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Resumen
La teoría subjetiva del valor, estudiada por la Escuela Austriaca del Pensamiento, ha sido la
única capaz de demostrar los procesos reales del mercado. Por el contrario los economistas
neoclásicos, afines al estatismo, defienden una teoría objetiva y del valor. Esta situación no
sólo ha provocado un retroceso en la ciencia económica sino también un retroceso en la
libertad individual.
¿Caro o barato? La elección del individuo
—Teoría subjetiva del valor vs. objetiva—
Jorge Valín*
"Todas las cosas son subjetivas a la ley de causa y efecto.
Este gran principio no tiene excepción alguna.”
—Carl Menger—
Uno de los temas que siempre ha preocupado a los economistas es la teoría del valor.
Mucho se ha escrito sobre este tema de forma desafortunada. Ya Adam Smith
distinguía entre dos tipos de precios: el precio natural y el precio de mercado. Para
Smith el precio natural es el que está formado por todas las tasas corrientes de cada
uno de sus elementos; como el salario, la renta y los beneficios. El precio de mercado
viene dado por la relación de la oferta y la demanda para cada mercancía en un
momento determinado. El precio de mercado debe tender a igualarse con el natural
“cuando en el tráfico respectivo hay perfecta libertad”[1].
Esta idea se reforzó en los autores inmediatamente posteriores, a saber, 1) existe un
precio objetivo, que es natural y donde tienden los precios de cada producto y 2) la
mejor forma de llegar a ellos es a través de la libre competencia; del laissez–faire. A
finales del siglo XIX con autores como Vilfredo Pareto, León Walras, Francis Y.
Edgeworth… la economía empezó a tomar un nuevo rumbo, la de la abstracción o
matematización radical. La segunda tesis (sólo se puede llegar al precio objetivo por
medio del libre mercado) aún seguía estando viva, pero el objeto del economista
cambió, ya no era un pensador o un filósofo que intentaba descifrar las acciones
humanas del mercado, sino que se iba convirtiendo poco a poco en un técnico, en un
ingeniero social que moldeaba la economía para llegar a ciertos fines sociales óptimos,
el economista se convertía en un político más, en un ingeniero social. Desde entonces
hasta ahora la economía, ciertamente, sólo ha registrado un profundo declive incapaz
de poder explicar muchos fenómenos generales, e incapaz también de crear teorías
universales, necesarias y atemporales. Esta nueva tendencia del pensamiento
económico dio lugar a escuelas que creían poder organizar los acontecimientos
económicos mediante restricciones o ampliaciones en la oferta, en la demanda,
aumentando impuestos, creando políticas y controles de precios, restringiendo o
incrementando la cantidad de dinero… Las principales escuelas que surgieron de este
nuevo pensamiento fueron el monetarismo y el keynesianismo. Las dos escuelas son
neoclásicas en cuanto creen en un “precio” objetivo del valor. Éste puede ser
alcanzado mediante fuerza bruta restringiendo la libertad de la demanda y oferta. Para
llegar a este valor objetivo es necesario inventar salarios mínimos, precios máximos,
cuotas a la importación y exportación, convenios de producción entre países, leyes
mundiales anti–dumping, tribunales de la libre competencia, bancos centrales que
manipulen el dinero… ¿Y cómo se mantiene todo esto? Con impuestos y deuda estatal.
En otras palabras, no sólo se roba arbitrariamente, y de forma desigual a todos los
individuos con impuestos, o se hipoteca la seguridad económica de la sociedad
emitiendo deuda (en los dos casos, desde el más pobre al más rico), sino que además
se restringe su libertad de consumo, de ahorro e inversión. Estas políticas, basadas en
falsos pretextos económicos, han llegado al punto de convertir al individuo en un
siervo del estado.
Pero entre esos economistas de finales del siglo XIX surgió uno capaz de darse cuenta
de todas estas falacias y lo suficientemente sabio como para crear una auténtica teoría
del valor, su nombre era Carl Menger, creador de la Escuela Austriaca del Pensamiento
y su principal aportación: la teoría subjetiva del valor. Menger desmintió la teoría
objetiva del valor, y es que efectivamente, el valor no puede ser alcanzado por el
conocimiento matemático o positivista. El valor y los costes son subjetivos. Las
necesidades no son cardinales o mesurables, sino ordinales y contingentes, es decir,
dependen del momento, la escasez y necesidades futuras. No existe un precio natural
objetivo al que tienda el mercado, éste está en continua lucha y movimiento sin
tendencia alguna. Los movimientos de la oferta y demanda jamás se han podido, ni
podrán, expresar con ninguna fórmula o gráfico. La razón por la cual los economistas
creyeron que existía un precio objetivo se debe a la propia estructura que el hombre
tiene para hacer formulaciones sobre los fenómenos complejos. El hombre necesita
crear esquemas cognitivos que le ayuden a pensar de una forma ágil y por eso necesita
simplificar los sucesos que les rodean buscando movimientos tendenciales. La
tendencia a un precio natural sólo surge de la metodología humana no del fenómeno
natural del mercado, éste no entiende de puntos de equilibrio, curvas de indeferencia,
isocuantas… el mercado es anarquía pura capaz de ordenarse sola, es un continuo
proceso de creación y destrucción. En este sentido, los economistas no han sabido
interpretar las acciones humanas que llevan al mercado, se han dejado llevar por su
simple estructura lineal cartesiana aplicándola a un proceso que es muy superior a
ellos mismos, y esta es la razón por la cual en los últimos años se han creado tantas
teorías que sólo nacer han muerto por ser incapaces de adaptarse al resto de la
economía. En parte por esta razón, en los últimos años la doctrina neoclásica ha sido
golpeada duramente, la regulación que ha aplicado sobre la oferta monetaria no ha
prevenido a ningún país de una crisis, sus controles de precios sólo han perjudicado a
las naciones y sus salarios mínimos sólo han creado desempleos.
Teoría subjetiva del valor
Entonces, ¿qué visión tenia Menger sobre el valor?, ¿cómo se entiende la teoría
subjetiva del valor?, y ¿qué aplicaciones se pueden sacar de ella?
Según Menger cada agente económico asigna su propia valoración a los bienes, por lo
que no puede afirmarse, económicamente, que los precios dependan de los costes
sino todo lo contrario. Efectivamente, el precio de un producto o servicio no se crea
siguiendo la suma de todos sus costes más el margen del empresario, sino que es al
contrario, al producto se le asigna en el mercado un precio y a partir de aquí se
moldean sus costes. Un producto puede salir al mercado por encima de la suma de sus
costes o por debajo, eso lo decide el empresario, y según la respuesta del consumidor,
la competencia y los procesos de producción los costes se van moldeando al mejor
precio del momento que es el que demanda el cliente. En realidad la teoría subjetiva
del valor es anterior a Menger, incluso es anterior a Adam Smith. Las primeras ideas las
encontramos en los escolásticos españoles del s. XVI. “Así [según Jesús Huerta de Soto]
otro notable escolástico, Luis Saravia de la Calle basándose en la concepción
subjetivista de Covarrubias, descubre la verdadera relación que existe entre precios y
costes en el mercado, en el sentido de que son los costes los que tienden a seguir a los
precios y no al revés, anticipándose así a refutar los errores de la teoría objetiva del
valor de Carlos Marx y de sus sucesores socialistas[2]: ‘Los que miden el justo precio de
la cosa según el trabajo, costas y peligros del que trata o hace la mercadería yerran
mucho; porque el justo precio nace de la abundancia o falta de mercaderías, de
mercaderes y dineros, y no de las costas, trabajos y peligros’”[3].
Entonces, el valor es subjetivo en cuanto cada individuo asigna un valor a las cosas y
luego un precio según la escasez temporal de éste en el futuro y según sus
necesidades. Es absurdo, pues, los controles de precios del estado cuando, suponiendo
un ejemplo, crea una ley donde los botellines de agua no puedan valer más de un dólar
porque de no ser así perjudicaría al consumidor. ¿Por qué un dólar, y no un dólar y un
céntimo, o noventa y nueve céntimos? ¿Transgredir este precio sería una violación a
los derechos del consumidor o productor? ¿Los botellines de agua han de tener el
mismo precio en todos los bares de una ciudad despreciando el poder adquisitivo de la
zona? ¿Cómo sabe el estado cuál es precio justo para cada uno de los consumidores?
Si yo me he aventurado a hacer un trayecto con bicicleta por una larga montaña sin
agua y veo que, tras varias horas de pedalear, hay alguien que me vende un botellín de
agua por 10 dólares y yo acepto comprársela ¿está este individuo vulnerando el precio
justo de mercado de un dólar? ¿Está actuando anti–económicamente? La respuesta es,
evidentemente, no. Lo que ha pasado es que mi necesidad por un trago de agua en ese
momento era inmensa y he sido capaz de pagar 10 dólares porque realmente lo
necesitaba. Ésta ha sido una transacción pacífica y de mutuo acuerdo donde tanto el
vendedor del agua como yo, el consumidor, hemos salido ganando, ya que él se ha
quedado con mi dinero, que apreciaba más que su agua, y yo me he quedado con el
agua, que apreciaba más que los 10 dólares que he desembolsado para poderla
adquirir. Y es que ninguna ley estatal o matemática puede parametrizar las
necesidades de cada individuo ya que estas son subjetivas y contingentes.
En un momento determinado yo puedo estar dispuesto a pagar un precio justo por un
producto, —que puede ser caro para otro individuo; pongamos “A”—, pero incluso así,
tal vez 10 minutos o un mes más tarde ese precio, que a mi me parecía justo y al
individuo A le parecía caro, ahora a mi me parezca impagable y al individuo A le
parezca una ganga. Sólo el empresario es capaz de advertir esta información subjetiva
de su entorno y aplicarlo sobre sus procesos productivos ofreciendo el “precio
adecuado”, y es que, en realidad, la última palabra siempre será del consumidor, del
cliente ya que tendrá que intercambiar de forma pacifica y contractual un producto
(dinero), que estimará en menos valor, por otro producto (el bien económico concreto
ya sea un producto o servicio). Es decir, 1) el cliente quiere canjear dinero por un bien
económico, 2) éste dinero es menos valioso para él que el bien económico que
adquiere, de lo contrario no pagaría; y de forma análoga 1) el oferente canjea su bien
económico, el que él ha producido, por 2) otro bien que tiene mayor valor para él, es
decir, el dinero de su cliente. De existir desacuerdo en alguno de estos puntos ni el
cliente ni el oferente cruzarían ninguna operación comercial.
Justicia individual y eficiencia de mercado
El gran problema que ha creado la aplicación de la teoría objetiva del valor (clásica y
neoclásica) atiende a otros procesos que han generado grandes injusticias. Según las
exposiciones del gobierno (siguiendo la teoría objetiva del valor) dice: hay productos o
servicios que son incapaces de llegar a un “precio justo” ya que la suma de sus costes
supera el precio de las necesidades sociales. En realidad hemos visto que esto en
realidad jamás ocurre y siempre que hay una necesidad el mercado es capaz de
cubrirla a través de la teoría subjetiva del valor dando a todos los productos y servicios
su auténtico valor real. Pero el estado, incapaz de hacer formulaciones científicas y no
partidistas, decreta ciertos productos y servicios como “bien nacional”, o “necesidades
sociales”, crea ineficientes monopolios en sectores que en realidad serían
ampliamente lucrativos y competitivos en una economía totalmente privatizada. El
gobierno nombra árbitros con fines sociales, éstos desempeñan la función de Díos
justiciero. Estos jueces sociales como los burócratas que componen el FMI, el Banco
Mundial, el tribunal de la libre competencia u otros segmentos como el de los servicios
públicos: seguridad (policía), justicia… son servicios expropiados a la actividad privada
convirtiéndolos en monopolios injustos que benefician a unos en contra de otros. En
realidad, la libre iniciativa privada sería perfectamente capaz de encontrar un precio
para satisfacer al consumidor.
A estos burócratas se les pide que dejen de actuar como hombres. Durante 8 horas al
día han de abstraerse de su condición humana para ser seres justos e imparciales, han
de actuar como un díos imparcial a cambio de un salario. Después la opinión pública se
horroriza cuando aparecen los clásicos escándalos de corrupción o amiguismo, cuando
dan precios no justos, es decir, objetivos entendiendo que, tal vez, el precio justo sea
el de mercado sin atender a las particularidades del individuo. Las gentes exclaman:
¡cómo se ha podido producir esto, esa persona [el burócrata] tiene la función de ser
justa, de asignar un precio adecuado; cómo se ha dejado sobornar o dejar llevar por el
amiguismo! Los liberales, a diferencia de los burócratas tecnocráticos (éstos últimos
incapaces de confiar en el individuo que consideran mezquino en su condición) no
proponemos un juez o árbitro, sino millones de ellos. Eliminando estos funcionarios
cada consumidor, inversor o ahorrador es el mejor juez que procura por sus propias
necesidades, sólo el individuo sabe que es un precio justo o injusto, que es caro o
barato. Ningún hombre necesita de un tercero que medie por él, siempre y cuando no
sea porque éste mismo lo ha decretado voluntaria y pacíficamente. En este sentido,
cuando el individuo es autónomo y amo de sus decisiones y actos la eficiencia es
máxima, la responsabilidad no recae sobre nadie que no sea él mismo.
Los conceptos teóricos de la economía no son menospreciables ya que,
desgraciadamente, muchas veces se usan arbitrariamente para justificar situaciones de
coerción y una supuesta moralidad social muy mal entendida. La economía para su
buen funcionamiento siempre ha de estar orientada al individuo no al conjunto. La
economía surgió como estudio de los actos humanos, no es una ciencia política creada
para el gobierno de un jerarca. Ya Pareto advirtió: “estamos corriendo el riesgo de
perder de vista al auténtico objeto de la economía: el hombre”. Y efectivamente eso
mismo ha ocurrido; los economistas neoclásicos han intentado adaptar la sociedad a
su método en lugar, de lo que por lógica, tendría que haber sido al revés. Cuando el
estudio sobre los acontecimientos del hombre se tornan en imposición y falta de
libertad individual, sin duda alguna, se pierde la ciencia para trasformarse en una
herramienta de poder creando sólo injusticia y tiranía.
[*] Jorge Valín. Economista seguidor de La Escuela Austriaca y Paleo-Liberalismo
filosófico. Articulista y autor de un manual sobre la Teoría de Elliot y de un Manual de
Bolsa. Colaborador habitual del Instituto de Libre Empresa (ILE) y Poder Limitado entre
otros.
[1] La Riqueza de las Naciones Cap. VII P. 103. Adam Smith.
[2] Para una mayor información a este respecto puede leerse el ensayo “Principios
básicos del liberalismo” de Jesús Huerta de Soto de donde he extraído este fragmento.
Disponible a través de Internet.
3] Medina del Campo, 1544.