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28 l TRIBUNA ŢŢ Daniel Pérez Calvo Poeta en Nueva York DESDE que, en un arranque de puro romanticismo, Zapatero dijera una vez que para él la patria es la libertad, nadie se había acercado al concepto de forma tan poética como lo ha hecho Pablo Iglesias estos días en Nueva York. Si el teniente Kaffee aseguraba en ‘Algunos hombres buenos’ que el honor no es algo que vaya en los galones, la patria para Iglesias tampoco se lleva en una pulsera, ni se exhibe en los estadios de fútbol. En la zona residencial de Queens, donde, aunque parezca que no, también la brisa del Hudson arrastra consigo ese subyugante hedor a capitalismo que emana de la Gran Manzana, el líder de Podemos abogó por la construcción de un país al que los españoles puedan regresar algún día, dando así por sentado que vivir en Nueva York debe ser para ellos la mayor de las desgracias. Ante un auditorio más bien frío a Iglesias se le llenó la boca de patria, patria y más patria; no como sinónimo de libertad, sino como idea equiparable a lo que supone no verte obligado a emigrar, llevar a tu hijo a un buen colegio o disponer de asistencia sanitaria garantizada. Podría haber dicho «la patria soy yo» y habría acabado antes, pero prefirió exprimir a fondo la ocasión y venirse arriba. En realidad, el uso de la alegoría o el circunloquio como subterfugio para expresar que la patria es cualquier cosa menos aquello que toda la vida ha sido resulta muy útil para salir del paso en las visitas a la Cataluña del rey Arturo o para arengar a marabuntas tan heterogéneas de pensamiento y procedencia como las que se dan cita en la Puerta del Sol de Madrid. Pero, qué diablos, también tiene su mérito tratar de impartir lecciones de neopatriotismo en el país donde la nación, el himno y la bandera no sólo están en las pulseras y en los estadios de fútbol, sino en el corazón de los ciudadanos desde que desayunan por la mañana bien temprano con el Tío Sam presente de un modo u otro en la leche, los cereales y la mantequilla de cacahuete. Creo de veras que al Pastor de Andorra se le hubiera entendido en Nueva York mejor que a Iglesias con solo entonar lo de «patria y Virgen es mi lema, patria y Virgen mi cantar; mi patria es España entera, mi Virgen la del Pilar». Al fin y al cabo, para patriota con coleta, los neoyorquinos ya tuvieron en su día a Mel Gibson, interpretando al coronel Martin en la legendaria película de Roland Emmerich. Domingo 22 de febrero de 2015 l Heraldo de Aragón ŢŢ I Las religiones que dicen tener su origen en Abraham –judaísmo, cristianismo e islam– prohíben la idolatría, lo que no está reñido con la existencia de imágenes, ni siquiera de Mahoma Por Guillermo Fatás La imagen de Mahoma SE dice mucho que para el islam es pecado representar el rostro de Mahoma. De hecho, no se representa, o casi. Pero eso es verdad según dónde, según y cómo, y según y cuándo. En la República Islámica de Irán, regida por clérigos integristas herederos del sombrío ayatolá Jomeini, se venden en las tiendas retratos de un Mahoma joven, imberbe y sonriente, bajo los cuales, en árabe clásico, se lee ‘Muhammad rasul Allah’, Mahoma, mensajero de Alá. Para que no haya dudas. El judaísmo tampoco es aficionado a representar bajo rasgos humanos a Dios ni a sus profetas y enviados. Yahvé dio una orden directa a Moisés, en el que los cristianos llaman primer mandamiento de la Ley de Dios: «No tendrás otros dioses delante de mí. No te harás ninguna escultura y ninguna imagen de lo que hay arriba, en el cielo, o abajo, en la tierra, o debajo de la tierra, en las aguas. No te postrarás ante ellas, ni les rendirás culto; porque yo soy el Señor, tu Dios, un Dios celoso, que castigo la maldad de los padres en los hijos, hasta la tercera y cuarta generación, si ellos me aborrecen; y tengo misericordia a lo largo de mil generaciones, si me aman y cumplen mis mandamientos». Las interpretaciones estrictas dan lugar a la iconoclastia: nada de imágenes de ningún tipo, destrúyanse. Las exégesis laxas dicen que están prohibidas, pero solo si son objeto de adoración, reservada a Dios. Iconoclastas cristianos El cristianismo, como las otras dos religiones que también se dicen vinculadas a Abraham, es de todo menos unitario y ha tenido sus iconoclastas (en griego, ‘klao’ es ‘quebrar’), a veces ferocísimos. El fenómeno, intermitente, duró cientos de años y en algunas partes sigue vivo. En la Constantinopla –hoy Estambul– del siglo VIII, fue impulsado por el emperador mismo (León III). Años más tarde hubo una segunda oleada, aún más ruda, asimismo espoleada desde palacio por León V. No eran anticristianos, sino cristianos cristianísimos. ŢŢŢ Antón Castro El enamorado de Teruel NO se conocen con precisión muchas cosas del fotógrafo Patricio Julve. Durante años pareció una criatura de ficción: el rastro de un sueño o de una creación artística. Nació en Zaragoza, probablemente a finales del siglo XIX, y quizá posase, en nes. Las rechazan en general los grupos anabaptistas (por ejemplo, los amish, famosos por obra de Hollywood). Y también hay cristianos que, siempre por orden divina, rehusan representar al Crucificado, como la filipina Iglesia de Dios. En pleno Renacimiento, cuando Europa generaba talentos tan deslumbrantes (y tolerantes) como Erasmo o los españoles hermanos Valdés, algunas corrientes de pensamiento cristiano más integrista se propusieron no dejar santo ni virgen con cabeza. Así, Juan Calvino, el venerado fanático bajo cuyo gobierno fue quemado vivo Miguel Servet –por hereje: lo mismo que hacen hoy los fervorosos yihadistas en Siria con otros musulmanes y con los cristianos–, era enemigo declarado de las imágenes ‘idolátricas’. En Zúrich, Estrasburgo, Nimega, Copenhague, Ginebra y otros muchos lugares fueron martilleadas con fruición estupendas iglesias y catedrales. Los destrozos duraron casi medio siglo, sobre todo en los países en que prendió la reforma luterana con sus derivados. Naturalmente, por voluntad de Dios. Lo mismo manda ahora Abu Bakr alBaghdadi, el barbado jefe de los sangrientos apóstoles, que se ha impuesto el nombre del suegro y sucesor de Mahoma, Abu Bakr, primer califa histórico del islam. No faltan hoy cristianismos anicónicos, que aborrecen las imáge- Iconoclastas musulmanes En el islam ocurre algo parecido. El islam mayoritario se parece en este punto al judaísmo. La pobre Esfinge de Guiza tiene la cara rota no por un cañonazo napoleónico, sino por un iconoclasta islámico del siglo XIV, de nombre Mohammed Sa’im al-Dahr, a quien sus piadosos correligionarios de tendencia opuesta colgaron de la horca. Por infiel, no por daños al patrimonio. En cambio, a los talibanes que dinamitaron en 2001 los notables Budas de Bamiyán nadie les ha echado el guante para hacerles pagar por su desmán. Hay decenas de efigies piadosas de Mahoma y de su rostro, hechas por musulmanes devotos, y no solo medievales, sino de ahora mismo. Mi primer manual de arte islámico (Talbot-Rice, 1964) solo recoge piezas del siglo XV. Las hay bastante anteriores. Muestran, de forma respetuosa, e incluso tierna, escenas de la vida de Mahoma: su nacimiento, envuelto en pañales, muy parecido al pesebre cristiano; su viaje milagroso a los cielos; su ingenio para mover la Piedra Negra en la Kaaba; el milagro de la cueva de Thaur, donde una araña salvó la vida a Mahoma y a su suegro y sucesor, Abu Bakr; el arcángel Gabriel que le lleva la palabra de Dios; Mahoma presidiendo a Jesús, Moisés y Abraham; etc. No es, pues, verdad, lo que se oye sobre lo pecaminoso de representar la efigie de Mahoma. Por cierto: ese Mahoma amable y joven del que en Irán se venden hoy retratos, con pie de imprenta en Teherán y en Qoms, tiene como modelo... una fotografía. Por más señas, es europea, tomada a un mozalbete egipcio y fechable hacia 1906. Nadie pensó entonces en darle el uso que hoy tiene, pero así son las cosas en este bajo mundo. Estaría escrito. su único viaje a Albalate del Arzobispo, para Juan José Gárate, que es uno de los grandes pintores que se pueden ver en la muestra ‘Ideal de Aragón’, en el Paraninfo. Al parecer fue al Bajo Aragón con un objetivo: quería retratar el río Martín desde lo alto del castillo. Le atraían mucho los ríos, especialmente sus reflejos, ese paso líquido de serpiente que huye y su gama de reflejos a cualquier hora. Juan Tudela, dibujante y publicista que expuso ‘Del lápiz al ratón’ en Montemuzo, trabajó con él cuando apenas era un mozalbete de quince años, a mediados de los 50. Fue su ayudante por pocos meses. Dejó de serlo cuando lo llama- ron de Cantavieja, y quizá de otros lugares del Maestrazgo, para hacer un gran reportaje de los cementerios. Allí, al parecer, realizó cientos de retratos de adultos y niños. Juan Tudela recuerda que le interesaban mucho las bailarinas y actrices y cantantes del Oasis y que solía retratarlas a la menor ocasión; dice que era obstinado, meticuloso, un maestro del laboratorio y que a veces tenía arrebatos de mal genio. Lo captó todo: mujeres, campesinos, paisajes, colinas, pueblos, bodegones –debía conocer la obra de Giorgio Morandi y tal vez le inspirarse sus naturalezas muertas–, masadas y masoveros, como se puede ver en la retrospectiva que se le ha montado en el ‘Espacio en Blanco’ de la Universidad San Jorge: ‘Los trabajos y los sueños’, que organizan Nacho Escuín y su equipo. Aunque tenía su estudio en las Murallas Romanas, sentía una gran predilección por Teruel. Hizo fotos del mudéjar y de los edificios modernistas, y sintió veneración por el mausoleo de los Amantes y por la historia de Diego e Isabel. Seguro que le encantaría sumarse estos días a la gran fiesta del amor en Teruel, con fotógrafos como Antonio Sevi, Antonio García y Lori Needleman. Y quizá ande por ahí: tampoco se tiene la certeza de que se haya muerto. l5Ţ ).Ţ Ţ !$"$ .Ţ +$*..Ţ Ţ#*(Ţ 5Ţ.1Ţ-*./-*\Ţ# #.Ţ+*-Ţ (1.1'() .Ţ 2*/*.\Ţ 5Ţ)*Ţ.*'*Ţ( $ 2' .\Ţ .$)*Ţ Ţ#*-Ţ($.(*m