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IGNACIO CHATO GONZALO La estrategia diplomática española, respetando las directrices planteadas por el gobierno inglés, aunque sin compartir la sustancia política que aducía, no iba a prescindir de su pretendido derecho a intervenir en el momento en el que el trono de María II viniera a amenazarse31. Estos eran los principios sobre los que pretendía sujetar su conducta ante la cuestión portuguesa: 1. A la adopción del principio general de no intervención en las cuestiones interiores de ningún país independiente. 2. A no extender en este momento nuestros pasos diplomáticos en Lisboa más allá que a la acción moral de buenos consejos dados por nuestro Ministro, de acuerdo común con el Ministro de Inglaterra en aquella corte. 3. A sostener eficazmente el Trono de la Reina Dª María contra toda coacción graduada de tal por S. M. Fidelísima misma. 4. A que llegado el caso de obrar en esta dirección, se procure con todo esfuerzo verificarlo de acuerdo y en unión con la Inglaterra, sin desistir del empeño de llevar a cabo aquel intento, aunque este acuerdo no pudiera por desgracia conseguirse. 5. Que el gobierno español tiene absoluta necesidad de prepararse a todas las eventualidades, sin que sus preparativos, cualquiera que sea su naturaleza, signifiquen querer escaparse de la línea de conducta indicada32. Una posición que no contaba, lógicamente, con el beneplácito del gobierno inglés, que pretendía dar por zanjada la crisis portuguesa y evitar cualquier acción por parte de los moderados españoles. De ahí que el marqués de Miraflores iniciara entonces una campaña de contactos con otros gobiernos más afines, buscando su apoyo ante la eventualidad de una intervención militar en Portugal que pudiera no disponer del consentimiento británico. El gobierno francés reiteró su apoyo, reconociendo explícitamente el derecho que asistía a España, llegado el caso, de participar en los asuntos portugueses. A los gobiernos de Viena, Berlín y San Petersburgo se les instaba, en el caso de que fuera necesaria una acción militar, a dar su respaldo y ayuda por medio de sus ministros en Lisboa, mostrando su firmeza en la defensa del trono en manos de María II33. De todos modos, de poco iban a servir al gobierno español las muestras de apoyo que, desde Bélgica, Austria, Prusia y Rusia, vinieron a recibirse. Mientras el ministerio inglés mantuviera su total repulsa a una acción de fuerza contra el nuevo régimen establecido en Portugal, imposible resultaba la oportunidad de entrar manu militari en el país vecino. Así lo avisaba lord Howden que, con justificada suspicacia, pedía explicaciones a Miraflores a raíz del llamamiento de una nueva quinta para incrementar los efectivos del ejército, viéndose en la necesidad de recordar las especiales obligaciones que, para su gobierno, implicaba la alianza luso-británica: “existen tratados de naturaleza muy restrictiva entre la Inglaterra y el Portugal desde los tiempos más remotos, los cuales se han renovado constante y sistemáticamente y por los cuales la Inglaterra está obligada a suministrar al Portugal un inmediato auxilio en 112