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Esquizofrenia: Subtipos, curso y riesgo premórbido.
Por Isabel Ancillo Gómez
Quien comience a leer este artículo posiblemente tenga cierta idea de lo que es la
esquizofrenia. No cabe duda de que nos referimos a una enfermedad mental, quizá de
las más conocidas o, al menos una de esas a las que cualquiera tildaría de “locura”.
Muchos de los clásicamente denominados “locos” podrían ser clasificados hoy en día
como esquizofrénicos, frente a otro tipo de trastornos psiquiátricos.
Aunque las bases cerebrales precisas de la esquizofrenia son en parte desconocidas,
cualquiera que conviva o trabaje con una persona esquizofrénica no podrá negarle la
condición de enfermo, ya que los síntomas son claramente llamativos.
Según el DSM-IV-TR (2001) la esquizofrenia se caracteriza por una serie de síntomas
entre los que podemos encontrar ideas delirantes (con la gran variedad de delirios que es
capaz de desarrollar el esquizofrénico: persecución, mesianismo, autorreferencia…),
alucinaciones, lenguaje desorganizado, comportamiento catatónico o gravemente
desorganizado y también lo que se ha denominado síntomas negativos, por ejemplo,
aplanamiento afectivo, alogia o abulia.
No obstante, no se suele hablar de esquizofrenia “en general”, sino a través de diferentes
subtipos, definidos por aquellos síntomas que predominan en el momento en que se
realiza la evaluación del individuo. Si nos atenemos a la clasificación del DSM-IV-TR
(2001), podemos encontrarnos con el Tipo paranoide, caracterizado porque la persona
se muestra preocupada por una o más ideas delirantes o alucinaciones auditivas
frecuentes y por no presentar un lenguaje desorganizado, ni comportamiento catatónico
o desorganizado, ni tampoco una afectividad aplanada o inapropiada.
También está el Tipo desorganizado, esquizofrenia en la que se da un predominio de
lenguaje y comportamiento desorganizados además de afectividad aplanada o
inapropiada.
Otro tipo de esquizofrenia es el catatónico, en el que el cuadro de la enfermedad está
dominado por al menos dos de los siguientes síntomas: inmovilidad motora manifestada
por catalepsia o estupor, actividad motora excesiva, negativismo extremo o mutismo,
adopción de posturas extrañas o movimientos estereotipados, manierismos marcados o
muecas llamativas; ecolalia o ecopraxia.
Además, encontramos el Tipo indiferenciado o, para terminar con la clasificación, el
Tipo residual que no manifiesta ideas delirantes, ni alucinaciones, ni lenguaje
desorganizado, comportamiento catatónico o gravemente desorganizado o sí aparecen,
pero de una forma muy atenuada, teniendo predominancia, por el contrario, los síntomas
negativos, como el aplanamiento afectivo.
Por supuesto, para poder hablar de esquizofrenia debemos estar ante una persona que, a
causa de estos síntomas, se encuentre manteniendo una situación disfuncional a nivel
laboral y/o social y en la cual los signos de enfermedad persistan durante al menos seis
meses.
Es importante al realizar un diagnóstico diferencial no confundir la esquizofrenia con un
trastorno esquizoafectivo, ni con un trastorno del estado de ánimo, así como asegurarse
de que la persona no haya consumido drogas de abuso o ciertos medicamentos y de que
no posea alguna enfermedad médica que pudiera estar produciendo los síntomas.
También debe mostrarse especial alerta ante la relación que podría establecerse entre
esquizofrenia y un trastorno generalizado del desarrollo, mostrando cuidado a la hora de
añadir un diagnóstico de esquizofrenia a alguien que, por ejemplo, padece autismo u
otro trastorno generalizado del desarrollo.
Hacemos referencia a la importancia de no confundir esquizofrenia con los trastornos
del desarrollo y también debemos indicar cómo se han encontrado relaciones entre
padecer algún tipo de trastorno del desarrollo en la infancia: retraso psicomotor, retraso
del habla, déficits en el desarrollo motor y cognitivo… y desarrollar una posterior
esquizofrenia, aunque no hay que alarmarse: un número importante de esquizofrénicos
ha presentado este tipo de trastornos antes de su enfermedad, pero no todas las personas
que los sufran necesariamente acabarán siendo esquizofrénicos.
Cuando nos referimos a riesgo premórbido, en la línea de anomalías neurológicas y de
conducta que podrían servirnos de señales previas a la aparición de la esquizofrenia,
siguiendo a Dolz i Abadia, Vilalta-Gil, Vilaplana y Torres Jiménez (2007) descubrimos
que una gran cantidad de adultos esquizofrénicos manifestaron alteraciones a nivel de
desarrollo cerebral ya durante la infancia, de modo que afectaron a zonas relacionadas
con la capacidad del individuo para crecer a nivel cognitivo y social aunque, como bien
señalan las autoras, “la deprivación social y psicológica también puede afectar al
desarrollo social y cognitivo por lo que no se puede entrar en consideraciones sobre la
especificidad etiológica de estos antecedentes”.
En cuanto al aspecto social como indicador premórbido de esquizofrenia, suele
afirmarse que estos enfermos presentan, previamente al desarrollo del trastorno,
aislamiento social, ansiedad, conductas disruptivas en los chicos y muy reservadas en
las chicas. Generalmente son personas que en su infancia o al inicio de la adolescencia
toman un primer contacto con las consultas de psiquiatría y psicología siendo
diagnosticados en algunos casos de trastornos de ansiedad, depresión, alteraciones de
conducta… y en los últimos años se ha aceptado, además, que los síntomas psicóticos
(experiencias delirantes, alucinaciones…) que tienen lugar durante la infancia, en un
número no definido de personas serán relevantes para la posterior aparición de
esquizofrenia en la primera juventud, al contrario de lo que se creía antes.
Tras el inicio de la esquizofrenia en la adolescencia o primera juventud e incluso algo
más tarde en las mujeres (en torno a los 25-35 años), la enfermedad seguirá una
evolución crónica, con tendencia al deterioro psíquico.
La esquizofrenia no suele aparecer bruscamente sino que, en muchos casos, empieza de
forma solapada y se hace difícil detectar su inicio exacto (Obiols y Obiols, 1989). Sirva
como ejemplo el hecho de que estos pacientes suelen ser personas que ya eran
considerados “raros” en su infancia.
No obstante, sí es cierto que algunas personas sufren un “brote de esquizofrenia”,
apareciendo ésta de forma brusca e insidiosa, normalmente con alucinaciones, ideas
delirantes, trastornos del pensamiento, conductas extrañas… es decir, con lo que se han
denominado síntomas positivos.
Después de la fase de inicio de la esquizofrenia, el sujeto pasa a otra de desarrollo
activo en la cual se manifestarán claramente los síntomas señalados para alguno de los
diferentes subtipos. El esquizofrénico tendrá temporadas de remisión y otras de
exacerbación de dichos síntomas, sin embargo siempre irán quedando secuelas, estados
residuales y, como decíamos antes, la persona se verá abocada a un estado crónico de
enfermedad y deterioro psíquico.
La esquizofrenia se convierte en algo incapacitante para el individuo si no sigue un
tratamiento adecuado. Afortunadamente, los avances en su tratamiento continúan cada
día, así como crecen el número de investigaciones llevadas a cabo y los recursos para
ellas, junto con otro tipo de apoyos que se ponen a disposición de estas personas y sus
familiares a través de asociaciones y diferentes organismos.
Referencias:
American Psychiatric Association. (2001). Manual diagnóstico y estadístico de los
trastornos mentales. DSM-IV-TR. Barcelona: Masson.
Dolz i Abadia, M., Vilalta-Gil, V., Vilaplana, M. y Torres Jiménez, A. (2007). Subtipos
de esquizofrenia: esquizofrenia por neurodesarrollo anormal. En M. Dolz i
Abadia (Ed.), Subtipos de la esquizofrenia (pp. 79-104). Madrid: Aula Médica.
Obiols, J.E. y Obiols, J. (1989). Esquizofrenia. Barcelona: Martínez Roca.