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La política como corrupción
Nicolás Lynch
Estos días han sido un buen ejemplo de lo que pasará en las próximas semanas de
campaña. Los cinco candidatos de la derecha neoliberal son demasiados para ocupar un
mismo espacio político. Ello ha hecho, inevitablemente, que empiecen a acuchillarse.
Pero no solo entre los diversos candidatos, sino también dentro de un mismo partido,
como es el caso del Apra.
El motivo es el mismo: la corrupción. No por gusto el lema de esta campaña electoral es
una máxima del propio Presidente de la República: “La plata viene sola”. Los líos en la
derecha tienen el mismo origen, el entendimiento de la política como un negocio. Lo
curioso es que unos corruptos acusan a otros corruptos de corruptos cuando todos están
en la misma danza. El extremo de esta situación es el comportamiento patético de
Mercedes Aráoz, quien sacrifica a un sospechoso para que no podamos ver a los demás.
Sin embargo, están en un remolino difícil de salir sin renegar del cordón umbilical que
los une a todos: el continuismo neoliberal.
La recaptura del Estado por los grandes intereses privados que se ejecutó durante la
dictadura de Fujimori y Montesinos nos dejó un Estado y un mercado con dueños muy
poderosos que han llevado al país a perder lo que ganó de modernidad con la separación
entre economía y política en la segunda mitad del siglo XX. Esta falta de separación
tiene un ejemplo notable en aquella señora que habría pagado una suma astronómica por
una candidatura, suma que no se justifica sino por la influencia que el cargo de elección
popular eventualmente le pueda dar y del que ella pudiera beneficiarse para uso propio o
de terceros.
En esta visión lo colectivo, el interés general, el proyecto común, el Perú finalmente,
desaparecen. Toda esa retórica no es sino el engañamuchachos para el enriquecimiento
personal. La política entonces se aleja no solo de la idea de servicio, que sería el
extremo generoso, sino también de la competencia por el poder entendida como la
competencia por liderar el destino de todos. La política pasa a ser, ni más ni menos, que
la competencia por ver quién se llena los bolsillos de plata mejor y más rápido. En este
contexto el saqueo del gas de Camisea o el remate del puerto del Callao adquieren pleno
sentido como una lógica de piratas que asaltan un botín y utilizan el poder del Estado
cautivo.
Si nos dejamos vencer por la lógica de los piratas quizá no tendremos Estado ni país en
pocas generaciones.
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