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Alta Edad Media
La penetración y fijación de los pueblos germánicos en el
territorio del Imperio Romano condujo a la formación de
diversos reinos, desde el principio del siglo V. La autoridad
imperial en Occidente dejó de existir en el año 476, con la
deposición de Rómulo Augústulo. La parte oriental del imperio,
centrado en Constantinopla (actual Estambul), se hizo cargo a
partir de ahí del legado político de Roma.
Los germánicos, señalados como bárbaros por los romanos,
organizaron sus reinos en las antiguas fronteras del imperio y
en áreas que habían sido ocupadas por los romanos, como la
actual Alemania. Cada uno de esos reinos evolucionó de forma
diferente dando lugar a las monarquías europeas medievales.
Los ostrogodos se establecieron en Italia, dirigidos por
Teodorico, y constituyeron uno de los reinos más importantes
de los siglos V y VI. Teodorico, se convirtió al arrianismo y
resolvió los conflictos con la población romana-cristiana a
través de políticas tolerantes buscando elevar el nivel
cultural de su pueblo y acercarse a la jerarquía eclesiástica.
Además, en alianza con otros reinos bárbaros para hacer frente
a la intervención del Imperio Bizantino, mantuvo la tradición
jurídica y administrativa de Roma y alentó el florecimiento de
las artes y las letras.
A finales del siglo V, los francos establecieron las bases de
lo que más tarde sería uno de los reinos más poderosos de la
Europa medieval. Convertido al catolicismo, el rey Clodoveo I
consiguió el apoyo de la gente de la antigua Galia con una
política de fusión entre los galo-romanos y los francos.
Extendidos por toda la Galia, los visigodos se dirigieron a la
Península Ibérica en el año 507 y dominaron los otros pueblos
bárbaros, con la excepción del pueblo borgoñés, que sería
sacudido por sus sucesores. Las únicas áreas de la Galia que
no pudieron dominar fueron Septimania y Provenza.
En la península Ibérica, los visigodos eran una monarquía
próspera y culta, en la cual se fundieron los trazos
germánicos y las tradiciones seculares romanas. La monarquía
visigoda se esforzó para conquistar la unidad territorial y
formar un Estado. La oposición de la población hispano-romana
al arrianismo fue el primer obstáculo a vencer. En el siglo VI
la monarquía visigoda llegó a la plenitud con Leovigildo, que
estableció la unidad territorial después de vencer los suevos
del noreste y los bizantinos del sudeste. Los problemas
religiosos fueron resueltos cuando Recaredo reconoció el
cristianismo como su religión, en el año 587. La ocupación de
los árabes en la Península Ibérica, en el inicio del siglo
VIII, fue favorecida por las luchas entre Rodrigo y Aquila. El
poder de los visigodos se extinguió en pocos años, y comenzó
una nueva etapa en la península y Europa, con la expansión del
Islam.
Durante el siglo VI, el reino de los francos merovingios
sufrió constantes divisiones sucesivas entre los herederos a
la corona. Estas fragmentaciones hereditarias del reino,
considerado como propiedad dinástica, fueron la causa de un
estancamiento político y cultural. La monarquía se debilitó en
luchas internas, lo que permitió el fortalecimiento de los
poderes locales y la intervención de los lombardos de Italia.
Esa situación se mantuvo hasta el inicio del siglo VII, cuando
Dagoberto I impuso la unidad territorial que permitiría el
aparecimiento de una fuerte dinastía, la carolingia.
En Italia, los eventos significativos ocurrieron después de la
conquista del reino ostrogodo por el emperador bizantino
Justiniano I a mediados del siglo VI. El Imperio Bizantino
llegó en ese momento a su pico político y cultural, y
Justiniano I, ayudado por sus generales Belisario y Narsés,
trató de reconquistar la parte occidental del antiguo Imperio
Romano y restaurar la unidad del Mediterráneo. Sus sucesores
enfrentaron problemas religiosos y bélicos con los eslavos y
los persas, que fueron derrotados por el emperador Heraclio en
el siglo VII. Los lombardos conquistaron el norte de Italia en
pocos años, en el 568, y llevaron a cabo el ataque contra el
reino merovingio. Lombardos y bizantinos se repartieron el
territorio correspondiente a Italia. A finales del siglo VI,
casi toda la región, excepto Roma, Rávena y Sicilia, estaba
bajo control de los lombardos.
En Gran Bretaña, la invasión de anglos y los sajones en la
mitad del V, obligó a los británicos a buscar refugio en
Cornualles, Gales y Escocia. Los anglosajones dividieron el
territorio en siete pequeños reinos, que lucharon para
establecer su hegemonía en el sur de la isla.
Los reinos surgidos en Occidente dieron una nueva mirada a
Europa, donde no desapareció totalmente el legado romano. En
muchos casos, principalmente en sitios más romanizados, se
mantuvo la orden y el derecho romanos, contribuyendo a las
costumbres jurídicas de los pueblos germánicos. La religión,
aunada a las características de cada uno de esos pueblos, fue
el principal elemento de cohesión de nuevos reinos del oeste
europeo y una de las causas de su distanciamiento de los
bizantinos, cuyo cristianismo tenía aspectos peculiares.
Cuando desapareció el poder del imperio de Occidente, la
Iglesia arrogó supremacía universal. El papa fue reconocido
como la máxima autoridad a la que debían someterse todos los
poderes. Por lo tanto, la jerarquía de la iglesia en Roma
representó el factor de unión de las monarquías occidentales.
La conversión gradual de los bárbaros al cristianismo hizo que
la iglesia fuera la institución más importante de la Edad
Media. La cultura, el arte, la ciencia y las letras eran
patrimonio eclesiástico frente a un grueso del pueblo
analfabeto y sin acceso al conocimiento, embaucado por lo
místico y lo sobrenatural. En los monasterios, los monjes
realizaron un cuidadoso trabajo de recopilación de textos
clásicos y los escritos teológicos de los Padres de la
Iglesia.
La constitución de las monarquías europeas y el poder temporal
del Papa favoreció el distanciamiento político y religioso
entre Europa y el imperio bizantino. El papado, asediado por
los lombardos, había pedido ayuda a Constantinopla, pero los
emperadores orientales, ocupados con la discusión de la
veneración de imagenes y preocupados por la presión del Islam
en sus fronteras, desatendieron a los asuntos de Occidente.
Los papas se vieron obligados, por tanto, a recurrir al reino
franco, que se consolidó como la principal potencia de la
región. Pipino el Breve destronó a los merovingios y fue
reconocido como rey por el Papa Esteban II.
Los francos dieron apoyo militar al papado y luego derrotaron
a los lombardos. Los territorios que antes estaban bajo el
control de los lombardos pasaron al control del Papa, lo que
dio lugar a los estados papales. Para justificar la
transferencia de estos territorios y la autoridad como el
poder temporal del Papa sobre ellos, hizo un llamamiento a la
Donación de Constantino (Latín: Donatio Constantini),
documento falsificado por el cual el emperador habría
transferido al papa Silvestre I y sus sucesores la autoridad
sobre ciertos territorios en el Oeste.