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OBRA DE DON BOSCO
Dirección Provincial
Avda. República, 173
Casilla 29 - 2
SANTIAGO - CHILE
Carta del P. Inspector nº 9
“SEAN SOBRIOS Y ESTÉN SIEMPRE ALERTAS”
«Sean sobrios y estén siempre alerta,
porque su enemigo, el diablo,
ronda como un león rugiente,
buscando a quién devorar.
Resístanlo firmes en la fe…»
(1 Pe 5,8-9)
Muy queridos Hermanos,
Vivimos un momento particular y muy singular de nuestra historia: nos ha sorprendido a
todos la noticia dada por el propio Santo Padre de su renuncia al ministerio de Obispo de Roma y
Pastor de la Iglesia Universal. Pasada esta primera sorpresa sólo cabe acoger con amor y
obediencia, incluso con ternura, esta decisión comunicada con toda serenidad en el curso de un
Consistorio público ordinario.
Veo en este gesto de Benedicto XVI la libertad interior y el desapego de quien, desde el
momento de su elección, se presentó como un “humilde obrero de la viña del Señor”. Merece la
pena considerar atentamente las propias palabras del Papa: “Después de haber examinado ante
Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no
tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino. Soy muy consciente de que este
ministerio, por su naturaleza espiritual, debe ser llevado a cabo no únicamente con obras y
palabras, sino también y en no menor grado sufriendo y rezando”.
Él mismo ha contado cómo, antes de ser elegido, esperaba tener por fin paz y tranquilidad,
de manera que verse de pronto frente a la particular tarea de ser Sucesor de Pedro, fue una especie
de shock para él. Entonces se puso en las manos de Dios y acogió su voluntad. Hoy la ha acogido
también, sin duda, porque Dios sabe cómo manifestar lo que espera de sus hijos.
Por eso invito a todos a que expresen sentimientos de profunda gratitud hacia el Señor por el
ministerio del Papa Benedicto XVI, riquísimo en doctrina, valiente en decisiones y fecundo como
sólo Dios sabe y la historia reconocerá. “El humilde obrero de la viña del Señor”, como él mismo
se presentó en el momento de su elección, ha sido fiel, como nos ha dicho, a su conciencia, desde la
luz de Dios y su libertad interior. Por todo ello, desde nuestra fe viva en la Providencia de Dios,
invito a todos nosotros salesianos, a nuestros jóvenes y fieles:
 Primero: A expresarle el reconocimiento y agradecimiento por su fecundo magisterio y
entrega ejemplar como Pastor. Sus profundas y claras enseñanzas, sus valientes decisiones,
su entrega hasta el agotamiento, bien merecen nuestra súplica agradecida ante Dios.
 Segundo: Oremos, asimismo, por quien en los planes divinos deberá asumir pronto el
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gobierno pastoral de la Diócesis de Roma y de la Iglesia. Será el Espíritu Santo quien guíe a
los Cardenales, a la hora de elegir sucesor. Supliquemos ya la luz de lo alto para ello, muy
seguros de la Palabra del Señor: “Que no se turbe su corazón” (Jn 14, 27).
 Tercero: Oremos por él para que el Señor, por intercesión de la Santísima Virgen, le
conceda la paz y tranquilidad a la que también tiene derecho. Realmente su ejemplo es
valioso al mismo tiempo, para quienes llegan al límite de la edad o de las fuerzas en tareas
no tan decisivas para la Iglesia.
Siempre que tuve la oportunidad de saludarlo, al presentarme como Presidente de los
Religiosos de Italia y como Inspector en Roma, me sorprendió su temperamento bondadoso,
humano, inteligente, humilde y de profunda vida interior. Era el mismo siempre, para nada artificial
en su trato. Se percibía el esfuerzo que le significaba el “aparecer”, el tener que agitarse ante una
multitud, porque él es reservado, simple, consciente siempre de su pequeñez.
Como ha escrito el Rector Mayor P. Pascual: “Su decisión es, pues, el resultado de la oración,
y por lo tanto ¡es un signo ejemplar de obediencia a Dios! Tal actitud no puede sino despertar
nuestra mayor admiración y estima. Se trata, una vez más, de un rasgo espiritual típicamente suyo:
la humildad, que le hace libre ante Dios y ante los hombres, y pone de manifiesto su sentido de
responsabilidad. Al tiempo que expresamos al Santo Padre, como habría hecho Don Bosco, nuestro
agradecimiento por la generosidad con que ha servido a la Iglesia y ha hecho sentir su paternidad
con respecto a nuestra familia, lo acompañamos en esta etapa de su vida con nuestro gran afecto y
oración”.
1. UN NUEVO AÑO EDUCATIVO – PASTORAL
El inicio de un nuevo año educativo-pastoral constituye para cada uno de nosotros un fuerte
compromiso a retomar con vigor nuestras tareas y responsabilidades, con la fidelidad que el
Evangelio nos exige, de profundo testimonio a través de nuestra coherencia y con un espíritu de una
evangelización generosamente misionera. Este nuevo inicio coincide con los primeros meses del
Año de la Fe, una ocasión, como afirma el Papa que lo ha propuesto a toda la Iglesia, para
“redescubrir los contenidos de la fe profesada, celebrada, vivida y rezada, y reflexionar acerca del
mismo acto con el cual se cree”: en cada creyente será suscitada “la aspiración a testimoniar la fe
en plenitud y con una renovada convicción, con profunda confianza y esperanza”, de tal modo que
la fe se constituya en una verdadera “compañera de vida, que permita percibir con una mirada
siempre nueva las maravillas que Dios realiza en y por nosotros” (Benedicto XVI, Puerta de la
Fe).
Retomar el camino de un nuevo año educativo-pastoral puede evocar, quizás en el
imaginario colectivo, toda una serie de cosas para hacer, de iniciativas y de propuestas, o
lamentablemente puede correr el riesgo de convertirse en una monótona recepción de efemérides y
recuerdos del calendario anterior. Justamente por esto, no debemos aceptar pasivamente este
momento de gracia, sino que debemos comprometernos personal y cuidadosamente e interrogarnos
acerca de aquello que el Señor nos solicita. A partir del “Año de la Fe”, y del tiempo fuerte de la
Cuaresma que estamos viviendo, nos sentimos particularmente invitados a profundizar nuestra
experiencia cristiana y salesiana para seguir los pasos de Jesús, para que, como Él nos apasionemos
por todo lo que resulta humano y de modo esencial, en aquello que es de y para los jóvenes.
Nos encontramos, pues, en el inicio de un nuevo año con todas las expectativas que cada
uno de nosotros siempre tiene, delante de algo nuevo, algo que se inicia, un nuevo ciclo que
comienza. Esto es más fuerte cuando empezamos una obediencia nueva en un sitio distinto al año
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anterior. Podría apostar que aquello que más nos une – cualquiera sea nuestra edad, las
circunstancias, o el momento de la vida que estamos atravesando – es esta espera, este deseo, casi
diría, estas ansias con la que cargamos, que nos corroe más que cualquier otra cosa; que este nuevo
curso académico que se inicia sea una puerta hacia el descubrimiento de lo que es la vida. El motivo
por el que vale la pena vivir, de poder descubrir qué es lo que verdaderamente hace que cada
momento sea maravilloso y pleno de aquel estupor que lo hace digno de ser vivido.
¿A quién de nosotros no le gustaría, quién no desearía que cada instante de este año fuese
pleno, que no venga arruinado por la rutina y por las cosas que hacen duro y pesado el diario vivir?
Cada uno de nosotros mantenemos y renovamos este deseo, y este año nos es regalado,
precisamente para descubrir paulatinamente aquello que lo hace digno, hermoso y grande, para
gozarlo y aprovecharlo en su integralidad, a cada instante, en cada momento.
2. EL AÑO DE LA FE: UN MOMENTO DE GRACIA PARA CONVERTIRNOS
Crecer en la fe quiere decir simplemente, pertenecer a Dios y testimoniar con la vida
bautismal al Señor Jesús; por esto tenemos necesidad de ojos nuevos que sepan mirar más allá del
momento presente, libres para recibirlo según la verdad y la justicia.
En este tiempo de gracia -tal cual es el Año de la Fe- estamos llamados a testimoniar
personal y comunitariamente cuanto el apóstol Pablo, al finalizar su vida escribía a Timoteo: “Sé...
en quién he puesto mi confianza, y estoy convencido que él es capaz de conservar hasta aquel Día
el bien que me ha encomendado” (2 Tim 1,12).
El Año de la Fe nos llama personal y urgentemente, e incluso como comunidad eclesial,
invitándonos a concretar un examen de conciencia sobre el modo con el cual vivimos y profesamos
nuestra fe, hoy. Benedicto XVI, en el inicio de su Carta Apostólica Puerta de la fe (PF), con la que
promulga para toda la Iglesia, el Año de la Fe, manifiesta: “La ‘PUERTA DE LA FE’ (cf. Hch 14,
27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre
abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se
deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que
dura toda la vida. Éste empieza con el bautismo (cf. Rm 6, 4), con el que podemos llamar a Dios
con el nombre de Padre...” (PF1).
“En esta perspectiva, -continúa el Papa- el Año de la fe es una invitación a una auténtica y
renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo. Dios, en el misterio de su muerte y
resurrección, ha revelado en plenitud el Amor que salva y llama a los hombres a la conversión de
vida mediante la remisión de los pecados (cf. Hch 5, 31)” (PF 6). Y agrega: “Con su amor,
Jesucristo atrae hacia sí a los hombres de cada generación: en todo tiempo, convoca a la Iglesia y
le confía el anuncio del evangelio, con un mandato que es siempre nuevo. Por eso, también hoy es
necesario un compromiso eclesial más convencido en favor de una nueva evangelización para
redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe” (PF 7).
3. LA CUARESMA, UN TIEMPO DEL ESPÍRITU
Nos encontramos en el corazón de la Cuaresma, período de purificación y de reflexión antes
de celebrar la Pascua del Señor. En este tiempo fuerte, Jesús nos invita a convertir nuestro corazón
o, mejor aún, a un fundamental cambio del corazón; para lograr estos cambios necesitamos hacer
silencio y reentrar en la intimidad de nuestra vida.
Reentrar en nosotros mismos no es fácil, simplemente porque vivimos en un mundo que nos
aturde con sonidos, ruidos y voces superfluas, en el vano tentativo de llenar el vacío que existe
dentro de cada uno de nosotros. Por este motivo Jesús nos invita a entrar en el desierto, para
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reflexionar sobre nuestra vida y descubrir cuáles son los obstáculos que nos impiden ser verdadera y
profundamente felices.
El camino de la Cuaresma es una delicada invitación a mirarnos interiormente, a tomar cada
día más conciencia de todo lo que nos aleja del amor de Dios, ya que tantas veces hemos sustituido
a Dios en nuestro corazón, poniendo en su lugar otros ídolos: el dinero, el poder, los placeres, el
lujo desenfrenado, la corrupción. Ídolos por los cuales estamos dispuestos a perder todo, incluso
nuestro bien más preciado: la vida eterna.
En el Evangelio, Jesús grita al pueblo de Galilea: ¡Conviértanse y crean en el Evangelio!
“Conviértanse” es una invitación a la purificación, es decir a extraer de nuestro corazón, de nuestra
mente y de nuestra vida todo aquello que nos impide caminar hacia Dios Padre, hacia el Reino,
hacia la eterna felicidad.
Pero este camino no es fácil ni sencillo, simplemente porque siendo un camino de perfección
está plagado de obstáculos de caídas, de tentaciones y reflexiones. El mal sabe elegir con astucia
cada medio para poder distraer al hombre (incluso al mismo Jesús en el desierto), para atraerlo a sí
y hacerlo desviar del camino recto; lo deslumbra abriendo delante de sus ojos todo tipo de
vanidades, de omnipotencias y de falsos caminos de felicidad, o bien pretende atormentarlo con el
miedo a la muerte, a la enfermedad a los sufrimientos y lo incita a gozar de esta breve vida, a través
del engaño, las supercherías, la violencia y el atropello de los más débiles, envolviéndolo en un
espiral que lo lleva siempre a llegar más y más bajo.
Pero la oración constante, la oración del corazón nos viene en ayuda, disipa la nube del
engaño y nos muestra la verdad. La palabra del Evangelio nos exhorta: “… alégrense
profundamente cuando se vean sometidos a cualquier clase de pruebas, sabiendo que la fe al ser
probada produce la PACIENCIA. La PACIENCIA debe ir acompañada de obras perfectas, a fin de
que ustedes lleguen a la perfección y a la madurez, sin que les falte nada.”(Sant 1, 2-4).
4. EN CAMINO HACIA EL CAPÍTULO INSPECTORIAL
El Rector Mayor, P. Pascual Chávez, con su Carta (ACG, 413) enviada a la Congregación,
ha convocado el Capítulo General XXVII con el tema: «Testigos de la radicalidad evangélica».
La perspectiva salesiana de la «radicalidad» viene interpretada a la luz del lema de Don
Bosco «trabajo y templanza», que ha constituido el programa de vida y de acción de nuestro Padre
y Fundador: “El trabajo y la templanza -nos enseñan nuestras Constituciones- harán florecer la
Congregación.” (MB XII, 466); en cambio la búsqueda de comodidades y bienestar material será
su muerte. El salesiano se entrega a su misión con actitud incansable, y procura hacer bien todas
las cosas con sencillez y mesura. Sabe que con su trabajo participa en la misión creadora de Dios y
coopera con Cristo en la construcción del Reino. La templanza refuerza en él la guarda del corazón
y el dominio de sí mismo y le ayuda a mantenerse sereno. No busca penitencias extraordinarias,
pero acepta las exigencias de cada día y las renuncias de la vida apostólica; está dispuesto a
soportar el calor y el frío, la sed y el hambre, el cansancio y el desprecio, siempre que se trate de la
gloria de Dios y de la salvación de las almas” (Const 18).
Deseo detenerme sobre la virtud cardinal de la templanza. En el «Sueño de los diez
diamantes», tenido en San Benigno Canavese en la noche entre el 10 y el 11 de septiembre de
1881, Don Bosco señala los rayos que, como pequeñas llamas, brotan de cada diamante, dejando
escritas varias frases. La llama de la templanza presenta las siguientes sentencias: «El fuego se
apaga si se retira la leña. Haz un pacto con tus ojos, con la garganta y con el sueño, para que tales
enemigos no debiliten vuestras almas. La intemperancia y la castidad no pueden estar juntas”(MB
15, 184). Y cuando los diez diamantes sufren la devastación de las polillas que corroen el manto, la
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sentencia acerca de la templanza se presenta con la siguiente inscripción: «La garganta: es para
ellos el dios del vientre» (Ib., 185).
En el elenco catequístico de las virtudes cardinales, la templanza ocupa el último lugar.
Siempre ha sido de este modo para los autores clásicos y de esa manera se ha conservado sea para la
tradición de la Iglesia como para la teología.
En la antigüedad clásica la virtud de la templanza indicaba la armonía del mundo afectivo de la
persona. En el mundo cristiano antiguo y medieval la «temperantia» significaba la curación del
deseo. La sensibilidad contemporánea no retiene la templanza como una virtud importante y la
interpreta simplemente como una «moderación», una invitación a no excederse en la cantidad. Los
pequeños placeres de cada día, si los comparamos con los grandes problemas de nuestro tiempo violencia, mentira, hurto, corrupción, degradación, desigualdad económica- parecen sinceramente
«pequeños» y poco significativos y no merecen mayormente atención.
 ¿Cuál es la fuente de la templanza?
Afrontar el tema de la templanza desde el punto de vista de la tradición cristiana, significa
que nuestro discurso sobre la ética llega a convertirse en un discurso ascético, espiritual, es decir un
discurso sobre el camino del hombre, que venciéndose a sí mismo, se dirige hacia la imitación de
Cristo, hacia la semejanza con el Dios creador. Podemos encontrar incluso los pasajes bíblicos que,
en el contexto del dominio de las propias pasiones, hablan de la imitación de Cristo, de la necesidad
de seguir el Espíritu que se encuentra en Jesús.
* Por ejemplo, San Pablo recomienda a los Gálatas: "Porque los que pertenecen a Cristo Jesús
han crucificado la carne con sus pasiones y sus malos deseos. Si vivimos animados por el Espíritu,
dejémonos conducir también por él." (Gál 5, 24-25).
* O también: "Abandonemos las obras propias de la noche y vistámonos con la armadura de la
luz. Como en pleno día procedamos dignamente: basta de excesos en la comida y en la bebida,
basta de lujuria y libertinaje; no más peleas ni envidias. Por el contrario, revístanse del Señor
Jesucristo, y no se preocupen por satisfacer los deseos de la carne."(Rm 13, 12-14).
Entonces la templanza es imitación de Cristo, porque Jesús es modelo de equilibrio, de
dominio de sí mismo: toda su vida estuvo bien regulada, como igualmente su pasión y su muerte.
Jesús es temperante en las dificultades, en la vivacidad, en el entusiasmo, en la creatividad, en el
amor a todas las creaturas: Jesús ama las personas, habla con amor de los animales, de las flores, del
cielo. En él existe aquella armonía que mantiene igualmente los deseos, los instintos, las emociones
para lograr desarrollar un organismo bien unificado y armónico.
También en la vida de los santos contemplamos este esplendor de la templanza: basta pensar
a Don Bosco y a su santa pasión, siempre regulada por su amor a los jóvenes y su capacidad de
mantener la serenidad y la alegría.
Jesús y los santos nos testimonian que la templanza no es sinónimo de frialdad, de rigidez, de
insensibilidad -como generalmente se piensa- sino, por el contrario, es sinónimo de armonía, de
orden y por lo tanto de creatividad y alegría.
 ¿Dónde se ejercita la templanza?
Luego de haber visto cuál es el significado del vocablo "templanza" y haber entendido que
esta virtud tiene su fuente, en particular en la imitación de Jesús, procuramos responder a la
pregunta: “¿dónde se ejercita la templanza?”
"La templanza es la virtud moral que modera la atracción de los placeres y hace capaz de
un equilibrio en el uso de los bienes creados. Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos
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y mantiene los deseos dentro de los límites de la honestidad. La persona moderada orienta hacia el
bien sus apetitos sensibles, guarda una sana discreción y no se deja arrastrar “para seguir la
pasión de su corazón”" (Catecismo de la Iglesia Católica (CEC), n° 1809). La templanza se ejercita
por tanto en las realidades arriba mencionadas: los bienes creados, los instintos, los placeres y los
deseos.
Me parece importante subrayar cinco grandes aspectos o ámbitos de la existencia en los que
debemos hacer realidad la templanza.
1. Templanza como moderación en el comer y en el beber. En este caso, por cierto tiene que
ver con la abstinencia y con el ayuno, como también, con el cuidado de la salud, no con la
dieta cuando se hace por motivos de belleza o de conservación de la línea, sino para
mantener lozano y armónico el propio cuerpo. La templanza se opone evidentemente a
todos los excesos. Hemos visto que en el trozo de la Carta a los Romanos, Pablo subraya la
moderación en el comer y en el beber, recomendando de evitar comilonas y borracheras.
2. Templanza como control de los instintos sexuales. Siempre en la Carta a los Romanos, Pablo
exhorta a vivir "no entre la impureza y el libertinaje". Es el discurso de la castidad, del
cuidado de los sentidos, de los ojos, de la fantasía y de los gestos; del buen uso de la
televisión e internet, de la atención a las lecturas, a los diarios y revistas, etc.
En la otra vereda de tal templanza se encuentran todos los desórdenes sexuales, hasta las
perversiones que causan, posteriormente, los delitos y escándalos graves.
3. Templanza como equilibrio en el uso de los bienes materiales, en particular del dinero.
"Los que desean ser ricos se exponen a la tentación, caen en la trampa de innumerables
ambiciones y cometen desatinos funestos, que los precipitan a la ruina y a la perdición.
Porque la avaricia es la raíz de todos los males" (1Tim 6, 9-10).
Ciertamente aquí aparece el tema de la avaricia, de la corrupción administrativa, que nace de
la avidez y ambiciones personales y de grupo.
Bajo este tercer aspecto, la templanza hace referencia incluso al lujo, a los gastos
desenfrenados en el vestir, en la casa, en las diversiones y vacaciones; la templanza, de
hecho, ayuda a lograr la moderación que conviene a la situación de cada uno y que no debe
manifestar excesos, ostentaciones y derroches.
4. La templanza como justo medio en la búsqueda de honores y de éxitos. "Porque todo lo que
hay en el mundo -los deseos de la carne, la codicia de los ojos y la ostentación de la
riqueza- no viene del Padre sino del mundo" (1Jn 2, 16).
En este sentido, la templanza está directamente conectada con la humildad, la modestia, la
simplicidad del comportamiento; y es ciertamente contraria a la arrogancia, a las apariencias,
al gusto desenfrenado por el poder, de los honores personales.
5. El último aspecto relacionado con la templanza como el dominio de la irascibilidad. La
templanza nos ayuda (o mejor, nos enseña) a dominar nerviosismos, irritaciones, arrebatos
de ira, pequeñas y grandes venganzas, tantas veces también en el ámbito de la misma
comunidad, entre las personas amigas.
Es la virtud que mantiene la persona en aquel equilibrio fuerte que es necesario para
reaccionar bien ante el mal, para reprobar con delicadeza, o bien para corregir cuando sea
necesario. Si, por el contrario, falta el dominio del instinto irascible, en la comunidad se
corre el riesgo de dejar pasar los altercados, las impaciencias graves, los desprecios o, por el
contario, dejar pasar todo sin jamás intervenir.
La templanza es la vía media, es el saber exigir justas medidas y comportamientos de
seriedad y de severidad, pero estando abiertos a las actitudes de comprensión y de perdón.
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 ¿Por qué es importante la templanza?
Las cinco actitudes que he subrayado permiten comprender cómo la templanza es parte de
toda la vida cotidiana y la hace capaz de llevar la serenidad y posibilita un verdadero y profundo
gozo. Por ejemplo, el dominio de sí impulsado y promovido por la templanza es una fuente de
auténtico gozo incluso sensible, de pequeñas alegrías y satisfacciones de la vida. Mientras el
desenfreno, la intemperancia, el gusto de verlo todo, de saberlo todo, son fuentes de rigidez, de
nerviosismo que generan la cerrazón de los sentidos y que posteriormente promueve el hastío, no
permitiendo ni la serenidad ni la paz de la persona.
De todo esto podemos deducir que la templanza es importante simplemente porque hace la
vida mucho más armónica y hermosa. Otra conclusión importante toca a la vigilancia sobre
nosotros mismos; es importante porque si se dejan libres los instintos, estos lo destruyen todo.
La Carta de Pablo a Timoteo, más arriba citada, habla de "ruina y perdición" provocadas por
las "codicias insensatas y funestas" y del hecho que se sufren múltiples dolores cuando se deja
lugar a este tipo de avidez. La razón filosófica está en el hecho de que, a diferencia de los animales
que se autoregulan con precisión en torno a los instintos, el hombre debe aprender a regular sus
propios instintos, a través de la razón y con su propia voluntad. "No sigas tu instinto y tu fuerza,
apoyado en la pasión de tu corazón" (Si 5, 2); es esencial no confiarse en la fuerza impetuosa de los
instintos. Si hablásemos a los animales podríamos decirles tranquilamente: sigue tu instinto. Pero el
hombre debe asentar su comportamiento en la propia razón, en la reflexión y sobre todo en la razón
iluminada por la fe.
El empeño por obrar de este modo, es llamado incluso: ascesis, ejercicio, entrenamiento; se
trata de la autoeducación de la voluntad, que parte de la inteligencia y de la razón. Y todos sabemos
que es muy importante entrenarse con sacrificio, en el dominio de sí mismos, en las pequeñas
renuncias de cada día. Por otro lado, en aquellas situaciones en las cuales los jóvenes no son
ayudados a renunciar a cualquier cosa, sino que todo se les concede, jamás estarán entrenados,
educados en el dominio de sí mismos. Es necesario, por tanto aprender a hacer voluntariamente
pequeños y espontáneos sacrificios, porque esta es la mejor y más grande lección tradicional sobre
la templanza cristiana.
Don Bosco, que tenía una visión concreta de la vida espiritual y conocía los deseos y las
aspiraciones inmediatas de sus jóvenes, sabía por experiencia que los deseos y las pasiones que
agitan la mente y el corazón pueden crear y causar ásperos conflictos y portar graves consecuencias
para toda la existencia. El empeño educativo de Don Bosco fue una lucha sin cuartel contra las
pasiones que ponen en peligro la serenidad del alma: el insaciable deseo de consumir experiencias
para encontrar un espacio de felicidad es un enemigo que siempre se encuentra agazapado tras la
puerta de los jóvenes y los adultos.
5. EL JUSTO EQUILIBRIO ENTRE LAS FUERZAS
El dramaturgo George Bernhard Shaw, hablando de la constante búsqueda de la justa medida
de las cosas, afirmaba con agudo sentido del humor: «La única persona que se comporta en modo
verdaderamente racional es mi sastre. Cada vez que me encuentra me toma nuevamente las
medidas, mientras todos los otros mantienen siempre las antiguas medidas, pensando que pueden
andar bien, incluso en la actualidad». Tener conciencia de la “medida”, lo justo, conlleva a
decisiones importantes para dosificar las fuerzas en una equilibrada relación.
Cada persona experimenta en la propia vida la fuerza del deseo y la atracción hacia los
bienes que ofrecen una ocasión de placer; pero a menudo, las promesas y expectativas no se
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materializan y la atención desordenada a «los pequeños placeres» de cada día provocan una
inestabilidad emotiva y posibilitan el riesgo de disgregar y dispersar la unidad de la persona.
Nietzsche estigmatizaba la receta de la felicidad descubierta por el último hombre, de modo
paradigmático: «un pequeño gusto para el día y otro para la noche; son posibles, salvando siempre
la salud…» (F. Nietzsche, Así habló Zarathustra, p. 53). San Juan habla sobre el particular tema de
la concupiscencia de la carne, de la concupiscencia de los ojos y de la soberbia de la vida (cf 1Jn
2,16). Los deseos, muchas veces ávidos y prepotentes, impiden colmar los profundos anhelos del
corazón humano y lo impulsan a sumergirse en un mar de experiencias que precipitan el ánimo en
la tristeza y en la desilusión.
Don Bosco nos ha enseñado que el deseo de felicidad encuentra plena expresión cuando
persigue el bien total de la persona, en la comunión con los hombres y con Dios: sólo una «vida
buena» puede llenar el corazón de alegría y paz. La virtud de la templanza introduce una singular
medida en los deseos de la persona y hace posible el ordenamiento de sus afectos y la serenidad del
corazón. La insistencia de Don Bosco en cultivar la virtud de la castidad no es meramente en vista
de una sublimación de las pulsiones, o de un simple control de los deseos, o de extirpación de la
pasión: se trata más bien de hacer crecer la transparencia interior de la persona y de orientarla hacia
una visión de la dignidad y belleza de otras personas y a la auténtica contemplación de Dios,
reservada a los «puros de corazón»: «Bienaventurados los puros de corazón, porque verán a Dios»
(Mt 5,8).
En una frase particularmente significativa de Santo Tomás de Aquino, manifiesta la nota
fundamental que la virtud de la castidad asegura a la vida moral. Dando un sentido metafórico a la
castidad, él afirma: «Si Dios es la delicia de nuestro corazón, nuestro afecto está allá donde debería
estar, y no permitiremos adherir nuestro corazón a aquellas realidades que van contra su diseño»
(Santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, IIa-IIae, q. 151, a. 2).
San Agustín trae a la luz la íntima relación que existe entre las virtudes cardinales y el amor
que donamos a Dios y a nuestros hermanos y desde esta perspectiva considera que «la templanza es
el amor integral que se da a quien se ama verdaderamente» o también «el amor por Dios que se
conserva íntegro e incorruptible» (San Agustín, De moribus ecclesiae, I, 15, 25).
En Múnich, en el Palacio de Gobierno, existe una inscripción que tiene que ver con la
templanza: «Temperato ponderibus motu», «con un movimiento regulado por las pesas». Quien es
templado dispone de una justa medida en el empleo de las fuerzas y por lo tanto en el saber
dirigirse, demostrando dominio de sí mismo, autocontrol, orden, equilibrio, armonía. No se trata
simplemente de poner en marcha una equilibrada disposición de contrapesos, es una cuestión de
amor: sólo un corazón que ama logra armonizar la unión con Dios y el servicio a los hermanos,
trabajo y oración, estudio y actividad pastoral. No debería ser una novedad para quien está
siguiendo las huellas de Nuestro Señor, y que ha elegido profesar una «Regla de vida».
6. LA ASCESIS PARA UNA «BUENA VIDA»
La tradición de la Iglesia nos enseña que la virtud de la templanza tiene dos elementos que la
integran, la caracterizan y la identifican: el pudor y la honestidad.
El pudor manifiesta un sentido de reserva y freno por aquello que tiene relación con la
esfera de la intimidad de la persona, con particular referencia a la dimensión de la sexualidad. El
pudor responde al hecho de que la persona posee una interioridad que pertenece a ella sola, y no
debe ser invadida por miradas de otros, para ser gozada como un mero objeto de deseo. Nuestra
sociedad diariamente nos suministra una notable abundancia de estímulos eróticos y por cierto que
esto no contribuye al equilibrio personal y hace más fatigoso el camino espiritual. Nos damos
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cuenta que a la pérdida del sentido del pudor sigue la pérdida de una clara y distinta visión de los
valores de la sexualidad, la banalización del cuerpo humano y la degradación ética de los
encuentros interpersonales. Podremos alargar los confines de la reflexión interpretando la falta de
pudor como una falta del sentido de la medida. De todo esto resulta el no tener nunca paz, de
encontrarse constantemente nervioso, curioso de modo invasivo, de no disponer de un límite
preciso. No logramos satisfacer nuestros deseos y nuestras exigencias y nos lanzamos a nuevas
aventuras. La falta del sentido de la medida se trasforma en avidez, ambición, convencimiento que
todo es posible. Quien no tiene sentido de la medida puede llegar a perder el respeto por la propia
comunidad religiosa, y llegar a ser insensible delante de los sufrimientos de los hermanos, a no
respetar las reglas de la vida común...
La búsqueda de un «bien honesto» pasa por explorar un bien digno de honor y de amor. La
honestidad nos llena de orgullo frente a la grandeza de aquello que nos ha estado dado y nos
impulsa hacia la belleza de un estilo y forma «buena» en nuestro vivir. Dice San Agustín: «Por
honorable entiendo aquello que es bello para la mente y a esto lo llamamos propiamente como un
don espiritual» (San Agustín, De diversis questionibus, 83, 30). La respuesta a la llamada de Dios
en la vida consagrada coincide con la búsqueda de la belleza espiritual que consiste en la virtud. La
vida consagrada que hemos elegido se distingue por el amor a las cosas honestas y la sensibilidad
por aquello que es espiritualmente digno y hermoso.
Don Egidio Viganó, comentando la virtud de la templanza, elenca una serie de virtudes que
la hacen crecer armónicamente: «la continencia, contra las tendencias de la lujuria; la humildad,
contra las tendencias de la soberbia (…); la mansedumbre, contra los arrebatos de la ira (…); la
clemencia, contra ciertas inclinaciones a la crueldad y a la venganza; la modestia, contra la
vanidad de la exhibición del cuerpo (…); la sobriedad y la abstinencia, contra los excesos en las
bebidas y en el comer; la economía y la simplicidad, contra la liberalidad del derroche y del lujo;
la austeridad en el tenor de vida (una vida espartana), contra las tentaciones del comodismo» (E.
Viganó, Un progetto evangelico di vita attiva, LDC, Torino 1982, p. 120).
Tarea de la templanza es aquello de evitar los excesos, las exageraciones que podrían hacer
grandes daños. Por este motivo en muchas representaciones pictóricas la templanza es representada
por una mujer con una antorcha y un jarrón, elementos que representan el fuego y el agua. Estos
elementos personifican los excesos opuestos, así como las experiencias de un incendio o de una
inundación, son una intimidación y una amenaza para la vida. Pero al mismo tiempo, el fuego y el
agua son elementos esenciales a la vida. Se trata, entonces de tener un comportamiento equilibrado
en sus resguardos, de saber utilizarlos con la justa medida, aprendiendo a dominarles y a tenerles
bajo control. Entre las alegorías de la templanza encontramos, de hecho también el látigo y las
riendas, instrumentos que ayudan a tener bajo control las diversas fuerzas, a guiarlas y a
estimularlas.
La tradición de la Iglesia nos enseña a disciplinar el deseo, mejor aún, a educarlo. El deseo,
que está en nosotros incluso antes que salga a la luz de la conciencia, es la «casa» en la que
nacemos. La condición para que no seamos «expulsados de la casa» es reconocer la ley y saber
obedecer a la misma. La ley moral está al servicio de la verdad del deseo y de la virtud; la
templanza impide al deseo de asumir una forma vaga y de perderse en la inquietud y la dirige hacia
una dirección que puede llevar a una vida verdaderamente realizada y «buena».
7. LA «SOBRIA EMBRIAGUEZ» DEL ESPÍRITU
Durante siglos, en la oración de las Completas, ha resonado esta invitación: «Sean sobrios y
estén siempre alerta» (1Pe 5,8). Estas palabras ponían en guardia a la noche juzgada como
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particularmente rica de potenciales insidias. En la noche, cuando las defensas del alma son más
débiles, el diablo tenía la posibilidad de vencer la partida. Las palabras resonaban de modo
imperativo: «¡Sean sobrios y estén siempre alerta!». El dormir, más que un tiempo de reposo se
presentaba como un momento de tropiezo. «Yo dormía, -dice la esposa- pero mi corazón velaba»
(Cant 5, 2).
La sobriedad es, por lo tanto, una gran metáfora para expresar la existencia de una mirada
vigilante y la noche es una imagen para afirmar que cuando no se espera la venida del Señor, ésa
llega improvisa e inesperadamente como la de un ladrón: «ustedes saben perfectamente que el Día
del Señor vendrá como un ladrón en plena noche… No nos durmamos, entonces como hacen los
otros: permanezcamos despiertos y seamos sobrios» (1Ts 5, 2.6). San Pablo nos da a entender que
la sobriedad, y así mismo la templanza no son sólo un modo de pertenecer y vivir en este mundo
con un mayor sentido de la medida; al contario, quien es sobrio y vigilante sabe que el escenario
que este mundo nos presenta no es el definitivo y que la vida está destinada a plenificarse en el
Amor de Dios.
La propuesta formulada por San Pedro en su primera Carta a ser vigilantes y a mantener la
sobriedad es una invitación a no vivir más como en un tiempo pasado, sino a aceptar y hacer
realidad el mensaje de la salvación del Señor Jesús: «Por lo tanto manténganse con el espíritu
alerta, vivan sobriamente y pongan toda su esperanza en la gracia que recibirán cuando se
manifieste Jesucristo. (1Pe 1,13). La espera está dirigida a un encuentro con el Señor que ya llega.
El vocablo «sobriedad», en el lenguaje común, se refiere a la cualidad humana que regula el
consumo de las bebidas alcohólicas. El término se opone al estado de embriaguez. En la antigüedad
existía un autor, Filón de Alejandría, que por primera vez ha unido dos conceptos opuestos, creando
de este modo una famosa unidad de dos opuestos: «sobria embriaguez» (nefàlios méthe, sobria
ebrietas). Para los Padres de la Iglesia la «embriaguez espiritual», la «sobria embriaguez
espiritual», tiene la raíz no en el conocimiento racional del misterio de Dios, sino en el asiduo
contacto con su presencia, en modo particular a través de la Sagrada Escritura y en la Eucaristía.
El camino espiritual personal y comunitario de estos últimos años ha recorrido las vías de la
«lectio divina» y de la Eucaristía como fuentes privilegiadas de la comunión fraterna: «La escucha
de la palabra encuentra su lugar de privilegio en la celebración de la Eucaristía. Este es el acto
central de cada día para toda comunidad salesiana que lo celebra como una fiesta en una liturgia
viva. En ella la comunidad celebra el misterio pascual y recibe el Cuerpo de Cristo Inmolado, para
construirse en él como comunión fraterna y renovar su compromiso apostólico. (…) La presencia
de la Eucaristía en nuestras casas es para nosotros hijos de Don Bosco motivo para visitar
frecuentemente al Señor. De él sacamos dinamismo y constancia en nuestros trabajos por los
jóvenes» (Const 88).
Se requiere sobriedad para tratar con el misterio de las personas y con el misterio de Dios.
La sobriedad conduce a la oración, al «saber tratar con el misterio». Una mirada sobria del
corazón y de la mente hace florecer actitudes de prudencia y salvaguardia, atención y cuidado,
respeto y escucha de los hermanos. Una mente sobria es una mente capaz de donar aliento y
atención, sorprende por su capacidad de aprender a confiar y a responder a la confianza depositada
en él. La sobriedad «ensancha» el corazón porque puede contener en abundancia el Espíritu de
Dios: «espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de
conocimiento y de temor del Señor» (Is 11, 2).
El tema del Capítulo General nos empeña a una profunda renovación personal y
comunitaria, para un redescubrimiento de nuestra identidad carismática, y para una renovada pasión
apostólica en la delicada tarea de la educación de los jóvenes. «Don Bosco -nos recuerda el Rector
Mayor- fue un santo educador que amó profundamente y supo hacerse amar, practicando en grado
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heroico la templanza. Aquello que Don Bosco había pedido a Don Rua, enviándolo como joven
Director a Mirabello, “procura hacerte amar”, es posible sólo con una fuerte ascesis que nace de
la práctica constante de la templanza. Para Don Bosco ésta es siempre la función de la mística del
“da mihi animas”, porque es una disciplina de educación en el don de sí mismo en el amor: “Señor
¡haz salvar la juventud con el don de la templanza!”» (ACG 413,p. 52).
8. CONCLUSIÓN
Muy recordados Hermanos, creo que luego de esta reflexión, vendrá espontáneo en muchos
de ustedes el decir: también esta vez “¡qué larga resulta la Carta del Inspector!”. Ciertamente que
tendrán razón, pero son reflexiones que en primer lugar me las hago para mí mismo, procurando
interiorizarlas para adentrarme siempre más en la vida del Espíritu. Es mi deseo proponérselas
también a ustedes, no con la finalidad de que procuren una lectura veloz y superficial, ni tampoco
con el objeto de contarles noticias de familia, cosa que intento hacer en otros momentos con breves
y acotadas comunicaciones, sino que con mis cartas quiero compartir con Uds., queridísimos
Hermanos, algunos temas importantes, que tocan la esencia de nuestra vida espiritual, con el deseo
que puedan ser motivo de reflexión personal y comunitaria. No tienen la pretensión de ser leídas de
un tirón, sino que quieren servir como marcas para ser meditadas durante el arco de todo el mes.
Quieren ser la comunicación profunda de un padre que quiere compartir con sus propios hijos
aquello que siente y vive en su corazón. Pretenden ser las comunicaciones de alguien que desea
manifestar a sus hermanos, a quienes quiere con todo su ser, el fruto de sus reflexiones personales, y
poder lograr un lenguaje común que nos permita crecer en el Amor de Dios y en la comunión de
vida y de acción. Nos hace bien que se nos confronte en lo que somos y hacemos. ¿Cómo
podríamos alcanzar la “estatura de Cristo” si no es reflexionando y mirando nuestra vida a la luz del
Evangelio, de las Constituciones y del Magisterio de la Iglesia?
Les auguro a todos y a cada uno un feliz año educativo pastoral, asegurándoles mi más
sincera oración, para que el Señor haga fructificar su trabajo educativo y evangelizador en medio a
nuestros queridos jóvenes. Este saludo y augurio lo extiendo a todas las Comunidades EucativoPastorales de nuestras presencias, a todos nuestros queridos y queridas laicos y laicas que
comparten el carisma y la pasión educativa de Don Bosco, y quiero hacer llegar mi afectuoso saludo
a nuestros apreciados jóvenes y sus familias.
Desde el 3 al 12 de marzo estaré ausente para participar a los Ejercicios Espirituales
predicados por el Rector Mayor, junto a todos los Inspectores de las dos Regiones de América, en
San Paulo (Brasil). Les pido, queridos hermanos, que me acompañen con la oración para que este
tiempo de intensa meditación y oración me ayude a hacer un sincero camino de conversión y de
vida interior.
Que la Virgen Auxiliadora bendiga su generosidad, nos haga siempre más disponibles a la
misión y nos acompañe en este tiempo fuerte de Cuaresma, a través de una renovada conversión.
P. Alberto Ricardo Lorenzelli Rossi
Inspector
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