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COLOR Pintura
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Rostros y actitudes
de la infancia
en la pintura
Las representaciones de
niños con su expresión de
sencillez, ingenuidad,
credulidad, sinceridad y
los sentimientos más
puros, no siempre
interesaron a los artistasartesanos, atentos en
narrar las historias de los
dioses y los triunfos de
los monarcas que les
encargaban sus patronos.
Victoria Eugenia Arenal
erá en el siglo XVII cuando se valore
como tema independiente y autónomo de una obra de arte el mundo de la infancia. Hasta entonces, las escenas con
niños como protagonistas aparecen en
contadas ocasiones a lo largo de la historia del arte occidental gracias a encargos
especiales: con motivo de la muerte de
un ser querido en estelas funerarias, y
como deleite personal de un poderoso
que desea contemplar a sus hijos, es el
caso del faraón Akenatón (1350 a. C.)
que ordenó pintar escenas de sus hijas
jugando, transgrediendo las normas imperantes hasta entonces en el arte egipcio, quizá las primeras representaciones
de la vida infantil que iniciarán un nuevo
aspecto en el arte.
S
Rostro de Cupido, de Carracci.
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Niños y maternidad. Los niños están
presentes en el arte casi desde sus comienzos,
relacionados con la maternidad, siendo en el
Neolítico donde aparece, como imagen nueva,
el niño en brazos de su madre, tema perdurable
en el arte a través de la diosa Isis en Egipto
y la Virgen María en el Cristianismo.
Retablo de
Santa Maria
de Avià.
Diosa Isis.
La madona
y el niño,
de Lorenzetti.
Fresco de
Masaccio
de la Capilla
Brancacci.
Madona
de la flor,
de Rafael.
Desayuno en la cama,
de Mary Cassatt.
Son innumerables las imágenes que se
conservan de este tema a lo largo de la historia, aunque tal vez las más bellas corresponden al Renacimiento italiano. Los niños de
las vírgenes del románico y gótico son aún
hieráticos, sin rasgos infantiles. Sabemos
que son niños por su menor tamaño y por encontrarse sobre las rodillas de la virgen. Como ocurre con la virgen del frontal de la iglesia de Santa Maria de Avià (Barcelona) del
año 1200, una de las imágenes románicas
más emotivas debido a la actitud del niño
que gesticula con las manos y se inclina con
el cuerpo hacia delante. En el treccento italiano el niño Jesús, gracias al retorno del clasicismo, comienza a adquirir su expresión
infantil, con gestos risueños y carrillos sonrosados, sobre todo en pintores de la talla de
Cimabue y el Duccio. Sin olvidar La madona y el niño entre dos santos, de Lorenzetti, que data de 1320. Una representación de
la virgen como escena íntima de una madre
con su hijo, como una patricia romana, situada de tres cuartos en lugar de frente, atenta
a la mirada de su niño, colocado de perfil, en
un diálogo dulce que capta nuestra atención
gracias al misterio de su comunicación. Son
los antecedentes de los avances renacentistas y darán origen a expresar este tipo de escenas más allá del concepto religioso en el
arte del primer renacimiento. Así, en los
frescos de la capilla Brancacci, pintados por
Masaccio hacia 1410, aparece una madre
con su hijo en brazos formando parte de una
multitud de pobres a quienes San Pedro y
San Juan dan limosna. Un imagen de una belleza inusitada por lo que tiene de cotidiana.
El niño es un bebé auténtico a pesar de darnos la espalda. Intuimos los mofletes y la expresión de dulzura, y su culito al aire bajo un
pequeño faldón blanco nos acerca a las sensaciones amorosas que producen los bebés.
Poco a poco se convertirá en un tema independiente, en escenas de retrato de madres
con sus hijos, tan querido a Gainsborough en
el siglo XVIII. En el segundo renacimiento,
Leonardo y Rafael nos muestran niños enternecedores en sus madonas, como La madona de la flor, (1507), de Rafael, o Santa
Ana, la virgen y el niño, de Leonardo. En
adelante, el tema de la relación maternal se
independizará del asunto religioso, convirtiéndose en escenas de género o retratos familiares. De singular belleza es el cuadro impresionista de Mary Cassatt Desayuno en
la cama, donde la madre abraza con ternura al niño.
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Los niños y el amor profano. Los niños
son también los protagonistas de otro tipo de
amor en el arte clásico, el amor profano.
Dionisos niño en brazos de Hermes, o cupido
lanzando sus flechas amorosas en el arte griego
y romano, irán convirtiéndose en los querubines
angelicales del arte cristiano en siglos posteriores.
En los frescos de la Casa de los Vettii, en
Pompeya, los amorcillos se representan como orfebres, perfumeros, bataneros o enólogos. Son niños con alas, amorcillos, afanados en las distintas tareas de los trabajos que
desempeñan. Acompañantes ineludibles de
Venus, son el símbolo del amor, desde Grecia hasta nuestros días. La representación
de los amores de Marte y Venus está ampliamente representada en los frescos de Pompeya, y resulta curioso comprobar el parecido con las obras de Boticcelli, de Tiziano o de
Carracci, entre otros artistas que han tratado este tema, ¡antes de descubrir Pompeya!
Un niño se convierte así en el símbolo del
amor terrenal. Y el mismo niño alado representa el amor divino en los cuadros de tema
religioso, como ocurre con los famosos ángeles de Rafael y de Murillo.
En el barroco asistimos al nacimiento de
las escenas de género, el mercado del arte
se amplía con la naciente burguesía y nuevos temas de asuntos cotidianos alcanzan
la categoría de arte. Los niños y su mundo
saltan a los lienzos con todo su candor en
los cuadros de Murillo, representando la faceta pagana de la infancia, incluso se ponen
de moda escenas religiosas que hablan de
la infancia de los santos, como Santa Ana
enseñando a leer a la virgen niña, de
Murillo. Velázquez, al retratar a la infanta
Margarita en Las Meninas, cuando ésta realiza una visita al pintor ajena a las poses y
protocolos de la corte, hace gala de los nuevos temas pictóricos. Reynolds, Gainsborough, Courbet, Renoir, Kirchner, Balthus
o Picasso, entre otros, prolongan estas escenas a lo largo de nuestra historia estética
y artística. En el siglo XIX, con las teorías socialistas, la pobreza de los niños se convierte en imagen de denuncia social. Ya no son
las escenas idílicas de los niños pobres de
Murillo disfrutando de los exquisitos frutos. Son niños famélicos, desnutridos y de
mirada triste, pintados con un realismo veraz por la mano de Courbet o del pintor
George Brown, también del siglo XIX, que
pasó a la historia como el pintor de los hijos
de los pobres. En la actualidad es prácticamente un tema fotográfico.
Dionisos niño
en brazos
de Hermes.
Los amores
de Marte y
Venus, fresco
de Pompeya.
Venus, Adonis y Cupido,
de Carracci.
Niños comiendo fruta en
un cuadro de Murillo.
Cupido, de
Parmigianino.
Tema de niños pobres en
un cuadro de Brown.
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Niños y familia. Las representaciones familiares y los retratos
individuales conforman otros entornos donde los niños son
indispensables. Será en Egipto donde se inicien las imágenes
familiares relacionadas con el mundo funerario, como la escultura del
enano Seneb y su familia, del siglo XXIII a. C. Eso sí, siempre son
familias nobles las que pueden acceder a los honorarios de los
pintores, desde Grecia y Roma hasta las monarquías occidentales.
El enano Semeb
y su familia.
Pintura de carácter
costumbrista de Le Nain.
Escena familiar en un
cuadro de Renoir.
Retrato familiar
de Van Dyck.
Son niños agraciados por el destino, elegantes y sonrientes, de miradas satisfechas
y pícaras a veces. Situados en suntuosas y
lujosas estancias que nos hablan del nivel
de vida de los retratados. Excepto las obras
de carácter costumbrista de pintores como
Le Nain, Hogarth o Chardin, donde los niños pobres y de clase media son los protagonistas, aunque la belleza que transmiten
y el trazo pictórico sean equiparables. Casi
todos los grandes artistas a partir del Renacimiento tienen retratos familiares, desde
Velázquez a Ingres, de Rubens a Goya, de
Balthus a Antonio López. Un tema que gracias a la fotografía estará al alcance de todos los bolsillos a partir del siglo XIX y al que
quizá demos poca importancia en la actualidad.
Cuando el arte se vuelve abstracción a
principios del siglo XX, como tantos otros
temas del arte, los niños son relegados al olvido. Aunque muchos artistas no pueden
resistir la tentación de retratar a sus hijos y
plasmar los sentimientos que les evocan.
Los retratos que Picasso realiza de sus hijos
demuestran que ningún tema puede ser
considerado inferior en arte, ni pasado de
moda. Las reducidas dimensiones del Retrato de Pablo que conserva el Museo Picasso de Málaga contienen una de las imágenes más logradas de la infancia. La ternura que transmite el color con esos grises
delicados y la dulzura de la mirada con sólo
dos líneas de pincel nos hablan del sentimiento del pintor hacia su retoño. Es quizá
en los retratos de sus hijos donde Picasso
muestra una ternura más allá de la sensualidad que invade su obra.
Confío en que estos retazos sobre la infancia les sirvan para iniciar una búsqueda
personal en las visitas a exposiciones y museos. Seguro que encuentran ejemplos que
continúen el artículo.J