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UNED SENIOR XÀTIVA – CURSO 2014-2015
LOS CÁTAROS.
Religión y política en el Occidente europeo del S. XIII.
La cruzada I: Antecedentes y posicionamiento de los actores.
1.-Los argumentos.
La expansión del catarismo durante el siglo XII hizo reaccionar a Roma, en un
primer momento, mediante la concreción de esfuerzos destinados al aumento
de la predicación y a convencer a la Iglesia cátara para que abandonara sus
posiciones y se reintegrara en el catolicismo. Bernardo de Claraval, el
organizador -que no creador- de la orden del Císter, predicó en el Languedoc
en 1145 con éxito dispar, aunque el papa que comenzó la política de convencer
por los argumentos a los cátaros fue Celestino III papa de 1191 a 1198 y
predecesor de Inocencio III, el verdadero protagonista de la lucha contra los
cátaros y el Lenguadoc.
Celestino III propició la fundación de nuevos monasterios cistercienses, con la
esperanza de que desde ellos se irradiaría la verdadera fe, sin resultados
tangibles, también se intentó la argumentación en debates entre clero católico y
clero cátaro, e incluso se llegó a forzar en ocasiones aisladas pero
significativas, la conversión de algunos cátaros mediante la amenaza del uso
de la violencia, todas estas acciones tuvieron muy escaso éxito. En 1198,
ascendió a papa Inocencio III quien mantuvo inicialmente esta política, aunque
con alguna variación. Inocencio III, nombrado papa en enero de 1198, escribió
a todos los obispos de las diócesis afectadas una circular en abril de ese
mismo año, derivada de la famosa decretal de Viterbo, en la que ordenaba
castigar a todos los herejes cátaros con pena de confiscación y proscripción.
Para hacer efectivas estas penas necesitaba de la colaboración necesaria del
brazo secular pero la nobleza occitana no actuó según lo esperado por Roma.
En 1203, el papa nombra legados para el Lenguadoc, Pierre de Castelnau y
Raoul de Fontfroide, ambos cistercienses y a los que se unió más tarde Arnaud
Amaury, abad del monasterio de Citeux. La figura del legado representa al
papa en el territorio y contiene poderes excepcionales: puede dictar interdictos
y excomulgar fuera de las causas tasadas, tal y como hicieron pronto con el
conde de Tolosa, Ramón IV acusándolo de inactividad ante los herejes.
Los legados tienen mando (imperium) superior sobre todo el clero local,
obispos incluidos, por ello, se han interpretado estos nombramientos como
parte de una política compleja, su presencia en el Languedoc iba dirigida contra
herejes, contra su propio clero y por supuesto, contra los señores feudales que
no le ayudaron en los primeros intentos de actuar en esa área, por lo tanto,
también iba contra la nobleza local.
Desde 1203 los legados pontificios recorrieron el Languedoc sin éxito.
Intentaron obtener la promesa de la nobleza local de que serían apoyados si se
imponía la represión que Inocencio III parecía buscar, también sin éxito. Incluso
hubo un coloquio entre cátaros y legados en 1204 en Béziers con presencia de
Pere II en el que además de no obtener ventaja alguna sobre la parte cátara,
especialmente bien preparada, no consiguieron el compromiso del rey
catalanoaragonés para con la causa papal. En 1206 los legados vuelven a sus
territorios de origen y es entonces cuando entran casualmente en contacto con
Domingo Guzmán y Diego de Acebes, obispo de Osma (Burgos).
En ese encuentro Domingo, al escuchar a los cistercienses, expone su opción:
predicar con las mismas armas que los cátaros, en pobreza absoluta, de forma
itinerante, con humildad y tratando de hacer llegar el mensaje al pueblo llano.
Esta propuesta se materializó muy rápidamente en la creación de la orden de
los Dominicos, quienes se lanzaron, con éxito dispar, a recuperar los territorios
del Languedoc para la Iglesia romana.
2.-El detonante.
Comoquiera que ni cistercienses ni dominicos lograban avances significativos
sobre los cátaros, la exasperación cundía entre el sector romano y
especialmente en los legados pontificios. El 15 de enero de 1208 los legados
se reunieron en Sant Géli, en la ribera del Ródano con el conde de Tolosa
Ramón IV a petición de éste para solicitar el alzamiento de su excomunión. No
solo no se le revocó la pena canónica, sino que el conde fue advertido de
males mayores si no entregaba a los herejes de su territorio y colaboraba
activamente en la represión por la violencia. El conde se marchó de la reunión
y cuando lo iban a hacer los legados, un home de paratge, un milites tolosano
tuvo un altercado con la comitiva de los legados y acabó hiriendo de muerte de
un lanzazo a Pere de Castelnou, quien moría esa misma noche.
Inmediatamente, la maquinaria papal se puso en marcha, Inocencio III remitió
con carácter urgente misivas a la jerarquía eclesiástica del Languedoc, al rey
Felipe Augusto de Francia y también a muchos de sus nobles solicitando su
ayuda para vengar la muerte de un legado pontificio. Curiosamente, esta
presión diplomática no se dejó sentir en otros reinos que, como el de Francia,
también eran limítrofes con los territorios del Languedoc. La respuesta de
Felipe Augusto fue ambigua, la corona como tal, no participaría pero si sus
nobles lo deseaban, podían acudir a título personal. Una respuesta tan poco
definida hubiera sido interpretada de forma excluyente e intolerante si la
hubiera formulado otro monarca.
El papa convocó la cruzada en 1208, previamente anatematizó al conde
Ramón IV (lo cual es bastante peor que excomulgar) y declaró que las tierras
del conde se “daban en presa” a quien quisiera conquistarlas, puesto que ya no
eran del conde, desposeído de ellas por la voluntad papal. Esta oferta de
tierras se añadió a los beneficios típicos de las cruzadas (perdón de los
pecados y subida al cielo a los muertos en la batalla) para aquellos que
participaran en ellas un mínimo de 40 días.
3.-Composición de los cruzados, fases de la guerra y fuentes documentales.
Dos fueron los personajes esenciales en el bando papal o francés, por una
parte Arnaud Amaury (o Arnau Amalric), el nuevo legado papal y jefe espiritual
de la cruzada nombrado por Inocencio III. Arnau Amalric era abad del
monasterio de Citeux en 1208 y representó la apuesta que el papa Inocencio III
hizo por la orden cisterciense como cabeza intelectual y moral de todas sus
acciones en el Languedoc.
Simón de Monfort, el jefe militar de los cruzados era un noble francés de origen
normando hijo de un noble franconormando y de una Beaumont (normanda
también pero radicada en Inglaterra). Esta situación le hizo heredar feudos en
ambas coronas por lo que debía vasallaje al rey de Inglaterra por sus
posesiones allí y al de Francia por su herencia en ese reino. Buscó
incansablemente el acceso a nuevas posesiones y para ello, su formación
militar fue la herramienta fundamental. La ocasión se le presentó al permitir
Felipe Augusto a sus nobles que marcharan a la cruzada contra los cátaros, a
la que se unió y muy pronto como jefe militar de la misma, con la clara
intención de acrecentar su base territorial. Destacó por el uso del terror como
arma militar y por la incontinencia a la hora de usar la violencia gratuita sobre
enemigos ya vencidos. En el ámbito historiográfico francés se le considera uno
de los precursores de la unidad del hexágono, siendo para otras corrientes
historiográficas un ejemplo del comportamiento depredador de gran parte de la
nobleza feudal. Casó con Alix de Montmorency, en un matrimonio que elevaba
sus aspiraciones de ascenso social, ya que su esposa fue la hermana del
condestable de Francia, uno de los cargos de confianza del rey.
Una cuestión que se ha discutido en ocasiones es la composición de la hueste
feudal que constituyó la cruzada. El sistema de reclutamiento de una cruzada,
tras la prédica inicial y su convocatoria pública, difería en algunas partes
respecto de la hueste feudal. En la cruzada, los que participaban en ella debían
cumplir la cuarentena, es decir, 40 días de servicio para poder acceder a los
beneficios espirituales de la expedición. Si los participantes deseaban optar por
la captura de bienes de los enemigos, debían esperar a que se produjeran las
ocasiones para ejercer la rapiña o lo que sería mucho mejor, para capturar
tierras en su favor. El ejército o hueste de cruzados por lo tanto, debía moverse
muy rápido para no perder unidades de combate, entablar las batallas o los
sitios lo más pronto posible y tratar de resolver la balanza militar en el más
breve tiempo, esto explica, como veremos, la rapidez de las acciones en la
primera fase de la guerra.
La composición de esta hueste según P. Labal y otros autores, parece ser que
estuvo formada en su núcleo por la pequeña nobleza de l´Ille de France,
barones y otros nobles que necesitaban la ampliación de sus dominios y a los
que probablemente atrajo más la declaración de las tierras del conde de Tolosa
como territorios a apresar que las indulgencias espirituales. A esta clase de
pequeños nobles con aspiraciones se sumaban todos sus hombres de armas
(de paratge, armigers, homes de cort, etc.) que solían formar filas siempre con
su señor principal. Otra sección de este ejército fueron los campesinos, quienes
aprovechaban la oportunidad para acceder al pillaje y si fuera posible, al
ascenso social mediante su participación en la contienda. Finalmente, un
número indeterminado de eclesiásticos también se sumó a esta acción en su
condición doble de señores territoriales y de dependientes de la jerarquía
romana. Como no puede ser de otra forma, estos ejércitos medievales se
movían arrastrando una larga serie de oficiales artesanos, acemileros y otros
elementos vinculados con la intendencia. Por lo tanto, nos encontramos ante
una hueste en la que el elemento definitorio es la ausencia de la más alta
nobleza francesa, que se quedó junto al rey en unos momentos cruciales para
el reino capeto.
Las operaciones se sucedieron inicialmente con gran rapidez, pero la guerra
duro muchos años, desde 1209 hasta 1244, en que se pudo dar por liquidada
la cuestión. Este amplio periodo de tiempo se ha dividido tradicionalmente en
tres fases, una primera en la que el avance cruzado es fulminante, de 1209 a
1213 año de la batalla de Muret, una segunda fase en la que se produce una
virulenta reacción occitana, de 1213 al tratado de París de 1229 y una tercera
en la que la reacción cátara es combatida directamente por la corona francesa,
de 1229 a 1244, fecha de la caída del castillo de Montsegur, quedando el de
Queribus todavía en manos cátaras hasta 1255.
Si bien esta periodización es muy apropiada para facilitar el análisis de los
hechos, como no tenemos intención de realizar un curso basado en lo fáctico,
para lo que ya existe mucha información escrita, consideramos más apropiado
para nuestros objetivos dividir las campañas en dos partes, la primera, desde el
inicio en 1208 hasta la muerte de Simón de Monfort en 1218. La segunda,
desde 1218 hasta 1244.
Finalmente y al igual que hemos señalado en el tema anterior sobre la teología
cátara, es necesario señalar las fuentes escritas principales que nos informan
hoy sobre los hechos acaecidos en esta guerra. Son básicamente tres, la
Hystoria Albigensis del monje cisterciense Pierre des Vaux de Cernay,
traducida al francés y escrita originariamente en latín, el poema épico Canson
de la Crozada, escrito en occitano por Guillermo de Tudela y acabado por un
autor anónimo y la Chronica de Guilhem de Puylaurens, traducida al francés
desde su original en latín. Todos estos textos contienen una visión general
favorable a la cruzada, como es lógico, ya que de no ser así, hubiera sido difícil
que llegaran hasta nosotros. En cualquier caso, cada uno presenta una serie
de particularidades que indica la intencionalidad de quien lo escribió, de esta
forma, la Hystoria Albigensis parece haber sido escrita para dar consistencia a
las ambiciones de Simón de Monfort, justificando su anexión de territorios del
conde de Tolosa y de los Trencavel. Los señalamos para facilitar posibles
ampliaciones.