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Obesidad, la epidemia del siglo XXI
( Publicado en Revista Creces, Junio 2004 )
La obesidad se esta transformando en un problema nutricional en el ámbito
mundial. En esta publicación se trata de presentar la complejidad de este
problema, explicada por los numerosos factores interrelacionados que afectan
la regulación del balance de la energía.
* International Association for the Study of Obesity. (http://www.iaso.org/)
En los adultos, es la patología nutricional más frecuente en los países desarrollados y
ha estado aumentando durante las últimas décadas. Actualmente el sobrepeso y la
obesidad son tan prevalentes que se considera que han alcanzado proporciones
epidémicas en los países industrializados. Sorprendentemente, la obesidad también ha
estado aumentando alrededor del mundo en los países en vías de desarrollo.
Las estadísticas sobre obesidad han sido examinadas en los Estados Unidos durante los
últimos 15 años. En la actualidad, el 60 % de adultos norteamericanos sufren de
sobrepeso o de obesidad.
La obesidad es relativamente frecuente en Europa, especialmente entre las mujeres en
los países del Sur y del Este (Fig. 1) y su prevalencia ha aumentado en cifras cercanas
entre 10 y 40 por ciento en los últimos 10 años. El aumento más dramático se ha
producido en el Reino Unido, donde se ha más que duplicado desde 1980.
La obesidad también es prevalente en Brasil, donde continúa aumentando. En Japón la
obesidad en los varones se ha duplicado desde 1982 en tanto que en China está
aumentando, principalmente en las áreas urbanas y entre las mujeres. Aunque las
carencias nutricionales siguen siendo el principal problema en Africa, estudios
regionales indican que existe una creciente prevalencia del sobrepeso y la obesidad en
ciertos grupos socioeconómicos. La aparición de una alta proporción de familias en que
coexisten individuos desnutridos con individuos con exceso de peso constituye un
fenómeno nuevo (fig. 2).
En niños y adolescentes
Los funcionarios a cargo de la salud pública de los Estados Unidos están alarmados por
la creciente incidencia de obesidad y de problemas de salud relacionados con ella en los
niños. La obesidad que comienza a manifestarse en la niñez tiende a llevar con mayor
probabilidad a la obesidad en etapas posteriores de la vida. En los adultos que se han
vuelto obesos durante la niñez, las enfermedades exacerbadas por la obesidad
aparecen más temprano. En los Estados Unidos la proporción de niños con sobrepeso u
obesidad ha aumentado progresivamente tanto en los varones como en las mujeres.
Más de 20% de los niños sufren de sobrepeso y aproximadamente 10% son obesos
(fig. 3). Debido a diferencias en la definición de obesidad infantil es difícil hacer
comparaciones. Sin embargo, es evidente que la prevalencia de obesidad está
creciendo en los niños a nivel mundial y que la obesidad infantil ya no está restringida
en la época actual a los países occidentales.
¿Cuál es la causa de la obesidad?
Aunque todo el mundo tiene una teoría para explicar las razones por las que los
individuos se vuelven obesos, desde el punto de vista científico la verdad sigue siendo
mayormente desconocida. Aunque la razón básica es evidente (el gasto de energía del
individuo es menor que la ingesta de energía) no se sabe por qué la incidencia de
obesidad ha estado aumentando tan rápidamente en años recientes, ni las razones por
las cuales algunos individuos tienen mayor dificultad que otros en el control de su peso
corporal. Expresado en los términos más simples, la obesidad, un exceso de grasa
corporal, resulta de una alteración mantenida entre el gasto de energía y la ingesta de
energía (es decir, se gasta menos energía que la consumida a través de la dieta). Sin
embargo, esta descripción tan sencilla ignora el hecho obvio que normalmente nuestro
organismo ejerce un control exquisito sobre sus necesidades de energía y que
mantiene a los depósitos de grasa dentro de un nivel apropiado y constante. Como
tejido, la masa adiposa de los animales superiores participa muy activamente en la
regulación general del metabolismo energético. Los animales almacenan energía en una
forma densa pero accesible, el glicerol o grasa neutra, que es sintetizado en el tejido
adiposo (adipositos) después de consumir una comida; esta grasa es hidrolizada y
liberada posteriormente para satisfacer las diversas demandas de energía y
metabólicas del resto del organismo. En circunstancias normales, el tejido adiposo
recambia 5 a 10% de su energía diariamente con el fin de proporcionar una valiosa
capacidad tampón a la ecuación siempre cambiante entre el suministro de energía y las
necesidades. Imaginemos cómo sería la vida si la energía fuera consumida en
respuesta a demandas inmediatas: los eventos deportivos adquirirían una dimensión
totalmente nueva (por ejemplo, durante el curso de una maratón debería haber varias
pausas para reponer el combustible). Además, el tejido adiposo no es un saco inerte de
energía. Normalmente las células adiposas liberan lípidos como respuesta a moléculas
que representan señales que forman parte de los sistemas de regulación que controlan
el metabolismo de la energía del organismo en su conjunto. Por ejemplo, la leptina es
una hormona producida por las células adiposas en función de su tamaño y representa
una señal para el cerebro al que le indica que debe controlar la ingesta de alimentos.
Esto ilustra uno de los papeles que el tejido adiposo juega en la regulación de su propia
masa. De manera que en los individuos normales, cuando los depósitos de grasa son
adecuados, las señales enviadas al cerebro detienen la ingesta de alimentos, previenen
el hambre y mantienen los niveles adecuados de los depósitos de grasa. ¿Qué es,
entonces, lo que falla en aquellos que desarrollan sobrepeso?
Aún cuando los investigadores no conocen todavía todos los procesos que regulan el
balance de energía y mantienen el peso corporal en niveles adecuados, la obesidad y el
sobrepeso son el resultado de la pérdida del control sobre las complejas interacciones
entre factores genéticos, ambientales y psicológicos. Los factores genéticos incluyen a
todos los genes responsables de las vías metabólicas que intervienen en la producción,
el consumo y la regulación del metabolismo de la energía; literalmente existen miles de
estos genes. Los factores ambientales incluyen conductas asociadas con el estilo de
vida tales como qué, cuándo y cuánto comemos así como cuán activos elegimos ser
(son interesantemente diferentes). Los factores psicológicos influyen en los hábitos de
alimentación y muchos individuos comen en exceso o en cantidades menores que las
requeridas como respuesta a emociones negativas tales como el aburrimiento, la
tristeza o la cólera. En algunos individuos la intensidad de las señales psicológicas es
suficiente como para sobreponerse a las señales hormonales que regulan la ingesta de
energía y de alimentos: existen numerosos trastornos de la alimentación relacionados
con problemas neurológicos. Sin embargo, se desconoce si esto representa una clave
que explicaría el reciente aumento de la obesidad.
Durante la última década, las investigaciones en genética molecular han llevado a una
mejor comprensión acerca del papel que juegan los genes en el metabolismo de la
energía y en el potencial desarrollo de la obesidad. Se ha identificado que la deficiencia
de un gen único (el de la leptina) puede desencadenar una obesidad grave en los seres
humanos. Sin embargo, sólo un puñado de seres humanos en el mundo está afectado
por este déficit genético. Muchos otros genes codifican proteínas que controlan o
influyen sobre las características biológicas que regulan la homeostasis de la energía.
Debido a su diferente composición genética, los individuos ponen de manifiesto
diversas velocidades metabólicas, diversas capacidades de oxidar grasa y un grado de
control variable del consumo de alimento. Como resultado, algunos individuos parecen
ser más vulnerables que otros a la ganancia de peso y pueden ser considerados en
riesgo de desarrollar obesidad. Sin embargo, la genética, en forma aislada, no puede
explicar el aumento de la obesidad ya que las mutaciones genéticas no podrían haber
ocurrido en los últimos veinte años. Más aún, la predisposición genética a la obesidad
en una población no se explica por defectos de un único gen (como es, por ejemplo, el
caso de la leptina) sino más bien por variaciones en muchos genes, que en conjunto
ejercen efectos deletéreos aditivos, especialmente cuando se asocian con factores
ambientales (ingesta de energía, ejercicio). Finalmente, en una población, diferentes
genes podrían afectar a diferentes individuos y de esta manera, en una población de
varios miles de millones de habitantes algunos individuos podrían estar predispuestos a
la obesidad a través de las acciones que resultan de un conjunto de variaciones
genéticas, en tanto que otros pueden estar predispuestos debido a otros conjuntos
enteramente diferentes. Uno de los focos de las investigaciones actuales busca una
mejor comprensión de la forma en que los genes reaccionan frente a factores
ambientales. Una vez que se establezca como son las interacciones entre los nutrientes
y los genes, la siguiente etapa irá dirigida a diseñar estrategias de alimentación y de
estilo de vida más efectivas, y si fuera necesario más individualizadas, para optimizar la
regulación del balance de la energía. Como la regulación de la energía está involucrada
de manera tan íntima con la ingesta de alimentos y viceversa, los alimentos son la vía
lógica para llegar a parte de la solución para la mejoría de esta regulación (aunque no
habría que olvidar que la otra parte importante de la ecuación es el ejercicio físico - ver
más adelante).
Los riesgos de la obesidad
En relación con la salud, la obesidad no representa un simple problema de tener un
exceso de tejido adiposo sin que hayan otros efectos indeseables. Tomando como base
estadística lo que ocurre en una población, los individuos obesos están sometidos a un
mayor riesgo de presentar varios problemas de salud que incluyen enfermedades
cardiovasculares, diabetes tipo 2 y algunos tipos de cánceres. Al tiempo que los
científicos trabajan diligentemente para entender la regulación del metabolismo de la
energía y las causas de la obesidad, están tratando también de entender por qué el ser
obeso trae aparejados riesgos adicionales para la salud.
El síndrome metabólico
Durante muchos años se pudo observar que los individuos obesos sufren de una
variedad de problemas de salud y factores de riesgo aparentemente sin relación entre
sí; sin embargo, recientemente se ha reconocido que muchos de estos ocurrían
simultáneamente y fueron agrupados como componentes de un síndrome de disfunción
metabólica general, llamado en la actualidad el síndrome X o "síndrome metabólico"
(4). Estos factores de riesgo incluyen la hipertensión, hiperglicemia,
hipertrigliceridemia, hiperinsulinemia y bajos niveles de HDL circulante.
La obesidad es un factor de riesgo importante para la hipertensión. Incluso las pérdidas
de peso modestas son beneficiosas porque disminuyen la presión sanguínea y el riesgo
de insuficiencia cardiaca. Los niveles de LDL (el colesterol "malo") y de los triglicéridos
generalmente están aumentados mientras que los de HDL (el colesterol "bueno") están
bajos, aumentando el riesgo de desarrollar ateroesclerosis. La obesidad está
fuertemente asociada con la diabetes tipo 2. Casi 80% de los diabéticos tipo 2 son
obesos. Por lo tanto, la incidencia de diabetes tipo 2 está aumentando en paralelo con
la obesidad. Los diabéticos tipo 2 son resistentes a la acción de su propia insulina, una
hormona que juega un papel crítico en el metabolismo de la energía, especialmente de
la glucosa. A lo largo del tiempo los niveles altos de glucosa en la sangre producen
daño en los ojos, los riñones, los nervios y el corazón. Estudios científicos demuestran
que la obesidad que afecta a la parte superior del cuerpo, en especial el exceso de
grasa en la cavidad abdominal (grasa visceral) aumenta los riesgos para la salud más
que su acumulación en partes más bajas (caderas y muslos). Las proporciones más
altas de grasa visceral se asocian con riesgos más elevados de resistencia a la insulina,
diabetes, hipertensión y ateroesclerosis, que producen enfermedad cardiovascular
(enfermedad cardiaca y accidentes vasculares encefálicos). Con una mayor proporción
de los niños que desarrollan sobrepeso, la prevalencia de la diabetes en ellos está
aumentando. Mientras más temprano es el comienzo de la diabetes más temprano en
la vida se manifestarán sus complicaciones y de allí la preocupación por el aumento de
la diabetes como un problema grave de salud pública. La diabetes no es único
problema relacionado con la obesidad en la niñez. Los niños obesos pueden tener
mayores dificultades relacionadas con niveles elevados de presión arterial y de
colesterol. Sorprendentemente, el aumento de peso se asocia con aumentos de todos
estos factores mientras que la pérdida de peso también se asocia con la mejoría de
todos los síntomas. Por lo tanto, incluso mejorías pequeñas del control del peso
corporal se traducen en mejorías de la salud pública.
Cáncer
La obesidad ha sido asociada con aumentos del riesgo de desarrollar diferentes tipos de
cánceres. La evidencia ha sido más consistente para el cáncer del endometrio, el cáncer
de mama en mujeres postmenopáusicas y el carcinoma de células renales. Se han
comunicado resultados más variables respecto del cáncer colorrectal, prostático y del
páncreas (5).
Otros problemas de salud asociados
Los trastornos hormonales y reproductivos, la apnea y otras alteraciones del sueño,
problemas ortopédicos y la formación de cálculos biliares representan otros ejemplos
de problemas asociados con la obesidad. Otra consecuencia potencialmente importante
de la obesidad es la disminución de la capacidad de efectuar ejercicio físico, lo que
vuelve más difícil encontrar una solución para el problema. Finalmente, también
aparecen una cantidad de consecuencias psicológicas y sociales que aumentan el riesgo
de que el individuo se aísle. La separación de las actividades físicas y sociales puede
crear un circulo vicioso con mayor aumento de peso y mayor aislamiento.
Estrategias para la prevención y el tratamiento de la obesidad
Frecuentemente los médicos no visualizan a la obesidad como un cuadro médico grave
y por este motivo muchos de ellos no aconsejan y tratan a la mayoría de sus pacientes.
La obesidad tiende a ser tratada solamente cuando existe una comorbilidad
(hipertensión, niveles elevados de colesterol, diabetes tipo 2) en vez de enfrentarla
antes de que se desarrolle la comorbilidad o de que ésta sea exacerbada por la
obesidad. Como la obesidad en la niñez se continúa en la edad adulta, la prevención y
el tratamiento de este cuadro es más efectivo si se establece tempranamente en la
vida.
Manejo farmacológico
Durante la última década se han llevado a cabo esfuerzos importantes por parte de las
compañías farmacéuticas para intervenir en el manejo de la obesidad a través de
tratamientos farmacológicos. Hasta ahora sólo dos agentes introducidos al mercado
han resultado exitosos, la sibutramina (Reductil® o Meredia®), un supresor del
apetito, y el orlistat (Xenical® ), un inhibidor de la absorción de grasa.
La regulación de la ingesta de alimentos y de energía es un objetivo atractivo; los
efectos de los fármacos que parecen posibles candidatos son ensayados en modelos en
roedores y en pacientes obesos. Un enfoque consiste en modular la actividad de los
receptores celulares hipotalámicos que están involucrados en el apetito. La sibutramina
actúa por esta vía porque activa los receptores alfa-adrenérgicos del cerebro y
disminuye a través de este mecanismo el apetito. El extremo opuesto en la escala de
complejidad consiste simplemente en inhibir la absorción de grasa como una manera
de disminuir el ingreso de calorías. Orlistat inhibe la lipasa pancreática haciendo que la
absorción de la grasa sea extremadamente difícil. Aunque ambos compuestos mejoran
el control del peso en los pacientes obesos al menos transitoriamente, su eficacia es
limitada y su tolerancia está lejos de ser ideal. Actualmente están en progreso
investigaciones cuya finalidad es identificar nuevos objetivos en el tratamiento de la
obesidad. Los nuevos fármacos podrían actuar a nivel de una de dos estrategias: la
disminución de la ingesta de energía o el aumento del gasto de energía.
No existe en el mercado ningún fármaco capaz de aumentar el gasto de energía en los
seres humanos. La termogénesis, el uso de la energía almacenada para producir calor,
es un componente variable del gasto de energía que podría ser modulado por medio de
alimentos o de fármacos. El adrenoceptor beta-3 del tejido adiposo es el regulador más
importante de la termogénesis. La activación de este receptor aumenta el gasto de
energía y disminuye el peso corporal de roedores y de perros pero no en los seres
humanos. Sin embargo, se sigue considerando a los fármacos como soluciones
adecuadas para la prevención de la obesidad. La referencia generalizada al aumento de
la obesidad como una epidemia aumenta la impresión de que el peso corporal excesivo
se está expandiendo como una enfermedad infecciosa. Desgraciadamente, esta
impresión lleva a muchos individuos a creer que los obesos pueden ser "curados" en
mejor forma por fármacos efectivos. Por cierto que, dado el potencial económico de un
mercado de este tipo, es poco probable que la creencia de que el sobrepeso es una
enfermedad, esta no será una impresión que la industria farmacéutica trabajará
diligentemente para desechar. Sin embargo, es más lógico suponer que el aumento del
sobrepeso en la mayoría de los seres humanos es el reflejo de una falla crónica de la
regulación del metabolismo energético. El problema de la energía es enfrentado de
manera más adecuada mediante estrategias que modifican la dieta y el estilo de vida.
Manejo dietético
¿Cómo puede alguien prometer prevenir o tratar la obesidad cuando todavía no se sabe
qué es lo que hace que un individuo se vuelva obeso? La respuesta más simple es que
no se puede. No se ha podido demostrar hasta ahora que la dieta o los fármacos por si
solos constituyan una solución confiable al problema de la obesidad o el sobrepeso. Sin
embargo, hay numerosas recomendaciones que son consistentes con una buena salud
y que sin embargo, en el largo plazo, son exitosas para el manejo del peso.
Nuevamente, cualquier intervención debe ser capaz de ya sea disminuir la ingesta de
energía (calórica) o de aumentar el gasto con el propósito de alterar el balance hacia
uno que tiende a perder la energía que está almacenada. Por supuesto que en el largo
plazo la meta debería ser el restablecimiento de un control adecuado de la energía más
que mantener un déficit neto de calorías en forma indefinida.
Densidad energética de la dieta
La mayor parte de los profesionales de la salud recomienda que como parte de una
dieta (no para un solo alimento!) el total de energía aportado por los lípidos debe
equivaler a 30% del total o menos. Esta recomendación se origina de estudios
epidemiológicos y de intervención que demuestran una mejoría de la incidencia de
enfermedades relacionadas con diversos riesgos para la salud que incluyen a las
enfermedades cardiovasculares cuando consumen dietas con bajos contenidos de grasa
total y grasas saturadas. Estas dietas también están asociadas con incidencias más
bajas de obesidad; sin embargo, no se ha demostrado en forma clara que una dieta
que simplemente tiene un bajo contenido de grasa sin ninguna otra diferencia en su
composición sería capaz de influir genuinamente sobre la regulación del metabolismo
de la energía. Una dieta cuyo contenido de grasa es más bajo normalmente contiene
más nutrientes por caloría y, por lo tanto, resulta más fácil obtener todos los nutrientes
esenciales cuando hay menos lípidos. Esta simple verdad aritmética no debería ser
interpretada como implicando que la proporción de grasas en la dieta es la causa de la
obesidad. Irónicamente, mientras que el porcentaje de grasas en la dieta
norteamericana ha disminuido en años recientes, la incidencia de obesidad todavía va
en ascenso. Disminuir el porcentaje de grasa en la dieta en forma aislada no producirá
necesariamente una pérdida de peso a menos que también disminuyan las calorías
totales de la dieta. Sin embargo, si se disminuye la grasa de la dieta, la disminución de
las grasas saturadas tenderá a producir un descenso del colesterol LDL, lo que aporta
beneficios a la baja del riesgo de enfermedades cardiovasculares.
CALCIO
El calcio está ampliamente reconocido como un nutriente indispensable para la
formación y la preservación del tejido óseo. Resultados recientes sugieren que el calcio
juega un papel en el manejo del peso corporal ya que se ha demostrado que existe una
relación entre la ingesta de calcio con la dieta y la concentración intracelular de este
elemento en los adipositos. La dieta con bajo contenido de calcio puede llevar a altos
niveles de este elemento en los adipositos como una respuesta hormonal a la baja
ingesta. La acumulación de calcio en los adipositos disminuye su capacidad de
responder a las señales normales que movilizan lípidos. Por lo tanto, cuando hay déficit
de calcio se instala un círculo vicioso en el que la grasa de la dieta es depositada
fácilmente en tejido adiposo después de las comidas pero a continuación esta grasa no
es movilizada hacia la periferia cuando es requerido. Existe la posibilidad de que esta
falla de la regulación lleve a la aparición de obesidad (6). Este papel propuesto para el
calcio en la regulación del control del peso ilustra la complejidad del problema del
control de la energía. El control de la energía requiere que todos los sistemas funcionen
normalmente, ya que cualquiera de ellos que actúe de manera defectuosa puede
eventualmente llevar a la obesidad. El creciente problema del déficit de la ingesta de
calcio en la dieta occidental es consistente con el creciente problema de obesidad.
Como el calcio es un nutriente que produce efectos benéficos en una variedad de
funciones en diferentes órganos, es prudente que los consumidores se aseguren de que
su dieta les proporciona 1200 mg de calcio cada día.
Modulación de la saciedad
La saciedad, la sensación de plenitud o, más específicamente, la ausencia de sensación
de hambre, es un objetivo buscado con el fin de lograr disminuir la ingesta de
alimentos. Normalmente, el hambre es una urgencia creciente por alimentarse
desencadenada por una deficiencia percibida de energía y que se traduce en
sensaciones a nivel nervioso central. En los individuos con sobrepeso y en los obesos,
la sensación de hambre intensa a pesar del exceso de energía almacenado como tejido
adiposo representa un componente importante de la alteración general de la regulación
del manejo de la energía. Por eso, uno de los objetivos que persiguen las medidas para
el control del peso es disminuir el apetito y aumentar la sensación de saciedad
mediante una ingesta diaria adecuada de alimentos. Se ha observado que la saciedad
varía dependiendo de los tipos y composición de los diversos alimentos y con el patrón
general de su ingesta. Como resultado, muchos investigadores creen que alimentos y
dietas deben ser diseñados de manera tal que aumenten su efecto sobre la saciedad y
de esta manera lleven a una menor ingesta de calorías. Los componentes de los
alimentos que parecen tener mayor capacidad de estimular la saciedad incluyen las
proteínas, la fibra dietética, los hidratos de carbono complejos y algunas grasas que
son digeridas lentamente.
Actividad física y ejercicio
El gasto total de energía que se produce durante un día es la sumatoria de tres
procesos básicos: 1) el metabolismo basal, que es la energía que se necesita para
mantener las funciones tisulares básicas, es decir, la energía que se consume en
reposo; 2) la termogénesis, que es la energía consumida como calor y 3) la actividad
física, que es la energía consumida al realizar ejercicio y trabajo físico. La fracción más
variable, y aquella que se puede sostener que es posible aumentar con mayor facilidad,
es el ejercicio físico. Se reconoce ampliamente que la actividad física induce cambios
notables de la regulación del metabolismo energético, del manejo del peso corporal y
de los factores de riesgo asociados con el sobrepeso. El ejercicio tiende a movilizar
grasa desde los depósitos, estimula la eliminación de triglicéridos dañinos para la salud
desde la circulación, promueve la producción de lipoproteínas beneficiosas para la salud
(HDL) y estimula la sensibilidad a la insulina, contribuyendo a la oxidación de la glucosa
sanguínea. Por estas razones el ejercicio es una actividad muy atractiva en la
promoción de la mejoría de la salud y del balance de energía. La forma en que el
ejercicio consigue estos resultados no se conoce en detalle a nivel molecular y por lo
tanto, aún no es posible modificar ya sea el ejercicio o los alimentos que se consumen
en relación con él con la finalidad de incrementar sus beneficios. En la actualidad sólo
es posible recomendar que cualquier tipo de actividad física es beneficiosa para la salud
y más aún, que incluso la actividad física relativamente suave, como por ejemplo
caminar a paso vivo, proporciona tantos beneficios como el ejercicio intenso.
Investigaciones futuras: prevención de las alteraciones metabólicas asociadas
con la obesidad
Las enfermedades que normalmente acompañan a la obesidad en una población no
ocurren inevitablemente cuando un individuo sufre de sobrepeso. Por lo tanto, es
posible mantener un estado de salud relativamente bueno pese a mantener un peso
corporal excesivo. Además, como la proporción de éxitos en el combate de la obesidad
es tan baja, la única otra opción que queda desde el punto de vista de la salud pública
es tratar de disminuir las consecuencias de ser obeso, incluso aunque la obesidad
misma no pueda ser revertida. Como se describió más arriba, muchas de las
consecuencias deletéreas de la obesidad se manifiestan como un síndrome o patrón, el
síndrome metabólico. Un beneficio importante de reconocer los lazos existentes entre
todos los aspectos fenotípicos del síndrome metabólico y su patrón similar de incidencia
reside en que los investigadores pueden atacar el problema metabólico en forma
general, en vez de considerar a cada uno de los síntomas como un fenómeno aislado.
Como un ejemplo de este enfoque se pudo demostrar que una dieta que aporta
diversas frutas y vegetales y productos lácteos descremados mejoró en forma
dramática la hipertensión así como el control de la glicemia y los niveles de lípidos
sanguíneos. Al mismo tiempo, también indujo una baja del peso (7). Aunque estos
estudios no fueron diseñados para identificar un mecanismo a través del cual se
produjeron estos beneficios, ni fueron tampoco capaces de hacerlo, confirman los
beneficios que puede producir un enfoque nutricional.
DEFINICIÓN DE OBESIDAD
La característica que define a la obesidad es el exceso de tejido adiposo corporal,
que resulta frecuentemente en un deterioro significativo de la salud. Los varones
cuyo organismo contiene más de 25% de grasa corporal y las mujeres cuyo
organismo contiene más de 30% pueden ser considerados obesos. Es difícil efectuar
mediciones precisas del porcentaje real de grasa corporal y se requiere equipo muy
refinado; sin embargo, un método más rutinario usa el Indice de Masa Corporal
(IMC) como una medición rápida y simple para la evaluación de la magnitud de la
obesidad. El IMC es un simple cálculo matemático que se obtiene al dividir el peso de
un individuo, expresado en kilogramos, por su talla expresada en metros al cuadrado
(peso (kg)/talla (m2). Por ejemplo, si usted pesa 80 kg y su talla es 2 metros, su
IMC será 20 (resultado de 80 + (2 x 2). Como promedio, el IMC normal de los
adultos es de 20 a 25. Hay acuerdo que un IMC superior a 25 representa sobrepeso.
Un IMC superior a 30 es considerado propio de la obesidad (Criterio de la
Organización Mundial de la Salud).
Sin embargo, en casos seleccionados de individuos, incluyendo a aquellos muy
musculosos, o a las madres embarazadas o que están amamantando, o los niños
cuya edad fluctúa entre los 2 y los 18 años de edad, estas mediciones del IMC
pueden ser engañosas y llevar a estimaciones erróneas de la cantidad real de grasa
corporal (1).
Categoría
Desnutrido
Peso Normal
Sobrepeso
Obeso
IMC
Bajo 20
20,0 - 24,9
25,0 - 29,9
30,0 - 39,9
OBESIDAD MORBIDA 40 Y MÁS
Como es un cálculo simple, el IMC no proporciona detalles acerca de la distribución
de la grasa en los diferentes depósitos de un individuo y, como es un hecho
reconocido que la localización de la grasa es una determinante importante de las
consecuencias de tener sobrepeso o de ser obeso, el IMC debe ser considerado como
un índice de sobrepeso o de obesidad en una población considerada en promedio y
no como una evaluación precisa del peso, la energía y el estado de salud de los
individuos. Sin embargo, es una forma simple, barata y útil de evaluar la magnitud
de la obesidad. Tomando como base el IMC, no se puede negar que el sobrepeso y la
obesidad han estado aumentando en la mayor parte de la población de los países
desarrollados.
Bibliografía
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Artículo extraído de CRECES EDUCACIÓN - www.creces.cl