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Transcript
Cartas de Benarés
Jean M. Rivière
VII
Hinduismo y Cristianismo
Título de la obra original:
Lettres de Bénarès.
Éditions Albin Michel. Paris, 1982. Traducido del
francés por Emilio Faro.
[email protected]
Maquetado con TEX.
Vigo, 15 de Noviembre de 2015
Me planteáis una cuestión cargada de consecuencias: ¿Cuál
es la posición religiosa del Hinduismo cara al Cristianismo?
¿Hay esperanzas de “conversiones” de la India a la fe cristiana?
¿Cómo reaccionan los pandits de Benarés a los embites de
ecumenismo y de síntesis religiosa de Occidente?
En este país y en esta ciudad en que la religión juega un
papel esencial, donde todos los actos de la vida están bañados
por el numinum de lo sagrado, el problema que os interesa ha
sido debatido con frecuencia. Voy a responderoslo con toda
franqueza, a pesar de las conclusiones, quizás decepcionantes,
que ello implique.
La India ha conocido el impacto del cristianismo desde hace
mucho tiempo; las viejas cristiandades de Travancore cultivan
la piadosa leyenda de haber estado fundadas por el apóstol
Santo Tomás, pero han vivido aisladas y replegadas sobre sí
mismas. Ciertamente la región de Malabar, al suroeste de la
India, ha estado evangelizada desde hace verdaderamente mucho tiempo y estuvo relacionada con la Iglesia de Edeso; la
cristiandad India se unió durante el asedio de Selecia-Tesifonte
hacia el año 450 cuando la Iglesia de Persia y Mesopotamia comenzó a reafirmarse de nuevo. La llegada de los Portugueses,
los pranghis, a Goa y su trabajo de colonización llevaron la propaganda cristiana a las regiones que dominaron, pero su éxito
fue pobre. Fue entonces cuando apareció Roberto de Nobili,
nacido en Toscana en 1577, noble de nacimiento y misionero de
la orden de los Jesuitas; desembarcado en Cochin para estudiar
el Tamil, se estableció seguidamente en Madurai. El joven Jesuita comprendió que para convertir a los hindús, hacía falta
dirigirse a la casta de los bramines y de los jefes religiosos de la
comunidad. Habiendo estudiado el medio hindú, Nobili pensó
que para ser aceptado por los medios tradicionales, hacía falta
utilizar nuevos métodos de apostolado; esos fueron llamados
3
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los ritos malabares. Nobili se presentó a los hindús como un rajá,
un príncipe de su país que se había convertido en sannyasin,
fenómeno frecuente en la India. Se vistió la túnica ocre y vivió
la vida de los ascetas. Pudo así convertir al Catolicismo a algunos hindús de casta alta. Les permitió conservar el cordón
bramánico, el kudumi (que era entonces bendecido), el mechón
de cabello que todo bramín lleva en la cima de la cabeza, el tali
para sus mujeres, joya nupcial de oro, y la aplicación ritual de
la pasta de sándalo sobre el cuerpo. Estas pocas modificaciones
externas destinadas a salvaguardar al menos las apariencias
de la casta fueron duramente criticadas por los superiores de
Nobili; autorizados inicialmente por Gregorio XV en 1623, los
capuchinos atacaron los ritos malabares y denunciaron en Roma las prácticas utilizadas por los jesuitas, sus enemigos de
siempre. La condenación definitiva fué decidida por Benito XIV
en 1744 y la misma bula potificia abolió los ritos chinos de los
jesuitas en China. Nobili había muerto en 1656 y no conoció la
amargura de la condenación de su obra.
La Iglesia cristiana en la India comprende alrededor de diez
millones de miembros; comporta los grupos siguientes: la Iglesia Malabar de rito oriental con dos comunidades, una católica,
la otra jacobita, esta última remontándose a los monofisitas de
Siria del siglo VI; la Iglesia Malankar de rito oriental, proveniente de los jacobitas, pero unida a Roma desde 1930; la Iglesia
Católica de rito latino; las misiones protestantes, protegidas y
ayudadas por la Compañia Inglesa de la India en su época y
que se unieron entre ellas en la conferencia misionera de Madrás en 1900. La acción de estas iglesias cristianas es débil en
general y no toca, de hecho, más que a las castas bajas. El P.
Monchanin, de quien voy a hablaros, escribió a propósito de
esto que « la Iglesia no ataca más que a las presas fáciles y es
mucho más ávida de resultados espectaculares y de iniciaciones en masa que de conversiones profundas y auténticas ». Este
juicio es severo pero justo; el número de “cristianos de arroz”,
5
es decir hindús de baja casta convertidos al Cristianismo por
algunos sacos de arroz, aumenta las cifras de las estadísticas de
la Propagación de la Fe; pero ¿de qué fe se trata?
Digámoslo de forma bien sencilla: El Cristianismo continúa
siendo una religión extranjera en la India, incluso cuando es
profesada y predicada por un sacerdote hindú. La India no
tiene necesidad alguna de importar de fuera ninguna religión
sea la que sea; su riqueza espiritual le llega ampliamente. Esta
es la opinión general de los hindús.
El último intento interesante de conversión de la India ha
sido el del abad J. Monchanin, nacido en 1895, muerto en 1957,
quien intentó renovar la experiencia de Nobili sobre un plan
moderno y con una profundidad mucho más interesante. La
figura de este apostol es bella; fue un alma cristiana devorada
por su fe. Sacerdote en Lyon, soñaba con evangelizar la India
y, en 1938, entró en la Sociedad de Auxiliares de Misiones; en
1939 estaba en el sur de la India y de 1939 a 1949 fue cura en
aldeas de la India. En 1950, fundó en Kulitalai, a orillas del
rio sagrado, el Kaveri, una ermita dedicada a la Trinidad a la
que llamó el ashram de Satchitananda, representando el triple
símbolo védico del Ser. Enfermo, fue llevado a París en 1957,
donde murió.
Su conocimiento de la India era seguro y profundo; sus
trabajos sobre la cultura dravídica, su dominio del Tamil y del
Sánscrito, sus estudios del Hesicasmo1 , muestran lo extensa de
su información. Su experiencia espiritual fue muy interesante
pues no fue solamente un misionero europeo en la India, sino
que creó un ashram cristiano en el cual él y un benedictino,
el P. H. Le Saux, vivieron como sannyasis la vida ascética hindú; vistieron la túnica ocre y dieron una apariencia hindú a
sus ritos. Esta fundación benedictina era audaz y los medios
eclesiásticos la juzgaron a veces severamente. La experiencia
1 Movimiento religioso de la Iglesia ortodoxa que da gran importancia a
la tranquilidad. (Nota del traductor.)
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de esta presencia cristiana, silenciosa como la de Charles de
Foucauld en África, era una tentativa nueva de conversión de
la India.
Lo que resulta interesante es saber cómo fue recibido en
la India el mensaje cristiano llevado por este ser excepcional.
Todo estaba a su favor: la verdadera santidad del mensajero,
sacerdote y monje, su conocimiento perfecto del medio, de las
costumbres y de las gentes que codeaba, sus estudios profundos de la teología cristiana y de las escrituras de la India. Su
experiencia me parece importante; tenemos la suerte de poseerla por escrito en sus Ermitas de Satchitananda y sus Escritos
espirituales en los que el P. Monchanin nos libra sus esperanzas,
sus sueños y sus encuentros.
Constituyó un bello sueño de apostolado cristiano en la
India y sus obras están llenas de esperanza conmovedora, pero
este lyonés no perdió jamás el sentido de las realidades y de la
comesura en los juicios que hizo sobre sus experiencias humanas. Su testimonio de diez años de estancia en la India es por
tanto precioso. Hélo aquí:
« Desde que vivimos retirados, hemos podido tener contactos espirituales con los hindús que de otra forma jamás
habríamos conocido. Esto no quiere decir, es verdad, que estén maduros para la conversión. Cuanto más les frecuento más
comprendo el abismo que nos separa de ellos (y me refiero a nosotros: cristianos, no nosotros europeos). Ellos no son inquietos.
Al menos no con una inquietud acerca de su religión. Algunos
—los mejores, los más humildes— se sienten muy lejos de su
propio ideal. Pero no atribuyen jamás sus fracasos espirituales
a su doctrina o disciplina. Ellos veneran y aman a Cristo, le
igualan a los más grandes, pero no consienten en reconocerle
un lugar único. Adoran a Dios, ya sea en el universo, que identifican de buen grado con sus manifestaciones, la parte más
externa de si mismos, o, más generalmente, en su propio interior, como la Norma oculta, el Ser de su Yo. La personalidad de
7
Dios les parece solamente una representación antropomórfica
a superar; al igual que la personalidad del hombre les parece metafísicamente ligada al egoismo, ellos aceptan gustosos
—incluso desean— la perspectiva de su propia desaparición en
tanto que conciencia distinta, desaparición que condiciona ante
sus ojos su identificación con la Conciencia infinita que no comporta ya distinciones, siendo todo simplicidad. Todo lo que un
cristiano puede hacer es esforzarse en ser testimonio de Cristo
ante ellos y, desde lejos, preparar Su venida a la manera del
Bautista...
»Encontramos en nuestros hindús una creencia y una incomprensión semejantes del Cristianismo. Están convencidos
de tener en su religión la forma más alta de lo sagrado. Y
cuanto más religiosos son, más lejos están de Cristo. Comprenden más facilmente la meditación que la oración vocalizada o
los sacramentos, y es en su corazón donde encuentran a Dios.
Sin embargo, sienten gran veneración por Jesucristo en quien
ven una manifestación suprema de Dios. No tienen ninguna
atracción por la Iglesia: lo humano, muy claramente, les oculta
lo divino. Y tienen horror a toda conversión, que les parece
traición y ligereza. El Cristianismo, religión del tiempo, de la
historia, de la Encarnación les parece una sabiduría imperfecta.
En este sentido, a diferencia de Einstein y de Spinoza, ellos le
dan la espalda al universo.
»Los simples no piensan tanto en ello y se contentan con seguir sus costumbres. Para ellos todas las religiones son válidas:
“Caminos hacia Dios, parecidos a los rios que se pierden en el
mar...”
»Siento también mi ineficacia. Los hindús conscientes de su
hinduismo y, sobre todo, los bramines, no tienen ninguna inquietud. Viven en un sistema cerrado si bien que sus contornos
son flotantes —y permanecen abiertos hacia el infinito— y en
él encuentran su alimento espiritual. No sé mediante qué voz
el evangelio de un Cristo único (lo que encuentran exorbitante)
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puede alcanzarles. Cuanto más Santos son, más lejos están...
»La ausencia de inquietud espiritual del hindú típico es, sin
duda, la prueba más dura para el que viene de Occidente: se
preferiría no importa qué forma de desesperación. »
Unos meses antes de su muerte aún escribía:
« El quid de la cuestión es que los hindús no son espiritualmente inquietos: creen poseer la sabiduría suprema y, por
lo tanto ¿qué les importan las fluctuaciones o las investigaciones de los postulados de la sabiduría menor? Cristo es uno de
los avatares. El Cristianismo es, a sus ojos, una moral perfecta,
pero una metafísica que se detiene en el umbral de la última
metamorfosis. »
He dejado hablar a los textos y no he querido resumir una
exposición tan elocuente. Confirma absolutamente los testimonios personales que yo he podido recoger.
La persona de Jesús les plantea problemas a los hindús; cosa
curiosa pero lógica. No discuten el lado sagrado del mensaje
evangélico y admiten los milagros, los hechos sobrenaturales y
parapsicológicos que allí abundan. Éstos encajan en las creencias hindús: los testimonios de sus videntes, de sus jivanmukta,
de sus yogis, los han acostumbrado a estos fenómenos de lo
invisible. Pero la vida y la actividad de Jesús descrita por los
textos no les parece corresponder a la realidad histórica. Hacen
suyas las palabras del profesor de la Universidad de Marbourg,
Prof. Bultmann, cuando escribe que « no podemos saber practicamente nada de la vida y de la personalidad de Jesús porque
las fuentes cristianas que poseemos, muy fragmentarias y rodeadas de leyenda, no manifiestan ningún interés sobre este
punto, y porque no existe ninguna otra fuente sobre Jesús... » y
Bultmann concluye: « En lo que me concierne, pienso que Jesús
no es considerado como el Mesias. »
Para la India, Jesús es un Avatar, una descensión del Poder
divino sobre la Tierra; una parte de esta esencia está incorporada en la forma humana que ha elegido el Señor. Los Avatares
9
son ante todo instrumentos de liberación, y este concepto se
aplica a Jesús que ha sido o querido ser, dicen los hindús, un liberador espiritual de la raza a la que perteneció humanamente,
el pueblo judío; el drama que tuvo lugar fue la consecuencia
de la negación de este pueblo a reconocerlo como mensajero de
liberación espiritual.
Los hindús consideran capital, en la vida de Jesús, su encuentro con Juan el Bautista. El profeta judío había fundado
una secta y utilizaba el bautismo para iniciar a sus miembros
en una atmósfera escatológica, como lo hacían entonces los
Esenios. Parece cierto que Jesús formó primeramente parte de
la secta del Bautista y que el grupo que seguidamente se formó
alrededor suyo, se separó de aquél que rodeaba a Juan, con las
rivalidades que subraya el Evangelio. Ocurrió, tras el bautismo de Jesús, un fenómeno que influyó a éste profundamente
y tal vez determinó su vocación. Los hindús creen que este
bautismo fué un rito de iniciación, diksha, una consagración;
la diksha hindú comporta mantras, la abhisheka, la ablución de
agua consagrada sobre el candidato afin de purificarlo y el don
de la doctrina secreta, rahasya. El iniciado queda transformado,
transfigurado a veces por esta consagración que creó en él un
hombre nuevo. Los hindús piensan que el bautismo de Juan
transfiguró a Jesús quien tuvo entonces la revelación de su
misión de Avatar como parece indicarlo el Evangelio haciendo
intervenir míticamente una voz celeste que fue, de hecho, la
llamada del SER en Jesús.
La muerte atroz e injusta de Jesús, inmolado por el fanatismo religioso y la Razón de Estado, impresiona siempre a los
hindús, tan sensibles a la santidad del misterio de la vida y a su
respeto. Hay que subrayar, por otro lado, que el pensamiento
hindú rechaza con horror la interpretación cristiana que Pablo
propagó para explicar el drama del Calvario. Pablo utiliza para
ello una concepción judía: la muerte de Cristo ha redimido el
antiguo pecado de Adán. Por la desobediencia del primer hom-
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bre esta criatura ha ofendido a Yahvé y provocó su cólera. En
toda la economía judía y cristiana hay una noción de deuda a
saldar, de ofensa a Dios a reparar, de cólera divina a apaciguar,
de perdón a obtener. Los hombres nacen pecadores y son “vasos de cólera, hijos de cólera”. La muerte de Jesús en la Cruz ha
redimido el pecado de Adán y ha tenido el valor de sacrificio
expiatorio. Su sangre ha pagado nuestro rescate. Dios envió
a su hijo bienamado para convertirse en esta víctima; así ha
sido apaciguado y su justicia ha sido satisfecha; de ser “hijos de
cólera” hemos pasado a ser “hijos de Dios”. Una tal economía
de la salvación, una tal perspectiva de venganza judicial digna
de un Baal semítico, convertido en dogma fundamental del
Cristianismo, repugna a la India.
La India tampoco admite la pretensión de la Iglesia cristiana de poseer la única Revelación divina en el tiempo y en el
espacio ni que el mensaje bíblico sea la única Palabra de Dios
auténtica y completa. De todas las tradiciones sagradas que
han conocido las diversas civilizaciones, sólo el Cristianismo
sería la expresión de la Verdad total y definitiva. El pensamiento hindú rechaza absolutamente esta afirmación desde todas
las fibras de su sensibilidad religiosa. « Si los mandarines occidentales se hubiesen sentado unos dias a los pies de un Sabio,
habrían comprendido la inutilidad del ruido de sus escritos »,
se me ha dicho.
El humilde sannyasi cristiano, el P. Monchanin, ha comprendido mucho mejor el fondo del problema sin tener la pretensión
de presentar una solución: « Todas nuestras tentativas de reinterpretación cristiana del advaita, del karma, del svarga... están
avocados al fracaso si se consideran los resultados apostólicos
inmediatos... Fiel a su tradición el hindú no aceptará jamás
como guru más que a aquél que manifiestamente ha “realizado”
a Dios, como dicen por aquí, es decir aquél que ha encontrado
a Dios en lo más profundo de si, en la fuente y en el origen de
su propia vida y vive además en este centro, y todo su com-
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portamiento traduce esta realidad interior. La habilidad técnica
cuenta poco, poco también la ciencia e incluso la amistad humana, cuando el hindú verdaderamente religioso se adentra en
el terreno espiritual. Nadie será jamás reconocido aquí como
guru ni, por tanto, como autorizado a enseñar la via que lleva
a Dios —es decir, a dar testimonio de ella— a menos que sea
humilde y pobre en su vestimenta y en su morada, frugal en su
alimentación, agradable en el trato y sea capaz de permanecer
inmóvil mucho tiempo, fijo en el interior, atma nishta, recogido
en el Ser... »
Palabras sabias y verdaderas, nacidas de la experiencia cotidiana y directa de un cristiano espiritual, en medio de hindús
espirituales, que ha comprendido sus exigencias; estudiando,
por ejemplo, el concepto de los cielos cristianos en que los
elegidos cantarán eternamente (?) las alabanzas del Señor, el
P. Monchanin puntualiza: « ¿Qué atractivo puede ejercer sobre
un espiritual hindú tal presentación del cielo cristiano, antropomórfico, interesado, muy próximo del svarga, de los cielos
védicos, este paraiso temporal en que los hombres virtuosos
reciben la recompensa de sus buenas obras a la espera de regresar a trabajar a la Tierra, en fin, a la adquisición del verdadero
moksha, la liberación final del ser en Dios... »
El hindú detesta la conversión y el proselitismo religioso,
yo lo he observado muchas veces; desconfia del sacerdote o del
pastor, incluso del mejor intencionado, pues sospecha con justa
razón su deseo de convertirle, disimulado demasiado frecuentemente bajo la apariencia de un liberalismo religioso y filosófico.
Como dice una vez más a este respecto el P. Monchanin, « esta
palabra de conversión suena falsa, no precisamente por odio o
miedo de una religión considerada como extranjera o enemiga,
sino por razón de la estrechez de espíritu que implica a sus ojos,
y por el grado muy bajo de evolución espiritual que parece
comportar la actitud del alma de cualquiera que se esfuerza en
llevar a otros a compartir sus propias creencias. »
12
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El hindú desconfía con razón de los misioneros que llegan a
Asia tras los pasos de los comerciantes y de los militares “colonizadores”; el trabajo de penetración política era acompañado
entonces obligatoriamente por el trabajo misionero. Cuando
un indio malabar del siglo XVI se presentaba para el bautismo,
se le preguntaba ritualmente: « ¿Quieres adherirte a la religión
de los Pranghis (los Portugueses)? » Os repetiré que el Cristianismo continúa siendo en la India una religión extranjera
incluso cuando el sacerdote o el pastor es indio; en Benarés, en
el Cantón, cuando yo paso delante de la Saint Mary’s Church2
y veo un pastor indio con su traje de clérigo, eso me parece un
mal disfraz y dejo de estar en la India. Se respeta a la Iglesia
Cristiana, pero ella representa, para el hindú, una religión nacida en el Occidente para propagar allí el mensaje espiritual
de Jesús, Avatar enviado por el Poder Divino a una región de
la tierra. He oido con frecuecia: « ¿Qué podría aportar de más
una religión que, intelectualmente está tan alejada del espíritu
de la India? ». Y se añadía: « Nosotros tenemos nuestro Cristo,
nuestros jivanmukta, estos hombres realizados que han alcanzado la experiencia liberadora suprema; ellos están vivos y
nosotros podemos inclinarnos a sus pies, escuchar sus consejos,
recibir su bendición. ¿Porqué aferrarse a la sombra de un santo
que vivió hace 2000 años y cuyo mensaje ha sido transformado
por tantas generaciones que se ha convertido en contradictorio
e indescifrable? ¿Por qué torturarse en mantener la fe en un
fantasma mientras que nuestro Paramahamsa, nuestros gurus,
están tan cercanos a nosotros? »
Además, el ejemplo de la decadencia espiritual de Occidente no es un motivo positivo para la “conversión” cristiana de la
India. Si el primer impacto, en el siglo pasado, del Cristianismo
sobre una India somnolienta, conservadora, adormilada por siglos de confinamiento religioso bajo la dominación musulmana,
fue el de sorpresa mezclada con envidia ante las construccio2 La
iglesia de Santa María, en inglés en el original. (Nota del traductor.)
nes intelectuales modernas del Occidente cristiano y su técnica
agresiva, el contacto prolongado con este Occidente y la evolución religiosa ulterior de éste han hecho reflexionar mucho
a la élite de la India. Fosco Maraini, durante su estancia en el
Tíbet, lo nota por su lado: « A lo largo del siglo XIX nuestro
éxito y nuestra fuerza inspiraban respeto; ahora que de todo
eso no subsisten más que sombras patéticas, el verbo debe abrirse camino él solo. Entonces se le responde: Si dosmil años de
Cristianismo no os han hecho mejores que nosotros, y no han
podido siquiera establecer la paz entre vosotros ¿cuáles son las
virtudes especiales de vuestras enseñanzas, en comparación
con nuestra sabiduría? »
El hindú también tiene sus sacramentos, su forma divina
trinitaria, sus devociones, sus ritos y su culto, su accesis y su
ética; ¿qué podría recibir además? ¿Una concepción universal
mesiánica de salvación judeo-cristiana? Más bien rechaza todo
el dogmatismo que se desprende de ello pues sus frutos son
amargos. La aplicación político-social de esta concepción a las
naciones occidentales ha creado monstruosidades intelectuales
que están devorando a este Occidente.
Además, hace falta señalar un hecho importante: la India
ha conservado un tesoro precioso que ha abandonado el Cristisnismo; la figura del asceta, del cenobita, del guru, del staretz3 ,
del Instructor espiritual. Si el Hesicasmo oriental cristiano conserva todavía hoy una cierta riqueza religiosa, es gracias a los
staretz, que son quienes se la dan. La Iglesia Católica y la protestante han concebido desde hace mucho tiempo la tradición
religiosa de una forma principalmente intelectual y jurídica,
con mayor o menor inspiración bíblica, pero la solidificación
del concepto de tradición legalista ha desecado la vida espiri3 Anciano
venerable (en ruso en el original). Hombre piadoso (con frecuencia monje o asceta) que en la tradición ortodoxa rusa era respetado por
su sabiduría y al que la gente acudía en busca de su bendición o consejo
sobre cuestiones humanas y espirituales. (Nota del traductor.)
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tual de sus miembros. Se le ha dado una enorme importancia
al lado dogmático, es decir teológico de la religión cristiana
la cual ha tomado así un carácter típicamente intelectual, en
el que no hay cabida más que para la fe y la obediencia a un
Código Penal, de recompensas y castigos. El Derecho Romano
ha triunfado sobre Cristo. Los monasterios han disciplinado,
sujetado, regularizado las vocaciones ascéticas al tiempo que
la oración comunitaria, el canto de los himnos, las órdenes de
la Regla han uniformado lo que debería haber sido, ante todo,
una meditación, una búsqueda personal de la unión divina y
el éxtasis espiritual. El yogi, el guru, el sannyasi son desconocidos en el Occidente cristiano; estos maestros de las técnicas
de unión, estos instructores experimentados en la conducta de
los corazones, estos Realizados que afirman lo que han percibido en su fusión fulgurante con la Realidad no existen en
el Cristianismo de Occidente. Allí todo está codificado, reglado intelectualmente y las palabras reemplazan la realización
espiritual.
¿Cómo queréis que la India acepte el mensaje de tal confusón que, además, se presenta como la única Verdad, la única
interpretación auténtica de los misterios divinos, la única que
detenta la Salvación de los hombres? El anuncio del regreso de
Cristo, de la venida de los cielos nuevos y de una tierra nueva
en la que reinará la justicia, esta realización del plan divino de
salvación de la humanidad a través de una transformación total
cósmica es un elemento esencial en la teología de la religión
cristiana. Esta tradición se encuentra también en la teoría de
los yuga del Hinduismo con la espera de la venida del último
Avatar al fin de este ciclo. Pero, también en esto, el tono es diferente en las dos formas religiosas: la ideología judeo-cristiana
es lineal, apocalíptica, catastrófica, maniqueista, con, a fin de
cuentas, un cielo y un infierno eternos; la ideología hindú sobre
el mismo tema es cíclica, fundada sobre el eterno retorno de un
orden cósmico, rita, reflejo de la Sabiduría infinita del Absoluto.
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¿Por qué confrontar la una y la otra, querer imponer una a la
otra?
En cuanto a vuestra pregunta concerniente a la “conversión” al Hinduismo de los Occidentales, cuanto más conozco
la India más de acuerdo estoy con Jung cuando subraya la
dificultad de acercarse al pensamiento asiático y de los peligros de la utilización sin guía de sus técnicas de liberación.
Mis múltiples experiencias con Occidentales de buena fe que
han intentado acercarse al Asia del interior me han hecho extremadamente prudente y circunspecto en estos asuntos. Las
formaciones étnicas, las educaciones religiosas, las costumbres
y las idiosincracias de las diversas culturas son realidades no
sólo intelectuales sino también psíquicas. El hombre que, de
niño, ha sido educado, abrevado, nutrido, formado en un ambiente cultural religioso determinado, conserva de él un sello
ideleble; juzgará las otras religiones con ideas preconcebidas,
cuadros mentales conocidos y traducirá inconscientemente conceptos diferentes pero de apariencia semántica parecida, tales
como Dios, alma, salvación, pecado, etc., a las formas mentales
que le son familiares y que satisfarán su equilibrio interior. Él
creará, a su manera, una religión pseudo-oriental, imaginaria,
fantástica en sus contronos, mezcla (a veces escalofriante) de
conceptos cristianos y asiáticos, una gnosis sin valor, donde
querrá conservarlo todo: las queridas imágenes cristianas de su
infancia y las teosofías orientales que haya podido encontrar
en su camino. Este nuevo romanticismo asiático no conduce a
nada profundo, pues es esencialmente superficial y puramente
emocional.
Por esto es por lo que es difícil para el Occidental acercarse
a las formas religiosas asiáticas, a menos que sea a consecuencia de circunstancias excepcionales, tales como el fenómeno de
la reencarnación con la presencia de vasanas poderosas, este
encuentro se convierte en un “recuerdo de memoria” al modo
platónico. Otro peligro, en fin, ha aprecido estos últimos años:
16
en esta desaparición de lo sagrado en Occidente, en la secularización total de los rituales, en este vacío religioso angustiante,
lo peor de Asia ha venido para aprovecharse de esta inquietud
espiritual. Un tropel de barbudos orientales, vestidos de amarillo o de ocre, mercaderes de yoga misterioso o de meditaciones
extraordinarias, nuevos farsantes espirituales, se han abatido
sobre un Occidente desamparado. Estos swamis, sadhus, maharajas, maharisis y otros, despreciados en la India donde son
bien conocidos y juzgados como aventureros, se aprovechan de
la angustia religiosa de los jóvenes, les drogan con lo que sea
necesario, les hipnotizan y les convierten en obedientes sirvientes. Sus conocimientos del pensamiento asiático son nulos y de
hecho no representan más que su propia engreida vanidad, su
falsa mística y su deseo de ganancia. Viajan en avión particular,
en coche especial, rodeados de un lujo que no habrían jamás esperado en su vida miserable en la India. Fascinan a millares de
Occidentales que se precipitan a su servicio sin siquiera tomar
la precaución de informarse sobre el nuevo guru, de juzgar su
valor espiritual, su enseñanza, sus orígines, sus antecedentes,
su autenticidad. Yo conozco el caso de un grupo de banqueros indios, de marwaris, que han pagado los desplazamientos,
la propaganda y el entretenimiento de uno de estos “sabios”,
nuevo mesias, que tuvo su hora de éxito.
De ello resultan, por la fuerza de las cosas, decepciones,
dramas espirituales, una presión psicológica intolerable que
provocan crisis profundas y dolorosas, por no hablar de suicidios, como en Georgetown. No quiero insistir sobre los resultados deplorables provenientes de prácticas mal comprendidas,
de ejercicios de yoga mal realizados, de ayunos o técnicas de
respiración mal ejecutados. Así como no creo en la necesidad
religiosa de convertir el Hinduismo al Catolicismo, igualmente soy muy reticente a lo inverso. El occidental que pasa por
una crisis espiritual debe buscar la respuesta a sus problemas
interiores primeramente en las tradiciones que le son bien cono-
17
cidas; debe apelar a los arquetipos en su tradición familiar, a
los símbolos de las creencias que conoce, a los conceptos de las
formas religiosas parecidas a la suya para encontrar la solución
de sus dudas. Todavía existen instructores espirituales, hombres probos y santos en Occidente que le podrán contestar. En
estas condiciones, el karma de cada uno juega un gran papel y
determina el acontecimiento que será la clave del despertar de
aquél que busca.
Si con toda su buena fe, él no encuentra la respuesta que
debe iluminar su corazón, si él quiere intentar buscar en la
India una Luz que no ha encontrado en Occidente, yo le aconsejo una extremada prudencia, pues ésta será para él una tierra
desconocida, difícil de recorrer, frecuentemente extraña, siempre ambvialente, deslumbrante, y en ocasiones peligrosa. La
actitud extrovertida normal y habitual que tiene en la vida, en
sus actividades, en sus pensamientos, en su emotividad, deberá
transformarse en una profunda y constante introversión. Los
dioses, los ángeles, los diablos, las iglesias, deben desaparecer,
pues éstos son velos de ilusión tejidos por su propio espíritu;
su liberación no puede ser realizada más que por él mismo,
en el secreto de su corazón, en una soledad absoluta. Que se
aventure en este mundo nuevo con calma, sin emotividad ni
entusiasmo juveniles, seriamente, humildemente, como en un
recinto sagrado. La India es una tierra muy vieja, cargada de
lo sagrado que os impregna sin que os déis cuenta; tras una
estancia prolongada, jamás se regresa de la India igual que se
estaba antes.
Es bueno prepararse para el contacto con el pensamiento hindú mediante un largo estudio, serio y ordenado, del
Hinduismo, sus formas filosóficas, su mitología, su arte, sus
escuelas de pensamiento, las formas de sus cultos. Hay en Occidente profesores especialistas, Universidades, libros, cursos
que permiten fácilmente este acercamiento y dan una visión
general y armoniosa de conjunto. Esto será evidentemente un
18
Hinduismo libresco, frio, pero exacto y sabio, absolutamente
indispensable para la marcha posterior. Sería un grave error el
comenzar por la lectura de un comentario de Shankara o un estudio de la teoría del sonido en el tantra shivaita de Cachemira.
Es esencial que las bases intelectuales de la experiencia mística
sean fuertes y sólidas. No se tendrá tiempo para tales estudios
en la India, atrapado por el aspecto vivo y en movimiento de
sus contactos, a menos, por supuesto, que uno se quede allí
durante mucho tiempo. El futuro guru, los pandits que encontrará, le hablarán con conceptos hindús con tanta naturalidad
como un monje le guiaría con ideas cristianas; es necesario que
comprenda todo el saber y toda la fuerza de las nociones que le
serán comunicadas, su valor y su sentido metafísico y religioso,
en una palabra, que le resulten naturales.
Terminada esta preparación —y ella puede durar varios
años— el viaje a la India puede tener lugar con todo conocimiento de causa. La prudencia, la circunspección deben ser
extremas, pues la vida religiosa hindú es un hervidero; nombres circulan por las calles, personajes atraen la muchedumbre,
los ashrams son célebres; el hindú tiene, en este terreno, tendencia a embellecerlo todo y a contar historias de lo más fantásticas
con la mayor seriedad. Es necesario desconfiar. Sin embargo,
lo que ayuda mucho al buscador es el hecho de que, gracias al
sistema de castas, todo el mundo conoce a todo el mundo. Es
relativamente fácil verificar la vida, los actos la reputación, el
valor espiritual de un jefe religioso o de un personaje venerado,
y de ellos existen en la India...
Queda lo irracional y, en este asunto, es éste el factor que
ordena la sucesión de acontecimientos. Tradicionalmente casi
todos los hindús tienen su propio guru y la búsqueda de uno
es comprendida y respetada en la India. Desde siglos se conoce
ese fenómeno con todas sus posibilidades, sus incidencias, sus
dificultades; una “casualidad” singular domina esta búsqueda.
De hecho se trata del contacto con lo sagrado y en eso las le-
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yes humanas ya no intervienen. Un conocido probervio Hindú
dice que « cuando el alumno está listo, el Maestro lo está igualmente », lo que quiere decir que la santa Presencia interviene
cuando el karma personal permite que se dé el Encuentro. Entonces los obstáculos materiales o la distancia no juegan ningún
papel. Hay, según la tradición, apariciones del guru en sueños
dando una iniciación completa. A veces un libro da un nombre; un hindú, anónimo e inoportuno, susurra una dirección
y desaparece; un periódico cita una conferencia y da algunos
detalles del orador; durante un viaje, en una de esas estaciones
ferroviarias típicas de la India, durante un cambio de trenes,
se entera uno de que a una hora de carro de bueyes hay un
ashram donde hay un ser santo... Las llamadas del guru toman
todas las formas; hace falta simplemente tener la sensibilidad
de oirlas.
Os lo repito, el encuentro del Instructor escapa al plan humano tanto en Occidente como en Oriente; se trata de otro
universo otra dimensión del espacio. Lo esencial es estar listo,
humilde de corazón y abierto a la llamada, tener fe sobre todo
en la certeza de este contacto adorable con lo divino que le está
prometido a todos los hombres de buena voluntad.