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¿Descenso o emergencia?
Claves para comprender el lenguaje como una
discontinuidad biológica
Guillermo Lorenzo González
Universidad de Oviedo
No parece tener fundamento la opinión según la cual el
lenguaje humano sería simplemente un ejemplo más complejo
de algo que puede encontrarse en otras partes del mundo
animal. Esto plantea un problma al biólogo, ya que, de ser
verdad, es un ejemplo de verdadera «emergencia», o sea, de la
aparición de un fenómeno cualitativamente diferente en un
estadio específico de complejidad de organización.
Noam Chomsky (1968: 124)
Mi opinión es que las habilidades lingüísticas humanas son una
emergencia de punto crítico relacionable con la expansión y
reorganización del cerebro, una de las principales emergencias
de la fetalización. No es el producto de una acumulación
cuantitativa de pequeños pedazos y piezas que hayan conferido
conjuntamente las suficientes ventajas como para haber hecho
evolucionar gradualmente el lenguaje humano.
Robert Reid (2007: 131)
¿Descenso o emergencia? 2
Imagino que todos sentimos la inclinación a destacar la singularidad de aquello
que estudiamos. Los lingüistas lo hacemos desde luego constantemente y, así, cuando
hablamos del lenguaje como un sistema de comunicación basado en la combinación
jerarquizada de símbolos, nos gusta subrayar su singularidad añadiendo observaciones
como que nada semejante parece existir entre los sistemas de comunicación empleados
por otras especies de animales. En el año 1990 un lingüista, Derek Bickerton, acuñó una
expresión que pronto haría fortuna para destacarlo: el lenguaje plantea un problema (o
una paradoja, en sus propias palabras) de continuidad. Entre los sistemas de
comunicación animal abundan los basados en combinaciones de unidades no simbólicas
(como el canto de muchas aves) o los basados en la emisión de símbolos aislados (como
las vocalizaciones de algunos monos), pero no parece existir otro, aparte del lenguaje,
que realmente se base en la combinación de símbolos. Esta discontinuidad resulta
problemática desde el punto de vista de su explicación evolutiva: el lenguaje no fosiliza,
de modo que la única alternativa para relacionarlo con una capacidad ancestral de la que
pudiera ser un descendiente modificado sería el relacionarlo con otras formas
homólogas de comunicación que pudieran descender asimismo de esa capacidad
ancestral. Es decir, precisamente lo que no parece encontrarse en ninguna otra especie
animal.
Frente al problema de la continuidad caben tres posiciones, cada una de las
cuales cuenta efectivamente con defensores:
1. Entender que la discontinuidad lingüística es sólo aparente y que, por tanto,
la suposición de que el lenguaje desciende de una capacidad de comunicación
ancestral no es problemática. Esta posición, común entre los primatólogos, se
caracteriza por el empeño en documentar entre los primates no humanos habilidades de
tipo combinatorio.
2. Aceptar que la discontinuidad lingüística es real, pero que la suposición de
que el lenguaje desciende de una capacidad de comunicación ancestral no es pese a
ello problemática. Esta posición, que lidera entre los lingüistas Steven Pinker, se
caracteriza por el esfuerzo en justificar la posibilidad de que el lenguaje descienda de
una capacidad desconocida entre los primates no humanos pero sin embargo presente
entre los primeros homínidos.
3. Aceptar que la discontinuidad lingüística es real y que la suposición de que el
lenguaje desciende de una capacidad de comunicación ancestral es por ello
problemática. Se trata de la posición que defenderé en esta presentación, cuya tesis
¿Descenso o emergencia? 3
fundamental puede resumirse así: el lenguaje es el resultado de la alteración en la pauta
de crecimiento (o epigenética) del cerebro de un organismo pre-lingüístico, la cual trajo
consigo el desarrollo de ciertas capacidades cuyos precursores pueden encontrarse en
otras especies y su integración en un sistema de comunicación y representación
desconocido sin embargo en cualquiera de ellas (véase Lorenzo 2004 y 2006 como
antecedentes de la idea). Defenderé, en definitiva, que el lenguaje no es un descendiente
modificado lenta y gradualmente por fuerzas de tipo adaptativo de un sistema de
comunicación ancestral, sino que representa un verdadero ejemplo de emergencia
biológica, aparecido de modo (cuasi) instantáneo en tiempos (relativamente) recientes y
cuyas ventajas de orden práctico son en todo caso un efecto, pero en absoluto la causa
que haya podido motivar su aparición.
Comenzaré la presentación con un breve comentario sobre las dificultades a que
a mi juicio se enfrentan los dos tipos de explicación basadas en el mecanismo
darwiniano estándar del descenso con modificación (más selección natural). A
continuación, presentaré el concepto de emergencia biológica e inmediatamente después
formularé mi propuesta sobre el origen emergente del lenguaje y sobre el tipo de causas
no selectivas que han podido causarlo. Cerraré la charla con un breve conclusión en la
que trataré de justificar que, pese a su aparente heterodoxia, la propuesta no puede
realmente ser calificada como un aproximación anti-darwinista al problema de los
orígenes evolutivos del lenguaje.
¿Desciende el lenguaje del hombre del lenguaje de los monos?
Como señalé, existen dos tipos de explicaciones fundamentales sobre los
orígenes evolutivos del lenguaje basadas en la idea darwiniana del descenso con
modificación: el primero relaciona el lenguaje con los sistemas de comunicación de
otros primates y, a través de éstos, con un sistema de comunicación ancestral del que
todos ellos serían descedientes; el segundo relaciona el lenguaje con los sistemas de
comunicación de otros homínidos (a los que Pinker denomina “lenguajes intermedios”)
y, a través de éstos, con un sistema lingüístico ancestral descendiente de una capacidad
mental inexistente entre los restantes primates. Pero además de la tesis concretamente
defendida por estos posicionamientos teóricos, cada uno de ellos se caracteriza por el
tipo de argumentos en que habitualmente basa su defensa: mientras que el primero la
basa en argumentos de tipo eminentemente empírico (la datación de formas incipientes
de comunicación combinatoria entre los primates no humanos), el segundo la basa
¿Descenso o emergencia? 4
fundamentalmente en argumentos de plausibilidad. Comenzaré mi discusión
comentando el segundo punto de vista que, como ya he apuntado, cuenta con Steven
Pinker como su más destacado y apasionado representante.
Pinker considera, en esencia, que la facultad del lenguaje puede sencillamente
haber evolucionado a partir de un sistema mental inexistente con anterioridad a la
separación de las líneas evolutivas que han dado lugar al chimpancé, por una parte, y al
humano, por otra. Entiende, además, que en los más de cinco millones de años que han
transcurrido desde entonces pasaron entre 200 y 300 mil generaciones hasta llegar a los
humanos modernos, que desde su punto de vista pueden haber sido suficientes para que
el lenguaje evolucionase gradualmente hasta llegar a ser como hoy es (Pinker & Bloom
1990: 484-485 y Pinker 2003: 25). Piensa, por tanto, que los debates en torno a la
continuidad del lenguaje con relación a las formas de comunicación de los restantes
primates no tienen en realidad la importancia que se les ha venido concediendo en las
últimas décadas. La tesis de Pinker es, pues, la de que el lenguaje es una forma de
comunicación discontinua con relación a cualquier otra forma de comunicación animal,
pero continua dentro de la línea de evolución homínida.
El principal problema a que a mi juicio se enfrenta la posición de Pinker es que
no tiene nada que alegar con relación al sistema mental a partir del cual pueda haber
evolucionado el lenguaje, salvo que, como él mismo dice, “no puede haber surgido de la
noche a la mañana” (Pinker & Bloom 1990: 484). Se defiende, no obstante, diciendo
que:
“no existe ninguna ley en biología que diga que los científicos se encuentran
bendecidos con la buena fortuna de ser capaces de encontrar antecedentes evolutivos
para cualquier estructura moderna en alguna otra especie viva.” (Pinker & Bloom
1990: 484)
Lo cierto es que, tras esta inocente declaración, se enconde el peor rostro del
ultra-darwinismo contemporáneo. Una estrategia clásica del ultra-darwinismo consiste,
efectivamente, en alegar que una laguna en la explicación siempre se deberá a algún
tipo de deficiencia en el registro observado (recurso hasta cierto punto justificable
cuando, además, se trata de fósiles que sólo informan muy indirectamente sobre la
capacidad cuya explicación evolutiva se está tatando de ofrecer) y jamás a la posible
inadecuación de la explicación al caso tratado. La razón es simple: para el ultradarwinismo no hay alernativa al modelo de explicación gradualista de descenso con
¿Descenso o emergencia? 5
modificación. O mejor dicho, la hay, pero no es científica: la tesis de la creación
especial, es decir, la intervención directa de la mano de Dios.
Pinker estima, en definitiva, que para dilucidar los orígenes evolutivos del
lenguaje no resulta pertinente trazar ninguna línea de continuidad con relación a
cualquier otra forma de comunicación animal. Resulta importante, en cambio, poder
relacionarlo con formas lingüísticas intermedias de las que hayan podido ser portadores
otras especies de homínidos extintas (australopitecos, habilis, erectus o sapiens
arcaicos). Y puesto que el registro fósil, sea el de tipo morfológico o el de tipo
arqueológico, no puede aportar indicios sobre las características de los sistemas de
comunicación de tales especies (véase Ayala & Cela Conde 2006: 30), Pinker considera
que la cuestión puede resolverse con un simple argumento de plausibilidad. En su
opinión, el hecho de que sean fácilmente concebibles formas de comunicación con
características intermedias con relación al lenguaje (manejo de menos símbolos, reglas
sintácticas menos variadas, más simples o de aplicación no sistemática, etc.) y el hecho
añadido de poder incluso alegar la existencia de algunas de ellas (los pidgins, el
lenguaje infantil anterior a la explosión gramatical, etc.) bastan para dar crédito a la
existencia de formas lingüísticas intermedias entre los homínidos (Pinker 1994: 402).
Sin embargo, la plausibilidad del argumento acaso no sea tanta como pretende
Pinker: los pidgins no se convieren gradualmente en lenguas criollas en el curso de unas
cuantas generaciones y el lenguaje telegráfico de los niños no se aproxima
gradualmente, mes a mes, al lenguaje propiamente sintactizado de los adultos. En
ambos casos lo que realmente se produce en la irrupción, relativamente brusca, de un
nuevo modo de comunicación que desborda en todos los sentidos las propiedades
formales del que el antecede en el tiempo. No vale la pena ir más allá en mi crítica a los
planteamientos de Pinker (véase Lorenzo 2006: 72-74), salvo para subrayar una
cuestión de principio: plantear la posibilidad de que el lenguaje (o cualquier otro rasgo
biológico) haya podido evolucionar de otro modo que a través del mecanismo
gradualista clásico de descenso con modificación no significa volver al milagro ni nos
deja en una posición en la que ninguna otra explicación racional resulta posible, como
trataré de defender a lo largo de esta exposición.
Debo reconocer que considero mucho más serios que los de Pinker los
argumentos de algunos primatólogos, basados en observaciones de campo y
experimentos controlados, en favor de la idea de que el lenguaje pueda descender de
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una capacidad de tipo comunicativo asimismo heredada, aunque modificada en mayor o
menor medida, por las restantes especies de primates. En esta línea, son muchísimos los
trabajos que han tratado de documentar las indudables dotes simbólicas de todas estas
especies y más escasos, en cambio, los que han intentado documentar dotes de tipo
combinatorio que pudieran ser razonablemente interpretadas como precursoras de las
sintaxis lingüística. Antes de pasar a discutir algunos de estos trabajos, me gustaría
aclarar por adelantado mi postura sobre la cuestión de si el lenguaje puede
razonablemente ser visto como una capacidad homóloga a las observadas en otros
primates, lo que además explica la selección de los estudios que comentaré a
continuación:
1. Aunque efectivamente encontramos capacidades combinatorias de algún
interés con relación a la cuestión del lenguaje en algunas especies de primates, lo
realmente interesante es que no parecen usarlas para la combinación de símbolos. El
lenguaje implica, pues, la conexión en algún punto de la evolución de la especie humana
de la capacidad para referir simbólicamente y de la capacidad para procesar
combinaciones, de ninguna de las cuales puede decirse que sea realmente un
descendiente modificado.
2. Además, la capacidad simbólica y la capacidad combinatoria que encontramos
asociadas en el lenguaje son sustancialmente diferentes de las que encontramos, aunque
disociadas, en otras especies de primates. Defenderé más adelante que su evolución en
la especie humana se debió al mismo tipo de causa que asimismo dio asimismo lugar a
su asociación en una capacidad integrada.
Con relación a todo lo anterior, considero especialmente interesante una serie de
experimentos realizados no hace mucho por Tecumseh Fitch y Marc Hauser (2004) para
tratar de establecer el tipo de capacidad para el procesamiento estímulos secuenciales de
que pueden ser capaces los monos tamarinos (Saguinus oedipus; una especie de mono
del Nuevo Mundo). El resultado de esos experimentos es que estos monos no
encuentran grandes dificultades para discriminar secuencias de varias repeticiones de un
patrón (ABn) consistente en una sílaba tomada de un primer inventario de ocho sílabas
(A) seguida de otra sílaba tomada de un segundo inventario de ocho sílabas diferentes
(B) de otras secuencias que se desvíen de ese patrón. Encuentran en cambio dificultades
insuperables para discriminar una secuencia consistente en un determinado número
sílabas tomadas del primer inventario seguida de otras tantas sílabas tomadas del
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segundo inventario (AnBn) de otras secuencias que se desvíen de ese patrón. Lo
interesante es que mientras que la sensibilidad al primer tipo de secuencia puede
atribuirse al manejo de un procedimiento mental que sencillamante atiende a la sucesión
lineal de los estímulos (voy a llamarlo Alineación; Fitch & Hauser hablan de una
«Gramática de Estados Finitos»), el segundo exige el manejo de un procedimiento que
atienda a su organización jeráquica (que voy a llamar Ensamble; Fitch & Hauser hablan
de una «Gramática de Estructura de Frase»). Podemos captar este contraste del siguiente
modo:
(1)
Alineación
(AB) (AB) (AB) (AB) (…)
(2)
Ensamble…
Ensamble3
Ensamble2
Ensamble1
(…
(A
(A
(A
B)
B)
B)
…)
Es importante apreciar, además, que el primero de estos recursos
computacionales (Alienación) exige un memoria de trabajo muy simple, con una
“ventana de resolución” en la que tan sólo resulta necesario mantener activo el par
anteriormente alineado para proceder a una nueva aplicación del procedimiento. No
olvidemos que la tarea exige únicamente captar la identidad de cada nuevo par de
estímulos con relación al anterior. En cambio, el segundo de estos recursos (Ensamble)
reclama una memoria de trabajo bastante más compleja, con una ventana de resolución
que debe mantener activo el resultado de todas la aplicaciones anteriores del
procedimiento para poder llevar a cabo una nueva aplicación.
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El interés que, desde mi punto de vista, tienen estas observaciones es doble:
1. Por una parte, atribuir a estos monos la capacidad de procesar estímulos
mediante un sistema simplemente alineador no implica realmente establecer una brecha
insalvable con relación al sistema jerarquizador del que indudablemente hacemos uso
los humanos en el procesamiento lingüístico (aunque las intenciones de Fitch & Hauser
vayan realmente en esa dirección). Si pensamos en términos de la memoria de trabajo
requerida por cada uno de estos sistemas de procesamiento, resulta que el salto del
primero al segundo podría ser una simple cuestión de “apertura” de la ventana de
resolución necesaria para procesar los cómputos propios de cada uno de ellos. No es
improbable, por tanto, que estemos apuntando a un verdadero precursor de la facultad
lingüística humana.
2. Por otra parte, los resultados de Fitch y Hauser dan pie a plantear una
pregunta del máximo interés: ¿existe alguna especie de mono de la que pueda
razonablemente decirse que hace uso de este sistema de procesamiento lineal en la
comunicación simbólica?
Los datos disponibles apuntan a que no, aunque Kate Arnold y Klaus
Zuberbühler (2006a) han realizado algunas observaciones dignas de consideración al
respecto en sus trabajos de campo con monos de nariz blanca (Cercopithecus nictitans;
una especie de mono del Viejo Mundo). Como muchas otras especies de monos
cercopitecos (véase Cheney & Seyfarth 1990: capítulos 4 y 5), los de nariz blanca
disponen de varios chillidos que sirven para alertar sobre la proximidad de diferentes
tipos de depredadores. Disponen, por ejemplo, de un chillido que habitualmente se ha
asociado con la aparición de leopardos (L) y otro diferente que se ha asociado con la
aparición águilas (A), la emisión de los cuales provoca la estampida instantánea del
grupo. Lo que Arnold y Zuberbühler han documentado además es que en ciertas
ocasiones, en las que puede hacer su aparición tanto un leopardo como un águila, estos
monos emiten secuencias en las que se suceden, mezcladas con otras vocalizaciones,
uno, dos o tres chillidos del primer tipo seguidos de hasta cuatro chillidos del segundo
tipo (LA), en cuyo caso el grupo huye a una mayor distancia de lo habitual. El
argumento de Arnold y Zuberbühler es que el hecho de que la señal de tipo LA
instingue un tipo de respuesta diferenciada a las de las señales de tipo L y a las de tipo
A se debe a que estos monos “comprenden” la semántica asociada a la (proto)sintaxis
subyacente a la primera, cuya emisión y captación implicaría, por cierto, un
procedimiento de alineación bastante sencillo: se forma una primera secuencia de
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vocalizaciones de un tipo y en un determinado punto se empieza a formar una secuencia
de vocalizaciones del segundo tipo, sin otro tipo de restricción que no sea esta transición
local de uno a otro tipo de vocalización. Ahora bien, ¿utilizan realmente los monos de
nariz blanca este procedimiento de alineación en la combinación de símbolos?
La respuesta nos la ofrecen, un tanto inesperadamente, los propios Arnold y
Zuberbühler, que en un segundo trabajo publicado en el mismo año 2006 concluyen que
las vocalizaciones de los monos de nariz blanca no tienen individualmente un valor
simbólico asociado. Pese a la suposición original, inspirada por el análisis de los
chillidos de otras especies de cercopitecos, de que cada una de sus señales se emplea
selectivamente según se presente un leopardo o un águila, Arnold y Zuberbühler
(2006b) han verificado que la aparición de cualquiera de estos depredadores puede
instigar la emisión de secuencias de cualquiera de las dos vocalizaciones (L o A), en
ocasiones entremezcladas con emisiones de la vocalización mixta (LA). Así pues,
aunque concedamos que estos monos pueden extraer información del conjunto de la
secuencia de chillidos, como defienden Arnold y Zuberbühler, lo cierto es que no
parecen estar realmente utilizando el procedimiento de alineación para secuenciar
símbolos.
El caso de los monos de nariz blanca no nos sitúa, por tanto, ante un sistema de
comunicación basado en la combinación de símbolos. No podemos por ello considerarlo
un verdadero homólogo al lenguaje ni entender que realmente resplada la existencia de
un sistema ancestral de comunicación en el que las principales características del
lenguaje se encontrarían ya dadas en un estado muy incipiente de evolución.
¿Qué es una emergencia biológica?
Confío en que la discusión precedente sobre las dificultades a las que se
enfrentan las aproximaciones sobre los orígenes evolutivos del lenguaje basadas en el
mecanismo de descenso con modificación haya servido para justificar la oportunidad de
explorar otras propuestas basadas en mecanismos de evolución alterantivos. El que
desarrollaré en esta exposición lo basaré fundamentalmente en la noción de
“emergencia biológica” desarrollada con todo detalle por Robert G.B. Reid (2007). En
una de las definiciones generales de la noción que formula en la obra, Reid señala que
una emergencia es “una innovación espontánea que surge de unas determinadas
condiciones generativas” (Reid 2007: 426). Al presentarlas como “innovaciones”, nos
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da a entender que las emergencias implican la introducción de estructuras biológicas sin
equivalente conocido en un determinado punto de la evolución de la vida sobre la tierra;
al calificarlas como “espontáneas”, plantea que pueden hacer su aparición de manera
(cuasi) instantánea o, al menos, (relativamente) rápida; y al relacionarlas con unas
determinadas “condiciones generativas”, que como veremos pueden ser de diferente
tipo, relativiza o anula el peso que hayan podido tener en su conformación factores de
carácter adaptativo dictadas por el entorno. Es importante valorar debidamente cada uno
de estos extremos, porque chocan con la lógica evolutiva comúnmente aceptada por las
facciones más ortodoxas del darwinismo (contrastan, por ejemplo, con el empeño de
Maynard Smith & Szathmáry 1995 y 1999 por acomodar a la lógica darwinista más
estricta las principales innovaciones o “hitos” en la historia de la vida en la tierra, desde
la propia aparición de la vida hasta la aparición del lenguaje). Interesa no obstante
precisar que un modelo emergentista como el de Reid no elimina el mecanismo
evolutivo de la “selección natural”, sino que le atribuye un papel complementario al de
los “experimentos naturales” que, en sus propias palabras, dan lugar a las emergencias.
Convendrá también aclararlo.
Reid parte de un supuesto evidente: la aparición de las primeras formas de vida
sobre la tierra tuvo lugar al margen de las condiciones dictadas por la selección natural,
(es decir, por la competencia entre organismos que rivalizan por subsisitir en un mismo
ambiente). Esto significa que es necesario conceder la existencia de principios
generativos sobre lo orgánico diferentes a la selección natural y que es razonable
suponer que su actuación pueda hacerse extensible a otros episodios cruciales de la
historia de la vida en la tierra. Para Reid, este tipo de emergencias que recurrentemente
modifican los patrones en que la vida se manifiesta pueden producirse en tres ámbitos
fundamentales (y de forma no necesariamente excluyente):
1. la asociación de formas orgánicas en principio independientes, o simbiosis,
capaz de dar lugar bien a relaciones de interdependencia estables sine qua non para la
subsistencia de cada uno de los asociados (o simbiontes), bien a nuevas formas
orgánicas con patrones de desarrollo pautados por un genoma compartido;
2. la alteración repentina de los sistemas fisiológicos reguladores de la
estabilidad interna y de las dinámicas que un organismo mantiene con el ambiente; y
¿Descenso o emergencia? 11
3. la modificación de las pautas reguladoras del desarrollo orgánico, capaces de
traer consigo modelos morfológicos y comportamentales cualitativamente diferenciados
con relación a los organismos sin embargo pertenecientes a un mismo linaje evolutivo.
Tal vez el ejemplo mejor conocido (y menos cuestionado) de un experimento
natural capaz de dar lugar a un salto cualitativo fundamental en la evolución del mundo
orgánico lo represente la aparición de la célula eucariota (o nucleada), tal cual pudo ser
explicada hace unas décadas por Lynn Margulis (1970; para una presentación menos
técnica y más actualizada puede consultarse Margulis 2000 y las partes primera y
segunda de Margulis 2003). Margulis pudo demostrar más allá de cualquier duda
razonable que los diferentes elementos que componen una célula nucleada proceden de
organismos no nucleados originalmente independientes. Así, el “citoplasma” o ambiente
celular procede de los llamados “thermoplastas”, que porporcionaron una especie de
burbuja viscosa resistente al calor y los ácidos, las “mitocondrias” respiradoras y los
“plastos” fotosintéticos proceden, respectivamente, de los “paracocos” y las
“cioanobacterias”, que propiciaron fuentes de aprovisionamiento de energía, y el
“undulipodio” propulsor procede de las “espiroquetas”, que dotaron de movilidad al
conjunto. Un ejemplo como éste nos permite apreciar con bastante claridad que la
configuración evolutiva de un organismo puede tener lugar sobre la base de unas reglas
de juego que poco tienen que ver con las de las selección natural:
• en primer lugar, la concurrencia de diferentes organismos en un determinado
ambiente y momento no se resuelve con la competencia entre todos ellos y la
prevalencia del mejor adaptado;
• en segundo lugar, el resultado del proceso evolutivo es un organismo que no
puede calificarse como “descendiente modificado” de ninguno de los organismos
originarios y sí como un organismo cualtitativamente diferenciado con relación a
cualquiera de ellos;
• por último, la asociación puede servir para situar al nuevo organismo en un
ambiente en que los procesos conducentes a su estabilización (por ejemplo, mediante el
intercambio y unificación de material genético) tienen lugar al margen del tipo de
competencia propio de al selección natural.
De modo semejante, un cambio fisiológico puede permitir a un organismo
desplazarse del ambiente por cuyos recursos compite con otros organismos (de su
misma o diferente especie) y ocupar otro libre de competencias. Reid estima que este
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tipo de ambientes, al liberar al organismo de las presiones que lo obligaban a adaptarse
del modo más eficaz posible a su ambiente original, tiene el efecto liberador requerido
para el desarrollo de características innovadoras. Es en este sentido en el que Reid
afirma que la “selección natural” es, en realidad, un freno para la evolución, al que
relaciona con los largos períodos de “estasis” en que las especies sólo modifican muy
lentamente sus características morfológicas y comportamentales, siguiendo líneas muy
conservadoras determinadas por su fuerte dependencia con relación a un determinado
tipo de medio. El papel que Reid atribuye a la selección natural es el de un
“estabilizador demográfico” que simplemente ajusta a los nuevos ambientes las
innovaciones desarrolladas por los organismos que previamente han escapado a sus
rigores una vez que se muestran viables en un nuevo ambiente (el planteamiento difiere
parcialmente de otros por lo demás muy afines en lo que toca a la relativización del
carácter creativo de la selección natural, como el de Brian Goodwin, que se refiere a
ésta como “un filtro contra los fiascos” producidos por las fuerzas generativas realmente
capaces de introducir novedades en el mundo orgánico; véase Goodwin 1994: 193). Por
tanto, la selección natural no es, desde este punto de vista, el principio capaz de explicar
la creatividad orgánica, sino más bien un contrapeso a los experimentos naturales
realmente capaces de explicar la aparición de novedades en el mundo orgánico.
También en relación con lo anterior, Reid considera que las emergencias
biológicas tampoco pueden relacionarse con la selección natural porque los diseños
biológicos emergentes no son “adaptaciones” a las condiciones ambientales en que el
organismo debe sobrevivir. Reid destaca que las emergencias biológicas, lejos de
manifestar la estricta especialización funcional propia de las adaptaciones y la
consecuente dependencia con relación al ambiente que ocupan, se caracterizan por su
“multifuncionalidad” o “adaptabilidad”, una cualidad “inherente” a este tipo de diseños
que dota a sus portadores de ventajas en ambientes cambiantes, puede capacitarlos para
ocupar nuevos ambientes o, más sencillamente, permitir que habiten alternativamente en
ambientes diferentes. En palabras del propio Reid:
“La mayoría de los sistemas emergentes tienen múltiples funciones, algunas de
las cuales pueden conferir mayor competitividad. Otras pueden incrementar
posteriormente la habilidad del organismo para sobervivir en ambientes cambiantes.
Son una mezcla de cualidades que ya existían antes de la emergencia o que cobran
existencia con la emergencia —no adaptaciones post hoc al ambiente. Estaban allí
¿Descenso o emergencia? 13
desde el inicio, inadvertidas por la selección natural (es decir, sin tener efectos
diferenciales en las tasas de supervivencia y reproducción), y por eso despreciadas
por los neo-darwinistas que sólo están a la caza de las adaptaciones clave que para
ellos representan «la explicación».” (Reid 2007: 147-148)
Todo lo anterior puede ser fácilmente puesto en relación con la
multifuncionalidad propia del lenguaje humano, en marcado contraste con los restantes
sistemas de comunicación animal (“puramente funcionales y ligados al estímulo”, en
palabras de Chomsky 1966: 30), y considerado como un indicio favorable a su
consideración como una emergencia biológica. Volveré a ello más adelante.
Hasta aquí no he dicho nada al respecto de las innovaciones evolutivas
relacionadas con alteraciones en las pautas del desarrollo de un organismo (o
emergencias epigenéticas). Merecen una sección aparte porque la principal tesis de esta
exposición es precisamente la de que el lenguaje es una emergencia biológica resultante
de la alteración del patrón de desarrollo cerebral en la evolución de la especie humana.
Me propongo, pues, razonar cómo algo así pudo traer consigo la aparición de un tipo de
capacidad desconocida entre especies con cerebros por lo demás muy semejantes al
humano.
El lenguaje como emergencia epigenética de punto crítico.
En la sección anterior expuse que, de acuerdo con el planteamiento de Robert
Reid (2007), el origen de las emergencias biológicas puede encontrarse en la asociación
de organismos pre-existentes, en alteraciones fisiológicas o en modificaciones de las
pautas del desarrollo orgánico. En esta sección trataré de justificar la aparición del
lenguaje como resultado de la alteración de las pautas de desarrollo (o epigenéticas) de
un organismo pre-lingüístico. Esta alteración habría traído como consecuencias, por un
lado, un incremento de la eficiencia en la ejecución de ciertas tareas y en la complejidad
de ciertas capacidades cuyos precursores pueden encontrarse en otras especies y, por
otro lado, su puesta en contacto en un sistema unificado desconocido sin embargo en
cualquier otra especie animal. La tesis fundamental de este trabajo es que el lenguaje no
puede considerarse un descendiente modificado de ninguna de aquellas habilidades,
sino un resultado emergente de los niveles de conectividad neuronal alcanzada en
determinados puntos críticos de la evolución del cerebro humano. Para desarrollarla
necesitaré comenzar esta sección introduciendo dos juegos de nociones clave en el
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estudio de los procesos de evolución relacionados con el desarrollo: el primero lo
componen los conceptos de “heterocronía” y “alometría” (véase, por ejemplo, Gould
1977; Futuyma 2005: 56-59 los explica clara y concisamente); el segundo, los de
“saltación” y “punto crítico” (véase Reid 2007).
Heterocronía es el término habitualmente utilizado para hacer referencia a los
cambios evolutivos en la cronología o en el ritmo de los procesos de crecimiento o
desarrollo individual. Es habitual, además, diferenciar entre los procesos de
heterocronía que dan lugar a que el individuo alcance la madurez con una morfología
“juvenilizada” o propia de las fases más tempranas del desarrollo (“pedomorfosis”) y
aquellos otros en que tiene lugar un prolongamiento de la maduración del individuo,
dando lugar al “hiper-desarrollo” de algunas de sus características morfológicas
(“peramorfosis”) (sobre estos conceptos, véase McKinney 2000). El tamaño
particularmente grande del cerebro humano, por ejemplo, ha sido puesto en relación con
la extensión del período de crecimiento propio de nuestra especie, por tanto, como un
caso de peramorfosis (McNamara 1997).
Alometría, por su parte, es el término habitualmente utilizado para denominar las
tasas o ritmos de crecimiento diferencial o relativo entre determinadas partes o
dimensiones de un organismo. Durante el crecimiento humano, por ejemplo, las piernas
crecen a un ritmo más rápido que el conjunto del cuerpo, mientras que la cabeza lo hace
a un ritmo más lento. La evolución de un organismo, lógicamente, puede implicar
cambios en la relación alométrica (“positiva” o “negativa”) entre determinadas
estructuras con relación a la de las estructuras homólogas de otros organismos, lo que se
conoce como “heterocronía local” (por oposición a la pedomorfosis y a la peramorfosis
“generales”).
Teniendo en cuenta todos estos conceptos, formularé del siguiente modo la más
básicas de las condiciones generativas que, desde mi punto de vista, han podido incidir
en la aparición del lenguaje humano como una emergencia biológica:
1. El tamaño del cerebro sigue en la evolución humana, relativamente al del
resto del cuerpo, una trayectoria alométrica de tipo positivo. En un marco de
peramorfosis generalizada, esta heterocronía local da lugar a una exageración o hiperdesarrollo del rasgo con relación al de otras especies próximas.
Michael McKinney (2000) ha propuesto, concretamente, que el tipo de
crecimiento propio del cerebro humano podría haberse debido a la alteración en la
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expresión de un gen homeótico que da lugar a una prolongación en la producción de
neurocitoblastos en el embrión (durante unos veinticinco días más que en el caso de
otros primates), alteración que habría determinado que el punto de partida en el
crecimiento del cerebro humano se encuentre más desarrollado que en el caso de otras
especies. Para McKinney, este factor sería a su vez el determinante de que el
crecimiento dendrítico del cortex cerebral se prolongue durante más tiempo (a lo largo
de algo más de veinte años), que la mielinización persista hasta los doce años (frente a
los tres y medio en algunas especies de monos) o que los máximos de complejidad
dentrítica se alcance y empiece a declinar más tardíamente (en torno a los dos años).
Pero el desarrollo peramórfico del cerebro humano podría guardar relación con algo
más que con un punto de partida excepcional, ya que recientemente han sido
identificadas numerosas proteínas implicadas en el tamaño y complejidad cerebrales,
cuyos genes subyacentes parecen haber estado sometidos a un proceso de evolución
acelarada en la línea evolutiva que conduce a los humanos (Dorus et al. 2004; véase
además la abundante información aportada en Benítez Burraco 2007). Sea como sea, lo
que parece en cualquier caso claro es que no nos faltan coartadas moleculares que
justifiquen lo que a todas luces es un hecho: la excepcionalidad, en términos
estrictamente cuantitativos, del “hiper-cerebro” humano.
Pasando ahora al segundo juego de conceptos anunciado arriba, Reid establece
una distinción básica entre (1) aquellos casos en que la concurrencia de un conjunto de
condiciones generativas dan súbitamente lugar a un diseño biológico cualitativamente
diferente al de cualquier otra estructura pre-existente (como el de la emergencia de la
célula nucleada) y (2) aquellos otros en que la novedad tiene lugar en un punto
determinado dentro de una serie continua de modificaciones. En su propia terminología,
el primer tipo de casos son “emergencias saltacionistas” y el segundo “emergencias de
punto crítico”. Dotados de esta distinción conceptual, formularé como sigue un segundo
aspecto del proceso evolutivo emergente que da lugar al lenguaje:
2. El lenguaje emerge en un punto crítico del hiper-desarrollo cerebral humano.
Obviamente, la evolución de un “hiper-cerebro” no se plantea aquí como una
condición suficiente para la evolución del lenguaje, sino más bien como un factor
desencadenante necesario, porque la explicación última de esta emergencia habrá que
encontrarla en las capacidades ya presentes en los estadios evolutivos inmediatamente
¿Descenso o emergencia? 16
anteriores al punto crítico. En este sentido, las propuestas que voy a plantear muy
sucintamente son tres:
1. Sugiero, en primer lugar, que Ensamble (es decir, la operación mental que nos
permite combinar dos elementos, etiquetar la combinación y mantenerla activa en una
memoria de trabajo para poder utilizarla como uno de los elementos sometibles de
nuevo a la misma operación; véase Berwick 1998) es el procedimiento combinatorio
que desplazó a Alineación en el momento en que la conectividad cerebral permitió unas
tasas de activación de la memoria de trabajo adecuadas para soportar el tipo de
cómputos en que descansa aquella operación. Las bases de la sintaxis lingüística, cuyo
ejercicio no podría soportar nada semejante a Alineación, serían efectivamente así un
resultado emergente de un determinado estadio de complejidad cerebral y no una
versión modificada de un sistema de comunicación ancestral a través de una serie de
estadios intermedios.
Debe quedar claro, en cualquier caso, que Ensamble no puede identificarse sin
más con la sintaxis lingüística. Representa, desde el punto de vista que trato de
defender, el recurso fundamental del sistema computacional del que hace uso la sintaxis
y, por ello, una condición sine qua non para su desarrollo, pero en todo caso no una
operación específicamente o en sí misma lingüística. Chomsky, por ejemplo, ha
defendido en sus últimos trabajos (Chomsky 2004: 7, 2005: 3 y forthcoming: 7) que se
trata de un recurso de los sistemas de pensamiento empleado originalmente para la
computación de representaciones internas y sólo con posterioridad conectado con los
sistemas senso-motrices y útil a partir de ese momento para la combinación de símbolos
exteriorizables. Expresado de otro modo, Ensamble no se convirtió en una operación
sintáctica propiamente dicha hasta que el Sistema Computacional del que es recurso
fundamental pasó a estar asociado a un Léxico, dando así lugar a la dualidad que
debemos considerar definitoria de los modernos sistemas de comunicación lingüística.
2. De la misma manera que no podemos decir que Ensamble sea el simple
resultado de un proceso de evolución gradual a partir de una operación más elemental
como Alineación, tampoco parece correcto confiar en que el tipo de inventario léxico
propio de los sistemas de comunicación lingüística pueda ser el resultado de un proceso
de evolución gradual a partir de un tipo de vocalizaciones proto-simbólicas como el que
podemos hoy observar entre los antropoides no humanos, empezando por las señales de
alarma de los monos cercopitecos (vid. supra). La principal razón que obliga a pensar
¿Descenso o emergencia? 17
que entre tales vocalizaciones y las piezas que componen un léxico hay un verdadero
salto cualitativo tiene que ver con el carácter estrictamente referencial y ligado al
comportamiento de las primeras (cada una de ellas hace referencia a un elemento muy
específico del entorno y se asocia a una forma de conducta en particular), frente al
carácter en gran medida auto-referencial de las segundas (su contenido remite al de
otras muchas, de modo que propiamente hablando refieren a un concepto que puede en
muchos casos estar por completo desconectado del entorno; véase al respecto, Noble &
Davidson 1996, Deacon 1997, Arcadi 2000, Hauser, Chomsky & Fitch 2002, Longa
2004 y Pinker & Jackendoff 2005). Lo interesante es que esta auto-referencialidad
consustancial a los inventarios léxicos podría también explicarse como un efecto más de
la conectividad alcanzada en un determinado punto de la evolución cerebral, acaso,
aunque no necesariamente, el mismo en que tuvo lugar la aparición de Ensamble.
3. Finalmente, la conexión entre, de un lado, un procesador originalmente usado
en cómputos mentales de tipo no lingüístico (acaso relacionados con la orientación
espacial o las relaciones sociales, de acuerdo con las sugerencias de Hauser, Chomsky
& Fitch 2002, acaso con la inteligencia técnica) y, de otro lado, un inventario de
símbolos auto-referenciales (acaso relacionados con la representación del medio natural
pero también de las creencias sobrenaturales de los primeros humanos), es tal vez el
aspecto de todo este proceso que más fácilmente pueda ser entendido como efecto de un
incremento de la conectividad cerebral y la consiguiente puesta en contacto de
capacidades hasta entonces independientes (véase Mithen 1996).
De todo lo anterior se sigue, en fin, que lenguaje no sería el descendiente
modificado de un sistema de comunicación ancestral, ni tampoco de ninguna de las
capacidades mentales a las que he hecho referencia, sino el resultado emergente de su
incorporación en un tipo de sistema (un “sistema de sistemas”, en palabras de Balari
2006) hasta ese momento desconocido.
Me gustaría cerrar este apartado con algunos comentarios finales sobre el
modelo de evolución con que estoy intentando relacionar el lenguaje y sobre ciertos
datos de tipo paleoantropológico que creo que le dan apoyo y sirven además para
datarlo en una fecha coincidente con la de la aparición de los humanos anatómicamente
modernos.
En primer lugar, del modelo que he elaborado se sigue que el lenguaje no habría
evolucionado gradualmente como una adaptación para el ejercicio de algún tipo de
¿Descenso o emergencia? 18
función ventajosa, capaz de incrementar las tasas reproductivas de los primeros
hablantes, sino como un efecto lateral de la modificación de la pauta del desarrollo
cerebral en los humanos (véase Balari 2006). Se podría discutir, naturalmente, si la
trayectoria alométrica por la que ha transcurrido la evolución del cerebro o el
desplazamiento peramórfico del patrón general del desarrollo humano son o no
adaptaciones. Si hacemos caso a Reid (2007: ch. 7) podrían no serlo, pues considera que
este tipo de procesos de evolución direccional pueden obeceder a dinámicas internas no
controladas ambientalmente (u “ortogenéticas”; un concepto muy desprestigiado en la
biología evolutiva contemporánea, pero cuya legitimidad Reid reivindica) que pueden
incluso acabar por dar lugar a diseños morfológicos desventajosos en un determinado
punto de la progresión. No voy a pronunciarme aquí sobre el caso particular de la
evolución del cerebro humano. Lo que está claro, en cualquier caso, es que si
suponemos que el lenguaje es una emergencia de punto crítico, los estadios de
evolución cerebral anteriores a este punto no podránser puestos en relación,
lógicamente, con una evolución gradual del lenguaje sujeta a factores de presión
selectiva, pues, para comenzar, no podrá decirse que haya existido nada realmente
semejante al lenguaje (ni, por tanto, un antecedente del que pudieramos considerarlo
descendiente) antes de alcanzarse el punto crítico.
Creo, además, que el punto de vista que he desarrollado nos permite especular,
en consonancia con el concepto de “adaptabilidad” de Reid (vid. supra), que los
primeros hablantes pudieron ser individuos más bien “inadaptados” a las formas de vida
social propias de los grupos humanos en que aparecieron, lo que pudo actuar como un
factor de marginación y de exclusión. Nos permite asimismo sostener que esto pudo
acaso determinar la segregación de estos individuos excepcionales, lo que a su vez pudo
servir para establecer las bases de lo que se conoce como “efecto fundador” (Mayr
1963; véase también Reid 2007: 51), el cual tiene lugar cuando una pequeña población
coloniza un nuevo nicho ecológico (y cognitivo, podríamos añadir aquí siguiendo a
Pinker 2003) en el que puede sacar provecho de capacidades en cambio desventajosas
en el nicho que acaba de abandonar. Si algo así tiene lugar, la población en cuestión
podrá desarrollar nuevas capacidades al margen del tipo de presiones selectivas de las
que se ha liberado, capacidades que además podrán extenderse muy fácilmente en el
conjunto de una población poco numerosa. Entiendo que algo así pudo incidir en la
rápida estabilización y robustecimiento de las capacidades lingüísticas aparecidas dentro
¿Descenso o emergencia? 19
de una pequeña población fundadora. De este modo, y contra la lógica adaptacionista,
podríamos llegar a concluir que el carácter no adaptativo del lenguaje en el ambiente
social en que tuvo lugar su emergencia pudo influir decisivamente en su historia
evolutiva.
Todas estas consideraciones permiten además establecer una interesante
conexión entre el modelo de evolución del lenguaje que he propuesto y los datos
paleogenéticos conocidos desde hace unos años sobre las mutaciones humanas del gen
FOXP2 (Enard at al. 2002), que sabemos incuestionablemente relacionado con el
desarrollo de nuestras capacidades lingüísticas. Se estima que tales mutaciones
característicamente humanas del gen FOXP2 tuvieron lugar en una fecha “concomitante
o subsiguiente” a la de la aparición del hombre anatómicamente moderno, hace no más
de 200 mil años, aunque probablemente hace unos 125 mil. Pero, además, mediante el
estudio de la diversidad intraespecífica de las bases que componen el gen los autores de
la datación han conlcuído que tales mutaciones debieron ir seguidas de una importante
explosión demográfica (véase también Wall y Przeworski 2000), probablemente
relacionable con la rápida dispersión intercontinental de los humanos modernos, que
tuvo lugar según todos los indicios hace unos 80 mil años (Oppenheimer 2003). Todo
ello es efectivamente coherente con lo apuntado arriba: las mutaciones pudieron tener
lugar y difundirse rápidamente en una pequeña población fundadora que sólo explotó
demográficamente después de “descubrir” (o que “quedaran al descubierto”) las
ventajas del rasgo biológico del que era excepcionalmente portadora.
No hay que olvidar, por otra parte, que el gen FOXP2 se expresa en el el
desarrollo del circuito cerebral (compuesto por estructuras corticales frontales y
parietales, los ganglios basales y el cerebelo; véase Ferland & al. 2003, Lai & al. 2003 y
Takahashi & al. 2003) del que precisamente se sirve el tipo de memoria de trabajo
requerido para el tipo de computos secuenciales propios de un procesador como
Ensamble (véase Ullman 2004; Lieberman 2006 para un punto de vista parcialmente
discordante). Con todo, no quiero dar a entender que las mutaciones de FOXP2 de las
que estoy hablando sean las responsables de la aparición del lenguaje. Mi idea es más
bien que las mutaciones humanas de FOXP2 permitieron la estabilización demográfica
y robustecimiento de un rasgo de todos modos determinado a manifestarse durante el
desarrollo individual (es decir, epigenéticamente; véase Lorenzo & Longa 2003), para
lo cual tan sólo fue necesario modificar mínimamente y “recanalizar” un factor
¿Descenso o emergencia? 20
regulador ya presente en el acervo genético de la especie (Waddington 1957; véase
Jablonka & Lamb 2005 y Longa 2006).
Por último, no conviene olvidar de que estamos hablando de mutaciones que
anteceden en unas pocas decenas de miles de años no sólo a la explosión demográfica
que dio lugar a la dispersión intercontinental de los humanos modernos (vid. supra) sino
también de la explosión simbólica de la que aparentemente sólo ellos fueron capaces
entre los homínidos, cuya datación está siendo revisada en los últimos años sobre la
base del poco conocido hasta ahora registro arqueológico africano y a la que
actualmente se concede unos 80 mil años de antiguedad (McBrearty & Brooks 2000).
Creo que la tentación de relacionar causalmente todos estos episodios de los albores de
la moderna humanidad (las mutaciones del FOXP2, la rápida dispersión intercontinental
y la revolución técnica y artística asociada a la explosión simbólica) con la aparición del
lenguaje como un rasgo emergente de una nueva mente humana se hace más fuerte que
nunca (véase Lorenzo, en prensa).
A modo de conclusión: ¿por qué habríamos de temer al emergentismo?
No cabe duda de que la atribución de un origen emergente a ciertos sistemas
biológicos choca con la ortodoxia ultra-darwinista que domina la filosofía de la biología
contemporánea y sitúa al borde de la irracionaldad toda explicación que se aparte de las
tesis continuista, gradualista y adaptacionista para explicar cualquier proceso evolutivo.
Es cierto que Darwin consideró que tales principios, que conjuntamente definen el
mecanismo de evolución mediante selección natural o sexual, debían encontarse en la
base de la mayor parte de los procesos evolutivos, pero también es cierto que aceptaba
la posibilidad de que otros mecanismos pudieran asimismo actuar sobre la evolución de
las especies (Darwin 1859: 55; véase Gould 1980: 45). En lo que se refiere al lenguaje,
es verdad que Darwin lo comparó con las vocalizaciones cuasi-musicales de las aves y
que defendió la idea de que pudiera ser el descendiente modificado de alguna forma de
vocalización semejante propia de algún organismo ancestral no demasiado remoto,
modelada gradualmente bajo el mecanismo de selección sexual, que garantiza las tasas
reproductivas más altas a los más atractivos al sexo complementario. Con todo, pese a
la defensa del lenguaje como un sistema evolutivamente emergente que he desarrollado
en este trabajo y, por tanto, de la inaplicabilidad en su caso de los supuestos básicos del
ultra-darwinismo, quisiera dar conclusión a estas páginas aclarando que, pese a la
¿Descenso o emergencia? 21
brecha acaso insalvable entre uno y otro modelo de explicación, el adoptado aquí habría
servido por igual y podría haber sido plenamente aceptado por Darwin con relación al
motivo que le llevó a reflexionar sobre los orígenes evolutivos del lenguaje. Pues, en el
fondo, lo que interesaba a Darwin no era demostrar que el lenguaje descendía de una
forma de comunicación ancestral, sino que su singularidad en el contexto de la
comunicación animal no ponía sin embargo en riesgo la idea de que la especie humana
era descendiente de alguna otra especie ancestral: “Creemos que la facultad del lenguaje
articulado —concluye Darwin su reflexión— no ofrece seria objeción a la hipótesis de
que el hombre descienda de una forma anterior” (Darwin 1871: 96).
Pero la conclusión se sostiene perfectamente igual si entendemos que el lenguaje
apareció súbita y no gradualmente, fruto de la convergencia de varias capacidades
previa e independientemente evolucionadas y sin ninguna motivación práctica en
particular. Por eso, no hay verdederas razones por las que debamos temer una
explicación emergentista del lenguaje, porque ni cuestiona que éste sea un producto más
de la evolución natural de nuestra especie ni nos desconecta de ningún modo del resto
del mundo orgánico.
¿Descenso o emergencia? 22
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