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TEMA I: EL SABER FILOSÓFICO. LAS DIFERENTES
CONCEPCIONES DE LA FILOSOFÍA
I.- INTRODUCCIÓN
Somos perfectamente conscientes de la dificultad intrínseca asociada a la resolución
de un problema de muy larga tradición. De antemano reconocemos la existencia de muy
variadas acepciones de filosofía, muchas opuestas entre sí, enfrentadas dialécticamente
a muerte, inmiscibles en el mismo campo filosófico, pero no del todo desligadas.
Nuestro posicionamiento en el asunto objeto de análisis es descaradamente partidista,
no admitimos la posibilidad de oscilar entre diferentes corrientes filosóficas con la
intención de rescatar lo mejor de cada enfoque y así situarse en una posición cómoda,
ecléctica, y neutral. Nuestra toma de partido es una necesidad derivada del especial
material con el que tratamos, y es una obligación capaz de diseñar un significado
preciso de nuestra acepción, además de discernir el sentido e inconvenientes de otras
formas de entender la filosofía. Pero, ¿qué es la filosofía? Sin más circunloquios, es un
saber de segundo grado que presupone otros saberes ya en marcha, ya instalados en
nuestro presente y que de un modo u otro configuran nuestro modo de entender el
mundo, son manifestaciones de profundo calado reflexivo como la política, la religión,
las técnicas, las ciencias o las tan cotidianas tecnologías de nuestros días. Sin ellas es
improcedente dar sentido a la filosofía. Como ya decíamos, se nutre del presente y se
ejerce desde el presente, siendo sus contenidos o materiales de construcción las tan
apreciadas por Platón: IDEAS; abstractas realidades reflexivas humanas que brotan de
conflictos prácticos irresolubles para los diferentes saberes de primer grado, muchos de
ellos de estirpe categorial o científica y que trascienden su bien delimitado campo de
ejecución; conflictos cada vez más complejos y abundantes lo que directamente incide
en la necesidad de una presencia activa y contundente de una filosofía que esté,
parafraseando a Ortega, a la altura de los tiempos y que tiene el deber de comprender y,
si cabe, reorganizar racionalmente la realidad, en numerosas ocasiones contradictoria y
a espaldas de la armonización.
II. DIALÉCTICA FILOSÓFICA, CRÍTICA DE OTRAS ACEPCIONES
Nuestra acepción filosófica en su misma estructura interna, dada su naturaleza, se
opone dialécticamente a otras formas de entender la filosofía. Por de pronto, nuestra
concepción la sumerge, la hace dependiente, del marco cultural y social del momento;
éste se percibe como ineludible, abstraerlo supone un ejercicio discursivo equivocado.
Es así que el rechazo, frente a la interpretación de la filosofía como un conocimiento
autónomo, formal, ahistórico, y en relación inmediata, directa, con la universalidad
esencial, sustancial, de primer grado que automáticamente remite a un “más allá” o
“más acá” que, como le gusta decir a Heidegger, ilumina u oscurece dicho
planteamiento, es enérgico. Para aclarar el asunto, desde estas coordenadas reflexivas la
filosofía se considerará ligada inmediatamente al “ser humano” en cuanto que éste es
entendido adjetivamente como: “animal racional” o “animal político”, es decir, bien sea
respectivamente entendido como ser individual o como ser social. Este enfoque permite
orientar el significado de la educación, ésta se entenderá como un proceso dirigido hacia
una supuesta universalidad que obvia intencionadamente nuestra ineludible tradición
griega, que se embarca en una imaginaria praeterculturalidad (más allá o más acá del
presente en marcha) con el firme propósito de eludir cualquier atisbo de etnocentrismo o
eurocentrismo. Bajo este prisma el diseño práctico educativo dirigirá su actividad no
hacia el ciudadano o alumno de un Estado concreto, sino al hombre, al ser humano, o en
términos estoicos: “al ciudadano del mundo”, al ciudadano de todos los sitios y de
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ninguno en concreto, al ser humano social global y ciudadano del mundo
civilizadamente aliado. Esta realidad última para la filosofía exenta, al margen del
presente, se convierte en objeto de aprehensión que en la mayoría de los casos sólo es
accesible vía visión intuitiva, sólo el verdadero sabio posee esta capacidad, de este
modo su proyecto cobrará sentido en la medida que evite perturbaciones, errores,
confusiones, del mundo circundante; los sucesos del mundo serán accidentes
despreciables, la intuición del verdadero filósofo debe permanecer inmaculada,
incorrupta. Ello no nos faculta para eludir su interna naturaleza crítica, esto es:
reflexivamente hostil con el presente del que pretende distanciarse. En definitiva, la
verdadera filosofía exenta será entendida como raíz de la que brotarán el resto de
saberes, ya sean teóricos o prácticos.
(I).- Ahora bien, y en otro orden de cosas, la acepción de la filosofía como saber
exento no es unívoca. De momento podemos extraer dos concepciones diferentes que
incluso se hallan enfrentadas entre sí:
a) Modo escolástico o dogmático. Nos sitúa en un mundo de ideas intemporales,
imperecederas, el mundo de ideas eternas tales como: Ser, Acto Puro, Dios, Justicia,
Verdad, Persona, &c. Una vez aprehendida será, en su praxis, enseñable, o sea:
escolástica, transmisible a todo aquel que quiera auparse a su conocimiento. El objetivo
pergeñado por filósofos tan recientes como Hegel o Husserl van en esta línea, ambos
pretende hacer de la filosofía una verdadera ciencia. La filosofía tomista o la filosofía
moderna de Descartes la cual descansa en un primer principio indubitable como el
cógito, con fundamento metafísico divino, y del cual el francés es capaz de deducir todo
el saber posterior es también un claro ejemplo. Incluso el modelo más ortodoxo de la
filosofía marxista, caso de la soviética o del llamado en su día socialismo real, encaja
perfectamente en este enfoque filosófico. Los filósofos García Norro y Baró apuntan en
esta línea; la filosofía es un saber comprometido con la verdad, verdad intuitivamente
asumida, es decir: se accede directamente, es indubitable, va más allá de la experiencia
sensible, es absurdo plantearse su porqué, y su universalidad es estricta, es necesaria.
“No podemos decir lo mismo respecto de las situaciones objetivas descritas por las
proposiciones filosóficas. En este caso se trata de estados de cosas necesarios. Es
imposible que sean de otro modo”. “Son plenamente inteligibles”. Pág. 20 libro Ed.
Santillana
b) Modo histórico o etnológico. Remite al pretérito, perfectamente se puede extender a
nuestros primitivos contemporáneos, al mundo que cuidadosamente alberga los
verdaderos pensamientos filosóficos y que han quedado incorporados, al modo de
fósiles si aplicásemos el símil geológico, bien sea al “presente etnológico”, propio de
sociedades ágrafas de interés antropológico, bien sea al “pretérito histórico”. La
filosofía se definirá entonces como una vuelta obligada a verdades que ya han sido
pronunciadas y que debemos intelectualmente rescatar tal y como en un primer
momento nos fueron transmitidas. Para el filósofo de más prestigio y reconocimiento
del siglo pasado, Martin Heidegger, es prioritaria la vuelta al sentido originario del Ser
de los presocráticos Parménides y Heráclito, verdadera idea ontológica ocultada,
encubierta, por las filosofias sistemáticas de Platón y Aristóteles, de ahí la necesidad de
acudir a las fuentes originarias con el fin de recoger cuidadosamente, poéticamente, el
sentido pleno de su significado. En nuestro libro de texto podemos leer: “En la filosofía
entendida en sentido estricto hay que recurrir a la sabiduría acumulada por los
pensadores que han vivido antes”. Pág. 13. En una especie de secularización religiosa,
ahora la filosofía será entendida como exégesis o hermeneútica encargada de entender,
escuchar, los mensajes de una “revelación sapiencial”. Desde nuestra óptica la
perspectiva es otra, más que “revelación sapiencial” perenne lo que realmente nos
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muestra, de ahí que desde la filosofía entendida como saber de segundo grado nos
interese, es una forma muy concreta de entender la realidad del momento por parte de
una sociedad integrada plenamente en ese preciso periodo histórico, muy lejos, pues, del
“Ser” atemporal presentado desde sus filas. En el campo de la educación es obligado
señalar la consistencia y persistencia de esta filosofía, asegurada en cuanto que tiene
como contenido a la propia tradición filosófica si bien acude a ella, o sea a la historia de
la Filosofía, bajo una perspectiva reflexiva no explicada. En los actuales planes de
estudio, concretamente en los de bachillerato, su ejercicio es muy actual, es recogida
bajo el epígrafe “Historia de la Filosofía”, por sí misma aparece justificada y se
pretende impartir siguiendo un modelo metodológico objetivo, no sistemático, que
garantice su claridad o neutralidad expositiva. Así la filosofía aparecerá a ojos del
alumno como un elenco de opiniones (doxografía) objetivamente seleccionado y
asépticamente explicado en el aula.
Otra forma de entender la filosofía, y sin alejarnos del modelo propuesto, es la que
orienta su actividad hacia el pretérito pero no ya al histórico sino al prehistórico o
etnológico del que brotan las diferentes concepciones del mundo y que de forma laxa se
entenderán como: filosofías; aquí la deuda con la antropología es evidente aunque la
trampa que esconde dicha propuesta es inadvertida por muchos de los profesionales del
gremio filosófico al no percatarse de que el campo que hoy ocupa en el ámbito de la
enseñanza, ya sea secundaria o universitaria, está siendo conquistado por la
antropología en aras de un relativismo cultural que goza de amplía aceptación. La
debilidad de las propuestas filosóficas a nivel académico, incluso se pugna desde sus
filas por una filosofía débil, postmoderna (Vattimo, Foucoult, Derrida, Lyotard, &c.), ha
convertido al relativismo cultural en dominante y a la antropología en guardiana y
divulgadora de su nueva buena.
(II).- Otro modo de entender la filosofía sería la considerada como inmersa en el
presente práctico (social, político, científico, religioso, &c.), por tanto no exenta, como
ámbito propio suyo y no ya en el momento inicial sino también en su fase madura o ya
en curso. Fundamentalmente muestra una diferencia nítida con respecto a la filosofía
exenta: mientras que aquella tendía a ver la filosofía del presente desde el pretérito o lo
eterno, en cambio ésta, la inmersa, tiende a ver la filosofía pretérita desde el presente.
Ahora bien, la filosofía inmersa en el presente tampoco es unívoca, así también
podemos entenderla de modos diferentes:
a) En un sentido radical y espontáneo. La filosofía será entendida como enteramente
inmersa en el presente, esto es: como epifenómeno que espontáneamente brota de la
cultura, o de una parcela del verdadero saber que no es otro que el científico. Habrá,
pues, una filosofía entendida como saber categorial, esencialmente científica, y
radicalmente enfrentada al pseudosaber tradicional filosófico asentado en contenidos tan
metafísicos como las Ideas. El papel de la filosofía será relegado al esclarecimiento de
problemas lingüísticamente mal presentados por los propios científicos en su intento de
explicar sus hallazgos. El proyecto neopositivista del Círculo de Viena va en esta
dirección. Incluso hay celebridades científicas, de reconocido prestigio, caso de Carl
Sagan, que se erigen en auténticos filósofos volcándose con su actividad experimental y
de laboratorio y huyendo de todo tipo de soflamas filosóficas paridas por autores ajenos
al ejercicio de la ciencia. Otro tipo de filosofía entendida en sentido radical será la que
brota de actividades prácticas, cotidianas o mundanas pero especialmente complejas
dado que entran en juego un conjunto de variables de muy difícil armonización,
variables de tipo económico, técnico, político, ético, &c.; así nos podemos
perfectamente encontrar en un periódico o en un informativo televisivo o radiofónico
con enunciados del tipo: “filosofía de las grandes superficies comerciales”, “filosofía de
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la industria del acero”, “filosofía del Real Madrid” como en su día proclamaba el
técnico del conjunto merengue Jorge Valdano cuando nos decía: “la filosofía del club es
la de los ronaldiños (galácticos) y la de los pavones (canteranos)”.
b) En un sentido radical y crítico. También inmersa en el presente, dialéctica o
racionalmente enfrentada a otras propuestas de saber filosófico, que reivindica la
actualidad y necesidad de una sistematicidad entendida como entretejimiento o
urdimbre de ideas muy complejas y variadas, de campos tan diversos como los de la
política, la ciencia, la religión, la ética, el conocimiento, &c., y además, entendida como
crítica no en el sentido kantiano que va asociado al idealismo trascendental sino en el
sentido que en su día le dio el padre Feijoo, el desengañador de las españas, y que no es
otro que el de operación clasificatoria que incluye discriminación, distinción y
comparación. Dicha concepción se ejercita desde parámetros precisos, materiales,
universales, racionales y construidos desde las evidencias configuradas desde las
diferentes ciencias positivas u objetivamente institucionales (presentes en los ámbitos
académicos universitarios de todo el planeta) y por las evidencias de naturaleza moral y
ética genialmente descritas por Espinosa en su libro la “Ética demostrada según el
orden geométrico”; evidencias prácticas humanas definidas por la fortaleza o conatus.
Como tal se entiende a toda aquella acción que fruto de la reflexión, del conocimiento
de lo necesario, sirva como causa para el mantenimiento de la vida y la persecución de
su bienestar, tiene como núcleo de actuación un elemento de universalidad plenamente
objetivo: el cuerpo humano individual. Se puede manifestar de dos formas, o bien como
firmeza o preservación en la vida de uno mismo, lo contrario sería el suicidio, y como
generosidad o preservación y promoción de la vida de otro, el acto no ético, no virtuoso
por excelencia, sería el asesinato dada la irreversibilidad de su consecución, el no
retorno a la vida de la persona despojada de su existencia.
Señalar a modo de advertencia, que la filosofía crítica no es ciencia, y no lo es, entre
otras razones, por que trabaja con Ideas, no con categorías, lo que le confiere a dicha
disciplina un carácter abierto, no clausurado, sin por ello renunciar a su sistematicidad.
El trabajo con Ideas es arduo por problemático. Son heterogéneas, están jerarquizadas,
poseen diferentes grados de explicación, y su ordenación, dada su diversidad, es
compleja. Además, son temporales, tienen fecha de nacimiento, tienen su desarrollo e
incluso pueden tener su momento final, o vacío esencial que compromete su misma
existencia (caso de la Idea de Dios triturada por la filosofía teológica escolástica que
desemboca en un Dios religiosamente desconocido, abstracto, pero filosóficamente útil
para el periodo moderno). No es prudente, por tanto, adjudicarle a la Filosofía unas
ideas sustantivadas, hipostasiadas, como constitutivos materiales eternos, o
estrictamente necesarios e intelectualmente inteligibles como nos sugieren García Norro
y Baró.
Recordar, en otro orden cosas, que no hay una única filosofía crítica sino varias:
ontoteológica, materialista, idealista, hermeneútica, &c. que se enfrentan entre sí
dialécticamente o no y que obligatoriamente, y como más arriba ya señalábamos,
requieren una toma decidida de partido; el que sea un enfrentamiento dialéctico,
racional y sistemático nos aleja, tomando los parámetros adecuados, del dogmatismo, el
cual estará a expensas de ser objeto de censura filosófico crítica. Este distanciamiento
sabio permite la huida de posicionamientos ideológicos al servicio de determinados
partidos políticos, de determinadas religiones o de determinadas ciencias particulares.
Recordar que tomar partido por una alternativa dialéctica, racional, supone considerar
las alternativas adversarias y examinarlas para superarlas y confrontar con ellas nuestros
puntos de vista.
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Por último, que esté inmersa en el presente no quiere decir que desatienda los saberes
pretéritos, pero tampoco quiere decir que deba abrazarlos a todos. Su necesidad de
trascendentalidad, de ideas que vayan más allá del presente, que se puedan asentar en la
realidad futura para comprenderla e incluso transformarla, nos autoriza para discriminar
aquellos saberes arcaicos, no necesarios, inútiles para nuestro presente en cuanto que se
oponen a los resultados de las ciencias positivas actuales, caso del hombre volante de
Avicena o el cogito cartesiano, o rechazar aquellos presuntos saberes que se oponen a
evidencias éticas reconocidas en los Derechos Humanos como es el caso de la ideología
racista de corte nazi. También es improcedente, por poco racional, el remontarse a
saberes pretéritos propios de la Historia de la Filosofía desde posiciones exentas; es un
error acudir a los textos originales de los Presocráticos, Aristóteles, Wittgenstein o
Heidegger como si fuesen fuentes de sabiduría eterna y arcana irrenunciables para dar
cuenta de nuestro verdadero presente. Hoy acontecen problemas nuevas que exigen
soluciones nuevas. En esta línea es incuestionable la importancia práctica de la
verdadera filosofia, nos permite dilucidar con el auxilio de buenos argumentos y el uso
preciso de ideas perfectamente entretejidas asuntos de interés cotidiano, así ejercemos
en el día a día nuestra labor reflexiva como verdaderos ciudadanos comprometidos con
la realidad que nos ocupa, evitando posturas sin sentido o poco esclarecedoras como
puedan ser: la nihilista, la cual niega cualquier posibilidad de encuentro con la verdad,
se pliega al relativismo y proclama como grito de guerra el tan manido y poco edificante
“todo vale”, la escéptica, la cual se impregna de una duda de la que es incapaz de
desembarazarse, en la práctica se manifiesta en forma de apatía, “para que molestarse si
cualquier cosa que pretenda hacer no va a cambiar nada”; la metafísica, saber que se
presenta como inmediato, directo, evidente en sí mismo pero que al despegar de la
realidad de la que inevitablemente surge se torna inútil y argumentativamente estéril, o
la positivista, aupada en su academicismo se desvincula de lo mundano y se adentra en
cuestiones de rabiosa confusión que sólo logra vislumbrar, no aclara racionalmente sus
cosmovisiones propuestas y no logra racionalizar muchas de las presentes cuestiones
sociales. Empeñarse en la puesta en práctica de una verdadera filosofía es un intento
incesante de rechazo de cualquier proyecto desligado de la razón o de la verdad, es
rechazar actitudes bárbaras fundamentadas en la autoridad o actitudes proselitistas
asentadas en verdades que se presuponen clausuradas desde el cientificismo y que
pueden virar hacia posiciones poco permisivas con la participación bien entendida, o
sea, aquella que se equipa de buenos argumentos y que potencialmente emana de
cualquier ciudadano, un sistema político verdaderamente democrático (hoy adolece de
un excesivo partidismo) es condición necesaria para la puesta en escena de una filosofía
estricta.
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