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Si quieres paz, sé hospitalario
Por Wooldy Edson Louidor, Coordinador regional del Servicio Jesuita a Refugiados
para Latinoamérica y el Caribe (SJR LAC)
Al hablar de las condiciones esenciales para que haya paz en una sociedad e incluso en
el mundo, se suele mencionar la justicia, la verdad, el perdón y la reconciliación; pero,
rara vez se mienta la hospitalidad.
La hospitalidad ayer
Paradójicamente, la hospitalidad como noción y práctica tiene su origen en los
esfuerzos que hacían los primeros grupos humanos para pactar la paz, sea previniendo
la hostilidad hacia los extranjeros o poniendo fin a la guerra de unos contra otros
mediante un pacto.
La hospitalidad era una costumbre, consistente en no hostilizar a los “otros”
(extranjeros, vecinos, viajeros) que llegan a la comunidad.
En el Antiguo Testamento se dice que los extranjeros, así como las viudas y los
huérfanos, son los privilegiados de Dios y, por lo tanto, se debe de acogerlos y darles
un trato especial.
Muchas otras religiones antiguas, como el islamismo, el hinduismo, el budismo, han
prescrito la hospitalidad como un deber divino hacia los extranjeros y los huéspedes.
En la Grecia antigua se decía que los extranjeros venían de Zeus y debían ser recibidos
de manera incondicional.
La hospitalidad era también un pacto que acordaban grupos vecinos para hacer las
paces entre ellos o aliarse contra eventuales enemigos comunes. En la tradición
romana se hablaba del pacto del hospitium publicum que solía firmar un pueblo
romano con otra ciudad o pueblo ante el altar de Jupiter hospitalis. Pacto que los
vinculaba en las buenas y en las malas.
Las primeras palabras que se utilizaban, por ejemplo en lengua celta y en latín, para
designar la hospitalidad (hospes, hostis, hospitium) evocan la hostilidad, los enemigos,
los extranjeros. La razón de ello es que se consideraba la hospitalidad como la
alternativa para poner fin a la hostilidad, acoger a los extranjeros, dar un trato humano
a los enemigos incluso durante la guerra.
Por lo mismo, la hospitalidad iba también muy relacionada con la paz. Encontramos el
eco de este viejo dúo hospitalidad-paz en el libro La paz perpetua (publicado en 1795),
donde Immanuel Kant planteó que habrá paz perpetua mundial sólo cuando se haga
realidad la universal hospitalidad.
El filósofo alemán decía también en esta obra que el derecho internacional debía servir
sólo para poner las condiciones de la universal hospitalidad que convertiría a todos los
hombres en ciudadanos del mundo en el globo que nos pertenece a todos.
La hospitalidad hoy
Hoy día nos queda claro, con base en numerosas evidencias históricas y en varias
experiencias actuales en los cinco continentes, que la guerra civil o armada, interna o
mundial, produce un gran número de desplazados y refugiados, quienes han tenido
que huir de sus tierras para pedir hospitalidad en otras zonas del mismo país o región
en conflicto o en otros países. Vale subrayar que, además de la guerra, existen otras
causales de desplazamiento forzado como las catástrofes medioambientales, la
pobreza extrema, la explotación indiscriminada de los recursos mineros, la violación
masiva de los derechos humanos, etc.
En este panorama sombrío, cada vez más se presenta la hospitalidad como una
condición esencial para alcanzar la paz porque permite reconocer que el otro es un ser
humano y, como tal, tiene dignidad y derechos. La hospitalidad nos conecta con
nuestra humanidad, presente en cada uno.
La hospitalidad es la capacidad de reconocer nuestra común humanidad en cada ser
humano. En el rostro de cada uno, independientemente de su nacionalidad, su estatus
migratorio, su color, su condición. En el clamor del extranjero que pide asistencia y
protección. Como decía el viejo proverbio latino, “soy humano y nada de lo humano
me es extraño”.
La hospitalidad empieza con el reconocimiento del otro como un ser humano con
rostro que es digno de nuestro máximo respeto e incluso de nuestra más cálida
acogida. Esta dignidad intrínseca hace a cada uno digno de la acogida de los demás
seres humanos.
En cambio, la hostilidad nos lleva a tratar al otro como un enemigo que merece sólo
nuestro odio o nuestra indiferencia y que supuestamente no es digno de nuestra
acogida. La intolerancia, la estigmatización, e incluso numerosas políticas y leyes se
basan en la hostilidad porque el otro, el diferente, el extranjero es visto de antemano
como un enemigo del que tenemos que protegernos y al que hay que cerrar todas las
fronteras.
En este sentido, la paz brota de la hospitalidad porque esta última erradica la
hostilidad al romper nuestras fronteras internas y externas para ponernos ante el otro
y su clamor o su rostro que nos grita que él también es un ser humano y merece
nuestro respeto, aprecio, acogida. Por ser simplemente humano.
La hospitalidad nos da la certeza de que debemos derribar todas nuestras fronteras
porque, parafraseando el adagio latino arriba mencionado, “soy humano y ningún ser
humano me es extranjero.”
El reconocimiento del otro y de nuestra común humanidad en él, en su rostro y su
clamor es el primer paso hacia la paz.
Si quieres la paz, prepara la hospitalidad, aprendiendo a ver al otro no como un
enemigo sino como un ser humano, cuyo rostro te invita a abrir tus fronteras para
encontrarte con él, dialogar y compartir con él, atender sus necesidades, sonreírle y
recibirlo en tu casa.
La hospitalidad es la clave para construir un mundo humano, sin fronteras, donde
todos los seres humanos puedan convivir en paz.