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Transcript
Estudios Latinoamericanos 3 (1976), pp.129-160
Las potencias anglosajonas y el neutralismo argentino
(1939 - 1945)*.
Ryszard Stemplowski**
1939 -1941.
Luego de la agresión alemana a Polonia y de la declaración de guerra
a Alemania por Gran Bretaña y Francia, el gobierno argentino
anunció su neutralidad. Igual cosa hicieron todos los Estados de
América, del mismo modo como al comienzo de la anterior guerra
desatada en Europa. No hubo entre los gobiernos de. los Estados
americanos diferencia fundamental alguna en lo que se refiere a los
principios de la política de neutralidad, lo cual tuvo su expresión en
las resoluciones de la primera reunión consultativa de ministros de
relaciones exteriores de los países americanos convocada en
Panamá (octubre-noviembre de 1939). Los principios eran
comunes, y su realización había de tomar en cada país una forma
específica de acuerdo con los derechos soberanos de cada Estado.
El acuerdo de los ministros en lo que se refiere a los principios de
neutralidad, y el compromiso de Sumner Welles respecto a que los
Estados Unidos ampliarían la cooperación económica con los
países de América Latina, trajeron como. consecuencia. que la
atmósfera de las sesiones fuese muy cordial y, cosa poco común en
los foros panamericanos, que aun las delegaciones argentina y
estadounidense trabajasen de común acuerdo.
El presente artículo presenta resumidamente uno de los temas de mi libro =DOH*QRü t Z\]ZDQLH
Argentyna wobec rywalizacji mocarstw anglosaskich i III Rzeszy [Dependencia y desafío. La
Argentina ante ta rivalidad de las potencías anglosajonas y el Tercer Reich], Warszawa 1975, pp.
403. En dicho trabajo está incluido el completo conjunto de notas de fuentes y bibliografía, aquí
omitidas por falta de espacio (excepción del caso de las notas correspondientes a citas, siempre que
procedan de materiales archivales no publicados y no utilizados hasta ahora).
**
Traducido del polaco por Octavio Labbé
*
La neutralidad argentina tuvo desde el comienzo sus limitaciones, lo
cual fue percibido en el país y conocido en el extranjero. El
embajador italiano en Buenos Aires, Preziosi, escribía a Ciano a
fines de septiembre que la neutralidad era concebida y practicada
en la Argentiná en categorías legales y comerciales, pero no
políticas. La neutralidad del Estado no impedía una fácil
manifestación de simpatías políticas por parte de la sociedad, la
cual era casi unánimemente solidaria en un terreno ideológico con
los Estados democráticos, víctimas de la guerra. Preziosi subrayaba
el papel que cumplían los grandes diarios argentinos, apoyando a
los Estados antifascistas y boicoteando los despachos de las
agencias alemanas. De un modo similar evaluaba la situación la
Embajada británica: «Oficialmente la Argentina será neutral, pero
no cabe la menor duda de que la gran mayoría de la opinión pública
está de nuestra parte»1.
La base social del neutralismo en la Argentina era muy fuerte aunque
extremadamente diferenciada. Dado que nuestro tema es más
limitado nos referiremos aquí a sólo algunos aspectos de ese
complejo fenómeno. Dejamos de lado un análisis de las relaciones
de los diversos grupos sociales con el fascismo y los Estados
fascistas, y una descripción de la actividad propagandística de la
Embajada alemana. Subrayamos solamente que aún la versión
conservadora del nacionalismo argentino, caracterizada entre otras
cosas por inclinaciones fascistizantes (principalmente simpatía por
el autoritarismo y fascismo al estilo ítalo-ibérico), se pronunció por
el neutralismo. Hicieron propaganda en pro del neutralismo
también la Embajada alemana y organizaciones locales
encubiertamente nazis.
Por otra parte, en pro del neutralismo se pronunció la potente alianza
de intereses de clase dominantes en la Argentina, en abrumadora
mayoría ligados con Gran Bretaña. La prensa de mayor circulación
ligada con esos intereses, acerca de cuya posición política
1
Telegrama al ministro Halifax, 1 IX 1939. Publíc Record Office [Londres], Foreign Office
Confidential Prints, Polítical Correspondence, South America, Class n° 420, Piece n° 291, Vol.
IXLIX, Document n° 5 [de ahora en adelante citado en forma abreviada como:
PRO/F.O.420.291.IXLIX.5. - una diferente abreviación comienza desde la nota 8 en función de un
distinto sistema de archivo posterior].
acertadamente escribía el arriba citado diplomático italiano,
también apoyó la política de neutralidad del gobierno de Roberto
F. Ortiz.
Un programa neutralista era también representado por la Fuerza de
Orientación Radical de la Joven Argentina (FORJA). En una
proclama dada a la publicidad en 1939 podemos leer: «Las
llamadas potencias totalitarias, imperialismos insatisfechos,
disputan a las llamadas grandes potencias democráticas,
imperialismos realizados, la hegemonía que éstas detentan. No son
ideologías las que se aprestan. La lucha es por el dominio material
del mundo. [...] Lo mismo que durante la guerra de 1914. Se quiere
mezclarnos en la contienda. Pero entonces el genio americano de
Hipólito Yrigoyen frustró la maniobra. La excitación continental
promovida por las fuerzas que se titulan defensores del derecho, de
la libertad, de la soberanía de los pueblos persigue la disvirtuación
de nuestro espíritu, el sacrificio de nuestra sangre y el usufructo de
nuestras riquezas materiales en favor de nuestros propios opresores.
Pero la conciencia de la nacionalidad está en marcha. Llega la hora
de la emancipación, de la restauración de los argentinos. Contra
nuestros seculares dominadores y contra todos los que aspiran a
substituidos, FORJA concita las voluntades del pueblo señalando el
camino de la Patria y el deber de la hora». La posición de FORJA
era opuesta a ambos campos combatientes. El nacionalismo
antiimperialista defensivo veía la solución en un neutralismo, en no
entremezclarse en el conflicto de las potencias imperialistas.
El apoyo social para la política neutralista del gobierno de Ortiz
facilitó a éste el establecimiento de los límites dentro de los cuales
se permitió en la Argentina la difusión de los opiniones que
expresaban los intereses de los diferentes Estados combatientes.
Fue característico, por ejemplo, que se prohibió en la propaganda
alemana el aprovechamíento del conflicto británico-argentino
acerca de las islas Malvinas.
El gobierno de un país tan fuertemente ligado a Gran Bretaña como la
Argentina tenía que cuidar los intereses británicos, en defensa de
los propios intereses. En enero de 1940, Sir Edward Ovey,
embajador del Reino Unido, informó al ministro Halifax que el
presidente Ortiz, el ministro de Relaciones Exteriores y Culto José
María Cantilo, y otros altos funcionarios, eran de opinión que la
caída de Inglaterra constituiría un desastre para la Argentina. Y
cuando Alemania agredió a Dinamarca y Noruega, el ministro
Cantilo presentó al embajador de los Estados Unidos en Buenos
Aires, Armour, su concepción según la cual los países americanos
debían abandonar el status de neutralidad y adoptar el status de
partes no beligerantes. El neutralismo no significa imparcialidad
ante actos injustos, la neutralidad no supone una doble moralidad,
afirmó Cantilo, y agregó que el comportamiento y la concepción de
neutralidad se convierten en la práctica en una ficción. Al mismo
tiempó Cantilo hizo una fuerte admonición al embajador alemán
von Thermann por la «demasiado amplia» propaganda realizada.
Luego de la agresión alemana a Bélgica, Holanda y Luxemburgo, y
del comienzo de la ofensiva alemana en el frente francés,
nuevamente Cantilo, esta vez en forma pública, llamó a adoptar un
status de parte no beligerante y a abandonar la «ficción» del
neutralismo.
La concepción de Cantilo provenía de círculos del Partido Demócrata
Nacional, es decir del ala conservadora de la alianza de grupos
gobernantes y se encontró con la crítica del ala radical, en función
de la lucha interna por el poder. En último término el presidente
Ortiz se mantuvo en la línea neutralista, en parte por las noticias
que se recibían de los éxitos alemanes en el frente, y también
porque la concepción de Cantilo no fue bien recibida en ambas
Américas. El gobierno de los Estados Unidos rechazó ese proyecto,
puesto que en el país predominaban entonces tendencias
neutralistas, y el congreso justamente había aprobado una nueva ley
acerca de la neutralidad. Tanto la campaña electoral como los
ataques de los aislacionistas a Roosevelt no favorecían se aceptase
la iniciativa de Cantilo. Sin embargo, en realidad la discusión
pública que tuvo lugar con ocasión de dicho proyecto fue positiva
para los Estados combatientes con el Tercer Reich, especialmente
para Gran Bretaña, justamente el país combatiente que tenía una
mayor influencia en América (principalmente en la Argentina, el
Canadá y los Estados Unidos). Ello hizo que Gran Bretaña fuese
quien se beneficiase en mayor medida del incremento de las
tendencias antialemanas en América.
Los éxitos militares alemanes del año 1940 apuraron se llamase a la
siguiente conferencia americana consultativa de los ministros de
relaciones exteriores, esta vez en La Habana. Aunque el delegado
argentino Leopoldo Melo tranquilizó a los reunidos afirmando que
el peligro de ocupación por Alemania de los territorios de Holanda
y Francia en América era «hipotético, puesto que la flota británica
mantiene a Alemania fuera del hemisferio occidenta1», y en
Buenos Aires se aseguró a los diplomáticos alemanes que la
Argentina deseaba mantener buenas relaciones con todos los
Estados combatientes, no es menos cierto qué el gobierno de Ortiz
dio su consentimiento al proyecto de la delegación de los Estados
Unidos, según el cual en relación a los territorios mencionados
había que aplicar la conocida no transfer rule, lo que en la práctica
podía dar a los Estados Unidos carta blanca para actuar. No cabe
duda que el Departamento de Estado aprovechó para sus fines los
efectos de los avances alemanes en el frente, y los Estados
latinoamericanos, especialmente la Argentina, con desagrado
consintieron con la solución propuesta en el caso de los territorios,
no independientes. Sin embargo, a pesar de todo se mantuvo la
posición común de neutralidad de los Estados americanos.
El comienzo de la guerra alemano-soviética, y los éxitos de la
Wehrmacht en ese frente produjeron una gran impresión en la
Argentina. El reemplazante de Cantilo, el ministro Enrique RuízGuiñazú, seriamente contaba con una derrota soviética, y con un
fortalecimiento de la posición del Tercer Reich en conflicto con
Gran Bretaña. Según la evaluación del gobierno argentino, se
pronosticaba una continuación de la guerra, y lo que ello acarrearía:
la desorganización de los ya reducidos lazos económicos entre
América Latina y Europa, anticipándose por otra parte un aumento
de la influencia de los Estados Unidos en el hemisferio occidental.
Por ello el ministro argentino sugirió a von Thermann se iniciasen
conversaciones de paz alemano-británicas, mejor aún si eran a
través de Franklin D. Roosevelt, y a éste tal iniciativa había de
proponer la Argentina. Una concepción semejante presentó a los
alemanes un poco antes el presidente de Brasil. Sin embargo ambas
fueron rechazadas por Berlín. Ambas eran una expresión de la
esperanza que el apaciguamiento del conflicto traería a América.
del Sur una expansión de la estructura de lazos económicos
internacionales de preguerra. Por el momento no podemos
esclarecer si estos proyectos eran o no un fruto de una cooperación
con los anglosajones.
Los éxitos militares alemanes estimularon un incremento de los
esfuerzos de los distintos grupos de inmigrantes en la Argentina. Y
más activo se hizo aún el Consejo de la Sociedad Británica en la
República Argentina, creada a iniciativa del embajador británico, y
por él dirigida. Se incrementaron los fondos destinados a la
propaganda, y la dotación enviada por el Ministerio de Información
británico fue complementada con fondos provenientes de los
inmigrantes del Reino Unido establecidos en la Argentina. Los
católicos, en su mayoria provenientes de Irlanda, se hicieron muy
activos y desarrollaron distintas actividades en las organizaciones
obreras católicas. La Cámara de Comercio Británica nombró un
Comité de Propaganda con el fin de «ayudar» a la prensa argentina,
difundir films y hacer propaganda radial. Posteriormente tal
actividad había de adquirir dimensiones mucho mayores y producir
inmensos efectos financieros.
«Acción Argentina», fundada a mediados de 1940, y «Junta de la
Victoria», movimiento de mujeres, contribuyeron a crear un amplió
movimiento argentino en pro de los países combatientes contra el
fascismo. Luego de la agresión alemana a la Unión Soviética este
movimiento social se amplió como efecto de la incorporación a él
de los partidarios de ayudar a la U.R.S.S., aunque el gobierno
argentino, la Iglesia, y los magnates se opusieron a esto último. Sin
embargo la Embajada británica informó al Foreign Office que «en
la Argentina el hombre de la callé apoya a Rusia» y en la sociedad
argentina se percibe «injusta» crítica a Gran Bretaña por no correr
ésta el riesgo de ábrir un segundo frente en defensa de Rusia2.
2
Nota sobre la situación política en la Argentina, transmitida al Foreign Office el 17 XII 1941.
PRO/F.O.420.294.LII.105.
El gobierno de Ramón Castillo (este último se desempeñaba desde
julio de 1940 como presidente en razón de la enfermedád de Ortiz)
fue criticado por la oposición por tolerar la actividad alemana en el
territorio argentino. Dicha crítica fue formulada en la Cámara de
Diputados por una comisión especial dedicada a la investigación de
las actividades antiargentinas, comisión que presidía Raúl Damonte
Taborda. Una posición crítica parecida era la del diario «La
Prensa» en el que se escribía acerca de una «quinta columna» en la
administración estatal y en las fuerzas armadas. Que Alemania
daba motivo para una crítica por sus adversarios es una cosa cierta,
sin embargo la crítica de las actividades quintacolumnistas, reales e
imaginarias, estaba motivada por otras razones que la defensa de la
«democracia» ante el fascismo: la Embajada británica en Buenos
Aires vió en la publicación de los informes de la Comisión
beneficios para Inglaterra, aunque en su informe al Foreign Office
claramente afirma que Damonte estaba motivado por la lucha
interna por el poder.
Y también en el ejército hubo discusión acerca del modo de realizar la
línea de neutralidad. El rol cada vez más activo de los Estados
Unidos estaba basado entre otras razones en los preparativos en
gran escala para la cooperación de guerra con los Estados de
América Latina. Las consultas al respecto habían comenzado ya en
la primera mitad de 1940. Al comienzo el gobierno argentino no
estuvo de acuerdo en cooperar en la guerra, pero un año más tarde
entró en conversaciones con el gobierno de los Estados Unidos en
torno a una eventual compra de armas. Dicho paso fue dictado por
el temor de parte argentina de un incremento de los potenciales de
Brasil y Chile, quienes aprovechabán ampliamente los beneficios
de la Lend-Lease Act.
La limitación del comercio con Europa continental también produjo
un incremento del intercambio con los Estados Unidos. A fines de
1941 se firmó el primer, en noventa años, acuerdo comercial entre
ambos países. En resumen, el primer período de la guerra en
Europa acercó políticamente a ambos gobiernos, siendo la causa
fundamental de ello el neutralismo de ambos Estados.
En lo que se refiere a las relaciones argentino-británicas, si hacemos
un balance del período indicado, el resultado es positivo para
ambas partes. La Argentina continuaba dirigiendo hacia Gran
Bretaña sus tradicionales artículos de exportación; acumulando
inmensas reservas en libras esterlinas en su cuenta. Los británicos
no querían y en cierta medida no podían regular sus cuentas, lo cual
era comprendido de parte argentina. Ya en ese entonces surge el
proyecto, realizado luego por Perón, de compra de los ferrocarriles
británicos en la Argentina a cambio de los suministros realizados a
Inglaterra, proyecto que convenía tanto a la parte británica como al
gobierno argentino.
Según la evaluación de los diplomáticos británicos, la situación en la
Argentina no amenazaba los intereses vitales de Inglaterra. La
Embajada británica observaba con atención la actividad alemana,
pero en sus informes enviados al Foreign Office predomina un tono
objetivo y no se exagera el significado de la influencia nazi.
«Sin negar la existencia de una eficaz y disciplinada organización
orientada a la infiltración política y propagandística, organización
que Alemania construyó con gran cuidado durante años en la
Argentina y que puede contar con importantes medios
suministrados por la sociedad alemana local (que no puede enviar,
como lo hacen los británicos, dinero a su país de proveniencia) escribía a Eden el embajador Ovey - estoy convencido que si la
guerra no asume para nosotros un curso tan fatal que mine la
confianza de los argentinos en nuestra victoria definitiva, dicha
organización será incapaz de forzar cambios políticos que sean
perniciosos para nuestros intereses. Todo esto constituye para
nosotros más bien una molestia que una inseguridad importante»3.
La representación británica estimaba que «a pesar de las difundidas
opiniones respecto a que la propaganda enemiga del Eje habría
minado la lealtad de las fuerzas armadas, las cuales por ello sin
duda admirarían los éxitos del ejército alemán, y a pesar de ciertas
simpatías proalemanas en el ejército y en la marina, existen pruebas
que atestiguan algo contrario, a saber, que lo que más
profundamente inspira tanto a los oficiales como a los soldados es
3
Informe del 26 VI 1941. PRO/F.O.420.294.LII.82.
el patriotismo argentino [...] y que la potente agrupación de altos
oficiales está decidida a aplastar un movimiento clandestino de
simpatizantes del nazismo»4.
En marzo de 1941, el gabinete británico envió a América del Sur una
misión especial bajo la dirección de Lord Willington. El informe de
dicha misión atestigua que el Foreign Office pudo formular su
política sobre la base de informaciones que llevaban al gobierno
inglés al convencimiento de que el neutralismo sudamericano tenía
una coloración probritánica.
Los diplomáticos británicos percibían el incremento del nacionalismo
en la Argentina, veían también su carácter antibritánico, sin
embargo la Embajada de su Majestad informaba al ministro Eden
que las fuerzas sociales fundamentales en la Argentina no querían
ni el águila estadounidense ni la esvástica alemana, y que a pesar
de la indisposición cada vez mayor respecto a la
dominación,británica, se prefería a Inglaterra como mal menor. El
embajador Ovey pudo por ello en diciembre de 1941 asegurar a
Londres que «en lo que se refiere a la actitud de la población en
general y del gobierno argentino respecto a la guerra, todo indica
que hay un permanente incremento de la simpatía por Gran
Bretaña»5.
1942 -1943.
En diciembre de 1941, la guerra irrumpió en América, poniendo con
ello a prueba la neutralidad de los Estados de América Latina.
Manteniendo la neutralidad, el gobierno argentino reconoció a los
Estados Unidos como Estado no beligerante, lo cual era una
ficción, pero que permitió que las relaciones entre la Argentina y
los Estados Unidos no sufrieran limitación alguna como producto
del status de neutralidad de la Argentina. Dicho paso por supuesto
que restringió fuertemente la fórmula del neutralismo argentino y
fue un logro beneficioso para los anglosajones y negativo para el
Eje.
4
5
Nota enviada al Foreign Office 7 IX 1940. PRO/F.0.420.293.LI.30.
PRO/F.0.420.294.LII.72.
Los Estados Unidos quisieron aprovechar la nueva situación para
apresurar la creación de un bloque económico-político en el
hemisferio occidental dirigido por ellos. La Reunión Panamericana
Consultiva de los Ministros de Relaciones exteriores de Rio de
Janeiro (enero, 1942) había precisamente de conducir a la ruptura
de relaciones entre todos los Estados de América Latina y los
Estados del Eje.
El desarrollo y las resoluciones de dicha reunión fueron descritos en
muchas ocasiones. Para nuestras ulteriores consideraciones es
importante subrayar dos elementos: 1) a partir de la reunión de Rio
el neutralismo argentino se constituyó en un desafío político a los
Estados Unidos; 2) el potencial económico de la Argentina sirvió
durante la guerra casi exclusivamente a los anglosajones. Esto se
refiere principalmente al excedente de alimentos y a los minerales
de significación estratégica.
La falta de disposición del gobierno argentino en cuanto a
subordinarse a la concepción panamericanista de los Estados
Unidos hizo que la inmensa máquina diplomática y de propaganda
de éstos, aprovechando el hecho que la Argentina mantenía
relaciones diplomáticas con los Estados del Eje, fuese cada vez más
vociferante contra el gobierno argentino, presentándolo como
apoyando activamente a los países del Eje, y como pronazista.
Materiales para causar sensación, como sabemos, no faltaron,
especialmente se exageró el significado del espionaje alemán.
Los grandes diarios estadounidenses pretendían instruir a Castillo
acerca de cómo se debería luchar contra la influencia de los países
del Eje en la Argentina. Las tesis propagandísticas estadounidenses
con facilidad llegaban a la Argentina. No sólo a través de la prensa
nacional. Eran presentadas directamente en publicaciones editadas
en los Estados Unidos, por ejemplo en la edición en español de
«The Readers Digest» o a través de «Time». Herron asegura que
ésta y otras publicaciones era fácil (y ¡barato!) adquirir en cualquier
quiosco, a pesar del estado de sitio que existía en el país.
La campaña propagandística dirigida por los Estados Unidos a la
sociedad y el gobierno argentinos alcanzó en el período
mencionado dimensiones sin precedentes en las relaciones entre
ambos países. Pagado por el gobierno de los Estados Unidos se
invitó a ese país a periodistas, industriales, cientistas, activistas de
organizaciones femeninas, jerarcas católicos y comunistas, poetas y
militares argentinos. A su vez en la Argentina diversas agencias
gubernamentales y privadas de los Estados Unidos hacían
propaganda del American way of life, especialmente a través de
films, la radio y los periódicos de provincias. Entre otros, dichas
acciones eran financiadas por Ford Motor Co., Fundación
Rockefeller, Standard Oil Co., etc.
El medio de presión más drástico que usó el Departamento de Estado
en su política respecto a la Argentina fue la amenaza de limitar la
importación de carne o de disminuir las exportaciones de los
Estados Unidos y Gran Bretaña (sic) a la Argentina. El proyecto de
limitar las importaciones comprendía también otros artículos
agrícola-ganaderos, y con el tiempo se llevó al arsenal de las
sanciones limitaciones en las cuentas y créditos bancarios. A su vez
la limitación de las exportaciones a la Argentina había de
comprender las materias primas más importantes tales como
carbón, chapas de zinc, cresol... El fin de tales amenazas y
limitaciones era obligar al gobierno argentino a romper relaciones
diplomáticas con Alemania y sus aliados,. La realización de estos
proyectos, propuestos gradualmente desde fines de marzo de 1942,
exigía una actividad conjunta de los gobiernos de los Estados
Unidos y de Gran Bretaña. De este modo, eso que el Departamento
de Estado consideraba como una sanción económica contra la
desobediente Argentina, se convirtió de ahora en adelante en una
directa y permanente causa de desentendimiento entre ambos
aliados anglosajones.
Dándose cuenta que las simpatías en la mayoría del parlamento y de
la. sociedad argentina estaban de parte de la coalición antifascista,
el Foreign Office miraba con desaprobación la mantención de
relaciones con los Estados del Eje por parte de la Argentina. Sin
embargo, por otra parte no se consideraba como posible ejercer
presión eficaz alguna sobre el gobierno argentino con el fin de
cambiar sus relaciones diplomáticas con el Eje. «Más nosotros
necesitamos de la Argentina materias primas y alimentos que la
Argentina de nosotros; abandonamos a su suerte quedando como
rehenes las grandes empresas británicas de servicios comunales en
la Argentina, junto con los ferrocarriles; debemos también hacer
todo lo posible para mantener álguna posición aunque sea débil en
el mercado de productos industriales de postguerra en la Argentina.
[...] Aún la victoria definitiva de los Aliados puede resultar ser una
razón insuficiente para sacar a la Argentina de su posición de
aislamiento»6.
En cierta medida el avance japonés hacia el oeste disminuyó el
territorio desde el cual los británicos podían obtener materias
primas que les eran necesarias. De allí que los suministros
argentinos, aún suponiendo que se estableciese un volumen estable,
se hicieron cada vez más importantes desde un punto de vista,
estratégico. Y aún sin ello, el gobierno británico estaba vivamente
interesado en importar carne, cueros, trigo argentinos, en cualquier
cantidad, aquella que simplemente la Argentina estuviese en estado
de exportar. Dicha importación era indispensable para un adecuado
funcionamiento del Estado británico y para el éxito de su esfuerzo
de guerra. De allí que los ingleses no pudiesen usar contra la
Argentina amenazas de cese de importaciones.
Por su parte, la necesidad de importar desde la Argentina hacía que
Gran Bretaña tuviese que asegurar el suministro a aquella de
algunas materias primas. La más importante de ellas era el carbón,
necesario para el transporte interno y marítimo y para la actividad
de los grandes establecimientos de procesamiento de carnes y
frigoríficos. Aunque la exportación del carbón inglés se encontró
con enormes dificultades debido al escaso tonelaje de la flota
británica durante la guerra, toda limitación en los suministros a la
Argentina era considerada en el Foreign Office como fenómeno
altamente inconveniente. No obstante, los ingleses tuvieron que
presenciar finalmente cómo los Estados Unidos completaban las
reservas argentinas de vez en cuando en dicha área. Por ello el
Foreign Office era especialmente sensible ante el proyecto de
6
Nota para Eden, sin firma, con correcciones manuscritas hechas por J. V. Perowne, funcionario del
Foreign Office, 28 II 1942. PRO/F.O.371.30314. pp. 75 - 76.
cortar el suministro de carbón. Los efectos de tal restricción se
habrían sentido con especial intensidad en Inglaterra.
El equipo de Castillo sabía exactamente que los ingleses miraban con
gran disgusto las relaciones argentinas con los países del Eje. Sin
embargo, el gobierno argentino interpretó de un modo adecuado las
diferencias de. posición entre Washington y Londres, usándolas en
beneficio propio, y oponiendo la falta de presión británica a la
creciente presión estadounidense.
A pesar de que el Foreign Office se opuso al rumor generalizado en
América Latina según en cual Inglaterra no queria que la Argentina
rompiese relaciones con Alemania, en el Departamento de Estado
se comenzaron a tener fuertes dudas en torno a la real línea del
Foreign Office respecto a América del Sur, y particularmente
respecto a la Argentina. El nuevo embajador británico en
Washington, Lord Halifax, trató de convencer en realidad a Welles
acerca de la voluntad británica de cooperar con los Estados Unidos
en el terreno latinoamericano, sin embargo tuvo que advertir a su
centrallondinense acerca de la atmósfera de disgusto en el
Departamento de Estado respecto a la política inglesa relativa a la
Argentina. En Washington predominaba la opinión que el gabinete
británico no cooperaba con la administración de Roosevelt en el
grado solicitado por los Estados Unidos, lo cual permitía al
gobierno argentino jugar con la oposición de un país contra el otro.
Había diversas fuentes de esta posición desconfiada y con sospechas
ante la política británica. Ante todo que los ingleses
permanentemente moderaban a la administración de Washington en
su disposición a aplicar fuertes sanciones económicas. Entre otras
causas cabe mencionar: la campaña, inspirada por los alemanes, de
magnificación de los débiles síntomas de diferencias existentes de
hecho entre los anglosajones; el debate en los medios de negocios
británicos y estadounidenses en la Argentina; las declaraciones de
algunos diplomáticos en América Latina; y declaraciones no
oficiales provenientes de círculos gobernantes argentinos.
El tono de la prensa británica era otro. Sin duda crítico, pero lejos de
la histeria sensacionalista de la prensa estadounidense. El carácter
crítico de los diarios británicos era por lo demás un efecto de, entre
otras causas, la influencia de las agencias noticiosas
estadounidenses. En todo caso, la prensa británica no definia al
gobierno de Castillo como pronazi, y por ejemplo en . «The Times»
del 10 de agosto de 1942 se puede leer un amplio comentario
editorial en el cual se dice simplemente respecto a la política de la
Argentina y Chile que: «Neither country is pro-Axis».
A comienzos de noviembre de 1942 el embajador de los Estados
Unidos en Buenos Aires planteó el proyecto que el gobierno
británíco anunciase la amenaza de sanciones económicas a la
Argentina. Armour consideraba que sólo tal medida podía
contraarestar la táctica de Castillo consistente en plantear al
Departamento de Estado el argumento que Gran Bretaña apoyaba
el neutralismo argentino. Armour recomendó junto con ello a los
ingleses que usasen el argumento que el torpedeo por los alemanes
de los barcos ingleses en el Atlántico obligaba a Gran Bretaña a
buscar fuentes de suministro en otros lugares. Tal declaración
habría implicado que la mantención de relaciones diplomáticas de
la Argentina con Alemania facilitaba la actividad de espionaje del
Tercer Reich, orientada hacia las operaciones de la flota aliada, y
con ello estaba en contra, de los intereses del comercio argentinobritánico. Welles trató de convencer a Halifax que un efecto
adicional de tal declaración sería una desautorización de las que
llamó especulaciones de parte de algunos potentes grupos de
interés británicos en Buenos Aires que estaban dispuestos a apoyar
el neutralismo argentino.
La situación de abastecimientos impidió a los ingleses chantajear al
gobierno argentino. Las reservas británicas de carne bastaban en
aquel entonces apenas para dos meses,. y los negociadores
británicos ya habían alargado por razones tácticas más de una vez
las negociaciones en el asunto del precio de los suministros, y
consideraban que no se podía usar la misma arma dos veces para
dos fines diferentes. Por lo demás, el chantaje sólo puede ser eficaz
si la parte chantajeada percibe la amenaza como algo real. En las
actas del Foreign Office de aquel entonces podemos leer, que «todo
el problema consiste en que del mismo modo como los británicos
son conocedores del fútbol, los argentinos son especialistas en
carnes, y no hay modo de engañarlo en lo que se refiere a la forma
de sus rivales»7. En último término se descartó en Londres la idea
del chantaje, no se hizo declaráción alguna en la línea postulada por
el Departamento de Estado, y se renunció aun a difundir los
rumores del caso.
Sin embargo el gabinete británico no pudo permanecer indiferente
ante los postulados de Washington. Aunque algunos funcionarios
del Foreign Office y de la Embajada británica en Washington
atribuían a la gente del Departamento de Estado una verdadera
obsesión respecto a las relaciones de los ingleses con la Argentina,
el gobierno inglés debía cuidar de la totalidad de los intereses
británicos, y por ello de las buenas relaciones con su aliado
estadounidense. Pero cuando no solamente «El Pampero», sino
también «La Nación», «The South American Journal» y «The New
York Herald Tribune» comenzaron a discutir ampliamente el
problema de la real actitud de Gran Bretaña ante el neutralismo
argentino, el gobierno de Londres se vió en último término
obligado, principalmente en consideración a sus relaciones con
Washington, a hacer alguna declaración pública. De este modo, el
31 de diciembre de 1942, el Foreign Office manifestó en una vaga
formulación, sin tocar la cuestión de las importaciones de carne,
que deploraba que la Argentina mantuviese relaciones con los
países del Eje.
Dicha declaración no agradó al Departamento de Estado, más aun
puede que haya impulsado a los políticos de Washington a
continuar sus presiones sobre el gobierno inglés, y ya a comienzos
de enero de 1943 la administración Roosevelt dirigió a Gran
Bretaña el postulado de «una más estrecha coordinación entre Gran
Bretaña y los Estados Unidos en su política respecto a la
Argentina»8. Esta «coordinación más estrecha» exigía, según el
Departamento de Estado, una suspensión temporal de las
negociaciones británico-argentinas acerca de los precios de la carne
de los suministros previstos para 1943. Se trataba de convencer a
7
Notas de Gallop, funcionario del Foreign Office, 11 y 12 XI 1942. PRO/F.O.371.30334
Oficio de la Embajada de los Estados Unidos en Londres al Foreign Office 11 I 1943.
PRO/F.O.371.33558. A 483.
8
los ingleses que dicha medida obligaría al gobierno de Castillo a
interrumpir las comunicaciones telefónicas y radiales entre la
Argentina y las zonas controladas por el Eje, lo que facilitaría la
navegación en el Atlántico. El Foreign Office sin embargo
contemporizó. Dicha táctica no complació del todo al
Departamento de Estado, el cual presentó un nuevo proyecto
limitando las exportaciones anglosajonas a la Argentina. y
nuevamente el Foreign Office postergó la consideración del
proyecto presentado.
La táctica seguida respecto a los Estados Unidos y la Argentina era
derivada de las recién formuladas nuevas directivas de la política
latinoamericana y argentina de Gran Bretaña. A mediados de abril
de 1943, el director del departamento sudamericano en el Foreign
Office, J. V. Perowne, escribía: «Se decidió últimamente que
aunque en público debemos continuar lamentando la política
argentina de neutralidad, sin embargo ella tiene para nosotros cierta
conveniencia; tenemos también motivos para no querer irritar
innecesariamente al gobierno argentino. Por ello no deberíamos
participar en presión alguna que se ejerza con fines de cambiar su
política de neutralidad, y sólo debemos hacer aquello que sea
necesario para mitigar las sospechas estadounidenses relativas a
nuestra actitud. Por ello tampoco sería inteligente que se produjese
un altercado con los Estados Unidos en relación a la Argentina; se
debe dejar a ellos la iniciativa, y todo proyecto que se nos dirija
conteniendo eventuales presiones a ejercer debe ser por nosotros
detallada y críticamente estudiado antes de dar nuestro acuerdo
respecto a la aplicación de presiones»9.
Los políticos británicos pensaban cada vez más en categorías que
preveían la situación de postguerra; R. Henderson, comentando la
rivalidad entre los Estados Unidos y Gran Bretaña, escribía en las
actas del Foreign Office: «[...] decidimos no retirarnos de América
del Sur»10. Apuntes internos en el Foreign Office son en esta época
de un tono más y más fuerte: «No debemos aceptar que el
Departamento de Estado nos arrastre a medidas antiargentinas
9
Notas del 15 IV Y 19 V 1943. PRO/F.O:371.33558. A 3344; 33559. A 4795.
17 (?) V 1943. PRO/F.O. 371.33559. A 4532.
10
contradictorias con nuestros intereses actuales y a largo plazo. Hay
que distinguir la forma del contenido. Que la Argentina continúe
oficialmente neutral, en tanto que se pueda demostrar que su
comportamiento se caracteriza por la exigida inclinación en
beneficio de los aliados. Sospecho que - escribía Perowne - el señor
Sumner Welles no tendría nada en cóntra de embarcarnos en una
aventura en contra de los argentinos, y todo en nombre de la santa
causa de las Naciones Unidas»11.
A comienzos de mayo de 1943 surge nuevamente el asunto de un
eventual chantaje al gobierno de Castillo. Esta vez el proyecto
provino de los círculos de oposición a éste. Y en esta ocasión el
Foreign Office descartó la idea de ligar la amenaza de renunciar a
la importación de carne con la actividad de los submarinos
alemanes en el Atlántico. «Debemos tener esa carne, y por otra
parte el Almirantazgo jamás hasta ahora ha podido, o tal vez no ha
querido, presentarnos pruebas de que justamente las informaciones
enviadas desde la Argentina sean las que provoquen los
hundimientos. Nuestra declaración sería contraproducente»12.
La contradicción de intereses entre ambas potencias anglosajonas en
la Argentina es sólo uno de los muchos elementos que separaban en
aquel entonces a los Estados Unidos y Gran Bretaña. Las memorias
de Roosevelt, Cordell Hull, Winston Churchill, Sumner Welles,
etc., publicadas después de la guerra demuestran que la gente que
dirigía las relaciones exteriores de ambos países tenían plena
conciencia del proceso, que ocurría en aquel entonces, de cambio
del sistema de fuerzas, empeorándose la posición de Gran Bretaña,
proceso que el gobierno de los EE. UU. no se proponía frenar. Por
el contrario, los Estados Unidos tendían a debilitar la posición
británica fuera de Europa.
En el territorio americano el proceso de debilitamiento de la posición
británica adoptó una forma muy extrema. En los Estados Unidos
disminuyeron los activos de los capitales británicos. A diferencia
de lo que ocurrió durante la Primera Guerra mundial, los Estados
Unidos ayudaron a Gran Bretaña no otorgándole créditos sino
11
12
10 III 1943 PRO/F.O.371.33558. A 2356.
24 V 1943. PRO/F.O. 371.33559. A 4729.
comprando inversiones británicas en los Estados Unidos. En la
región caribe, los Estados Unidos recibieron de Gran Bretaña, a
cambio de 50 destroyers, bases navales y de aviación en Jamaica,
Santa Lucía, Trinidad, Antigua y Guayana, y también en las islas
Bahamas. Ello significaba en definitiva el fin de la supremacía
británica en el área, que duró trescientos años. Roosevelt declaró al
Congreso que el acuerdo relativo a las bases constituía el más
importante logro de ese tipo, desde los tiempos de la adquisición de
Luisiana. En tal situación aumentó el significado de la Argentina
para Gran Bretaña.
El período de guerra profundizó la dependencia económica de la
Argentina de ambos Estados anglosajones; dicho mercado fue para
la Argentina más impartante que antes: en las años 1937-1939
ambos países absorbían más o menos un 45% de las exportaciones
argentinas, y en el período 1941 - 1943 en promedio un 70%.
Con el fin de definir la actitud del gobierno de Castillo en el período
luego de Pearl Harbor la categoría jurídica de neutralidad de guerra
es inadecuada. La avanzada cooperación, especialmente en el
terreno económico, entre los gobiernos de la Argentina y los
Estados Unidos tuvo en realidad el mismo carácter que la
cooperación entre los Estados Unidos y Gran Bretaña en el período
entre la Carta Atlántica y Pearl Harbor, es decir más que una
simple consecuencia del reconocimiento de los Estados Unidos
como parte no beligerante. La posición del gobierno de Castillo se
definiría mejor mediante el término político-jurídico «neutralismo
limitado». Esta posición se manifestó ante todo en: 1) la no
participación en la guerra y la mantención de relaciones
diplomáticas con todos los Estados, y 2) la cooperación económica
a todo nivel con las potencias anglosajonas.
El neutralismo tuvo siempre en la Argentina una muy sólida base
social. Cabe sin embargo subrayar que durante el debate público en
torno a la idea y política del neutralismo fue ganando significación
en el seno del nacionalismo argentino su corriente defensiva de
orientación neutralista, representada por FORJA y por la llamada
escuela revisionista de la historiografía argentina, basada en la
crítica del imperialismo, particularmente de los imperialismos más
potentes en relación con la Argentina, esta es el británico y el de los
Estados Unidos.
La crítica al neutralismo, proveniente, como en el período anterior a
Pearl Harbor, de las filas de la oposición al gobierno tenía un
carácter fundamental aunque no exclusivamente instrumental: era
instrumento de lucha contra el gobierno Los partidarios de una real
incorporación de la Argentina a la guerra por el lado de los aliados
eran escasos, y la significación práctica de dicho hecho era escasa.
Por otra parte los grupos germanófilos estaban por el neutralismo,
aunque es cierto que preferían un neutralismo menos favorable a la
coalición antifascista.
1943 - 1945.
El golpe de Estado militar y el gobierno que allí se origina no
cambiaron la línea neutralista.
Entonces las relaciones diplomáticas de la Argentina continuan sin
cambio. El gobierno militar sigue simplemente la política de todos
sus predecesores. Sin embargo ganó tiempo con la diplomacia de
los Estados Unidos creando la ilusión de que la ruptura estaba ya
prácticamente decidida. Ramírez dio aún la fecha siguiente de
ruptura al embajador de los Estados Unidos. Luego de muchas
semanas de inútil espera de algún cambio en Buenos Aires, el
Departamento de Estado decidió aumentar la presión y llamó a su
embajador a consultas, pidiendo a Ramírez aclarase los propósitos
de la Argentina. Luego de ganar tiempo nuevamente el gobierno
militar envió a Hull una carta confidencial, a mediados de agosto
de 1943. De su contenido se pueden desprender dos afirmaciones.
1) A la Argentina le es ajeno el sistema totalitario, el país no
simpatiza con el Eje. Sin embargo ahora, que una derrota de los
Estados del Eje es inevitable, una ruptura repentina comprometería
la caballerosidad de la Argentina, cosa que ocurrió a Italia luego de
su declaración de guerra a Francia; una tal ruptura era preciso
prepararla cuidadosamente. 2) Los Estados del Eje no pueden
esperar cosa beneficiosa alguna para ellos del gobierno argentino,
puesto que la opinión pública en el país les es cada vez más
desfavorable. «Pero esta evolución sería rápida y eficiente para la
causa americana, si el presidente Roosevelt hiciese algún gesto de
verdadera amistad hacia nuestra nación; ese gesto podría ser la
urgente asignación a nuestro país de aviones, repuestos y
maquinarias, con el fin de que la Argentina vuelva a la posición de
equilibrio, a la cual tiene derecho, en relación con otros países de
América del Sur».
Era el segundo intento sucesivo de obtener armas de los Estados
Unidos por el gobierno militar. Antes Ramírez intentó enviar a
Washington una misión especial militar pero se rechazó recibirla.
La carta contenía un compromiso de ruptura de relaciones
diplomáticas con los Estados del Eje, y el precio de ello era
claramente precisado. Sin embargo la motivación que daban los
militares estaba lejos de la ideología de la defensa del hemisferio
occidental, principio del Departamento de Estado. La respuesta de
Hull fue negativa, desagradablemente fuerte y arrogante respecto al
gobierno argentino. Tal curso de los acontecimientos no podía sino
fortalecer las ya fuertes tendencias nacionalistas y antiyanquis en
las fuerzas armadas. La publicación de ambas notas profundizó el
ambiente negativo para los Estados Unidos en la opinión pública
argentina y fortaleció la cada vez más evidente orientación
nacionalista del régimen.
Sin embargo todo este asunto dejó en claro algo significativamente
más profundo: el débil poder de negociación de la Argentina. Tal
como en el año 1942 no le bastó al gobierno jugar la carta de la
posición estratégica de la Argentina, en la actualidad poco valor
mostró tener la promesa de ruptura de relaciones con el Eje. Había
crecido el precio político de los suministros militares, habiendo
cambiado radicalmente la situación en los frentes de la Segunda
Guerra mundial. El Departamento de Estado quería ahora obligar a
la Argentina no sólo a romper relaciones con los alemanes sino
además al pleno cumplimiento de las resoluciones de las
conferencias de Rio y Washington, quedando por su parte los
Estados Unidos libres de decidir en lo referente al suministro de
equipo militar y la supresión de las limitaciones de exportación.
La reacción del gobierno de los Estados Unidos ante la oferta
argentina nuevamente acentuó las diferencias de posición entre
Gran Bretaña y aquellos. En agosto de 1943 terminaron las muy
largas negociaciones británico-argentinas relativas al siguiente
contrato anual de suministro de carne argentina a Inglaterra. En
correspondencia enviada desde Buenos Aires, «The New York
Herald Tribune» inmediatamente comentó que se trataba de un
éxito británico logrado a costo de los Estados Unidos, y junto con
ello, que era una expresión de la aprobación de Londres para la
política de neutralidad de la Argentina. Bajo la influencia del
Departamento de Estado, el gobierno británico dio un anuncio
explicando las razones estrictamente económicas del contrato,
agregando que había actuado con pleno acuerdo de los Estados
Unidos, puesto que precisamente los suministros de carne servían
la causa común de las Naciones Unidas. Dicho anuncio británico
fue sin embargo oficialmente tratado en Buenos Aires como
expresión de la lealtad británica respecto a los Estados Unidos, y no
como prueba de la actitud real inglesa en relación a la Argentina.
Luego de tan violento rechazo a la oferta presentada por Storni, el
Secretario de Estado Hull apeló al gobierno británico para que ¼VWH
diese a tal medida un apoyo público. y nuevamente el gabinete
inglés se vió obligado a expresar públicamente que lamentaba, de
acuerdo con la táctica que había adoptado, que el gobierno militar
mantuviese una línea de neutralidad, pero en su declaración el
gobierno inglés se distanciaba netamente en tono y contenido de la
declaración estadounidense.
La reacción oficial argentina ante el anuncio británico fue muy
conciliatoria. El gobierno militar subrayó con ello estar orientado a
un ulterior estrechamiento de la cooperación con Gran Bretaña.
Según la evaluación del Foreign Office, «entre los argentinos
existía, como es común, la tendencia a disminuir el significado del
anuncio británico como algo que nos fue impuesto por los Estados
Unidos»13. En el Foreign Office había perfecta conciencia de la
probritánica posición del gobierno militar. Aunque crecían en la
Argentina las tendencias nacionalistas, el gobierno militar, también
13
Nota de Gallop, 28 I 1944. PRO/F.O.371.37698. AS 425/7812
de tendencia nacionalista, no atacaba los intereses británicos en el
Río de la Plata, más aún, era relativamente más favorable que el
gobierno de Castillo. En un memorándum interno del Foreign
Office se afirma elocuentemente que esta posición del gobierno
militar «en menor grado es consecuencia de un sentimiento
favorable a nosotros o de una evaluación del valor de nuestro
mercado de postguerra que de la necesidad de salvaguardarse de los
Estados Unidos (consideración que tiene mucho en común con la
posición argentina ante Alemania»)14.
A fines de 1943 se pudo observar en la mayoría de los grandes diarios
estadounidenses que el tono se hizo aun más fuerte cuando
escribían acerca de la Argentina. Algunas publicaciones estaban
inequívocamente dirigidas a los ingleses, cuando se decía por
ejemplo que continuar comprando calma en la Argentina impedía
convencer gobierno de ese país sobre la necesidad de cooperar
estrechamente con los aliados. Dicha argumentación, inspirada por
el Departamento de Estado, no tenía en cuenta las exigencias
económicas de la guerra, conducida por lo demás en común, y
ponía de manifiesto las diferencias de posición en el seno de la
administración Roosevelt, entre el Departamento de Estado y el
Ministerio del Tesoro.
Se hizo aun más popular en aquellos días el columnista de varios
grandes periódicos estadounidenses, Walter Winchell, exigiendo
que los Estados Unidos declarasen la guerra a la Argentina. Halifax
constató en diciembre de 1943 que nunca hasta entonces la
Argentina había sido tan impopular en los Estados Unidos.
Todo esto era símbolo de un significativamente profundo descontento.
La renuncia de Sumner Welles, principal arquitecto de la política
de buena vecindad, coincidía con un incremento de la desilusión en
América Latina, provocado por la escasa efectivided de dicha
política en el terreno económico. En los Estados Unidos nunca
faltaron críticos de dicha política, y el ejemplo de la «incorrecta»
Argentina facilitó dicha crítica.
No pudiendo asegurar sus suministros de los Estados Unidos, el
gobierno de los oficiales pudo haberse dirigido a Alemania, pero a
14
Nota de Perowne del 30 XII 1943. PRO/F.O. 371.33561. AS 11524.
diferencia del gobierno de Castillo en 1942, el equipo militar no
negoció con la Embajada alemana. Se establecieron directos
contactos con el Reich a través del espionaje alemán. Como
resultado de estos contactos y con el fin de negociar la compra de
armas en Alemania se nombró consul en Barcelona a Oscar Alberto
Hellmuth, el cual según escriben Conil Paz y Ferrari era entonces
agente de la RSHA. Al dirigirse a Europa Hellmuth fue arrestado
por los ingleses en Trinidad bajo la acusación de trabajar para el
Tercer Reich; estuvo detenido hasta fines de la guerra. Aparte de
las complicaciones que de esto se desprendían para las proyectadas
conversaciones en el asunto de compra de armas, Ramírez y otros
altos oficiales del gobierno estaban a punto de ser comprometidos
en el affaire. Para complicar aún más las cosas, el eficaz golpe de
Estado militar en Bolivia del 20 de diciembre de 1943 empeoró
significativamente la posición del gobierno militar.
En los Estados Unidos existía la tendencia a interpretar dicho golpe
como pronazi. En todo caso el Departamento de Estado se decidió a
no reconocer al nuevo gobierno. Más aun, se preparó a acusar
públicamente al gobierno argentino de haber tomado parte en el
golpe de Estado boliviano. Al mismo tiempo se aumentó
ostentosamente las entregas de armamentos para Brasil, y a
Montevideo arribaron barcos de guerra de los Estados Unidos. El
Departamento de Estado se propuso explicar el rechazo a reconocer
el nuevo gobierno de Bolivia por el envolvimiento del ejército
argentino.
Las consecuencias de dicho curso de los acontecimientos podían ser
graves para gobierno argentino. Si seguramente se habrían de
aplicar sanciones económicas en contra de la Argentina, y se
bloquearían sus cuentas en los Estados Unidos, había de
profundizarse el aislamiento del régimen militar argentino en la
América del Sur. Y en América resonó la noticia acerca de la
ruptura de relaciones con el Eje por el gobierno de Chile el 20 de
enero.
El Foreign Office sabía bien que detrás del golpe boliviano no estaba
el ejército argentino. En ese entonces Hull, sirviéndose de Bolivia
como ejemplo de la actividad de sabotaje de los oficiales
argentinos, pidió ayuda a los británicos para luchar contra el
gobierno militar argentino. Hull planteó muchas veces esta cuestión
en conversaciones con Halifax y con el fin indicado le mostró un
estrictamente secreto memorándum interno del Departamento de
Estado conteniendo, lo que era sabido en el Foreign Office a través
de otras fuentes, informaciones relativas a la tolerancia que existía
en la Argentina con el espionaje alemán. Según la evaluación del
Foreign Office, dicho memorándum contenía numerosas
inexactitudes y conclusiones falsas. Lo único que se demostró fue
que la Argentina no cumplía con los acuerdos adoptados en las
conferencias de Rio y Washington, y facilitaba con ello la actividad
del Eje. Según la opinión de los funcionarios del Foreign Office,
ninguna de esas actividades argentinas era contraria a los principios
de neutralidad, ni disminuía los derechos de los aliados como parte
combatiente, ni tampoco ocasionaba algún daño grave al esfuerzo
militar aliado. El Foreign Offíce continuaba pensando que la
participación de Inglaterra en nuevas medidas contra el gobierno
argentino era improcedente.
En apoyo de su posición, el gabinete inglés presentó a Washington los
pronósticos del Estado Mayor para el año 1944, del cual podía
concluirse que se mantendría la dependencia básica de Gran
Bretaña de los suministros argentinos de carne (30 - 37% de los
suministros). Sin contar a la población civil en las Islas Británicas,
la carne argentina alimentaba al ejército inglés, divisiones
estadounidenses y una cierta cantidad se enviaba a la Unión
Soviética. Dicha situación impedía se aplicase la sanción de
renunciar a importar carne. Puesto que, argumentaron en
Washington los diplomáticos ingleses, no podemos aplicar una
sanción verdaderamente severa y penosa, no podemos hacer una
declaración que en tales condiciones sólo puede provocar
reacciones negativas. En todo caso, el Foreign Office alargó a
propósito la discusión con el Departamento de Estado, mientras que
Hull sentía como pasaba el tiempo: no se podía esperar
indefinidamente con la declaración de no reconocimiento del
gobierno boliviano. Por último Londres anunció al Departamento
de Estado que el gabinete de Churchill haría una declaración
rehusando reconocer el gobierno de La Paz, siempre y cuando Hull
retirara de su anuncio toda condena dirigida al gobierno argentino.
Churchill personalmente pidió a Roosevelt que aceptara tal
concepción.
Al mismo tiempo en Buenos Aires, el gobierno anunció su propósito
de llevar a cabo una investigación en el asunto de Hellmuth,
anunciando públicamente que actuaba luego de haber recibido
informaciones de parte del gobierno británico, el cual acusaba a
Hellmuth de espionaje. Al poco tiempo también el Ministerio de
Relaciones Exteriores argentino comunicó confidencialmente a los
embajadores Kelly y Armour su decisión de romper relaciones con
los países del Eje, bajo la condición que los Estados Unidos
renunciasen a ejercer cualquier tipo de presión sobre Buenos Aires.
De este modo, los esfuerzos combinados ingleses y argentinos
obligaron a Hull a renunciar a su intento de condenar públicamente
al gobierno militar argentino. Se terminó con el asunto de los
anuncios de los Estados Unidos y Gran Bretaña acerca de un no
reconocimiento al gobierno boliviano. Por su parte el gobierno de
Ramírez rompió relaciones diplomáticas con Japón y Alemania.
Dicho paso no puso término sin embargo a las presiones por parte de
los Estados Unidos, puesto que al poco tiempo Ramírez fue
derribado del gobierno y el Departamento de Estado levantó la tesis
que a Ramírez lo derribaron los enemigos de la ruptura con el Eje.
Un detallado análisis de las relaciones existentes en el seno del
equipo gobernante contradice dicha tesis simplificada, aunque cabe
afirmar que las circunstancias del cambio de presidente facilitaron
la propaganda de Washington.
La política latinoamericana de los Estados Unidos era dirigida en
aquel entonces personalmente por el Secretario de Estado, Cordell
Hull, quien era prisionero de un dogma que él mismo había
elaborado: identificar el neutralismo argentino con una
colaboración con el Tercer Reich. La mayoría de los comentaristas
de prensa y radiales en los Estados Unidos comenzaron a exigir se
tomasen medidas más enérgicas en contra de Buenos Aires, y en
general, contra los gobiernos militares en América Latina.
Argumentaban que el curso de los acontecimientos en la Argentina
era el mismo que había sido en Alemania e Italia cuando allí se
había desarrollado el fascismo. Luego de las experiencias del
gobierno de Vichy y el general Franco, la gente era muy proclive a
tal opinión. Fascismo era una etiqueta no sólo negativa sino que se
aplicaba de modo indiscriminado. El mecanismo de presión
organizada puesto en marcha por el Departamento de Estado se
valía de cada vez más nuevos instrumentos contra el «fascismo»
del Río de La Plata. A fines de junio de 1944 fue llamado de
Buenos Aires a Washington el embajador Armour con lo cual el
Departamento de Estado solicitó a los demás países de América
Latina que adoptasen una medida semejante. Se comenzó a
convencer también a los ingleses de que ellos también retiraran su
embajador, puesto que sin ello la medida de sanción diplomática
perdía casi todo su valor. Londres era ajeno a la idea de «victoria
diplomática» y fue preciso que interviniese personalmente
Roosevelt para obligar a Churchill a dar su acuerdo. Sir David
Kelly viajó a Londres.
Por su parte el gobierno de los Estados Unidos no cejó en su campaña
antiargentina. A fines de julio de 1944, el Departamento de Estado
dio a la publicidad una acusación, formulada en términos
categóricos, en contra del gobierno militar. Luego de enumerar la
totalidad de los cargos ya conocidos, la administración de
Roosevelt se pronunció por la continuación de su política de no
reconocimiento del equipo de Farrell, en tanto que éste no llevase a
cabo cambios convincentes (para el Departamento de Estado) en su
política.
Ante esta declaración el gabinete británico reaccionó de modo
severo. Eden llamó al gobierno de los Estados Unidos a mantener
silencio durante un cierto tiempo en los asuntos argentinos, a fin de
facilitar se resolviesen las contradicciones en el triángulo Inglaterra
los Estados Unidos -la Argentina. Churchill o Eden habrían dado
tal vez a Hull un cierto apoyo mediante un discurso pertinente en la
Cámara de los Comunes, pero: «Mr. Hull exageró en su declaración
y el gobierno de su Majestad no está en posición de apoyarlo en
toda la línea. El señor Hull no consultó por anticipado al gobierno
de su Majestad en el asunto de las acusaciones a la Argentina y lo
puso una vez más ante un fait accompli. Los despachos
tendenciosos [de las agencias noticiosas - R. S.] formulados como
si el gobierno de Su Majestad se propusiese apoyar a los Estados
Unidos en la aplicación [a la Argentina - R. S.] de un embargo
económico pueden ser considerados como preludio de un siguiente
fait accompli. Si tales despachos continuan, al vez se hará
imprescindible realizar un desmentido [británico - R. S.] que
inevitablemente fortalecerá la posición del gobierno argentino»15.
En definitiva, Churchill se limitó a hacer una pública mención de
esa Argentina que «flirteaba con el diablo y con aquellos que
perdían»16. Junto con ello agregó que el comportamiento de los
países neutrales podía tener consecuencias en lo que respecta a la
política que se formule en relación a ellos en la postguerra.
Al mismo tiempo que Hull estigmatizaba al gobierno argentino, el
Ministro de Relaciones Exteriores del gobierno de Farrell, general
Peluffo, tranquilamente hacía públicos los principios de la política
argentina, en defensa de la soberanía y del honor del país.
Refiriéndose a «los injustos ataques por parte de los Estados
Unidos», Peluffo recordó que la política de no reconocimiento
había sido, en América, puesta en tela de juicio y abandonada. La
confrontación de las violentas y acusadoras declaraciones de Hull
con el moderado y patriótico discurso de Peluffo, y con la noticia
acerca de la supresión de la censura por el gobierno militar,
condujo a un fortalecimiento de dicho gobierno en una sociedad
muy sensible con todo aquello que se ligase con la dignidad
nacional de los argentinos.
Del mismo modo como en ocasiones anteriores el gobierno argentino
claramente diferenció su actitud respecto a los Estados Unidos y a
Gran Bretaña. Se aseguró al gabinete británico que el gobierno
militar no sentía por Londres animosidad alguna y que cuidaría se
diese un justo trato a los capitales británicos en la Argentina. El
gobierno argentino se sentía «extremadamente confortado por la
comprensión que le mostraba Londres»17 y aseguraba que haría
15
Nota de Livermore del 25 V 1945. PRO/F.O. 371.44686. AS 2859.
Ibidem
17
Todas las citas en este acápite, ibidem.
16
todo lo posible para «eliminar todos los asuntos controvertibles,
que pudiesen provocar desentendimientos con Gran Bretaña». Aun
luego del comentario de Churchill acerca de «los flirteos con el
diablo» la Embajada argentina en Londres dio a conocer al Foreign
Office que «el gobierno argentino comprendía las necesidades
británicas de manifestar su solidaridad con los Estados Unidos». El
Foreign Office no podía estar descontento con todo este asunto,
pero sin embargo no pudo dejar de sentir cierta incomodidad. De
allí que no omitió recordar a los diplomáticos argentinos que la
actitud de Inglaterra respecto a los problemas de la política
panamericana no cambiaba la opinión crítica británica acerca de la
posición del gobierno argentino respecto a la guerra.
El siguiente paso represivo por parte de los Estados Unidos fueron las
sanciones económicas: a mediados de agosto se congelaron en los
Estados Unidos los depósitos argentinos de oro, a los barcos
estadounidenses se les prohibió arribar a los puertos argentinos, se
limitó el comercio entre ambos países.
Pero de nuevo sin la participación de Londres la aplicación de
sanciones estaba desde la partida condenada al fracaso. Al mismo
tiempo el gabinete británico intentó lograr que los EE. UU. y la
Argentina llegaran a un compromiso y con este fin propuso al
Departamento de Estado servir de intermediario entre ambos
gobiernos, iniciativa en la cual probablemente contaba con el
acuerdo de Buenos Aires. Pero los Estados Unidos rechazaron
dicha oferta. Más aun, tanto Cordell Hull como Roosevelt urgieron
personalmente y de modo poco protocolar a Churchill para que se
renunciase a firmar un tratado comercial anglo-argentino a largo
plazo (había negociaciones en torno a dicho asunto porque el viejo
tratado se extinguía en setiembre), y en vez de ello se renovase la
validez del viejo acuerdo de mes en mes, manteniendo de este
modo a los argentinos en la incertidumbre. Los ingleses no
quisieron aceptar tal demanda, aunque finalmente aceptaron el
principio de que el acuerdo se renovase cada medio año, medida no
tan perjudicial para la Argentina. Se acercaban las conversaciones
económicas entre Londres y Washington, lo cual era un motivo
más para lograr un compromiso en el asunto argentino. No obstante
el gobierno de Churchill rechazó disminuir las importaciones de
carne.
En definitiva la política de sanciones no produjo en la Argentina crisis
alguna, sólo se hicieron peores las relaciones mutuas entre los
Estados Unidos y la Argentina. Entoces el gobierno argentino
decidió tomar la iniciativa y pidió se convocase la siguiente reunión
americana de consulta de ministros de relaciones exteriores, para
combatir en dicho foro la política de Washington. Detrás de dicha
decisión estaba ya Perón, que desde julio de 1944 concentraba en
sus manos enormes influencias en el gobierno, fuerzas armadas y
policía.
La proposición de reunión fue torpedeada por el Departamento de
Estado; se llamó en cambio, a iniciativa de los Estados Unidos, en
México, a consultas entre los gobiernos participantes en la guerra.
En conversaciones confidenciales entre los gobiernos de los
Estados Unidos y la Argentina se logró un acuerdo que preveía un
abandono por parte de los Estados Unidos de su política de presión
a cambio que el gobierno argentino pusiese en práctica los
principios establecidos en la reunión de Rio (1942). Una expresión
formal del acuerdo fue la incorporación, al corto tiempo, de la
Argentina a las resoluciones adoptadas en la reunión de México.
Luego de declararle la guerra a Japón y Alemania, y cumplir de este
modo con los acuerdos de la reunión de México, el gobierno
argentino pudo ingresar a la Organización de las Naciones Unidas.
En realidad este violento cambio en las relaciones entre los Estados
Unidos y la Argentina fue resultado de los acuerdos de Yalta.
Desde el punto de vista de los Estados Unidos, imprescindible se
hizo ahora adecuar su política latinoamericana a la recién creada
estructura mundial de relaciones políticas. A su vez, para la
Argentina, al caer Alemania y Japón, perdía todo sentido mantener
relaciones diplomáticas con ellos. Declararles la guerra fines de
marzo de 1945 tenía ya sólo un carácter táctico. En la Argentina se
percibía el nuevo sistema político mundial.
Una prueba más de que el contenido de las relaciones argentino:alemanas no tenía un gran significado como motivo verdadero que
explicase la presión de los Estados Unidos sobre la Argentina, es el
hecho que el acercamiento post-Yalta entre ambos países y la caída
del Tercer Reich no disminuyeron la tensión entre Buenos Aires y
Washington. Nos referimos aquí al conocido hecho de la oposición
por el Departamento de Estado a la elección de Perón como
presidente. Fue éste un motivo más de contradicción entre los
Estados Unidos y Gran Bretaña, estando indirectamente ligado con
el neutralismo argentino.
La campaña antiperonista en los Estados Unidos fue dirigida por
Spruille Braden, embajador de dicho país en la Argentina, y desde
octubre de 1945 secretario ayudante de Estado para los Asuntos de
América Latina. El método de Braden consistió ante todo en acusar
a Perón y los militares de ser fascistas y de haber colaborado con el
Tercer Reich. Sin embargo el gran problema de Braden fue que el
Departamento de Estado no tenía pruebas convencentes para
fundamentar dicha tesis. Las elecciones estaban fijadas para el 24
de febrero de 1946, de allí que el reemplazante de Hull, el
Secretario de Estado James Byrnes apresuradamente enviase un
telegrama a Robert Murphy, principal consejero político de los
Estados Unidos en la Alemania ocupada: «[...] es preciso buscar
informaciones concretas acerca de los líderes argentinos,
especialmente acerca del Coronel Juan Domingo Perón y el
General Eldemiro Farrell». A fines de diciembre no había pruebas
suficientes acerca de la actitud proalemana de Perón y Byrnes
telegrafió para variar a la embajada en Buenos Aires, solicitando se
enviasen de allí «pruebas que fundamentasen las conexiones de
Perón y sus seguidores con la actividad del enemigo [...]».
Braden y sus colaboradores contaban con que la opinión pública en la
Argentina y América Latina se volviese en contra de Perón si el
Departamento de Estado lograba presentar un público «catálogo de
los lazos de Perón con la Alemania nazi». Kelly, quien conocía este
plan de Braden, escribió al Premier Ernest Bevin manifestándole la
curiosidad que sentía por saber si lograrían o no presentar alguna
importante prueba que comprometiese a Perón. Kelly, conectaba el
asunto con los resultados que conocía de interrogatorios de
personas tales como Hellmuth, Meynen y Thermann, hechos por
los Aliados, y que a nada en ese respecto habían conducido.
En esos mismos momentos las representaciones diplomáticas de los
Estados Unidos explicaban a los gobiernos ante los cuales estaban
acreditadas que la Argentina no cumplía con sus obligaciones y no
liquidaba el espionaje alemán y las empresas alemanas. En realidad
el Chargé d’Affaires de los Estados Unidos en Buenos Aires
informaba al Departamento de Estado que los expertos de la
embajada consideraban dicha acusación como infundada. El
Departamento de Estado era acompañado sin embargo por una
prensa potente, por las agencias AP, UP y por la radio, que daban
noticias exageradas y demagógicas y acusaban al gobierno
argentino de fascismo y totalitarismo.
En la campaña antiperonista los Estados Unidos se apoyaban en los
pronósticos electorales desfavorables a Perón. La derrota de Perón
había luego de justificar todos los ataques, cuya exageración no
podía dejar de percibir ni aun la gente del Departamento de Estado.
La Embajada británica en Buenos Aires evaluaba la situación de un
modo completamente diferente a Braden. En el informe de Kelly a
Bevin leemos: «[...] el gobierno de Farrell no es pronazi en sentido
alguno verdadero de dicha palabra. El coronel Perón durante su
estadía en Italia sin duda que tomó simpatía por la forma autoritaria
de gobierno y por los slogans económicos del fascismo, pero jamás
conté con dato alguno confiable que me demostrase que es
partidario de los nazis o que aun tiene por ellos alguna simpatía»18.
A medida que pasó el tiempo tanto Kelly como el Foreign Office
llegaron al convencimiento que Perón ganaría las elecciones, y
condujeron su política de acuerdo con dicho pronóstico.
Los diplomáticos británicos observaban con intranquilidad la
incesante presión de los Estados Unidos sobre el gobierno y la
sociedad argentinos. Consideraban que la política del
Departamento de Estado contribuía a profundizar las tensiones
sociales y políticas en la Argentina, lo cual, según evaluaban, podía
tener un reflejo negativo en los intereses británicos. En realidad, el
nacionalismo argentino era un peligro cada vez mayor. Siendo así
las cosas, los ingleses cuidaban de no irritar a los militares. Por ello
no solamente no colaboraron con la administración de Washington
18
15 XI 1945. PRO/F.O.371.44691. AS 6267
en la organización de la campaña en contra de los líderes militares
del Estado argentino, sino que también tomaron diversas iniciativas
conducentes a lograr un compromiso entre Buenos Aires y
Washington, y cuando esto no dio resultado, los ingleses
convencieron al gobierno militar que llevara a cabo las elecciones
lo más rápidamente posible y entregara el poder a un gobierno
constitucional. Tenía ello por objeto quitar al Departamento de
Estado un argumento de las manos, y dejado sin un pretexto de
peso para sus ataques. Bajo la influencia de los ingleses el gobierno
militar adelantó la fecha de las elecciones por lo menos en dos
meses. La oposición antiperonista criticó por ello a Londres. El
pragmatismo y planificación a largo plazo de los británicos habían
sin embargo de producir bastantes beneficios en el futuro a Gran
Bretaña.
Los intereses británicos en la Argentina, tanto a corto como a largo
plazo, eran coherentes y tenían un carácter económico. Ahora, el
interés de los Estados Unídos tenía sobre todo un carácter político
(el panamericanismo) y se contradecía con los intereses
económicos de la Argentina. Por otro lado, aunque los intereses
económicos inmediatos de la Argentina y de Gran Bretaña eran
convergentes, la bien conocida compatibilidad económica de
ambos países ya no fue estructural como antes, ya se acabó. La
política neutralista argentina, estimulada por las contradicciones
dentro del sistema de la dependencia, fue una manífestación de la
actitud defensiva nacional frente a las rivalidades
interimperialistas: los argentinos trataban de «dominar» la
dependencia.
En el gran y duradero proceso de decadencia del rol de Gran Bretaña
en América Latina y al mismo tiempo de aumento de la
significación de los Estados Unidos, las contradicciones entre
ambas potencias en torno al neutralismo argentino fueron uno de
los últimos actos en los cuales Londres se las arreglaron para.
oponerse a las presiones de Washington. La contradicción de
intereses que se mostró en relación con la Argentina fue uno de los
síntomas de un fenómeno significativamente más amplio: las
relaciones de aquel entonces entre ambos gobiernos se pueden
representar por la fórmula «aliados y rivales»; aliados en el frente
contra los Estados del Eje, rivales en América del Sur, y realmente
en las grandes áreas del mundo dependiente del imperialismo.