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CRUZADAS
Wenceslao Calvo (11-03-2011)
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Evangélica Pueblo Nuevo
CRUZADAS
Cruzadas es el nombre de varias expediciones militares de la Europa cristiana en los siglos XII y XIII para
recuperar Tierra Santa.
La primera cruzada, 1096-99
La segunda y tercera cruzadas, 1147-29, 1189-92
La cuarta cruzada, 1203-04
La quinta, sexta y séptima cruzadas, 1228-70
Incremento del poder y de la intolerancia papal
Devoción estimulada y absolución extendida
El Renacimiento y la Reforma
Pedro el Ermitaño dirigiendo la primera cruzada,
representado en Abreviamen de las estorias, siglo XIV
Son parte del conflicto entre el cristianismo y el islam, aunque constituyen en sí mismas una fase completa de
desarrollo histórico. Sucedieron en un tiempo cuando la ola de conquistas musulmanas se estancó durante más
de 400 años y el antiguo celo fanático del islam había dado paso a la obtención de intereses mundanos y al
fomento de la elevada cultura que todavía constituye un hito en la historia mundial. Por el contrario, en la
Europa cristiana el sentimiento religioso había ido ganando fuerza. Era un tiempo de repulsa contra los intereses
terrenales, e incluso de negación de los mismos y de una búsqueda apasionada de la felicidad en el otro mundo y
de una mayor comunión intima con Dios. En este espíritu de piedad, que luchaba para lograr la visión material
de la Deidad deben buscarse las verdaderas causas de las cruzadas. Una época que puso tanto énfasis en las
reliquias sagradas es lógico que fuera extraordinariamente sensible a la influencia de la mayor de todas las
reliquias, la Tierra Santa. Las muchas peregrinaciones del siglo XI a duras penas pueden ser contempladas como
precursoras de las cruzadas, pero los motivos que las animaban arrojan luz sobre el carácter de éstas. Si no
hubiera habido miles de individuos experimentando el anhelo por la Jerusalén celestial, a los estadistas no les
hubiera sido posible alistar tan grandes multitudes para la recuperación de la capital terrenal.
La primera cruzada, 1096-99.
En 1074, cuando Asia Menor cayó en manos de los turcos seleúcidas, Gregorio VII había proyectado una guerra
contra los infieles, teniendo también como propósito la unión con la Iglesia griega. Pero el plan tuvo que ser
abandonado por el conflicto con el emperador Enrique IV. Urbano II (1088-99), quien tomó de nuevo la idea,
estaba animado no tanto por las consideraciones políticas de Gregorio sino por el impulso religioso en sí. De la
Iglesia debería venir la fuerza motriz; en los poderes seculares descansaba la ejecución del plan.
Urbano II proclama la primera cruzada en el concilio de Clermont.
Miniatura francesa
Antes de esto, los caballeros normandos se habían involucrado en conflicto con los infieles y la concepción de
una cruzada contra los sarracenos no era por tanto una novedad absoluta para las naciones occidentales. El
emperador bizantino Alejo I era bastante consciente de ello cuando le pidió a Urbano ayuda contra los turcos en
1094, encontrando una respuesta positiva por el entusiasmo religioso general, por las ambiciones de la Iglesia y
por la codicia de aventureros y conquistadores. Cuando los embajadores griegos llegaron, Urbano estaba
preparando el concilio de Clermont y allí, ante grandes multitudes, el papa predicó por primera vez la cruzada el
26 de noviembre de 1095, con palabras que no han llegado hasta nosotros, pero que excitaron poderosamente a
las multitudes en un entusiasmo frenético. El número de aquellos que se sumaban a la cruzada se incrementaba
diariamente y el movimiento, que pronto sobrepasó los límites papales, cautivó a las clases más bajas. Los
campesinos cambiaron su arado por las armas y los insatisfechos, los oprimidos y los marginados se unieron a la
empresa; miembros del bajo clero, monjes ambulantes, mujeres y niños dieron al ejército cruzado el carácter de
una muchedumbre que no reconocía otro liderazgo sino el de Dios. Esta tendencia de oposición al papa dio
origen a la leyenda, que todavía está en curso, de que no fue Urbano sino Pedro el Ermitaño el verdadero
representante de la idea de la cruzada. Pedro fue uno de los líderes de las bandas fanáticas, cuya contribución a
la empresa fue el relato de una supuesta aparición personal de Jesús, dándole la comisión de hacer saber a la
cristiandad la triste condición de Tierra Santa. Tras los más viles excesos, en los cuales los judíos fueron los
principales perjudicados, esas huestes encontraron un patético final en Hungría y más allá del Bósforo.
Mapa de la primera cruzada
El auténtico ejército cruzado se puso en marcha en 1096. Comprendía hombres de Lorena bajo los hermanos
Godofredo, Eustacio y Balduino de Bouillon; provenzales bajo el mando de Raimundo de Toulouse; franceses
septentrionales bajo Roberto de Normandía y normandos de Italia bajo Bohemundo y Tancredo. La causa
cristiana sufrió por las disensiones entre los líderes, no pareciéndose todos a Godofredo de Bouillon en su
libertad de motivos mundanos y teniendo que luchar contra las maquinaciones de Alejo I, a quien la suspicacia
le dominó por el peligro de la presencia de los ejércitos occidentales en sus dominios. Nicea fue tomada y el
sultán de Iconio fue derrotado en Dorylæum, siendo capturada Antioquía el 3 de junio de 1098 y defendida con
éxito el 28 de junio contra el sultán de Mosul; el 15 de julio de 1099 Jerusalén cayó en manos de los cruzados y
Godofredo de Bouillon fue hecho protector del Santo Sepulcro. Murió en julio de 1100 y bajo sus sucesores,
Balduino I († 1118), Balduino II († 1131) y Fulco († 1143), los límites del reino se extendieron mediante
batallas coronadas por el éxito. El reino recibió fuerza por el influjo de nuevas fuerzas cruzadas, por la presencia
de mercaderes italianos, quienes se establecieron en los puertos sirios, y por las órdenes militares y religiosas de
los Templarios y los Caballeros de San Juan. Pero la prosperidad desembocó en un debilitamiento del espíritu
militar, malgastando las luchas internas los recursos del reino. El día de Navidad de 1144 la captura de la
fortaleza fronteriza de Edesa por el emir de Mosul infligió un serio golpe al poder cristiano.
Mapa de la segunda cruzada
La segunda y tercera cruzadas, 1147-29, 1189-92. Las nuevas de la caída de Edesa llevaron a una segunda
cruzada (1147-49) encabezada por Luis VII de Francia y Conrado III de Alemania. A pesar de los elevados
motivos que animaban al rey francés, la segunda cruzada muestra una falta del espíritu de entusiasmo que había
producido la primera. El peligro político envuelto en el triunfo de las armas musulmanas fue un factor
determinante en la partida de los ejércitos cruzados y Bernardo de Clairvaux, el gran predicador de esta cruzada,
halló conveniente la utilización de la cruz como potente medio para ganar la absolución del pecado y obtener la
gracia. El siguiente es un ejemplo de cómo predicó la segunda cruzada:
"Si se os anunciara que el enemigo había invadido vuestras ciudades, vuestros castillos, vuestras
tierras; que había violado a vuestras mujeres y a vuestras hijas, y profanado vuestros templos,
¿quién de vosotros no correría a las armas? Pues bien; todas estas calamidades, y otras mucho
peores, han caído sobre vuestros hermanos, sobre la familia de Cristo Jesús, que es la vuestra. ¿Por
qué vaciláis en reparar tantas maldades, en vengar tantos desmanes? ¿Permitiréis que los infielea
contemplen en paz las devastaciones que han cometido en el pueblo cristiano? Recordad que el
triunfo de ellos significará que estaréis sujetos a amargura y dolor durante generaciones, y que el
oprobio eterno caerá sobre la generación que lo haya permitido. Sí, el Dios vivo me ha
encomendado anunciaros que él castigará a todos los que no lo hayan defendido en contra de sus
enemigos. Corred a las armas, pues, que una ira santa os anime en la lucha y que el mundo cristiano
resuene con estas palabras del profeta: "Sea maldito el que no tiñe su espada con la sangre",' Si el
Señor os llama a defender su herencia, no creáis que su brazo haya perdido el poder. ¿No podría
enviar doce legiones de ángeles, susurrar una palabra, y todos sus enemigos quedar convertidos en
polvo de la tierra? Pero Dios ha considerado a los hijos de los hombres, y quiere abrirles el camino
a su misericordia. Su bondad ha hecho amanecer para vosotros el día de la seguridad, llamándoos
para vengar su gloria y su nombre. Guerreros cristianos: aquél que dio su vida por vosotros, hoy
demanda la vuestra. Esto son combates dignos de vosotros; combates en los cuales es glorioso
vencer y morir es ganancia. Caballeros ilustres, generosos defensores de la Cruz, recordad el
ejemplo de vuestros padres que conquistaron a Jerusalén y cuyos nombres están inscriptos en los
cielos; abandonad, entonces, las cosas que perecen, para recoger las palmas inmarcesibles, y
conquistar un reino que no tiene fin."
Mapa de la tercera cruzada
La falta de armonía entre los líderes y la política traicionera de los bizantinos desembocaron en un desastre
irremediable. El ejército alemán fue casi totalmente destruido en Asia Menor durante el invierno de 1147-48 y
el otro ejército cruzado sucumbió a la derrota y al clima en el verano de 1148. Balduino III, por su insensata
captura de Ascalón en 1153, puso a Egipto en la esfera del conflicto y de esta forma preparó el camino para la
caída de Jerusalén. Egipto después de 1169 fue gobernado por los poderosos seléucidas, cuyo gran jefe Saladino
hizo el objeto de su vida expulsar a los cristianos de Tierra Santa. La guerra fue llevada a cabo en una actitud de
tibieza por los príncipes cristianos. El 4 de julio de 1187 Saladino ganó la batalla de Hattin y el 2 de octubre se
rindió la ciudad santa. El poder cristiano quedó restringido a Antioquía, Trípoli, Tiro y Margat. En la tercera
cruzada (1189-92), que la caída de Jerusalén dio origen, participaron Ricardo I de Inglaterra, Felipe Augusto de
Francia y el emperador Federico Barbarroja. El emperador alemán se ahogó en Sale en junio de 1190; Acre fue
tomada por Ricardo y Felipe, pero los dos reyes se pelearon y Felipe se retiró, dejando Ricardo en 1192 Tierra
Santa tras conseguir un tratado con Saladino sobre el derecho de los peregrinos a visitar el Santo Sepulcro en
pequeños grupos y desarmados.
El siguiente texto describe los preparativos de Ricardo I y Felipe II Augusto ante de iniciar la cruzada de 1189:
Mapa de los reinos latinos en Tierra Santa
'Felipe, rey de Francia por la gracia de Dios, y Ricardo, rey de Inglaterra por la gracia de Dios,
duque de Normandía y de Aquitania, conde de Anjou, a todos sus vasallos que reciban esta carta,
salud.
Ya sabéis que nos hemos reunido formalmente y decidido, por consejo de los prelados
y barones de nuestros reinos, que haremos juntos, y guiados por Dios, el viaje a Jerusalén y que
nos hemos comprometido recíprocamente a respetar las reglas de la amistad y la lealtad: yo, Felipe,
rey de Francia, para con Ricardo, rey de Inglaterra, mi amigo y vasallo; y yo, Ricardo, rey de
Inglaterra, para con Felipe, rey de Francia, mi soberano y amigo. Así, pues, hemos decidido que,
excepto aquellos que permanezcan por orden nuestra o con nuestro consentimiento, todo aquel que
pertenezca a nuestras tierras partirá, antes que nosotros, o con nosotros, el domingo después de
Pascua. Si alguno decidiera quedarse por cualquier otro motivo, será excomulgado por los prelados
de ambos reinos, y sus bienes serán materia de interdicto. Así, pues, queremos, decidimos y
ordenamos que los que se queden al frente de nuestros reinos se presten, si hay lugar a ello,
asistencia mutua.
Los bienes de quienes se pongan en camino antes que nosotros o con nosotros no deberán sufrir, al
igual que los nuestros, mengua ni menoscabo. Si alguien intentase atentar contra su integridad,
nuestros jueces y bailes deberán exigir de él reparación, según la costumbre de nuestros reinos. Si
alguien intentase hacernos la guerra en cualquiera de nuestras provincias durante nuestra ausencia o
hacer la guerra a alguno de nuestros vasallos y no se somete a la justicia, en primer lugar será
excomulgado y, si en los cuarenta días siguientes a la excomunión no nos da reparación alguna,
entonces dispondremos que él y sus herederos sean desposeídos, a perpetuidad, de sus bienes. Los
feudos de quien, por este motivo, haya sido desposeídos pasarán a ser propiedad del señor de la
vecindad, quien ejercerá su poder sobre ellos. Quienquiera que haya cometido un crimen en el reino
de uno cualquiera de nosotros y no haya dado la correspondiente reparación no podrá encontrar
asilo en el reino del otro. Si dan con él, será entregado a los jueces del reino en que haya cometido
la sanción. Por tanto, queremos y ordenamos que nuestros jueces y bailes se comprometan y sujeten
recíprocamente a aplicar estas disposiciones hasta nuestro regreso, en cumplimiento del juramento
de fidelidad que nos han prestado.'
(Dado el 30 de diciembre en Nonancourt (1189)
Cruzada de los niños, grabado de Gustavo Doré
La cuarta cruzada, 1203-04.
El espíritu cruzado estaba muerto y las siguientes cruzadas se han de explicar más bien como resultado de los
esfuerzos del papado en su lucha contra el poder secular, a fin de desviar las energías militares de las naciones
europeas hacia Siria. Tras una sistemática agitación en 1201 un gran ejército fue reunido con el plan de
transportarlo en naves venecianas a Egipto. Pero los venecianos bajo su astuto dogo, Enrico Dandolo, lograron
convertir el movimiento cruzado en algo para sus propios propósitos. Los cruzados se volvieron contra los
bizantinos, Constantinopla fue tomada y saqueada (1204) y el imperio quedó partido entre Venecia y los líderes
cristianos. Se creó el imperio latino en Constantinopla. Una explosión del antiguo entusiasmo dirigió la cruzada
de los niños de 1202, que Inocencio III interpretó como una reprensión de los cielos a sus indignos líderes.
Mediante procesiones, oraciones y predicación la Iglesia intentó poner en marcha otra cruzada a pie y el cuarto
concilio de Letrán (1215) formuló un plan para la recuperación de Tierra Santa. Una fuerza cruzada de Hungría,
Austria y Baviera alcanzó un notorio éxito con la captura de Damietta en Egipto en 1219, pero bajo la urgente
insistencia del legado papal, Pelagio, procedieron a un necio ataque contra El Cairo, obligándolos una
inundación del Nilo a escoger entre la rendición o la destrucción.
La quinta, sexta y séptima cruzadas, 1228-70.
En 1228 el emperador Federico II zarpó desde Brindisi para Siria, aunque condenado con la excomunión papal.
Por medio de la diplomacia logró un éxito sin precedentes, pues Jerusalén, Nazaret y Belén fueron entregados a
los cristianos durante un período de 10 años. Los intereses papales representados por los templarios provocaron
un conflicto con Egipto en 1243 y al año siguiente una fuerza corasmiana puso sitio a Jerusalén. Los últimos
esfuerzos de Europa se muestran en las dos infructíferas cruzadas de Luis IX de Francia contra Chipre, Egipto y
Siria en 1248-54 y contra Túnez en 1270. Con la caída de Antioquía (1268), Trípoli (1289) y Acre (1291),
desaparecieron las últimas huellas de ocupación cristiana en Siria.
Guillermo de Beaujeu defendiendo San Juan de Acre
Incremento del poder y de la intolerancia papal.
El primero de los resultados que las cruzadas produjeron es el gran incremento del poder de la Iglesia y el
papado. Los logros de las guerras religiosas se quedaron muy cortos de las expectativas, pero la idea de que el
papa era la cabeza de la cristiandad armada alcanzó su efecto por la conquista del Santo Sepulcro. Fue el papa
quien convocó a los ejércitos, quien suplió los medios necesarios de los tesoros de la Iglesia, quien otorgó a los
guerreros de la cruz privilegios y bendiciones y quien los dirigió por medio de sus legados y aunque la obra
auténtica de la batalla fue llevada a cabo por los príncipes seculares, éstos estaban firmemente sujetos al control
de la jerarquía por su irrevocable voto de cruzados. Mediante la instrumentalidad de sus legados, que ahora se
convirtieron en parte importante de la administración eclesiástica, el papa consiguió una autoridad incrementada
dentro de la Iglesia. Una fuente más material de impulso fueron las riquezas que beneficiaron a la Iglesia,
resultado de los sacrificios de individuos que se prestaron a sí mismos como medios para hacer la cruzada.
Príncipes y caballeros vendieron o hipotecaron sus propiedades y la Iglesia fue la compradora sin competencia
en el mercado abierto. Los papas consiguieron una ganancia especial de este estado de cosas, pues, aunque
durante el siglo XII los obispos estaban acostumbrados a contribuir de sus fondos para el coste de las
expediciones militares, tras el concilio de Letrán de 1215 esas liberalidades fueron reclamadas por Roma como
supremo líder de la guerra santa y se convirtieron en la base de un impuesto regular que fue reforzado por toda
Europa mucho después de la caída de la última ciudadela en el este. Más aún, los cruzados actuaron como un
poderoso incentivo para el crecimiento del espíritu de intolerancia religiosa. De la guerra contra los no
creyentes, fueran musulmanes, judíos o paganos, no había más que un paso para la guerra contra los herejes. En
este aspecto también Inocencio III aparece como un hacedor de época, al aventurarse a dirigir el brazo secular
contra los enemigos internos de la Iglesia y predicar una cruzada de exterminio contra los albigenses del sur de
Francia. La Inquisición, con todos sus horrores, nunca podría haber echado tan profundas raíces sino por las
pasiones religiosas que marcaron las cruzadas. En compensación a duras penas se puede mantener que el
conocimiento europeo avanzó por las guerras con los musulmanes. La introducción del estudio de Aristóteles en
el oeste se ha de atribuir más bien a las relaciones amistosas que prevalecieron entre cristianos y sarracenos en
España y Sicilia. Tampoco es absolutamente cierto que el arte occidental se enriqueciera materialmente por el
contacto con Bizancio y Siria, pues los numerosos objetos de arte traídos como botín del este no fueron más que
una influencia en el desarrollo del arte decorativo, al suplir modelos a los que imitar.
Los cruzados descubriendo la verdadera cruz,
grabado de Gustavo Doré
Devoción estimulada y absolución extendida.
Por otro lado, sería imposible subestimar el estimulante efecto de las cruzadas en el espíritu de devoción de la
Europa cristiana. En los emisarios papales encomendados con la predicación de la cruzada se encuentran los
primeros predicadores populares de la Edad Media. Los clérigos dejaban sus iglesias y se dirigían a las
multitudes en las plazas públicas y en el campo; a ellos en gran medida se debe la elocuencia ferviente e
imaginativa de los posteriores monjes mendicantes. Surge la práctica cuestionable de investigar localidades
supuestamente relacionadas con la tradición sagrada y el establecimiento de ceremonias dotadas de peculiar
eficacia. Es un período de transición, que hasta el día de hoy ha sumido la geografía de Oriente Medio en la
confusión. El peregrino que tras la caída de Acre se vio impedido de ir a los mayores santuarios de adoración
cristiana se volvió a los lugares sagrados del occidente o de su propio país y la creación de tales centros y
objetos de devoción se convirtió en una función importante de la Iglesia. La adoración de reliquias se extendió
enormemente y el comercio de objetos sagrados se llevó a cabo en toda forma concebible y no siempre sin los
más absurdos y groseros engaños. El conjunto de la leyenda se incrementó y la Virgen se convirtió
especialmente en sujeto favorito de representación en la narrativa y el arte. La gran importancia del rosario, que
antes de este período aparece prominentemente sólo en ejemplos aislados, procede del siglo XIII, cuando se
desarrolló bajo influencia de las similares características de la piedad musulmana conocida como tasbih.
De portentosa importancia fue el efecto producido por las cruzadas sobre el sistema de la absolución.
Originalmente la inmunidad de los castigos de trasgresión se otorgaba solamente a aquellos que asumían la cruz
por motivos puramente religiosos; pero ya con Celestino III († 1198) cuanto mayor es la contribución de dinero
para la expedición contra los infieles mayor es la recompensa con una remisión parcial de la pena del pecado,
mientras que Inocencio III otorgó remisión completa a cualquiera que enviara un sustituto a la batalla. Al poder
ser absuelto cualquiera de su voto de cruzado por el pago de una suma de dinero y la absolución ofrecida por
actos menores de piedad tales como meramente escuchar una exhortación para tomar la cruz, es evidente que se
presentaron amplias oportunidades para eludir el castigo del pecado.
El Renacimiento y la Reforma.
Las cruzadas no quedaron sin consecuencias sobre el Renacimiento y la Reforma. La relación amistosa con el
mundo musulmán puso a Europa en contacto con realizaciones y virtudes que faltaban dentro. Los hombres
fueron conscientes de un sistema moral independiente del cristianismo que, no obstante, era digno de respeto.
Las disputas teológicas entre cristianos y musulmanes pusieron al descubierto el hecho de que el dogma católico
no era invulnerable. Al descubrir los méritos insospechados de su oponente se estaba a un paso de hacer un
examen crítico de la propia condición. En Alemania se hizo manifiesta la sospecha hacia los motivos de la
Iglesia al inflamar las guerras contra los musulmanes y el rechazo a contribuir a la realización de los planes
formulados por un papado ambicioso. De esta forma la Iglesia, que se había convertido en líder de las cruzadas,
sufrió las consecuencias de su fracaso. La fe en el absolutismo papal se desvaneció y apareció un nuevo espíritu
religioso, primero en diversos grupos (cátaros y albigenses) y posteriormente en la Reforma. Este espíritu fue
promovido por la inspiración de esa cultura más elevada de la que Federico II es el tipo prominente, mediante el
desarrollo de las ciencias y por el crecimiento del comercio con el este, que enriquecieron a Europa y dirigieron
la atención de los hombres de lo puramente religioso a los intereses materiales y culturales en el movimiento
conocido como Renacimiento.