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NUESTRA INTERVENCION SOCIAL DESDE LA ETICA
Oscar Lázaro Cabezón
Presidente de Fundación Excelencia Social
Afirma Adela Cortina en su obra premiada con el Jovellanos 2007 que “las
emociones se basan en valoraciones, y cambiamos emocionalmente cuando
cambiamos nuestras valoraciones”. Idea que nos permite reflexionar sobre una
serie de consideraciones éticas que muestren otra sensibilidad en torno a las
políticas sociales dirigidas a las personas con discapacidad y en situación de
dependencia.
La importancia de respetar las diferencias, frente a las normalizaciones que
tratan de imponer un modelo único y excluyente-. Normalizar, si acaso, desde
la diversidad. Por ejemplo, la aplicación de la mal llamada Ley Dependencia
debe consensuar programas individuales de atención personalizados: es decir,
combinando las distintas oportunidades que ofrece su cartera de servicios... y
no conformándose con “despachar” estándares.
Cultivar unos valores sociales que nos liberen de tener que ponernos en la piel
de nadie: seguros de que todas las demandas sociales están siendo atendidas.
Un nuevo contrato social fundamentado en la responsabilidad con respecto de
las personas vulnerables: una especie de interdependencia correspondida
frente a ideales de autonomía radical e incluso independencia. ¿Cómo si no
podemos explicarnos que los humanos seamos los mamíferos más vulnerables
desde el momento del nacimiento.
Si la vida es (coincidiendo con Ortega y Gasset) el quehacer... entonces
nuestra meta solidaria ha de consistir en ayudar a quienes no pueden por si
mismos hacer su propia vida. Dar sentido a sus vidas. Diseñar proyectos
capaces de implicarles, entusiasmarles, ocuparles y preocuparles. Dar
respuesta creativa a sus necesidades, más que desplegar iniciativas
técnicas que más parecen justificar puestos de trabajo y presupuestos.
Propiciar un coherente aporte de recursos (humanos, materiales y económicos)
suficiente, y no reducirse a tomar prestados los excedentes ocasionales de los
afortunados momentos cíclicos. Es decir, definir un modelo sostenible que
tenga en cuenta las necesidades básicas de un estado de bienestar. Y en
definitiva, optar por unas u otras prioridades. Así de sencillo.
Y de este modo llegar a conjugar una ética cordial (en palabras de la
catedrática valenciana, Adela Cortina) que se ajuste a la intervención social, y
muy especialmente a las situaciones de dependencia. Reescribiendo junto a
estas personas la respuesta a sus situaciones: sustituyendo así el tradicional
paternalismo asistencial.
Entender y defender, que cada persona es un fin en sí mismo (como decía el
filósofo Kant): y no un medio ni una cosa. Y que por ello se debe empoderar o
capacitar a todos estos ciudadanos para alcanzar el pleno derecho, compartir
los deberes que correspondan, y llegar a auto-gobernarse con justicia.
Además, esta igualdad de oportunidades debe suscribirse en un entorno donde
el diálogo social sea una realidad. Donde la participación democrática para
alcanzar consensos sea toda una normalidad.
Y tomándome la licencia de volver a citar a Adela Cortina, toda esta reflexión
bien pudiera ilustrarse con las siguientes palabras:
“Ocurre con los valores éticos, con la libertad, la igualdad, la solidaridad,
la justicia, la integridad o la honradez, como con el vino. Que cualquiera
puede saberse la tabla de memoria(...) La cata de integridad, del
respeto y de la honradez es personal e intransferible, en su degustación
no hay posibilidad de nombrar representantes(..) Cualquier ser humano
puede ser un excelente catador de valores y sólo cada uno de ellos
puede serlo.” (A. Cortina, 2007; pg. 152-153)