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Tema 2. La Revolución Francesa. 1789-1799 Tema 3. La Revolución derrotada. De Napoleón a la Restauración En todos los países de Europa se consideraban buenas las ideas de la Ilustración y se gobernó de acuerdo con ellas. La misma emperatriz de Rusia y la reina de Suecia se carteaban con los filósofos ilustrados. Sólo los reyes de Francia hicieron como si no estuvieran enterados de nada y como si todo aquello no fuera con ellos. Luis XV y Luis XVI, sucesores del Rey Sol, fueron personas incapaces que sólo imitaron las formas externas de su predecesor: la pompa y el lujo, las fiestas y óperas, la construcción de palacios y jardines, etc. La procedencia del dinero les resultaba indiferente porque los reyes y sus ministros usaban el dinero del Estado como si fuera propio. También María Antonieta, la mujer de Luis XVI, fue seducida por ese ajetreo vistoso, elegante, delicado y refinado. Era una muchacha joven, de algo más de 14 años, cuando se convirtió en reina de Francia. En 1777, su hermano, el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico José II, le escribió lo siguiente: “Las cosas no pueden seguir así mucho tiempo; y, si no la previenes, la revolución será terrible”. A pesar de las advertencias todo continuó igual. Cuando doce años después, en 1789, ya no quedaba dinero con que pagar las guerras y las fiestas, el rey Luis XVI convocó en Versalles la asamblea de representantes de los tres estamentos, los Estados Generales, que no se reunían desde 1614, para que le aconsejaran sobre la manera de conseguir dinero. El primer problema que se planteó tenía que ver con el procedimiento. Las normas exigían que los representantes de cada estamento se reunieran por separado y emitiesen un voto conjunto, con lo que, como nobleza y clero siempre votaban en el mismo sentido, el resultado era previsible: estamentos privilegiados (nobleza y clero) 2, tercer estado 1. Con este procedimiento quedaba claro quién tendría que aportar el dinero para pagar la deuda del país. Los representantes del estado llano, junto a algunos miembros del clero y de la nobleza, amenazaron con abandonar los Estados Generales si no se aceptaba el llamado voto per capita (por cabeza). Ante la negativa del rey, el 17 de junio abandonaron Versalles y se dirigieron a París y en un frontón, el Jeu de paume, juraron el 9 de julio no disolverse hasta dotar a Francia de una Constitución, había nacido la Asamblea Nacional Constituyente y con ella había comenzado la Revolución Francesa. El rey aceptó de mala gana la situación, lo que no le impidió tratar de acabar con ella. Cuando el pueblo de París se percató del movimiento de las tropas reales se dirigió a la cárcel de la Bastilla, símbolo del poder absoluto del monarca, que asaltó el 14 de julio y poco después redujo a escombros. A pesar de ello, su recuerdo permanece puesto que ese día se celebra la fiesta nacional de Francia. La violencia se extendió por el resto del país dando comienzo a la época llamada “la grande peur” (el gran miedo) de finales de julio y principios de agosto: la pequeña nobleza rural y la aristocracia de las ciudades huyeron de sus residencias ante el temor de ser linchados. Entretanto, la Asamblea Nacional había tomado algunas decisiones inauditas: había abolido el régimen feudal (supresión de los privilegios de la nobleza y del clero), había aprobado la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano y había decretado la nacionalización de los bienes de la iglesia, de la corona y de los aristócratas huídos, culminado su obra con la aprobación de la Constitución de 1791, que supo plasmar los principios de la Ilustración. Francia se convirtió en una monarquía constitucional, en la que, en aplicación de la teoría de separación de poderes de Montesquieu, el rey asumía el poder ejecutivo, la Asamblea Nacional el poder legislativo y los tribunales de justicia el poder judicial. Se estableció un sistema de sufragio muy restringido llamado censatario, pues sólo tenían derecho al voto -y a ser elegido- los hombres que contaban con un alto nivel de rentas y con domicilio fijo. Todo lo cual impedía a la mayor parte de la población, los que habían defendido la revolución en las calles, participar en la vida política, lo que hizo aumentar su enfado y frustración. Estos alcanzaron su máximo nivel cuando se supo que Luis XVI y su familia habían intentado huir de Francia, siendo apresados en la localidad de Varennes el 21 de junio de 1792. La Asamblea Nacional suspendió al Rey de sus funciones y lo puso a buen recaudo, lo que precipitó la declaración de guerra por parte de Austria y Prusia, que encontraron apoyo en los franceses partidarios del Antiguo Régimen. El país entero se levantó contra aquella indeseada intromisión ajena, cualquier aristócrata o monárquico resultó sospechoso de ser un traidor y miles de nobles fueron sacados de sus casas y muertos al grito de “libertad, igualdad y fraternidad”. En este contexto fueron convocadas unas nuevas elecciones, esta vez por el sistema de sufragio universal masculino. En septiembre, Francia se convirtió en una República y la nueva Asamblea pasó a llamarse Convención Nacional, que no dudó en mandar a la guillotina al rey Luis XIV y a su mujer, María Antonieta en enero de 1793. El grupo más numeroso de la Convención estaba formado por los girondinos, que representaban a la burguesía moderada, satisfecha de los logros de la revolución se muestran moderados en el interior y belicosos en el exterior. El ala más radical estaba formada por los jacobinos, y entre ambos se encontraban los conservadores constitucionalistas, la llanura. Como los girondinos no fueron capaces de solucionar los problemas del país ni de contener a las fuerzas extranjeras que lo invadían, los jacobinos se auparon al poder de la mano de su jefe de filas, Robespierre, un abogado, sobrio y seco, que pronunciaba discursos interminables. No se dejaba sobornar con ningún regalo ni conmover por ninguna lágrima. Era terrible y no dudó en usar el terror para mantener unida Francia, para imponer los principios de la revolución y derrotar a los invasores extranjeros, cosas que consiguió. Todo lo cual le granjeó el apoyo de las masas, en especial de los sans-culottes; cuando estos se lo retiraron, se produjo su caída. El 28 de julio de 1794, en el mes de termidor, Robespierre probará las bondades de la guillotina, ese invento que evitaba los inconvenientes del hacha o de la espada. Comenzaba una nueva etapa de la revolución. El Directorio (1795-1799) supuso una vuelta a 1791, al sufragio restringido, a un legislativo bicameral integrado por el Consejo de los Quinientos, que elegía al Consejo de los Ancianos, que a su vez elegía un directorio de cinco miembros que detentaba el poder ejecutivo. Su principal objetivo: conseguir estabilidad política y progreso económico. Su principal debilidad: carecer de suficiente apoyo político, viéndose acosados por aristócratas y por radicales. Su debilidad le obligó a recurrir al ejército una y otra vez para contener la oposición. Su conclusión fue el gobierno de un general: Napoleón. El 18 de Brumario (9 de noviembre) de 1799 tiene lugar el golpe de estado con que se iniciaba el Consulado (1799-1804). Entre 1799 y 1802 Napoleón gobernó como primer cónsul, y como cónsul vitalicio hasta 1804. Durante el Consulado, Napoleón llevó una vida cortesana e hizo volver a muchos nobles desterrados pero, sobre todo, se dedicó a poner orden en Francia. Los problemas del Directorio fueron resueltos. Al cabo de pocos años Francia tenía un código civil basado en los principios de igualdad y libertad, un concordato con la Iglesia, incluso un banco nacional. Reformó la administración, que quedó abierta para siempre al talento, e instauró el sistema de enseñanza público, gratuito y laico- más moderno de Europa. Y el mundo tenía su primer mito secular, Napoleón dio nombre propio a la ambición. Sólo destruyó una cosa; la revolución jacobina, el sueño de libertad, igualdad y fraternidad. El Imperio (1804-1815) comienza el 2 de diciembre de 1804 en Notre Dame de París, cuando Napoléon se corona emperador, por la gracia de Dios y de la constitución de la República. Tanto afán de poder atemorizó a sus enemigos; Austria, Prusia, Rusia, Inglaterra … se aliaron en su contra. Napoleón los derrotó convirtiéndose en el dueño de casi toda Europa y regaló un reino a cada uno de sus parientes. A José, su hermano mayor, le proporcionó primero el reino de Nápoles y después el de España, donde gobernó entre 1808 y 1813. En 1806 Napoleón puso sus cartas sobre la mesa, su verdadero objetivo era acabar con Inglaterra, para lo que decretó el bloqueo continental, por el que se prohibía a cualquier europeo comerciar con Inglaterra. Napoleón aplastaba cualquier oposición y vivirá entre 1810 y 1812 su momento de máximo apogeo. La campaña de Rusia de 1812 supone el principio del fin. Allí perderá la mayor parte de los más de 600.000 hombres que movilizó. El 6 de abril de 1814 Napoleón es desterrado a la isla de Elba, de donde volverá para protagonizar el llamado Imperio de los Cien días, que acabará con su derrota definitiva en la batalla de Waterloo el 18 de junio de 1815. Napoleón será desterrado esta vez a la isla desierta de Santa Elena, en el Atlántico sur, donde muere en 1821.