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SEA 16 5/3/07 10:52 Página 1 EL SOL, NUESTRA ESTRELLA h t t p ://SEA.AM.UB.ES Entre los más de mil millones de estrellas que pueblan nuestra galaxia, el Sol pasaría totalmente desapercibido. Una estrella de color amarillo y tamaño medio que lleva 4.600 millones de años quemando hidrógeno, su combustible, para generar la energía que necesita para mantenerse estable. Ahora bien, para los habitantes de la Tierra es nuestra estrella, la que proporciona la mayor parte de la energía que necesita nuestro planeta para mantener unas condiciones adecuadas para la vida. Observado desde 150 millones de kilómetros, el Sol, con un millón y medio de kilómetros de diámetro, se nos muestra como un disco con medio grado de tamaño angular en el cielo, lo suficiente para que podamos observar detalles de su superficie. De hecho, es todavía la única estrella que podemos observar de esta forma. La luz es la principal herramienta de que disponemos para su estudio. La superficie solar, la fotosfera, tiene una temperatura de unos 5.000 gra- Figura 1: la fotosfera solar. dos, con lo que la mayor parte de la radiación emitida se encontrará en la región del espectro visible, no por casualidad, aquella a la que son sensibles nuestros ojos. Un pequeño telescopio y una cámara digital nos permiten ver algo similar a la Figura 1. En ella destacan unas estructuras oscuras, las manchas, que son el asiento de intensos campos magnéticos. Su número varía con un ciclo de actividad de once años. Estructuras más pequeñas, la granulación, son la manifestación del transporte de energía por convección. Para conocer lo que ocurre en las capas más profundas del Sol, su interior, se recurre a una técnica más compleja: la heliosismología. Al igual que los tonos musicales con que vibra un objeto nos informan de qué está compuesto, así el registro de las ondas de sonido generadas en el interior del sol nos informa de las características físicas de la zona donde se han originado. De esta forma se ha comprobado que nuestras ideas sobre la evolución de las estrellas son correctas, poniendo de relieve que nuestra estrella es la piedra “Rosetta” que permite entender el Universo. Durante siglos, los eclipses totales han constituido la única oportunidad para contemplar las capas más externas del Sol: la cromosfera y la corona. En ellas la temperatura aumenta progresivamente hacia fuera hasta valores de más de un millón de grados mientras emite radiación energética (ultravioleta y rayos X), lo que permite su observación continua desde telescopios espaciales (p. ej. SOHO, TRACE, HINODE). De la corona escapa también un flujo continuo de partículas: el viento solar. Estas capas externas no se mantienen estables sino que dan lugar a fenóme- Arriba, los telescopios solares en el observatorio nos repentinos asociados al magnetismo solar, de una gran espectacula- del Teide y, abajo, en el Roque de los Muchachos, ambos en las islas Canarias. ridad. Durante las fulguraciones y las emisiones coronales de masa, una gran cantidad de radiación de alta energía y de material solar, respectivamente, se lanzan al medio interplanetario. Su influencia sobre las capas altas de nuestra atmósfera es clara, si bien la repercusión de la actividad solar sobre el clima es todavía un tema de debate. Manuel VÁZQUEZ ABELEDO Instituto de Astrofísica de Canarias Espacio coordinado por la SOCIEDAD ESPAÑOLA DE ASTRONOMÍA HTTP://SEA.AM.UB.ES