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29 de junio de 2015 — buzos www.buzos.com.mx argos COLUMNA JASSÓN CELIS 39 [email protected] > Economista por la Universidad Nacional Autónoma de México e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales. El problema del método, la tragedia griega Las ciencias exactas, sobre todo las formales o no experimentales, sólo admiten principios, resultados y hechos demostrables a través de sistemas lógico-matemáticos aplicados en sistematización, cuantificación repetible o deducciones calculables. Su objeto de estudio inmediato no es el mundo físico, la realidad concreta, sino formas del pensamiento debidamente estructuradas y ligadas entre sí, de modo tal que la sistematización del conocimiento que resulta de su estudio puede ser aplicada a esta realidad concreta. La validación de las teorías planteadas por las ciencias formales se lleva a cabo también a través de una serie de herramientas e instrumentos (proposiciones, axiomas, definiciones, reglas de inferencia) que se entrelazan generalmente en forma de silogismo, del que se podría decir que es el instrumento básico del pensamiento deductivo, con el que se llega a conclusiones lógicamente incontrovertibles. Si todo B es A, y todo C es B, entonces todo C es A. Este tipo de construcciones son características del pensamiento deductivo: va de lo general a lo particular; se extraen consecuencias a partir de una proposición que se supone universalmente válida y pretende inferir algo observado partiendo de una ley general. Por ejemplo: Si todos los alemanes son ordenados, y Hans es alemán, entonces Hans es ordenado. De algo observado (el hecho de que Hans sea ordenado) se deduce que todos los alemanes son ordenados. Las conclusiones así obtenidas se podrían llamar analíticas, y encuentran solidez tanto en la construcción del silogismo como en la validez de las premisas, no necesariamente en su validez en la realidad; sólo por contrastar, recordemos que las ciencias naturales (física, química, biología, etcétera) y las sociales (ciencia política, economía, historia, etcétera) demuestran sus conclusiones de manera empírica, o sea, verificándolas concretamente con lo que sucede en el mundo material concreto. Pues bien, a finales de siglo XIX, tres economistas* pilares de distintas escuelas de economía publicaron dos obras que buscaban cambiar radicalmente la base del estudio de esta ciencia e intentan darle el carácter de una ciencia formal, más que social (no por nada eliminaron el incómodo apellido de “política” para dejar su nombre en “economía”) atenida a principios universales y a agentes totalmente racionales que se comportarán siempre da la misma manera, buscando la maximización de su bienestar y que tiene información perfecta sobre todos los fenómenos económicos. La economía se transforma, pues, en una ciencia que estudia a los individuos aislados (tanto de su contexto histórico como de sus condiciones sociales objetivas) como agentes optimizadores, todos idénticos entre sí, pues sus actos estarán siempre impulsados por la maximización de su satisfacción, el homo economicus. Esto tiene implicaciones gigantescas y tan vastas que no sólo no pueden explicarse aquí, sino que siguen dividiendo hoy en día a dos posiciones teóricas radicalmente opuestas sobre el método económico. Ya hemos hablado en ocasiones anteriores de la aciaga fatalidad que vive hoy el pueblo griego, y del infamante vía crucis que ha tenido que vivir de febrero a la fecha para tener satisfechos a sus cancerberos (el Fondo Monetario Internacional –FMI–, la Comisión Europea y el Banco Central Europeo, y claro, ¡todos los intereses que estos organismos representan!). Syriza ha aplicado al pie de la letra lo que estos magos de la ciencia le han impuesto y, sin embargo, los problemas no sólo no terminan, sino que se profundizan. En resumidas cuentas, le han pedido a Grecia las mismas medidas de austeridad de siempre: recorte del gasto público, recorte del fondo de pensiones, aumento de im- puestos, eliminación de las negociaciones laborales colectivas, ‘reestructuraciones’ salariales (por no llamarle recortes), superávit fiscal; además, tan sólo para el FMI, un pago de mil 600 millones de euros del cinco al 19 de junio (que al momento de escribir estas líneas era casi seguro que no se pagaría). Esas medidas de austeridad están dictadas por recetas teóricas que vienen desde la más pulida ortodoxia económica. Las crisis económicas se resuelven con medidas de austeridad. Grecia es un país en crisis; por tanto, Grecia debe someterse a las medidas de austeridad. Nada más. No importa que Grecia sea hoy un país que tiene dos suicidios diarios a causa de la crisis; que el fondo de pensiones se haya reducido ya 45 por ciento, que los salarios hayan descendido ya 60 por ciento, que tenga a más del 60 por ciento de los jóvenes desempleados. Por si fuera poco, Europa dice haber invertido 240 mil millones de euros a la economía griega; pero de acuerdo con el FMI ¡sólo el 11 por ciento se ha inyectado a la economía real! ¡Por que el 89 por ciento ha ido directamente a los bancos y al pago de la deuda! ¿Cómo pueden funcionar las ya de por sí endebles recetas teóricas? ¡A este paso Europa va a matar de hambre a los griegos, a 11 millones de seres humanos con sentimientos, preocupaciones, necesidades, esperanzas que no son sólo agentes económicos racionales! Pero eso no le importa a los grandes tiburones económicos, porque no someterse a la austeridad es ir en contra de las universalísimas leyes económicas. La infamia de la ciencia económica actual y la estricta “cientificidad” de sus aplicadores es la verdadera tragedia de Grecia. *William Stanley Jevons en Inglaterra (Theory of political Economy, 1871), Carl Menger en Austria (Principios de Economía, 1871) y León Walras en Lausna, Suiza (Elementos de Economía Política Pura, o teoría de la riqueza social, 1874).