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¿POR QUÉ
SE PERDIÓ
GIBRALTAR?
En un juego de manos inesperado, Inglaterra aprovechaba
la rendición de Gibraltar a los Austrias, aliados suyos,
para hacer de la plaza andaluza una colonia. Corría el año
1704, y Felipe V, el Borbón a quien la casa de Austria
estaba disputando la Corona en la guerra de Sucesión
española, no logró recuperar el Peñón. La tirante relación
entre los mandos españoles y los franceses fue uno de
los principales responsables del fracaso de un duro
asedio que se prolongó casi nueve meses.
JOSÉ CALVO POYATO, DOCTOR EN HISTORIA
E
n su correspondencia, Oliver
Cromwell, el líder político que
convirtió Inglaterra en una república (Commonwealth of
England) tras la ejecución de su
rey, ya mostraba el interés de sus compatriotas por la plaza de Gibraltar. En 1656,
en una carta al almirante Edward Montagu, decía: “Acaso sea posible atacar y rendir la plaza y castillo de Gibraltar, los cuales en nuestro poder, bien defendidos,
serían a un tiempo una ventaja para nuestro comercio y una molestia para España
[...] con solo 6 fragatas ligeras establecidas
allí, hacer más daño a los españoles que
con una gran flota enviada desde aquí”.
Montagu, que ejerció un papel importante en la firma del Tratado de Lisboa de
1668, por el que la monarquía hispánica
62 H I STO R I A Y V I DA
reconocía formalmente la independencia
de Portugal, respondía señalando que
existía un “gran deseo entre mis colegas
de que se tome Gibraltar [...] la forma más
sencilla de ocuparlo es desembarcar en las
nes o de los Austrias (caso de Inglaterra)
en su intento por hacerse con el trono de
España tras la muerte sin descendencia de
Carlos II. La Corona había sido heredada,
en virtud del testamento de este monarca,
CROMWELL YA CONSIDERABA QUE TOMAR GIBRALTAR
PODÍA SER UNA VENTAJA PARA EL COMERCIO INGLÉS
arenas del istmo, cortando toda comunicación de la plaza con tierra”.
Los ingleses habían mostrado, pues, sus
apetencias sobre el Peñón desde mucho
tiempo antes de 1701, fecha en que comenzaba la guerra de Sucesión española. Con
este nombre se conoce el conflicto que
enfrentó a buena parte de las potencias
europeas, alineadas a favor de los Borbo-
por el nieto de Luis XIV, el duque de Anjou,
que reinaría como Felipe V. En 1704, cuando la plaza capitula, el príncipe Jorge de
Hesse Darmstadt la recibe en nombre del
archiduque Carlos de Austria (sus partidarios le denominaban Carlos III) como
pretendiente al trono de España. Sin embargo, no puede extrañar que, pocas horas
después, el almirante George Rooke arríe
GIBRALTAR
vecinos que tenía esta Ciudad quedaron
hasta solamente doce personas, abandonando su patria, sus casas y bienes y frutos.
Fue ese día un miserable espectáculo de
llantos y lágrimas de mujeres y criaturas
viéndose salir perdidos por esos campos
en el rigor de la canícula. Este día así que
salió la gente robaron los ingleses todas
las casas y no se escapó la mía y la de mi
compañero; porque mientras estábamos
en la iglesia la asaltaron los más de ellos
y la robaron. Y para que quede noticia de
esta fatal ruina puse aquí esta nota”.
La historiografía tradicional, en la que
destacan los Comentarios a la Guerra de
España e Historia de su rey Felipe V el Animoso (1725), de Vicente Bacallar y Sanna,
marqués de San Felipe, sostuvo que las
defensas de Gibraltar en el momento de
ser atacado por la flota de Rooke eran muy
limitadas. Historiadores más recientes,
como Manuel Álvarez Vázquez o Francisco Javier Resa Moncayo, ponen en duda
esa afirmación, al considerar que en los
años anteriores se habían ejecutado importantes obras de mejora de las defensas
gibraltareñas, y que la guarnición con que
GIBRALTAR durante su captura por los británicos
en 1704. Grabado del francés Pierre Aveline.
el pabellón de la Casa de Austria e ice la
enseña de la reina Ana de Inglaterra. Las
protestas de Darmstadt, como representante del archiduque, resultaron inútiles.
Así pasaba Gibraltar a manos inglesas,
pese a que su gobernador, Diego de Salinas,
había capitulado ante el representante de
un pretendiente al trono de España.
La población gibraltareña, que, en virtud
de lo acordado en las capitulaciones, podía
permanecer en la plaza o abandonarla,
optó mayoritariamente por marcharse, y
salió de Gibraltar el 6 de agosto. Una nota
marginal, escrita por don Juan Romero,
párroco de la iglesia de Santa María, en el
noveno libro de matrimonios, reflejó lo
que aquel día representó para los gibraltareños: “Fue tanto el horror que habían
causado las bombas y las balas que de mil
TRADICIONALMENTE
SE SOSTUVO QUE LAS
DEFENSAS DE GIBRALTAR
ERAN ESCASAS, PERO
HOY SE PONE EN DUDA
contaba su gobernador, pese a su inferioridad respecto al número de atacantes,
podía haber resistido mucho más que las
escasas horas al cabo de las cuales Diego
de Salinas aceptó la capitulación.
La reacción del rey
La ocupación de Gibraltar por los enemigos
de Felipe V tuvo un gran impacto, aunque
se tuvo conocimiento de ello con cierto
retraso, incluso si tenemos en cuenta la
velocidad con que circulaban las noticias
en la época. El 9 de agosto –cinco días
después de que Gibraltar capitulase–, don
Antonio de Ubilla, secretario del Despacho
Universal, escribía a los corregidores de
las ciudades andaluzas, comunicándoles
que quedaba “sitiado Gibraltar, y que si la
desgracia continuare, perdiéndose dicha
DESAFÍO A UN
TESTAMENTO
Los motivos de la guerra
de Sucesión española.
EL TESTAMENTO de Carlos II
señalaba que si su heredero, el duque de Anjou, ceñía la Corona de
Francia, debería abdicar del trono
de España. Sin embargo, Luis XIV
de Francia, abuelo del duque y jefe
de la casa de Borbón, al aceptar dicho testamento, se negó a hacer
una declaración en ese sentido. Inglaterra y Holanda, las potencias
marítimas, temieron que la hipotética unión de Francia y España creara
un poder hegemónico que doblegara a las demás naciones. En la Gran
Alianza de La Haya sumaron sus
fuerzas a los imperiales, que, como
representantes de la casa de Austria, rechazaban el testamento y
proclamaban como rey de España al
archiduque Carlos. Así se desató el
conflicto que permitiría a los ingleses adueñarse de Gibraltar.
FUERON FIGURAS relevantes
Jean Orry y Michel-Jean Amelot,
ministros enviados por Luis XIV a
España para organizar su administración. En el campo militar destacaron, en el lado de los aliados, los
príncipes Jorge de Hesse Darmstadt, virrey de Cataluña bajo Carlos II,
y Eugenio de Saboya, vencedor en
Turín y Malplaquet, y Diego Stanhope, jefe de las tropas aliadas en la
Corona de Aragón. En el de los borbónicos, el duque de Berwick, vencedor en Almansa, y los mariscales
Vendôme y Villars, vencedores, respectivamente, en Brihuega y Denain,
la última gran batalla de la guerra.
plaza, se pondría Su Magestad (Dios le
guarde) a cavallo para venir a socorrernos,
como lo hubiera hecho a no averle templado su Consejo de Estado por ahora”.
Felipe V encargó al capitán general de Andalucía, el marqués de Villadarias, la empresa de recuperar la plaza. El 5 de septiembre, cuando los ingleses habían tenido
tiempo para organizar debidamente la
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muy desigual, a lo que también contribuyeron las diferencias que, desde el primer
momento, se vivieron entre los mandos
franceses y españoles.
Los soldados que integraban las milicias
provinciales sumaban a su limitada instrucción un escaso espíritu de lucha. Muchos de ellos habían sido apresados por
las autoridades locales para poder cumplir
con las cifras de reclutamiento que se les
asignaban, y eso explica, por ejemplo, que
una parte importante de los miembros de
las milicias del reino de Córdoba desertaran a la primera ocasión. Hubo quien lo
hizo ya durante el trayecto que, desde su
lugar de procedencia, le conducía al campo de Gibraltar. Allí las unidades llegaron
muy mermadas, con un 40% de deserciones. Por el contrario, los regimientos de
Infantería Española y de la Guardia Valona, formados por tropas mucho más experimentadas, lucharon con denuedo, y
muchos de sus miembros quedaron en el
campo de batalla a lo largo de un asedio
que se prolongaría casi nueve meses.
Los trabajos previos para el asedio, como
el cavado de trincheras y pozos, se vieron
entorpecidos por la meteorología, con un
otoño excesivamente lluvioso que dificul-
UN JOVEN Felipe V. A la dcha., batalla naval de Málaga de 1704, en el marco de la guerra de Sucesión española.
defensa del Peñón, llegaban al campo de
Gibraltar las primeras unidades del ejército
que iba a llevar a cabo el asedio. Villadarias
–muy maltratado por la historiografía tradicional, que lo tachó de incompetente
y dejó caer sobre él, sin fundamento, el
estigma de traidor a la causa borbónica– lo
hizo unos días después. Su tardanza queda
explicada porque en el momento de la
pérdida de Gibraltar se encontraba en Extremadura al frente de las tropas que invadían Portugal, al haber entrado este
reino en guerra contra Felipe V en virtud
del Tratado de Lisboa de 1703.
Villadarias dispuso de un importante número de efectivos para el asedio. Sus tropas
sumaban 12.000 hombres: 9.000 españo-
64 H I STO R I A Y V I DA
les y 3.000 franceses. Una cifra considerable, aunque las tropas españolas estaban
formadas por un heterogéneo conglomerado de unidades entre las que había notables diferencias. Allí se dieron cita, por
ejemplo, milicias municipales llegadas de
distintos lugares de Andalucía y los regimientos de Infantería Española, mandados
por el conde de Aguilar, o el de la Real
Guardia Valona, que estaba a las órdenes
del duque del Havre. Mientras que las milicias estaban formadas por reclutas con
escasa o nula formación militar, los regimientos mencionados los integraba lo que
denominaríamos cuerpos de élite. Esa situación hizo que el papel desempeñado
por las tropas durante el asedio resultara
MUCHOS SOLDADOS DE
LAS MILICIAS HABÍAN
SIDO APRESADOS, POR
LO QUE DESERTABAN A
LA PRIMERA OCASIÓN
tó las tareas. Ignacio López de Ayala señala a este respecto: “Padecían más los sitiadores que los sitiados, porque, expuestos
a todas las incomodidades de un invierno
riguroso, se arruinaban todas las obras
con la lluvia i las tropas temían menos al
cañón enemigo que al incesante trabajo
de rehacer las trincheras para que se volviesen a caer”. Eso hizo que los ataques no
comenzaran hasta finales de octubre. La
Gaceta de Madrid señala que la primera
vez que se abrió fuego contra las posiciones
inglesas fue en la mañana del 26 de octubre. Pocos días después se vivirá uno de
los momentos culminantes del asedio. El
11 de noviembre se llevó a cabo un plan
elaborado a partir de las informaciones
GIBRALTAR
que facilitó al marqués de Villadarias un
cabrero de la zona llamado Simón Susarte, quien, como buen conocedor del terreno, se ofreció a conducir a un contingente
de tropas por caminos ocultos hasta un
lugar desde el que podían atacar el Peñón
de forma ventajosa y sorprender a sus defensores. Comprobada la viabilidad del
proyecto, se organizó una tropa de 500
hombres al mando del coronel Figueroa.
Sin embargo, el ataque que había de efectuar el grueso de los efectivos no se produjo como estaba previsto. Figueroa y sus
hombres, que estaban aislados en la zona
que habían ocupado, fueron descubiertos.
Después de agotar la escasa dotación de
municiones que llevaban, fueron exterminados por el enemigo en una feroz lucha
cuerpo a cuerpo. Solo lograron salvarse el
cabrero Susarte y algunos paisanos que lo
acompañaban, al escabullirse por caminos
perdidos en la montaña.
La razón por la que no se había lanzado el
ataque fueron las dudas del máximo responsable de las tropas francesas que participaban en el sitio, el general Cabanne,
quien consideraba indecoroso deber la
conquista de la plaza a un paisano. En
realidad, lo que reflejaba su actitud eran
las reticencias y malas relaciones que había
entre los mandos de los dos ejércitos que
defendían la causa de los Borbones, y que,
a estas alturas de la guerra, se habían puesto de manifiesto en diferentes ocasiones.
Aliados mal avenidos
Los conflictos entre españoles y franceses
no se debían solo a cuestiones estrictamente militares. Los problemas surgían por
cualquier motivo. Los hubo muy serios,
como el rechazo de los franceses a aceptar
los suministros que proporcionaba la intendencia. Se negaban, por ejemplo, a que
en sus raciones hubiera cerdo porque,
según decían, no estaban acostumbrados
a comer ese tipo de carne. El conde de
Gerena, que, en su condición de regente
de la Audiencia de Sevilla, tenía encomendado el abastecimiento de los víveres a las
tropas del ejército sitiador, se vio en la
necesidad de conseguir carne de vacuno,
que era la que los franceses decían comer.
Logró comprar una partida de trescientas
vacas al marqués de Vallehermoso, que se
mostró muy generoso al regalar las 67 cabezas que se perdieron por el camino cuando eran conducidas al campo de Gibraltar.
Otro momento importante del asedio se
vivió en febrero de 1705. Los sitiadores
habían estrechado el cerco y llegado al pie
del Peñón. Con los refuerzos que Villadarias había recibido pocos días antes, el 7
de febrero decidió lanzar el que consideró
el ataque definitivo. Dieciocho compañías
acometieron las defensas inglesas, y a punto estuvieron de romperlas, pero faltó el
empuje final. En opinión de don Juan Romero, el cura que había permanecido en
Gibraltar, si los españoles hubieran tenido
conocimiento del terror que su ataque
produjo entre los defensores, que a punto
estuvieron de desfallecer, la plaza habría
caído en sus manos. La realidad que llevó
al fracaso es mucho más compleja.
El asalto, llevado a cabo el 7 de febrero,
había sido planificado de forma conjunta
por españoles y franceses, bajo las órdenes
del marqués de Villadarias, en una reunión
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Manzana de la discordia
GIBRALTAR HA SIDO DURANTE TRES SIGLOS GERMEN
DE DESACUERDOS ENTRE GRAN BRETAÑA Y ESPAÑA
LA OCUPACIÓN INGLESA de Gibraltar
ha supuesto, desde su aceptación por los representantes españoles en los tratados de
Utrecht y Rastatt (impuesta por los diplomáticos de Luis XIV), un contencioso permanente entre ambos países. Para Inglaterra
significó la realización de una vieja aspiración.
El dominio del Peñón le permitiría, además de
controlar el paso del Mediterráneo al Atlántico, contar con una importante base para sus
flotas en un lugar de gran valor estratégico.
Por el contrario, para España ha sido el foco
de una reivindicación que la llevó a intentar
recuperar el Peñón por la vía militar en otras
dos ocasiones en el siglo XVIII.
celebrada el 31 de enero. Todo quedó dispuesto para lanzar el ataque al día siguiente, 1 de febrero, pero la intensidad de las
lluvias no lo permitió, y hubo que retrasar
el asalto, que pudo iniciarse el día 7. Cuando la acometida, en la que tomaban parte
unidades de granaderos franceses, estaba
a punto de desbordar las líneas inglesas,
las tropas francesas abandonaron las posiciones que ya habían ocupado sin causa
alguna que lo justificase. Esa fue la razón
por la que el ataque de aquel día 7 no alcanzó su objetivo: recuperar la plaza de
Gibraltar. Todo apunta a que los jefes del
ejército francés decidieron actuar de esa
forma con el propósito de que Gibraltar
no fuera conquistado antes de la llegada
al campamento del mariscal Tessé para
hacerse cargo del mando de las operaciones, cuya presencia en el campo de Gibraltar era inminente.
En efecto, días después llegó al campamento sitiador René de Froulay, conde de
Tessé, mariscal de Francia. Había sustituido al duque de Berwick al mando de las
tropas hispano-francesas que operaban en
la península, y Felipe V le encomendaba
la conquista de Gibraltar. Después de lo
acontecido el 7 de febrero, su llegada se
produjo en un momento de fuertes tensiones entre españoles y franceses. En aquellas circunstancias, tener que traspasar el
66 H I STO R I A Y V I DA
LA PRIMERA, en 1727, hay que enmarcarla en la política revisionista de Felipe V, tras
su matrimonio con Isabel de Farnesio, sobre
las cesiones realizadas en Utrecht. El segundo
intento, conocido como el Gran Asedio (a la
dcha., en un cuadro de John S. Copley), tuvo
lugar entre 1779 y 1783 bajo el reinado de
Carlos III. Se buscó atacar también por mar,
mediante las llamadas baterías flotantes
–barcazas artilladas que se refrigeraban con
conductos de agua fría–, pero el ensayo se
saldó con un estrepitoso fracaso. Se produjo
en el marco de la guerra de Independencia de
las colonias inglesas en América, que dio lugar al nacimiento de Estados Unidos.
LA LLEGADA DE UNA
FLOTA INGLESA CON
REFUERZOS SUPUSO UN
GOLPE PARA LA MORAL
DE LOS SITIADORES
mando suponía para el marqués de Villadarias una grave humillación. Junto a otros
oficiales españoles que se sintieron deshonrados, se retiró del asedio y marchó a
Antequera, donde tenía fijada su residencia. Injustamente se le tachó de incompetente, e incluso se sospechó que estaba
traicionando la causa de Felipe V, si bien
sus acciones como capitán general de Andalucía señalaban lo contrario.
La presencia de Tessé en el campo de Gibraltar no supuso avances significativos
en el asedio, pese a que en marzo se preparó un ataque combinado por tierra y
mar. El mariscal de Francia contó para ello
con la colaboración de una escuadra, mandada por su compatriota, el almirante Jean
Bernard de Pointis, que atacaría por mar,
mientras la infantería lo haría por el istmo.
Sin embargo, la llegada de una flota inglesa al mando del almirante John Lake
desbarató esos planes. Lake obligó a la
escuadra francesa a retirarse e introdujo
en el Peñón un importante refuerzo de
hombres, municiones y alimentos. Fue un
duro golpe para la moral de los sitiadores,
que seguían con los problemas causados
por una climatología particularmente adversa para el mes de marzo. Las lluvias
inundaban continuamente las trincheras.
A ello se sumaba la escasez de medios.
Tessé se quejaba, en una carta al príncipe
de Condé, de la falta de balas y pólvora y
del lamentable estado en el que se encontraban las piezas de artillería con las que
se habían de batir las defensas inglesas.
Del asedio al bloqueo
En abril, el responsable del sitio decidió,
ante la falta de apoyo naval y la posibilidad
de que los sitiados continuaran siendo
reabastecidos, ponerle fin. Ordenó realizar
los trabajos necesarios para establecer un
bloqueo a Gibraltar, y evitar de ese modo
que se convirtiera en una base desde la
que lanzar ataques hacia el interior de
Andalucía. Tessé se lo comunicó a Luis XIV
por carta y envió a uno de sus oficiales
para informar verbalmente a Felipe V de
la imposibilidad de continuar el asedio.
Terminados los trabajos del bloqueo, las
unidades que habían participado en el
asedio se retiraron. A principios de junio,
la Guardia Valona abandonaba el campo
de Gibraltar. Había sufrido un duro castigo. Sus bajas se acercaban al cincuenta por
ciento –llegó a Gibraltar con 1.300 hombres
y se retiraba con apenas 700–, y los supervivientes ofrecían un aspecto lamentable.
El comisario real de Guerra señalaba en
una carta que iban “la mayor parte desnudos y descalzos, pues los vestidos a más
de dos años que los tienen y estando con
ellos en continuo movimiento”.
Los problemas derivados de la falta de
medios y las dificultades económicas de
las que se quejaba Tessé no eran una novedad. Eran constantes desde el comienzo del asedio. El conde de Gerena, por
ejemplo, cuando envió las vacas compradas al marqués de Vallehermoso, adjuntó
instrucciones para que se vendiesen las
corambres de los animales con el propósito de conseguir algo de dinero. Para
lograr la financiación de los gastos del
asedio hubo de recurrir a empréstitos que
le otorgaron comerciantes españoles y
extranjeros. Participaron, entre otros, el
comerciante gaditano Juan Bautista Reina o Pedro de Elizamendi, así como la
Casa Bernard de París. Buscó recursos de
las rentas del tabaco, pero su administrador, don Eugenio Miranda, le indicó que
ese fondo estaba agotado. Incluso sacó a
la venta tierras, procedentes de usurpaciones de terrenos baldíos, en el término
municipal de Utrera reclamando que pertenecían a la Corona, que fueron tasadas
en 75.000 ducados. Los gastos del asedio
del 14 de noviembre de 1704 al 15 de junio de 1705, en que se cerraron las cuentas, sumaron 102.464 doblones de a dos
escudos de oro y siete reales de plata. Es
decir, unos 205.000 ducados.
Con un fracaso, debido en parte a la actitud
de los jefes franceses y sus diferencias con
los españoles, concluía el primero de los
tres asedios a los que fue sometido Gibraltar en el siglo xviii para intentar incorporarlo de nuevo a la Corona de España.
PARA SABER MÁS
CLÁSICOS
Vicente (marqués de
San Felipe). Comentarios a la Guerra de
España e Historia de su rey Felipe V el
Animoso. Madrid: Atlas, 1957.
BACALLAR Y SANNA,
ENSAYO
ALBAREDA SALVADÓ, Joaquín. La Guerra de
Sucesión de España (1700-1714). Barcelona: Crítica, 2010.
CALVO POYATO, José. Guerra de Sucesión
en Andalucía. Málaga: Sarriá, 2002.
SEPÚLVEDA, Isidro. Gibraltar: la razón y la
fuerza. Madrid: Alianza, 2004.
H I STO R I A Y V I DA 67