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FORMACIÓN Y ESPIRITUALIDAD
JUAN XXIII
“EL PAPA BUENO”
E
Pbro. Lic. José Alberto Medel Ortega
l siglo XX ha sido testigo
de enormes cambios en
la vida de la Iglesia. La
historia de la comunidad
cristiana ha evolucionado con el
paso de los años, y esta evolución
siempre ha sido motivada por el
afán de que la luz del Evangelio
resplandezca en cada tiempo y en
cada pueblo… y en esta evolución
los papas han sido grandes protagonistas. No podemos entender el
ministerio de un Papa sin considerar antes su propia vida, su propia
experiencia de fe y el momento
preciso histórico en el que desempeñó su servicio como Obispo de
Roma.
Para hablar de Juan XXIII, cuyo
pontificado se desarrolló en el corazón del siglo XX (1958-1963),
no podemos ignorar a los papas
que le precedieron, pues estoy
convencido que sólo desde ahí
podemos entender el modo tan
“novedoso” con el que ejerció su
ministerio en tan poco tiempo y
de la misma manera, a partir de él,
podremos comprender mejor a los
papas que le sucedieron.
1. Los Papas anteriores
a Juan XXIII:
León XIII (1878-1903): Este Papa
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inició y ejerció su pontificado en el
último tramo del siglo XIX y en los
primeros años del siglo XX. Luego del largo pontificado del Beato
Pío IX, a León XIII le tocó ejercer
el papado en circunstancias nuevas,
pues con el Papa anterior y en el
contexto de la unificación italiana,
la Iglesia había perdido el poder
temporal sobre un territorio, los lla-
mados “Estados Pontificios”, lo que
derivó en una dedicación más atenta al gobierno espiritual de la Iglesia
Universal. León XIII se preocupó
más por las necesidades de la humanidad y publicó la famosa encíclica
Rerum Novarum con la que se inauguraría una mayor atención de la
Iglesia hacia las cuestiones sociales
entendidas desde el Evangelio.
San Pío X (1903-1914): Muchas
crónicas presentan a este Papa ejerciendo su pontificado con singular
dulzura y caridad, dedicado exclusivamente a guiar a la Iglesia con
mano serena y firme, conduciéndola hacia las fuentes de su misión,
el anuncio del Evangelio y la coherencia de vida.
Benedicto XIV (1914-1922): A
este Papa le tocó apacentar el rebaño de Cristo en un momento
histórico especialmente difícil: la
Primera Guerra Mundial. Sus esfuerzos, aparentemente en vano,
contribuyeron a la búsqueda de
una solución al conflicto. Una de
sus más importantes aportaciones
al interior de la Iglesia fue la promulgación del Código de Derecho
Canónico en 1917.
Pío XII (1939-1958): Al Papa
Pacelli le tocó afrontar el terrible
conflicto internacional que derivó
en la Segunda Guerra Mundial. La
historia no ha hecho del todo justicia a este Papa, pues todavía hay
quienes lo acusan de complicidad
con quienes provocaron el conflicto, sea porque aparentemente no
movió ningún dedo en busca de la
paz, sea porque “guardó silencio”
ante tantas atrocidades, sea porque
no dispensó la ayuda necesaria. Lo
cierto es que nada de lo anterior se
sostiene ante las grandes obras de
Pío XII a favor del restablecimien-
to de la paz y la justicia, ante su solicitud de padre y pastor en medio
de su pueblo sufriente, particularmente el romano, que trataba de
levantarse de las cenizas del fascismo y de las secuelas del conflicto
bélico. Sin duda que el Papa Pío
XII supo conducir con serenidad
y sabiduría a la Iglesia en un momento particularmente difícil.
2. Juan XXIII y su contexto
histórico:
El Papa Juan XXIII subió al solio
pontificio en 1968. El mundo
Pío XI (1922-1939): Luego de la
primera guerra mundial, la humanidad trataba de levantarse en un
nuevo orden. Italia estaba siendo
gobernada por Benito Mussolini y
reinaba en el ambiente una paz relativa, pues en esta aparente paz se
estaban gestando los grandes problemas del futuro. En el mundo y
en los pueblos se asentaban formas
de gobierno que derivarían en totalitarismos inhumanos. Esta relativa
paz permitió al Papa Pío XI realizar
grandes obras, entre las que destaca
el Pacto de Letrán que firmó con el
gobierno italiano y que permitió el
nacimiento del Estado de la Ciudad del Vaticano, es decir, donde el
gobierno de Italia reconocía la soberanía del Papa sobre un pequeño
territorio que permitiría a los futuros papas ejercer su ministerio papal
con absoluta autonomía.
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experimentaba un nuevo orden
signado por la llamada guerra fría,
que fue un período que inició al final de la Segunda Guerra Mundial
y que consistió sobre todo en un
enfrentamiento político, económico, social, militar, informativo
e incluso deportivo, que concluyó
hasta el fin de la URSS (que ocurrió entre 1989 con la caída del
muro de Berlín y 1991 con el golpe de Estado en la URSS), entre
los bloques occidental-capitalista
liderado por Estados Unidos, y
oriental-comunista liderado por
la Unión Soviética. Las razones de
este enfrentamiento fueron esencialmente ideológicas y políticas.
Al Papa Juan el tocó experimentar
en carne propia los orígenes de este
conflicto, pues antes de ser Papa
estuvo muchos años al servicio de
la Santa Sede como diplomático en
diversos encargos, y pudo relacionarse tanto con los poderosos de su
tiempo como con el pueblo de los
países en los que sirvió. Por eso la
consigna del Papa en el ejercicio de
su ministerio: la paz, una paz que
sólo es alcanzable desde el corazón
humano y cuando este corazón es
iluminado por Cristo.
Si esto sucedía en el mundo, Juan
XXIII sabía que la Iglesia no podía
sustraerse ante la realidad, y para
enfrenarla era necesario renovar
muchas cosas en ella, empezando por el ejercicio del papado. El
Papa Juan no hizo grandes cambios en los protocolos pontificios,
ni en las vestiduras y en cosas semejantes. Desde siempre se percibió como un pastor, así desarrolló
todos sus servicios a lo largo de su
ministerio, y ahora como Papa no
sería la excepción. Sus gestos simples, cercanos, afables, desvelaron
la bondad de su corazón y su amor
de padre, al grado que los fieles llegaron a llamarlo “el Papa Bueno”.
Juan XXIII fue elegido Obispo de
Roma con casi 77 años de edad.
Para muchos era un anciano que
no podría hacer grandes cosas, su
pontificado sería “de transición”
luego del largo papado de Pio
XII. Sin embargo, en apenas unos
días, había tomado las riendas de
la Iglesia con decisión: completó
el colegio cardenalicio que tenía
algunos lugares vacantes, nombró
varios puestos necesarios e importantes para el gobierno ordinario
de la Iglesia y de la Santa Sede.
Por las fiestas de Navidad tuvo
un par gestos inusuales al menos
en sus predecesores, fue a visitar
a los presos de una cárcel cercana
al Vaticano y a repartir regalos a
los niños internados por diversos
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males en el hospital “del Niño Jesús”, propiedad de la Santa Sede.
Pero el acontecimiento que involucró todo su pontificado y en el
que enfocó todos sus esfuerzos fue
la convocatoria, preparación e inicio del Concilio Vaticano II, cuyo
anunció en la Basílica de san Pablo
Extramuros cayó como una bomba en aquel 25 de enero de 1959,
pero que significó el acontecimiento más importante de la historia
reciente de la Iglesia.
3 Breve biografía:
Su nombre de pila fue Ángel José
Roncalli. Nació en un pequeño
caserío llamado Sotto il Monte de
la provincia de Bérgamo al norte
de Italia el 25 de noviembre de
1881. Su familia se dedicaba a
las labores del campo, labores que
Ángel José aprendió y en las que
colaboraba con alegría. Siendo seminarista comenzó a escribir una
serie de recuerdos sobre su vida,
algo así como autobiografía”. En
varios momentos de su vida habría
escrito, con nostalgia y agradecimiento, sobre el recuerdo de aquellos años vividos en la casa paterna,
una infancia feliz entre muchos
amigos, el ejemplo de fe y caridad
de sus padres, la ayuda solícita de
su tío Javier que más tarde sería decisiva para su ingreso al seminario,
el ejemplo sacerdotal de su párroco, tantos y hermosos recuerdos
de aquellos tiempos en los que se
fueron formando sus convicciones.
Toda su vida vivirá agradecido por
esta etapa de su vida.
llama a su servicio e ingresa al Seminario de Bérgamo. Era un joven muy aplicado en sus estudios,
profundo en su reflexión y de extraordinaria piedad. Sus formadores descubrieron en él a un joven
comprometido con su formación
sacerdotal, por eso no dudaron en
enviarlo a completar sus estudios
en Roma al Pontificio Seminario
Romano. Fue ordenado sacerdote en la misma ciudad de Roma el
10 de agosto de 1904, e inmediatamente regresó a Bérgamo donde
se puso a las órdenes del Obispo
Desde muy niño Ángel José acep- Radini Tedeschi, quien lo nombró
ta la invitación del Señor que lo su secretario particular, y a quien
Ángel José admiraría e imitaría,
pues lo consideraba un pastor santo dedicado a sus fieles; era tanto
su cariño y adhesión al Obispo que
lo llama “su” Obispo. Permaneció
junto al Obispo Tedeschi hasta que
éste murió en 1914, para luego ser
designado como capellán militar
en medio de la Primera Guerra
Mundial. Luego fue llamado al
servicio de la Iglesia Italiana para
guiar la Obra de la Propagación de
la Fe y más tarde el Papa lo nombraba Arzobispo y Visitador Apostólico en Bulgaria, donde se dedicó
a trabajar como verdadero pastor
de la minoría católica de aquel país
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y donde también tuvo gestos de
cercanía con los hermanos ortodoxos, lo que le ganó sus respetos.
Más tarde el Papa lo traslada como
Delegado Apostólico en Grecia y
Turquía, durante el difícil período de la II Guerra Mundial. Allí,
Monseñor Roncalli realiza grandes
esfuerzos en favor de la paz, intensifica el diálogo ecuménico con las
iglesias ortodoxas y el diálogo interreligioso con los musulmanes.
Sobre este período él mismo relata
en sus escritos diversos acontecimientos sobre los esfuerzos de la
Iglesia por asistir a tantas víctimas
del conflicto armado.
En 1945 el Papa Pío XII lo traslada como Nuncio Apostólico a
Francia. Sus buenos oficios logran
terminar con un conflicto anterior
con el Presidente Charles De Gaulle. Finalmente el mismo Pío XII
lo traslada a Venecia como Patriarca y le otorga el rango cardenalicio
en 1953.
El Cardenal Roncalli, ya con muchos años de edad, ve este servicio
como el último de su vida y también como la realización de un
sueño largamente anhelado, pues
como él mismo escribirá en su biografía, desde seminarista sólo deseaba ser un “simple cura de pueblo”, y aunque todos sus encargos
los realizó no sólo con las exigencias de la diplomacia, sino sobre
todo como un pastor, él sentía que
le faltaba estar al frente de una comunidad, como lo había estado su
amado Obispo Tedeschi o como
el párroco de la infancia Don Rebuzzini, así que el ser Obispo de
una Diócesis era la cristalización
de ese sueño.
en la preparación del XXI Concilio
Ecuménico de la Iglesia, que con el
nombre de “Concilio Vaticano II”
él personalmente inauguró el 11
de octubre de 1962.
Mucho es lo que se podría contar
al respecto de su labor pastoral, lo
cierto es que sus grandes esfuerzos,
aunados a su alegría personal, a su
serenidad de ánimo y a la sencillez
y calidez de su trato con todos, le
ganaron el cariño y el respeto de los
fieles de la Iglesia y de las personas
en general.
Luego de una vida fecunda, totalmente enamorada del Señor y
al servicio del pueblo santo, tras
padecer un terrible cáncer de estómago, Juan XXIII fue llamado a
la casa del Padre el 3 de junio de
1963. Inmediatamente el pueblo
lo reconoció como un hombre
santo, por lo que el Papa Pablo VI
al terminar el Concilio declaró la
apertura del proceso de canonización, sería el Papa Juan Pablo II
quien en el marco del Gran Jubileo
del Año 2000 celebraría su beatificación, y ahora, con grande alegría, aguardamos su canonización
para el 27 de abril de 2014 junto
con la de Juan Pablo II.
El Papa Pío XII moría en 1958
y el 28 de octubre de ese año fue
elegido Papa con el nombre de
Juan XXIII. Toda su experiencia
humana y pastoral serían su herramienta primera para imprimir
al papado su sello personal, pues
apenas elegido se preocupó por los
más pobres, en particular por los
empleados al servicio del Vaticano
que tenían sueldos muy bajos y no
gozaban de las prestaciones de la
mayoría de los trabajadores europeos, también, con espíritu de austeridad evangélica, les bajó el suelo
a los cardenales y altos oficiales vaticanos.
Restauró la antigua práctica de las
“visitas pastorales” a las parroquias
de la Diócesis de Roma. Intensificó el diálogo ecuménico y recibió
al Primado de la Iglesia Anglicana
en el Vaticano. Y, como ya anotábamos más arriba, todos los esfuerzos de su pontificado se centraron
Que su ejemplo nos sirva a todos
para servir al Señor con sencillez,
para fiarnos de su Providencia con
la conciencia de que las obras santas provienen de Dios y que nosotros sólo somos instrumentos dispuestos para que el Señor realice
su obra.
Que también su intercesión nos
acompañe para vivir en una continua renovación de nuestra fe,
de nuestro ejercicio pastoral y de
nuestra docilidad a la palabra del
Señor, para testimoniar con sencillez y alegría el Evangelio de la paz,
de la bondad y de la dulzura.
“Testimoniar con sencillez y alegría el Evangelio de la paz,
de la bondad y de la dulzura”.
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