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Razón Pública
Los Estados Unidos de Obama: el viraje estratégico y el nuevo trato con Rusia
Los Estados Unidos de Obama: el viraje estratégico y el nuevo
trato con Rusia
2009-09-21 00:12:10
Ricardo García Duarte
Fin de la guerra de post-guerra fría
Si la Administración Bush había reiniciado la Guerra Fría, ya no con la inexistente Unión Soviética, sino
con la Rusia post-comunista, Obama la acaba de dar por terminada con un plumazo elegante. Ya no
habrá “Escudo Antimisiles” instalado como estaba previsto en República Checa y en Polonia, justo en la
zona de frontera táctica que separa a Europa del Este y a Rusia, la segunda potencia nuclear del
planeta.
El escudo estaba proyectado como un auténtico dispositivo de carácter militar, a la vez material y
simbólico, que haría las veces de lenguaje disuasivo contra la capacidad nuclear de la antigua potencia
comunista, para cortarle cualquier posibilidad de presión o de injerencia en los países que antes
constituyeron su inmediata zona de influencia. Tal fue el sueño de George W. Bush y del círculo de sus
estrategas neo-conservadores.
La cancelación de un dispositivo estratégico
Con su eficacia material, el escudo sortearía la eventualidad de cualquier conflicto real en la región,
mientras que con su prestigio tecnológico, cohibiría aún más a la ex-Unión Soviética acerca de cualquier
pretensión orientada a modificar los equilibrios globales.
Era inevitable que este prestigio tecnológico, de tipo militar, plasmado en el proyecto del escudo,
evocara la imaginada “Guerra de las Estrellas“, verdadera plataforma sideral -artefacto flotante de espejos
espaciales llamado a neutralizar los misiles intercontinentales- cuyo solo anuncio en 1983 por parte de
Ronald Reagan implicó un cambio sustancial en los parámetros de la carrera armamentista. Sin
materializarse nunca, esta “Guerra de las Estrellas” obró a la manera de una última carta virtual, que
condujo a que en 1989 Estados Unidos “ganara” aquella partida jugada por “locos calculadoramente
racionales” que fue la Guerra Fría.
Triunfo que, por más aplastante que fuera, no bastó para que se agotara en la superpotencia
norteamericana la fuente de donde extraía la lógica propia de este tipo de guerra, a la vez defensiva y
hegemónica; pues apenas una docena de años después iba a lanzar su nuevo dispositivo, al mismo
tiempo de tipo infraestructural y estratégico, para proceder a cercar a su antiguo enemigo comunista, ya
reconvertido al capitalismo emergente y, eso sí, dotado de un poderoso arsenal nuclear.
Nueva Guerra Fría
Estados Unidos inició la nueva Guerra Fría bajo la Administración Bush, con un doble propósito: de un
lado, tejer una red de alianzas con los países de Europa del Este, que incluiría su apoyo incondicional a
cambio de la protección de Estados Unidos; y de otro lado, extender la OTAN hasta los límites de Rusia,
incorporando al tratado del Atlántico Norte a todos los antiguos aliados o miembros de la ex-Unión
Soviética, con el fin de crear un cordón de seguridad que rodeara a Rusia, antiguo enemigo pero
descaecido ya como potencia, y con muy pocas cartas de hegemonía para jugar, globalmente hablando.
Obviamente no se trataba de conjurar un peligro real proveniente de ese enemigo, carente del impulso
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expansivo que antes le comunicaba una ideología misional, acompañada por ingentes recursos militares y
por alientos morales de auto-convencimiento. Por el contrario, se trataba de un ejercicio de afirmación de
hegemonía global complementado -para efectos de legitimidad práctica- con la retórica de “proteger” a
los aliados menores, como son los países de Europa del Este. Los cuales, por condiciones
geo-estratégicas de vecindad y por experiencias del pasado, tendrían buenas razones para sentirse
amenazados por la sombra de la vieja potencia del Este, sombra a veces aplastante, como todavía lo
hace recordar el eco sordo de los tanques rusos en Hungría en el año de 1954; y en Checoslovaquia,
contra la Primavera de Praga en 1968.
Era la afirmación de una hegemonía norteamericana en los bordes mismos de Rusia, que iba a
encontrar, por cierto, su contrapartida en las reiteradas humillaciones políticas, infligidas al precedente
reino de los zares comunistas, el cual iba a ver con impotencia cómo cada antiguo aliado-subordinado,
ingresaba a la sujetadora alianza militar de Estados Unidos. Algo que podría ser apenas soportable, pero
que pasaba a ser irritantemente intolerable ante el hecho de que los propios países gran-rusos -los
hermanos naturales o históricos- tipo Ucrania, Bielorrusia o Georgia, hicieran lo mismo. Y que además,
fueran tranquilamente acogidos por Estados Unidos bajo su ala militar de protección.
Despertar brutal del oso ruso
El punto crítico que indica el límite frente a las obligaciones de doblegamiento, estuvo constituido por la
confluencia de dos desarrollos en la estrategia norteamericana de carácter preventivo contra Rusia, a
saber: el reiterado anuncio del “Escudo Antimisiles”, mirando hacia el Este; y la extensión de las alianzas
militares, más allá de ciertas barreras naturales, identitarias y estratégico-defensivas; más allá, por decirlo
de otro modo, de Polonia, del Mar Negro y de los Montes del Cáucaso, un poco más al Sur. Es lo mismo
que decir: más adentro de la casa. Cuando ya las alianzas militares de los Estados Unidos podían incluir
a Estados Nacionales como Ucrania o Georgia, el viejo oso ruso comienza a reaccionar como potencia
que revive al menos a escala regional.
Cuando Vladimir Putin, ex-funcionario de la policía secreta comunista y hoy hombre fuerte en Moscú,
abandonó presuroso la capital de China en el verano de 2008, después de asistir a la rutilante
inauguración de los juegos olímpicos en el Estadio Nido de Pájaro, iba a dar un paso nuevo en la política
internacional de su país. Corrió a ordenar la operación relámpago de tanques militares para ocupar
Georgia. Así respondía a la ocupación que a su turno había decidido, en forma aventurera, el poco
discreto Saakashvili, Jefe de Gobierno de Georgia, contra las pretensiones independentistas de Abjasia y
de Osetia del Sur, esta última mayoritariamente rusa. Con este punto de inflexión en la conducta
internacional de Rusia, se enarbolaban simbólicamente sus aspiraciones de recuperar un alto perfil en el
orden internacional.
Con tal gesto violento, Rusia ponía una especie de mojón para indicar el punto hasta el cual estaba
dispuesta a tolerar la avanzada estratégica de Estados Unidos en sus alrededores y el efecto de inhibición
al que éstos querían someterla.
Softpower y hardpower
Por entonces, Joseph Nye, profesor de Harvard y consejero político de Hillary Clinton, publicó un artículo
donde contrastaba los comportamientos de China y de Rusia. La primera, se dedicaba seducir al hacer
gala de su potencia deportiva y de aquellas ceremonias de un barroquismo oriental esplendoroso. La
segunda, hacia una exhibición de violencia eficaz pero brutal, con sus tanques de guerra en marcha, sin
apenas resistencias. La una -China- deseaba hacerse querer. La otra -Rusia- quería hacerse temer. No
era otra cosa que la ilustración actualizada del concepto doble de softpower y de hardpower, con el que
el profesor Nye quiere hacer comprender la coexistente condición del poder en las relaciones
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internacionales, el cual se expresa por la fuerza desnuda o por la influencia que atrae.
Putin prefirió el hardpower; la fuerza brutal y eficaz al mismo tiempo. Lo hizo por convicción, por tradición
o por cálculo; en todo caso le permitió establecer un punto límite frente a Estados Unidos y a sus aliados
pan-rusos. Antes, Bush había hecho lo propio: Escudo Antimisiles y alianzas más allá del Cáucaso y del
Mar Negro. Era puro hardpower, aunque fuese de carácter preventivo. Simple superioridad de potencia.
Lo que aconteció con el anuncio del Presidente Obama el jueves 17 de septiembre, fue un re-cambio de
línea, una re-composición en el teatro de operaciones dentro de un plan estratégico de orden preventivo y
de alcance multiregional: “No habrá escudo antimisiles en Brdy (República Checa) y en Redzikowo
((Polonia). Sólo habrá misiles interceptores tipo SM-3, y en dirección a neutralizar eventuales ataques
desde Irán con cohetes nucleares de alcance medio y corto”.
La nueva distensión y los efectos del viraje Obama
Con esta decisión, Obama marca el comienzo del fin de la nueva Guerra Fría contra Rusia. Quizá sea una
inclinación por el softpower de Nye que podría significar: multilateralismo por parte de Estados Unidos,
consenso con sus aliados, control y disminución de la carrera nuclear y esquemas controlados de
solución en conflictos regionales. Además de la preservación de los equilibrios globales en favor de la
superpotencia americana, con posibilidades de responder con eficacia en las zonas críticas en donde
haya fuerzas centrífugas o aquellos Estados que los estrategas norteamericanos denominan “parias” o
simplemente “indisciplinados” (los “rogue states“). Esta opción por el softpower no es un ablandamiento
sino un replanteamiento de equilibrios que nos afectan a todos. 1. Concertación para vigilar la zona del Golfo Pérsico y de Afganistán
Se trata de un gesto que podría abrir el camino a la colaboración rusa que busca Washington, para
enfrentar mejor la “indisciplina” de un Estado “paria” como Irán; o respecto a la solución de un conflicto
como la guerra interna en Afganistán. Lo cual viene a constituir el primer efecto de la decisión del
gobierno norteamericano.
2. Contra la “amenaza” de Irán
El segundo efecto práctico es la refocalización pragmática del “caso Irán”. Éste era el pretexto para el
escudo nuclear contra Rusia, pues tal medida no figuraba dentro de la retórica oficial dirigida contra el
país de Putin, sino contra las eventuales amenazas nucleares de Irán.
Ahora, la Administración Obama deja a un lado ese tipo de argumentación mentirosa y abandona el
dispositivo que había proyectado disfrazadamente contra Rusia, reemplazándolo por bases ubicadas, por
ahora, en buques de guerra, que naveguen en aguas cercanas a Irán. El pretexto para instalar el escudo
antimisiles era la prevención contra posibles cohetes lanzados desde este país. En realidad, era la llave
maestra de un cordón de seguridad contra Rusia. La cual siempre protestó contra el dispositivo que se
colocaría de cara a su territorio por considerarlo una ofensa política y una provocación militar.
3. Replanteamiento relativo de las alianzas en la Europa del Este
El tercer efecto será probablemente el de plantear un sistema mixto de alianzas militares, alrededor de
una OTAN extendida, en el que la integración de países ex-soviéticos, dentro de la Alianza del Tratado
del Atlántico Norte, se combine bajo distintas velocidades y simetrías con un acercamiento militar entre la
Alianza y la propia Rusia.
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4. Recomposición ruso-americana
Al abandonar el proyecto fáustico del “Escudo Antimisiles” en Europa del Este, Estados Unidos
recompone sus relaciones con la Rusia emergente de Putin. De hecho, al gesto de Obama, Medvedev, el
Presidente ruso, respondió inmediatamente con la cancelación del proyecto que tenía sobre un tipo nuevo
de misiles, algo que daba la impresión de haber sido convenido de antemano. La decisión de Obama es una concesión diplomática y estratégica en favor del orgullo lastimado de
Rusia, la potencia re-emergente en la región. La cual replantea por otro lado, las alianzas diplomáticas
con Europa del Este, cuyos países entenderán en adelante que su alianza incondicional y subordinada
con Estados Unidos no impedirá que esta superpotencia se dé a sí misma el margen suficiente para
abandonar un poco a tales países, a fin de buscar equilibrios regionales, en los que pragmáticamente
deba reconocerse el peso natural de la ex-Unión Soviética. Pues a la gran potencia le interesa encontrar
unos referentes adecuados para el control del Golfo Pérsico y para hacerse a la capacidad de respuestas
ágiles frente a un país como el Irán islámico; en donde no las tiene todas consigo, estratégicamente
hablando, como lo han mostrado los ensayos de prueba practicados por el Pentágono.
5. Atmósfera propicia para las negociaciones de reducción nuclear
Por último, la nueva distensión de los Estados Unidos con la Rusia de Putin, debe preparar, en principio,
las condiciones para las negociaciones que se aproximan en torno de un nuevo tratado de limitación y
reducción del armamento nuclear, ante la expiración, en diciembre de 2009, del Tratado de Reducción de
Armas Estratégicas -START-, suscrito por Estados Unidos y Rusia, bajo las administraciones de Bill
Clinton y Boris Yelsin.
En este terreno Rusia es el interlocutor obligado, la que con una actitud distinta en una atmósfera de
distensión, podría acarrear virtuosamente un avance importante en este campo. Por lo pronto, Medvedev
ha respondido con valoraciones positivas y optimistas sin reclamar ningún triunfo diplomático, más bien
dando paso a formales declaraciones de compromiso con los esfuerzos conjuntos en favor de la paz
mundial.
Por estos días, el Presidente Obama se encontrará en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas
con un conjunto de Jefes de Estado y de líderes mundiales para tratar, entre otros temas, el de la
reducción del armamento nuclear. Lo que significará, en la estrategia americana, la concertación para
controlar a Irán y a Corea del Norte en la producción de armas nucleares, pero también, dentro de un
plano más global y duradero, la concertación para la reducción drástica del arsenal nuclear en el mundo. Arsenal mundial que en el discurso de Obama ya ha aparecido como la “más grave amenaza para la
seguridad de Estados Unidos”. Ésta postura podría estar alimentando una especie de mezcla del
pragmatismo del nuevo Presidente norteamericano, con un cierto toque del viejo idealismo, una de las
corrientes típicas en la cultura de la política internacional de la superpotencia norteamericana. Lo cual,
por cierto, despertará una cruda oposición del realismo, reinante después de la II Guerra Mundial.
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