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internacional
Los BRIC quebrados
¿Por qué “el resto del
mundo” detuvo su ascenso?
Ruchir Sharma
© Copyright 2012 Council On Foreign Relations, Publisher Of Foreign Affairs. All rights reserved. Distributed by Tribune Media Services.
Durante los últimos años, la tendencia económica mundial
más comentada ha sido el llamado ascenso “del resto del
mundo”, que implicó la convergencia acelerada de muchas
economías en desarrollo con sus pares más desarrollados.
La fuerza poderosa detrás de tal dinamismo provino de los
cuatro principales mercados emergentes, conocidos como
BRIC: Brasil, Rusia, la India y China. El mundo estaba
presenciando un cambio como no volvería a haberlo pronto
—o al menos eso se decía— y que permitiría a los principales actores del mundo en desarrollo alcanzar o incluso
rebasar a sus contrapartes del mundo desarrollado.
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Tales pronósticos, por lo general, se basaban en las elevadas
tasas de crecimiento de los países en desarrollo durante la
mitad de la década anterior, las cuales fueron proyectadas a
futuro y comparadas con el crecimiento desacelerado en Estados Unidos y otros países industrializados avanzados. Estos ejercicios presuntamente demostraban que, por ejemplo,
China estaba a punto de superar a Estados Unidos como la
principal economía mundial. Los estadounidenses se tomaron muy a pecho esta conclusión, pues una encuesta Gallup
aplicada ese año reveló que el 50% de ellos ya consideraba
que China era la economía “líder” del mundo, a pesar de
que la economía de Estados Unidos aún es dos veces más
grande (y su ingreso per cápita es siete veces más elevado).
Sin embargo, como ya ha sucedido con otras proyecciones
lineales de tendencias económicas —por ejemplo, los pronósticos en la década de 1980 que mostraban a Japón como
la potencia económica número uno—, los resultados posteriores resultan un balde de agua fría. Ahora que la economía mundial está enfilada hacia su peor año desde 2009,
el crecimiento de China se ha desacelerado rápidamente al
pasar de cifras de dos dígitos a un 7% o incluso menos. Y
el resto de los BRIC se está desplomando. Desde 2008, el
crecimiento anual de Brasil ha disminuido de 4.5% a 2%; el
de Rusia, de 7% a 3.5%; y el de la India, de 9% a 6%.
Ninguna de estas cifras debería causar sorpresa, pues resulta
difícil mantener un crecimiento acelerado durante más de
10 años. Las circunstancias inusuales de la década anterior
lo hacen parecer muy fácil. Tras emerger de los noventa y
sus múltiples crisis, y tomar impulso con la oleada mundial
de dinero fácil, los mercados emergentes iniciaron una racha alcista que virtualmente convirtió en ganadores a cada
uno de ellos. Para 2007, cuando sólo tres países del orbe registraron un crecimiento negativo, las recesiones se habían
esfumado del escenario internacional. Pero ahora, el dinero
extranjero fluye con mucha menos fuerza hacia los mercados emergentes. La economía mundial está regresando a su
estado normal de agitación, con muchos rezagados y pocos
ganadores en lugares inesperados. Las implicaciones de este
giro son impactantes, pues el impulso económico equivale
a poder y, en consecuencia, el flujo de dinero hacia las estrellas en ascenso ajustará el equilibrio de poder mundial.
EMERGENTE POR SIEMPRE
La idea de una convergencia amplia entre los dos mundos,
el desarrollado y el que está en desarrollo, es un mito. De
los cerca de 180 países a los que el Fondo Monetario Internacional da seguimiento, sólo 35 son desarrollados. El resto
de los países son mercados emergentes, y la mayor parte de
ellos llevan varias décadas emergiendo y seguirán haciéndolo por muchas más. Dani Rodrik capta muy bien esta
realidad. Este economista de Harvard ha demostrado que,
antes de 2000, el desempeño de los mercados emergentes en
conjunto no convergía ni remotamente con el desempeño
del mundo desarrollado. Inclusive, la brecha entre el ingreso
per cápita de los países avanzados y el de las economías en
desarrollo se amplió sin tregua desde 1950 hasta 2000. Un
puñado de países sí alcanzó a Occidente, pero este grupo
incluyó únicamente a los países petroleros del Golfo Pérsico, los países de Europa meridional después de la Segunda
Guerra Mundial y los “tigres” del sudeste asiático. Sólo después de 2000, el conjunto de países emergentes empezó a
pisar el acelerador y, aun así, a partir de 2011, la diferencia
entre el ingreso per cápita de las naciones ricas y las naciones en desarrollo ha regresado adonde estaba en la década
de 1950.
Esta circunstancia no es tanto una lectura negativa de los
mercados emergentes, sino una simple realidad histórica.
En el transcurso de cualquier década desde 1950, en pro-
medio, sólo un tercio de los mercados emergentes ha podido
crecer a un ritmo anual de 5% o más. Menos de una cuarta
parte ha mantenido la tasa de crecimiento por más de 2 décadas, y un décimo de ellos, por 3 décadas. Sólo Corea del
Sur, Hong Kong, Malasia, Singapur, Tailandia y Taiwán
han mantenido su crecimiento por 4 décadas. Por lo anterior, incluso antes de que se dieran las señales actuales de
desaceleración en los BRIC, las probabilidades apuntaban
a que Brasil registraría una década completa de crecimiento
superior al 5%, y Rusia, 2 décadas consecutivas.
Por otro lado, muchos mercados emergentes no han logrado
mantener el dinamismo de su crecimiento y varios más han
perdido fuerza después de alcanzar el estatus de país de ingreso medio. Malasia y Tailandia parecían estar encaminadas a convertirse en los nuevos ricos hasta que el capitalismo
clientelista, el endeudamiento excesivo y las monedas sobrevaluadas ocasionaron el colapso financiero de 1997-1998
en Asia. Su crecimiento ha decepcionado desde entonces. A
Birmania (ahora Myanmar), Filipinas y Sri Lanka se les llegó a considerar como los siguientes tigres asiáticos a finales
de la década de 1960, pero flaquearon antes de lograr siquiera el ingreso promedio de 5 000 dólares en términos actuales para su clase media. La incapacidad para mantener el
ritmo de crecimiento ha sido la regla general, una regla que
probablemente se confirmará durante el próximo decenio.
Como los mercados emergentes se convirtieron en un pilar
tan elogiado de la economía mundial durante la primera
década del siglo XXI, resulta fácil olvidar que el concepto
de mercado emergente es realmente nuevo en el mundo financiero. La primera aparición de los mercados emergentes
se remonta a mediados de los ochenta, cuando Wall Street
empezó a darles seguimiento como una clase de activos distintiva. Muchos países emergentes, a los que originalmente
se etiquetó como “exóticos”, abrieron entonces su mercado
de valores a los inversionistas extranjeros por primera vez:
Taiwán en 1991, la India en 1992, Corea del Sur en 1993 y
Rusia en 1995. El capital extranjero llegó en desbandada y
ocasionó que el precio de las acciones en los mercados emergentes se disparara en un 600% (en términos de dólares)
entre 1987 y 1994. Durante este período, la cantidad de
dinero invertida en esos países se elevó de menos de 1% a
casi 8% como parte del total de inversión bursátil mundial.
Esta fase terminó con la crisis económica que sacudió a
distintos países, México y Turquía incluidos, entre 1994
y 2002. El mercado de valores en los países en desarrollo
perdió casi la mitad de su valor y se contrajo al 4% del total
mundial. De 1987 a 2002, la participación de los países en
desarrollo en el PIB mundial en realidad cayó del 23% al
20%. La excepción fue China, que vio duplicarse su participación al 4.5%. Como puede verse, la historia de los mercados emergentes en boga es en realidad la historia de un
único país.
La segunda aparición inició con el auge mundial de 2003,
cuando los mercados emergentes en realidad empezaron a
despegar como grupo. Su participación en el PIB mundial
empezó a ascender rápidamente, de un 20% al 34% actual
(debido, en parte, a la apreciación de su moneda), y su parRevista de la Bolsa de Comercio de Rosario | 13
ticipación en el mercado accionario mundial aumentó de
menos del 4% a más del 10%. Las pérdidas sustanciales que
se registraron durante el desplome financiero mundial de
2008 se habían recuperado casi totalmente para 2009, pero
desde entonces los mercados han avanzado con lentitud.
La tercera aparición apenas está empezando; será un período que se distinguirá por un crecimiento moderado en el
mundo en desarrollo, un regreso al ciclo de drásticos altibajos y el fin del comportamiento como bloque por parte de
los países emergentes. Sin el dinero fácil ni el optimismo
exagerado que alimentó la inversión en el último decenio, el
mercado de valores en los países en desarrollo seguramente
brindará rendimientos mesurados e inconstantes. Las ganancias de un 37% anual, en promedio, entre 2003 y 2007,
posiblemente disminuirán, en el mejor de los casos, a 10%
durante el siguiente decenio, ya que el crecimiento de los
rendimientos y el valor de las divisas en los grandes mercados emergentes mejorarán muy poco tras el vigoroso desempeño de la década anterior.
FECHA DE VENCIMIENTO CADUCA
Ninguna idea ha enturbiado tanto la teoría sobre la economía mundial que el concepto BRIC. Los cuatro grandes
mercados emergentes no tienen mucho en común, además
de ser las principales economías en sus respectivas regiones.
Generan crecimiento de maneras diferentes y suelen competir entre ellos. Brasil y Rusia, por ejemplo, son grandes
productores de energéticos que se benefician de los precios
altos de estos productos, mientras que la India, un gran consumidor de energéticos, los sufre. Excepto en circunstancias
muy inusuales, como las de la década pasada, es muy improbable que crezcan al unísono. Con excepción de China, estos países tienen pocos vínculos comerciales entre sí y
pocos intereses políticos o de asuntos exteriores en común.
Un problema de los acrónimos es que, cuando uno de ellos
se vuelve lugar común, suelen atrapar a los analistas en una
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cosmovisión que pronto pudiera tornarse obsoleta. En años
recientes, la economía y el mercado de valores de Rusia han
registrado uno de los peores desempeños entre los mercados emergentes, debido al predominio de multimillonarios
enriquecidos con las ganancias del petróleo cuyos activos
representan el 20% del PIB. Este porcentaje supera con creces la participación de los multimillonarios en la economía
de cualquier país importante. A pesar de sus marcados desequilibrios, Rusia sigue dentro de los BRIC, aunque sólo
porque el término suena mejor con una erre. Sin importar
si los expertos siguen utilizando el acrónimo, los analistas e
inversionistas con sentido común deben conservar su flexibilidad. Desde siempre, los países deslumbrantes que crecen un 5% o más durante un decenio —como Venezuela
en los años cincuenta, Pakistán en los sesenta e Iraq en los
setenta— suelen toparse con cualquier suerte de problema
(guerras, crisis financieras, complacencia, malos líderes) y
tropezar antes de que puedan lograr otra década de crecimiento vigoroso.
Lo que está de moda en las proyecciones económicas es hacer previsiones tan futuras que cuando la fecha llegue ya no
habrá nadie que pueda pedir cuentas. Este método analiza,
por ejemplo, el siglo XVII, cuando China y la India representaban tal vez 50% del PIB mundial, y luego el “siglo asiático” venidero, durante el cual se reafirma su preeminencia.
De hecho, el período más amplio que se debe considerar
para buscar patrones claros en el ciclo económico mundial
es un decenio, aproximadamente. El ciclo de negocios típico
dura unos 5 años, desde el fondo de un bache económico
hasta el fondo del siguiente bache económico, y la mayoría
de los inversionistas prácticos limitan sus previsiones a uno
o dos ciclos de negocios. Sin importar lo anterior, los pronósticos suelen tornarse obsoletos ante el surgimiento imprevisto de nuevos competidores, nuevos entornos políticos
y nuevas tecnologías. La mayoría de los directores generales
y principales inversionistas siguen limitando su visión estratégica a 3, 5 o a lo sumo 7 años, y juzgan los resultados a
partir del mismo marco temporal.
EL NUEVO Y EL VIEJO ORDEN ECONÓMICO
Durante el próximo decenio, es probable que el crecimiento
de Estados Unidos, Europa y Japón sea lento. Sin embargo,
su desaceleración no parecerá tan preocupante como el panorama internacional, sobre todo la economía mundial y la
desaceleración del 3% al 4% en China, que ya está en proceso y que posiblemente se agudizará conforme la economía
alcance su madurez. La población de China simplemente es
demasiado grande y está envejeciendo con demasiada rapidez como para que su economía siga creciendo tan aceleradamente como hasta ahora. Dado que más del 50% de su
población ahora vive en las ciudades, China está acercándose a lo que los economistas denominan “punto de retorno
de Lewis”: ese momento cuando la mano de obra excedente
de las áreas rurales de un país se encuentra prácticamente
agotada. Tal agotamiento se deriva tanto de la migración
intensa a las ciudades durante las últimas 2 décadas como
de la mermada fuerza laboral, que se ha contraído debido
a la política de hijo único. A su debido tiempo, la sensación actual de muchos estadounidenses de que los gigantes
asiáticos están rebasando rápidamente a la economía de su
país pasará a la historia como un brote de paranoia, muy
parecido al nerviosismo que acompañó al ascenso de Japón
en los años ochenta.
Conforme el crecimiento se vuelva más lento en China y
en el mundo industrial avanzado, estos países comprarán
menos bienes y servicios a sus pares orientados a las exportaciones, como Brasil, Malasia, México, Rusia y Taiwán.
Durante el auge de la última década, la balanza comercial
promedio en los países emergentes casi se triplicó a 6%
como porcentaje del PIB. Pero desde 2008, ha disminuido a
su cifra de siempre, inferior al 2%. Los mercados emergentes preponderantemente exportadores necesitarán encontrar
nuevas maneras de lograr un crecimiento vigoroso, pero los
inversionistas admiten que sin duda muchos no lo lograrán:
en el primer semestre de 2012, el diferencial entre el valor de
los mercados de valores emergentes con mejor desempeño y
el correspondiente a aquellos con peor desempeño se disparó del 10% al 35%. Cabe suponer entonces que durante los
próximos años la nueva normalidad en los mercados emergentes se parecerá mucho a la vieja normalidad de la década
de 1950 y de 1960, cuando el crecimiento era del 5% en
promedio y la carrera dejó a muchos atrás. Esto no implica un resurgimiento del tercer mundo de los años setenta,
conformado por países con un grado uniforme de subdesarrollo. Incluso en esa época ya empezaban a florecer algunos
mercados emergentes, como Corea del Sur y Taiwán, pero
su éxito se vio ensombrecido por la miseria en países más
grandes, como la India. Sí significa, empero, que se observarán marcadas diferencias en el desempeño económico de
los mercados emergentes.
El ascenso dispar de los mercados emergentes repercutirá
en las políticas mundiales de varias maneras. Para empezar,
revivirá la confianza de Occidente y opacará el brillo económico y diplomático de las estrellas recientes, como Brasil
y Rusia, por no mencionar a las dictaduras petroleras en
África, Latinoamérica y el Medio Oriente. La idea de que el
éxito de China demuestra la superioridad del autoritarismo
y el capital dirigido por el Estado también perderá validez.
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De los 124 mercados emergentes que han podido sostener
una tasa de crecimiento del 5% durante toda una década
desde 1980, 52% son democracias y 48% son regímenes
autoritarios. Por lo menos en el corto y mediano plazos, lo
que importa no es el tipo de sistema político de un país,
sino la presencia de líderes que comprendan qué reformas se
requieren para lograr el crecimiento y las apliquen.
También desaparecerá el concepto de dividendo demográfico. Debido a que el auge de China estuvo impulsado por
una nutrida generación de jóvenes que ingresaron a la fuerza
laboral, los consultores ahora rastrean en los datos censales
en busca de semejantes saltos demográficos que anuncien
el próximo milagro económico. Sin embargo, tal determinismo demográfico supone que los trabajadores resultantes
contarán con las habilidades necesarias para competir en el
mercado mundial y que los gobiernos aplicarán las políticas
adecuadas para crear empleos. En el mundo de la última
década, cuando la oleada levantó a todas las economías, el
concepto de dividendo demográfico tuvo lógica durante un
momento. Pero ese mundo ya no existe.
Los modelos económicos recientes le cederán el paso a nuevos modelos o tal vez a ninguno, pues las trayectorias del
crecimiento se abren en varias direcciones. En el pasado,
los países asiáticos tenían en Japón su paradigma; las naciones en la franja desde el Báltico hasta los Balcanes, a la
Unión Europea; y casi todos los países, en mayor o menor
grado, miraban a Estados Unidos. Pero la crisis de 2008 ha
socavado la credibilidad de todos estos modelos. Los errores recientes del gobierno nipón han ocasionado que Corea
del Sur, todavía en ascenso como dínamo manufacturero,
resulte un modelo asiático mucho más atractivo que Japón.
Los países que antes hacían fila para ingresar en la zona del
euro, como Polonia, República Checa y Turquía, ahora se
preguntan si quieren sumarse a un club con tantos miembros que apenas se mantienen a flote. Y con respecto a Estados Unidos, el Consenso de Washington de los noventa,
Dani Rodrik
Chantal de Bruijne / Shutterstock.com
que exhortaba a los países pobres a limitar su gasto y liberar
su economía, resulta difícil de promover cuando ni siquiera
el Capitolio puede ponerse de acuerdo para reducir su gravoso déficit.
Debido a que resulta más fácil crecer rápidamente desde mínimos, no tiene sentido hacer comparaciones entre países
con clases de ingreso diferentes. Las pocas naciones puntero
serán las que rebasen a sus rivales dentro de su propia clase
de ingreso y superen con creces las expectativas para esa clase. Además, tales expectativas deben volverse más realistas.
La última década fue inusual, tanto por el amplio alcance como por el ritmo acelerado del crecimiento mundial, y
cualquiera que espere un feliz retorno de esa situación en el
corto plazo seguramente sufrirá una decepción.
Entre los países con un ingreso per cápita de entre 20 000
y 25 000 dólares, sólo dos tienen buenas posibilidades de
alcanzar o superar un crecimiento anual del 3% durante
la próxima década: Corea del Sur y República Checa. Del
grupo más amplio con un ingreso promedio de 10 000 a 15
000 dólares, sólo Turquía tiene gran posibilidad de lograr
o rebasar un crecimiento del 4% al 5%, aunque también es
una perspectiva viable para Polonia. Dentro de la clase de
ingreso entre 5 000 y 10 000 dólares, Tailandia parece ser
el único país que podría tener un desempeño sobresaliente.
Si acaso hubiera una nueva cepa de estrellas emergentes en
los próximos años, es probable que incluyera a países con
un ingreso per cápita inferior a 5 000 dólares, como Filipinas, Indonesia, Nigeria, Sri Lanka y varios países en África
oriental.
Aunque el mundo puede esperar el repunte de países provenientes del estrato inferior, desde los estratos superior y medio, el nuevo orden económico mundial se verá como ése de
antaño que muchos observadores predijeron. El resto tal vez
mantenga su ascenso, pero subirán más lenta y disparmente
de lo que muchos expertos prevén. Y pocos, muy pocos,
alcanzarán los niveles de ingreso del mundo desarrollado.
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