayoritaria.
La paz armada
El fin de la Guerra Franco-Prusiana en 1871, inició una realineación de las fuerzas políticas en Europa. Inglaterra y
Francia, enemigos desde la época napoleónica, habían unido fuerzas para sostener al Imperio otomano e impedir la salida
de Rusia al Mar Mediterráneo. Para contrarrestar esto y evitar el revanchismo francés, Otto von Bismarck, el Canciller de
Alemania, tendió lazos con el Imperio austrohúngaro, al que había derrotado en 1866. Cuando Italia se incluyó en el
sistema en 1881, nació la llamada Triple Alianza. Bismarck consiguió que el juego de alianzas basadas en la diplomacia
secreta, imposibilitara un acercamiento de las potencias occidentales a Rusia . La Triple Entente entre Francia, Inglaterra
y Rusia se estableció desde 1904 (Entente Cordiale) y 1907. Así se configuraron los bloques que se enfrentarían en la
Primera Guerra Mundial.
Entre 1871 y 1914, con la excepción de las guerras de los Balcanes, Europa vivió en una paz conocida como la paz
armada. Una veloz carrera armamentista incrementó los efectivos humanos movilizados y en la reserva, el número y
tonelaje de los barcos de guerra o los arsenales de armas y equipamientos tradicionales, sino que desarrolló nuevas
aplicaciones tecnológicas (ametralladora, alambre de espino, gases tóxicos), que hicieron a la próxima guerra mucho más
demoledora. La Gran Guerra de 1914 a 1918 acabó definitivamente con el equilibrio europeo proveniente del Congreso
de Viena.
La "crisis de los treinta años" (1914-1945)
Tal denominación, debida al historiador Arno Mayer se refiere a las tres críticas décadas que incluyen las dos guerras
mundiales y el convulsionado período de entreguerras, con la descomposición de los Imperios Austrohúngaro, Turco y
Ruso; la crisis del sistema capitalista manifiesta desde el Jueves Negro de 1929; y el surgimiento de los fascismos y
sistemas políticos autoritarios. Se aplican las teorías económicas de John Maynard Keynes en los programas
intervencionistas del New Deal de Franklin Delano Roosevelt. Se extendió la conciencia de haber entrado en un mundo
radicalmente nuevo, en que el orden social tradicional se había subvertido para siempre, y caracterizado por el
protagonismo de las masas ante el que las élites buscaban nuevas formas de control.
La Primera Guerra Mundial y sus consecuencias
En 1914 un incidente internacional menor, el llamado atentado de Sarajevo, dio pretexto al Imperio austrohúngaro para
presionar a Serbia. El ultimátum de Austria a Serbia puso en marcha la red de alianzas y pactos defensivos.
El Imperio Alemán aplicó el Plan Schlieffen, que implicaba una maniobra de tenazas que acorralara en el frente
occidental a los franceses (como había ocurrido en la batalla de Sedán de 1870), después de lo cual podrían volverse para
repeler a los rusos en el frente oriental. La invasión de la neutral Bélgica se cumplió con rapidez, pero la resistencia
franco-británica demostró ser eficaz. El frente quedó estacionario en una desgastante guerra de trincheras carente de
resultados decisivos.
En el frente oriental, el inicial avance ruso fue rechazado, en medio de gravísimas dificultades internas que llevaron al
estallido de la Revolución rusa de 1917.
La ventaja obtenida con la supresión del frente oriental no llegó a ser decisiva, porque desde el mismo año 1917 Estados
Unidos había entrado a la guerra en apoyo de Francia y sobre todo Inglaterra, con el argumento de responder a la guerra
submarina. Alemania no podía seguir con el esfuerzo bélico y, una vez roto el frente occidental en Bélgica, decidió
rendirse (11 de noviembre de 1918). Austria-Hungría quedó disuelta en entidades nacionales independientes.
En otro escenario clave, la Gran Guerra supuso el hundimiento del Imperio Turco en Oriente, consiguiendo los ingleses la
movilización del nacionalismo árabe, en una postura contradictoria con el apoyo simultáneo que se ofrecía a los judíos
Tratado de Versalles y fracaso de la Sociedad de Naciones
El Tratado de Versalles (1919) y los demás negociados en la Conferencia de Paz de París tras el armisticio, no lo fueron
en pie de igualdad, sino desde la evidente derrota de los imperios centrales (Segundo Reich Alemán, Imperio AustroHúngaro e Imperio Otomano), que de hecho habían desaparecido como tales. La reducción al mínimo territorial de las
nuevas repúblicas de Austria y Turquía imposibilitaba que hicieran frente a la exigencia de responsabilidades que
caracterizaba la postura de los vencedores, con lo la culpa y las indemnizaciones recayó principalmente en Alemania, que
había sobrevivido como estado, a pesar de la pérdida de las colonias, el recorte territorial (pérdidas de Alsacia y Lorena y
Polonia, incluyendo el corredor de Danzig, que dejaba aislada Prusia oriental) y el estricto desarme que se la exigía. Las
durísimas condiciones contribuyeron al caos económico y político de la recientemente creada República de Weimar.
Se creó un nuevo orden internacional basado en el principio de nacionalidad (identificación de nación y estado), cuestión
que debería resolverse con plebiscitos allí donde esa identidad fuera cuestionable. La paz se garantizaría por el principio
de seguridad colectiva, administrado por un organismo internacional: la Sociedad de Naciones. La exclusión de Alemania
y la Unión Soviética, más el rechazo del Congreso de los Estados Unidos a su inclusión, limitó su eficacia. La nula
capacidad de hacer cumplir sus decisiones a los estados que no lo hicieran (caso de Italia en Abisinia) demostró su
inoperancia en cuestiones graves
Surgimiento de los totalitarismos
La revolución de febrero de 1917 derrocó al gobierno zarista, cuya gestión de la guerra era catastrófica. Un conjunto de
partidos burgueses y socialdemócratas (mencheviques, eseritas, etc.) liderados por Kerenski pretendió construir un estado
democrático que mantuviera el esfuerzo bélico junto a los aliados occidentales (Gobierno Provisional Ruso). La situación
bélica, económica y social no hizo más que empeorar en los siguientes meses. La llegada de Lenin inició la estrategia
insurreccional bolchevique que llegó al poder con la revolución de octubre. El poder soviético ignoraba la representación
electoral y las libertades, despreciadas por burguesas en beneficio de las asambleas de soldados y obreros que tomaban
las fábricas y las unidades militares.
El Tratado de Brest-Litovsk (3 de marzo de 1918) supuso el final de la guerra con Alemania y la renuncia a una gran
extensión de territorio (Polonia, Ucrania, Báltico), pero no trajo la paz, puesto que continuaron las hostilidades, ahora
como guerra civil rusa entre el ejército rojo, liderado por Trotski y el ejército blanco, controlado por oficiales zaristas. Al
mismo tiempo se fue implementando el programa social y económico del comunismo de guerra, que suponía la
colectivización de tierras y fábricas, que pasaron a ser controladas por instituciones (cuyos nombres pasaron a convertirse
en míticos para el imaginario obrero de todo el mundo: soviet, koljós, sovjós, etc.). La victoria del ejército rojo consiguió
incluso la recuperación de buena parte del territorio cedido en Brest-Litovsk (guerra Polaco-Soviética, 1919-1921). Con el
asentamiento de las fronteras se inició una fase de moderación del proceso revolucionario dirigida por el propio Lenin
(Nueva Política Económica, NEP).
Fascismos
Benito Mussolini en Italia y Adolfo Hitler en Alemania establecieron una alianza denominada Eje Roma-Berlín, en cuya
órbita figuraron Japón, España, Hungría, Rumanía y los países ocupados durante la Segunda Guerra Mundial. El peculiar
carisma de ambos líderes, llevado hasta el histrionismo, fascinaba a las masas que les seguían.
En la mayor parte de los países, el desprestigio de la política liberal tradicional y el miedo al comunismo hizo surgir
movimientos políticos ultranacionalistas, caracterizados por un liderazgo carismático y algún tipo de parafernalia
simbólica agresiva o paramilitar (uso de camisas de ciertos colores).
Italia fascista
En Italia el descontento fue encauzado por el movimiento de los camisas negras de Mussolini (antiliberal, anticomunista,
ultranacionalista, y exaltador de la violencia) contra cualquier movimiento prerrevolucionario o simplemente huelguístico
o reivindicativo de los partidos y sindicatos de izquierda. Con la marcha sobre Roma (1922) consiguió que el rey le diera
el gobierno fuera de las vías parlamentarias, e inició una dictadura. Planteaba la superación de las divisiones políticas con
un partido único y la lucha de clases mediante una política económica corporativista. Consiguió el reconocimiento mutuo
con el Papa en los Pactos de Letrán. La necesidad de expansión exterior le llevó a aventuras coloniales en Etiopía y
Albania, que le pusieron en dificultades en la Sociedad de Naciones.
Alemania Nacional Socialista.
Alemania, tras la Guerra estableció un estado social de derecho, pero la inestabilidad no permitió su consolidación. La
radicalización de las posturas más extremistas, condujo a la temerosa y empobrecida clase media a optar por la solución
más opuesta a la revolución comunista.
Tras un frustrado golpe de estado y su paso por la cárcel, donde desarrolló su programa en Mein Kampf, Adolf Hitler
consiguió llegar al poder por vía electoral (1933), al tiempo que el partido nazi iba ocupando cada vez más espacios
públicos y privados, restringiendo las libertades y aniquilando toda manifestación de pluralismo. El objetivo de la
propaganda nazi, utilizada por Goebbels, se centró en responsabilizar a los judíos de todos los males de la gente, que
acabó convenciéndose de pertenecer al grupo de verdaderos alemanes, los de raza aria, cuyos intereses debían supeditarse
a la grandeza de Alemania. Tal grandeza debía recuperarse con la expansión a través de un espacio vital que incluía las
dispersas zonas habitadas por gentes de habla alemana y la Europa oriental habitada por los eslavos, presentados como
otra raza inferior.
Franquismo
La Segunda República Española, un breve experimento de modernización a cargo de una minoría de intelectuales que
pretendían apoyarse en la amplia base del movimiento obrero, terminó trágicamente en una guerra civil. La Unión
Soviética apoyó al gobierno republicano del Frente Popular y las potencias fascistas a los militares sublevados. La
victoria del bando sublevado estableció el régimen de Francisco Franco.
Crisis de 1929 y Estado del bienestar
Como una reacción a los cambios económicos y políticos en torno a la Primera Guerra Mundial, se sentaron las bases del
Estado del Bienestar. De manera progresiva, el Estado había tenido que intervenir en la regulación de las condiciones de
trabajo a través de las leyes sociales como una manera de responder a los problemas derivados del industrialismo y
desactivar la bomba de tiempo que representaban las aspiraciones del movimiento obrero.
El economista John Maynard Keynes observó que la oferta económica es reflejo de la demanda, y por ende, la manera de
levantar una economía deprimida era subsidiando la demanda a través de una fuerte intervención estatal.
La crisis de posguerra, fruto de la desmovilización, tuvo consecuencias muy graves en la economía alemana, sometida a
una terrible hiperinflación.
En la década de 1930, regímenes políticos muy diferentes entre sí emprendieron, como salida a la Gran Depresión,
políticas keynesianas, de estímulo de la demanda a través de las obras públicas, subsidios sociales y aumento
extraordinario del gasto público. En Estados Unidos el Presidente Franklin Delano Roosevelt emprendió esas medidas
con el denominado New Deal (Nuevo Acuerdo). La economía dirigida del corporativismo fascista podía considerarse
hasta cierto punto similar, y concretamente el rearme alemán proporcionaba una solución tanto al ejército de parados
como a la industria pesada. La Unión Soviética de Stalin ya era una economía planificada desde el Estado, y su sistema
económico no capitalista la hacía inmune a los efectos del Crack de 1929.