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Argumedo Jiménez Luz Angélica
Grupo: 4431
“Muerte” y “morir” como situaciones sociales.
Fecha: 07/10/09
Antropología
El “morir” como hecho social
A pesar de nuestra conciencia de “morir” desde l momento en que se “nace”, la sociedad occidental emplea
generalmente la palabra “moribundo” para designar una clase muy restringida de estados y personas. Estar
“muerto” o “muriéndose” significa desde nuestro enfoque sociológicos ser así considerado por aquellos que
rutinaria y legítimamente se hallan implicados en la determinación de esos estados.
El concepto filosófico de que se comienza a “morir” cuando se comienza a vivir, pareciera relacionarse con este
proceso de localización arbitrario sin sentido real de la muerte. Las muertes ocurren dentro de un orden social. Los
pensamientos, intereses, actividades, proyectos, planes y esperanzas de los otros, están vinculados a la persona que
muere y al hecho de su muerte. Las muertes también ocurren dentro de un orden médico organizacional y la
anticipación de las muertes figura en un lugar muy importante dentro de su organización correcta. La base médica,
biológica o fisicoquímica para determinar que una persona está “moribunda” no son del todo claras. “Morir” no es,
al menos en el sistema de medicina una respuesta apropiada a preguntas del tipo “¿que tengo doctor?”, es un
término esencialmente predictivo. Ver “morir” es ver la posibilidad de la muerte dentro de cierta perspectiva
temporal.
En el mundo médico se aprende a ver la muerte cuando en l curso de la experiencia con personas gravemente
enfermas puede aprenderse a detectar signos que signifiquen un orden particular de predicciones específicamente
temporales de la muerte. En nuestra sociedad los médicos han obtenido un derecho obre la idea de “morir”, a pesar
del reconocimiento existencial filósofos, una cierta fuerza especial en la idea de “enfermedad fatal”, tal que la
descripción del filósofo de la “vida como una enfermedad fatal” no constituye una amenaza mientras que el
descubrimiento de un cáncer por el médico sí lo es.
Algunas personas opinan que el proceso de “morir” sólo puede ser reconocido una vez que la enfermedad mortal
se localiza o sea que “morir” es un estado que sufre por proceso irreversible y que “produce la muerte”. La
ubicación de una “enfermedad mortal” no justifica la referencia convencional al “morir”, es decir que la
conversación se da cuando la enfermedad no puede localizarse. Por otro lado la localización de la “enfermedad
mortal” no justifica hablar de la muerte ya que l actual cuerpo de enfermedades no constituye una adecuada
explicación causal de la muerte. Y por otro lado, la localización de la “enfermedad mortal” no significa referencia a la
muerte ni justifica el tratar a una persona como “moribunda” porque las personas que sufren estas enfermedades
no siempre son consideradas así. En base a ello es que podemos decir que la serie de enfermedades, incluyendo las
así llamadas “enfermedades fatales” que la medicina empela, son producto del estado actual del conocimiento
médico. Puede decirse entonces que la meta ahora seria localizar las enfermedades fatales que todos llevamos
dentro y hacer una descripción médica inicial de la vida como enfermedad fatal.
Las categorías de enfermedad más corrientemente usadas, como “causas de muerte” legítimas, son entidades
culturalmente constituidas, y, que la muerte es un “resultado” de las “enfermedades” desde una perspectiva
sancionada socialmente, pero no en sentido estrictamente biológico.
En base a todo lo hasta ahora comentado es cuando surge la cuestión: ¿Cuál es la condición necesaria para
considerar a una persona moribunda?, y la respuesta en el modo en que la especificación temporal de una
predicción de muerte se relacione con:
a) La localización de la persona a lo largo de las dimensiones temporales de diversas estructuras sociales.
b) El modo en que las especificaciones temporales de las predicciones de la muerte, comprometen a aquellos
que las hacen, en una diversidad de problemas profesionales, de organización y de interacción.
“Morir” se convierte en un “proceso” notable e importante en la medida en que proporciona a los demás, al igual
que al paciente, un medio para orientarse hacia el futuro, para organizar actividades según la expectativa de la
muerte, para “prepararse a ella”. La idea de “morir” es distintivamente social porque su importancia medular se da
gracias a que establece un modo de atender a una persona. Los médicos y las enfermeras no tratan el “morir”, sino
los males, síntomas y acontecimientos, por lo que la noción de “morir”, como caracterización predictiva crea un
esquema alrededor de la persona. Quizá uno de los aspectos mas importantes para ello es considerar la edad de los
enfermos ya que para las personas que se hallan ubicadas así (de acuerdo su edad) en la estructura de edades de la
sociedad, el hecho de su eventual y quizá pronta muerte es atendida por miembros de su familia; la estructura social
en la que se hallan implicados se orienta ya hacia su próxima muerte: sus familias se van independizando de ellas; el
alcance de las referencias al “futuro” van disminuyendo progresivamente.
Al tratar con pacientes de edad avanzada no hay necesidad de evitar la forma consciente las referencias a futuro,
como es característico cuando conversa con un adulto joven que se supone morirá dentro de muy poco tiempo. Pero
un hecho más notable acerca de la interacción entre el personal médico y los pacientes “moribundos” jóvenes es el
cuidado que se pone en evitar referencias a un futuro no muy próximo. La importancia del morir varia según se trate
de atender a un joven con una perspectiva temporal posible de largo plazo, tal como la carrera, la familia o de un
anciano, donde esta importancia se mantiene sólo cuando su muerte constituye una posibilidad inminente.
Cuando las consecuencias de la muerte adquieren una mayor importancia, encontramos referencias al hecho de
“morir” en un esquema temporal de anticipación mucho más amplio. Sin embargo en el ambiente del hospital,
“morir” asume su mayor significación porque la muerte es considerada posible en el momento mismo de la admisión
corriente. Es por ello que al orientar el tratamiento diario con los ancianos, el médico debe desarrollar la habilidad
de desatender la posibilidad de la muerte aunque ésta sea inminente. El pensamiento ante la vida y las actitudes que
se basan en él justifican en el mundo de la medicina sólo cuando la muerte se contempla ya dentro de los confines
temporales de la relación contractual hospital-médico-paciente-familia, y este contrato, s temporalmente limitado.
“Muerte social”
Cuando un paciente se considera “moribundo”, su nombre es inscrito en la lista de “pacientes críticos”, la
inscripción a dicha lista sirve de mensaje interno, ya que por este procedimiento se notifica al personal clave del
hospital que puede ocurrir una muerte y que cabe ir preparándose apropiadamente para actuar en consecuencia.
Pero de hecho muchos pacientes inscritos no mueren, ya que la inscripción se realiza a menudo bastante antes de
que se note señales de una muerte inminente. Sin embrago y a pesar de ello muchas veces se considera al paciente
como muerto y se da que discutir la autopsia, en vida del paciente y ante él mismo es un acto que debería
sancionarse severamente sin embargo en muchos hospitales existe una indiferencia ante los “moribundos”, a tal
punto que la posibilidad de que muera dentro de un turno de trabajo determinado justifica ciertas formas de
tratamiento posmuerte. Puede realizar se una distinción respecto a los tipos de muerte:
a) Muerte clínica: aparición de signos y síntomas de la muerte n el examen físico.
b) Muerte biológica: cesación de la actividad celular
c) Muerte social: se da en el momento en que el paciente s tratado ya como un cadáver, si bien clínicamente
y biológicamente esta vivo. Puede entonces definirse como el momento en ele cual las propiedades
sociales más importantes del paciente comienzan a cesar de ser condiciones operativas para aquéllos que
lo tratan, y cuando el paciente es, esencialmente, considerado muerto.