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La semilla de pepino
He aquí las historias que el abuelo le contó a Herbert cuando estuvo enfermo.
—Cuando todavía vivía tu abuela, teníamos ahí detrás, donde ahora se levanta el
granero, un hermoso huerto. La abuela siempre cultivaba en él sus verduras.
Sobre la mesa del cobertizo guardaba una bolsita de papel llena de semillas de
pepino. En la bolsita había muchas, muchas semillas esperando a que la abuela las sembrase
en el huerto.
Un día, el gato se subió de un salto a la mesa y volcó la bolsita. Las pepitas se
desparramaron rodando por la mesa y una de ellas cayó al suelo justo al lado de la pata de la
mesa, precisamente en un lugar en el que había por casualidad otra semilla. Y no de pepino,
sino de calabaza. La semilla de calabaza llevaba bastante tiempo allí tirada y estaba
mortalmente aburrida. Así que en cuanto vio tan cerquita a la semilla de pepino, se enamoró
de ella en el acto. La semilla de pepino, por su parte, se enamoró de la semilla de calabaza.
Fue amor a primera vista.
Y allí se quedaron tiradas, semana tras semana, mes tras mes, limitándose a
mirarse, muy felices, además, de poder hacerlo.
Cuando llegó la época de sembrar pepinos, tu abuela recogió todas las semillas de la
mesa y las sembró en el huerto. La semilla de pepino y la de calabaza que estaban en el
suelo intuyeron que había llegado la época de la siembra y sintieron una gran nostalgia del
suelo húmedo. De haberlas depositado allí su dicha habría sido completa.
Siempre que la abuela entraba en el cobertizo a buscar algo, las dos semillas
esperaban ansiosas que las descubriera y las llevara al huerto. Pero la abuela nunca las vio.
¿Quién se fija en dos minúsculas semillas tiradas en el suelo? Además, por el suelo del
cobertizo había mucha basura: grumos de tierra, polvo, piedrecitas y hojas marchitas. No
es extraño, pues, que pasara por alto a las dos semillitas.
Total, que al final fue precisamente eso lo que contribuyó a que las dos semillas
fueran plantadas, porque unos días después tu abuela pensó: «¿Qué sucio está el cobertizo.
Ya va siendo hora de barrerlo un poco». Conque cogió una escoba, barrió toda la suciedad y
la arrojó al montón de basura de detrás del granero. Con las dos semillas incluidas, que por
pura casualidad volvieron a caer muy cerca la una de la otra.
La abuela continuó echando encima más basura, y como el montón de desperdicios
estaba calentito y húmedo, las dos semillas comenzaron a germinar, y de tanto que se
querían entrelazaron con fuerza sus brotes. Cuando brotaron de la tierra, las dos plantitas
habían crecido tan ¡untas que ya eran una misma planta.
Al llegar el verano, los zarcillos de las plantas habían cubierto la mitad del montón
de basura. Sus hojas eran tan grandes como las de una planta de calabaza, pero su aspecto
se parecía a las de pepino.
En otoño había tres hermosas calabazas amarillas a la sombra de las hojas. Al ver
las calabazas, tu abuela se alegró mucho. Cuando maduraron, las cortó, pero al observarlas
con más detenimiento, descubrió de repente que tenían pinta de pepino. La abuela metió a
los tres pepinos-calabazas en una de las cajas del cobertizo y allí permanecieron tiempo y
tiempo.
Erwin Moser
Cuentos del abuelo o la cama de los árboles voladores
Madrid, Juvenil Alfaguara, 1991