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Democracia y Partidos Políticos en Nicaragua El debate sobre la democracia en Nicaragua trasciende las fronteras nacionales, especialmente por las expectativas que creó la revolución sandinista sobre una nueva vía hacia la libertad y la igualdad, y por el carácter brutal de la agresión militar norteamericana contra esta joven experiencia, que se ha visto envuelta en la guerra más despiadada que conoce no sólo su historia nacional, sino la historia moderna latinoamericana. Uno de los puntos centrales del debate, en el país y fuera de él, circula alrededor de los partidos políticos y su papel en el proceso democratizador que se ventila en la revolución. Al respecto hay que anotar que el modelo democrático, donde el sistema de partidos se erige como la garantía del proceso democratizador, parece constituir una de las preocupaciones centrales hoy en día de las ciencias sociales latinoamericanas. Esta concepción ha tomado mucha fuerza a partir del proceso democratizador surgido en la década del 80, especialmente en América del Sur. Proceso que consiguió superar los horrores de algunas de las dictaduras militares que se impusieron en la región por más de una década. En el caso nicaragüense, para entender lo que existe actualmente en términos de partidos y proceso democratizador, hay que comenzar señalando que durante la dictadura somocista se sostuvo un sistema de partidos bi-polar, excluyente de cualquier manifestación que rompiera el binomio liberales-conservadores, bloqueando el desarrollo de tradiciones partidistas, tanto en lo que respecta a la participación de los partidos en la dirección del aparato estatal, como en los aspectos organizativos internos y en los lazos con la sociedad civil. El triunfo revolucionario de 1979, que liquidó el bipartidismo (y los agentes que lo componían), encontró al país sin partidos capaces de expresar los sentimientos políticos de la población, de manera que las inquietudes políticas se encauzaron a través de los movimientos sociales surgidos en la lucha contra la dictadura, movimientos que en última instancia buscaron en el alero sandinista la inspiración política e ideológica que necesitaron para integrarse al proceso revolucionario triunfante. Otro aspecto importante, para entender lo que sucede en el país, es la concepción democrática que ha desarrollando el FSLN en el poder. Para el sandinismo la democracia se concibe como libertad e igualdad. La diatriba sobre cuál es primero (libertad o igualdad) aparece superada por la organización y movilización ciudadana hacia la institucionalización de la revolución, hechos que se manifiestan en la participación gremial, social y política. De ahí que en la gestión estatal se considera importante la participación directa del pueblo organizado (sindicatos, asociaciones comunales, gremiales, religiosas, juveniles, femeninas, etc.), con el mismo valor que lo pueden hacer ios partidos políticos '. De esta forma se 1 La Constitución de la República, aprobada en 1985, define el modelo democrático nicaragüense como una «democracia participativa». 232 estrenó en 1979 un nuevo estilo gobernante en Nicaragua y en Centroamérica, en el cual las organizaciones populares concurrían conjuntamente con los partidos políticos a la organización del Estado 2. Este modelo conformó un sistema de partidos en el que éstos se vinculan al proceso político de reorganización del aparato estatal y construcción del Estado nacional, con el mismo estatus de los movimientos sociales. De hecho, el sandinismo encontró al tomar el poder, partidos poco o nada representati. vos ante la población. De ahí que la atención que les prestó a los de derecha o centro tenía poco que ver con la representación ciudadana con la que podían contar y más con su vinculación internacional, donde expresiones paralelas de éstos representan rivales potenciales a ser considerados3. Con la izquierda marxista se optó por la alternativa, nunca bien conseguida, de trabajar unidos o integrarlos al sandinismo . Un tercer elemento a tomarse en cuenta para entender este nuevo régimen político inaugurado por el sandinismo es su fortaleza pos-triunfo, que resumían en esos momentos la conciencia popular de la dignidad nacional rescatada con la derrota del somocismo. El fenómeno en su conjunto le permitió captar las simpatías de la sociedad civil, en la que se incluían también las bases partidistas opositoras. Como consecuencia de esta relación los partidos opositores no fueron capaces de competir por la conducción de la sociedad, reduciéndose a buscar apoyo en la oposición que otros países hacen al modelo sandinista; es decir, su mensaje se dirigió a buscar consenso en el exterior y no en el interior, prevaleciendo en ellos la tendencia a la atomización y la división, de la que nacen constantemente nuevos partidos políticos. Lo anterior se refleja en la multiplicidad de partidos, ya que por lo menos 17 a de-ellos compiten sin las armas con el FSLN. Además, otras corrientes se encuentran en la contrarrevolución, pudiéndose identificar por lo menos otros ocho diferentes alineamientos: el somocismo, los grupos étnicos, los oficiales de la ex Guardia Nacional, fracciones militaristas de los partidos «cívicos», y grupos mixtos. Por su lado el FSLN resulta una fuerza política cohesionada, gobernando una revolución con un amplio respaldo nacional ratificado en las elecciones de 1984, respaldo que se 2 En 1980, quedó expresada así la posición sandinista: «La construcción del nuevo Estado implica un intenso proceso de democratización del aparato estatal a través de la integración y participación creciente de las organizaciones populares en el diseño, implementación y control de las metas propuestas en el Programa, para que sea el mismo pueblo el responsable histórico de la Nueva Economía Nicaragüense», Programa de Reactivación Económica en Beneficio del Pueblo, publicado por el Ministerio de Planificación en 1980. 3 En 1979, el FSLN planteaba así estos criterios; «A las masas pequeño burguesas debemos atraerlas dándoles sus propias organizaciones e integrándolas a las tareas del Estado, y debemos mantener, habida cuenta de la situación internacional, a los micropartidos, haciendo dentro de ellos un trabajo con el objeto de asimilar para la revolución a los elementos más consecuentes que los forman.., Por el contrario, a la burguesía vende patria, obcecada en seguir manteniendo a nuestro país subyugado bajo la dependencia económica del imperialismo, tenemos que aislarla de los sectores democráticos... debemos golpearla no atacándola como clase, sino a través de sus elementos más representativos apenas den la primera oportunidad», Primera Asamblea de Cuadros Rigoberto López Pérez, realizada en septiembre de 1979, editado en octubre de 1979 por SENAPEP. 4 «Con las organizaciones de izquierda que manifiesten predisposición de trabajar en función de los intereses de la revolución, ya sea con la perspectiva de pasar a integrar el FSLN, de disolver sus organizaciones de masas o por último, de trabajar estrechamente unidos bajo la conducción del FSLN, debemos estimularlos a trabajar sin descanso para mantener la revolución», ídem. 5 Existen tres partidos conservadores, cuatro socialcrlstianos, cuatro liberales, un socialdemócrata, uno centroamericanista, cuatro marxistas y ei FSLN. Además de éstos existen por lo menos dos fracciones conservadoras, una centroamericanista y otra marxista, que se perfilan como nuevos partidos políticos. ve estimulado por el anti-imperialismo popular y la defensa sandinista de la soberanía nacional. La oposición, en busca de alternativas capaces de concretarse en fuerza política se ha agrupado en dos frentes: un brazo contrarrevolucionario, financiado por el gobierno norteamericano, que en términos de la demanda democrática reivindica el modelo somocista de sometimiento de la soberanía nacional, el anti-comunismo y el rechazo a la participación popular; y un frente cívico. Este, a su vez, dividido en dos corrientes: una abiertamente conservadora, que no se diferencia cualitativamente de la corriente armada, añorando un modelo de sociedad excluyente de las organizaciones de masas de la gestión estatal, con la pretensión de que la relación sea exclusivamente con los partidos políticos, y otra, de carácter reformista o izquierdista, con algunas tonalidades nacionalistas y anti-imperialistas pero sin perspectivas claras sobre el futuro, que ha oscilado entre la participación en la revolución y la alianza con la extrema derecha. En los dos casos, las alternativas que representan estas corrientes, o tienen un perfil que se identifica con el somocismo (en el sentido de rechazo a las transformaciones estructurales), o son opciones reformistas o extremistas en constantes contradicciones internas, tendiendo al fraccionamiento y no a la unidad. Las corrientes conservadoras y el brazo militar sostienen una suerte de paralelismo político que se divide las acciones, de manera que la guerra ha tenido desde el^principio un frente interno, que no tiene como objetivo la movilización o la realización de acciones militares urbanas. Su tarea es vincular el interior del país con la prensa extranjera, abriendo un frente cuyo auditorio lo componen (sobre todo) los gobiernos centroamericanos y los Estados Unidos, auditorio que produce réditos políticos no alcanzables en el ámbito nacional, y que cuestiona el modelo participativo. En los dos primeros años el modelo de democracia participativa mostró dificultades en su funcionamiento, especialmente en la estrategia de participación popular versus la economía mixta. En todas las revoluciones en las que el pueblo ha tenido oportunidad de tomar decisiones, sus primeras medidas han intentado destruir las desigualdades, y en Nicaragua esto no fue excepción. La propiedad capitalista en el modelo participativo fue objeto de demanda para su nacionalización y su reorganización bajo la forma de propiedad estatal o cooperativa. Una demanda de esta naturaleza, sin embargo, resulta contradictoria con el modelo de economía mixta, que garantiza la sobrevivencia de la economía capitalista. La demanda de liquidación de la gran empresa capitalista, sin embargo, se mantiene desde los sectores populares, en tal grado que el mismo gobierno se vio obligado: primero, a emitir decretos limitando o prohibiendo la confiscación de hecho, sin autorización oficial, y, posteriormente, a reducir el énfasis de la participación directa de las masas en la gestión gubernamental. Esto no ha significado el abandono del modelo participativo, pero si una reducción de su intensidad. Si en un primer momento el énfasis se volcó en la participación directa (en el Consejo de Estado, que fue el primer parlamento de la revolución, la representación de los sindicatos, gremios, grupos juveniles y femeninos, religiosos, sociales y patronales, fue superior a la de los partidos políticos, 35 votos de 47) 6 ; en el siguiente momento, a partir de la intensificación de la guerra, se insistió más en la movilización y la organización para la defensa del proyecto, dejando a un lado la participación directa. Se trataba de defender la revolución amenazada por la agresión militar norteamericana, reduciendo las contradiccio- 6 Además de las corrientes sandinistas, en el Consejo de Estado estuvieron representadas cinco centrales sindicales no-sandinistas, cinco gremios de la empresa privada y ocho partidos de oposición. 233 nes con los partidos políticos porque éstas tenían un eco internacional. Tal decisión se fundó en el hecho de que la guerra es un fenómeno provocado desde afuera, y que, por lo tanto, además de los esfuerzos militares, se tiene que atender a las relaciones con el contexto internacional que nos rodea. Por ejemplo, para las elecciones generales en 1984 se abandonó la representación directa de las organizaciones de los trabajadores, que no fueron autorizadas a presentar candidatos, reservándose este derecho a los partidos políticos, decisión que se contradecía con las demandas electorales de las organizaciones populares. De ahí que es factible afirmar que el proceso de contraer la participación directa del pueblo, y abrir esos espacios a los partidos políticos opositores, se dio para defender la alianza internacional del sandinismo, que no es la principal demanda política nacional, pero que contribuye a sostener este frente en el sentido de impedir que otros países amplíen la alianza militar anti-sandinista, que promueve el gobierno norteamericano, y a la que de hecho están incorporados Honduras, El Salvador e incluso Costa Rica. Como corolario de lo anterior, se promovió la centralización de la gestión de los sindicatos, gremios y otros organismos de masas dirigidos por el FSLN, que constituyen la fuerza principal de los movimientos populares, de manera que no se rompieran las frágiles relaciones que sostenían internamente la economía mixta, plegándose los trabajadores a las decisiones del FSLN (en esencia las mismas del Estado), sobre todo en no profundizar aún más el proceso de transformaciones. En la práctica, las organizaciones de masas se subordinaron a la política de alianzas del sandinismo, le cedieron al FSLN el papel de portavoz de sus inquietudes, pero al mismo tiempo debilitaron su movilización y sus niveles de organización. Al replegarse las organizaciones de masas, los partidos políticos salieron a la búsqueda de los espacios por ellas abandonados. Ocuparlos, sin embargo, resultó más complejo de lo que aparentemente parecía, ya que si bien hubo un repliegue real de la movilización y organización pro-sandinista, esto no revirtió en clientela para la oposición; la revolución, y en especial el FSLN, mantiene su apoyo popular (aunque no con el mismo nivel de 1979), ante la falta de alternativas en el bando opositor. La revolución, como proyecto de transformaciones presentado por el FSLN, muestra mayor coherencia y viabilidad ante la sociedad civil que las alternativas partidarias que sobreviven de la crisis y de las presiones del gobierno norteamericano. Por ejemplo, la movilización política opositora es más visible en el exterior que en el interior. Y aun cuando la militancia sandinista se mantiene pasiva, sin muchas iniciativas propias, a la espera de las decisiones del FSLN, la oposición no consigue penetrar significativamente las organizaciones de masas, o crear nuevas. El aislamiento de la oposición con las formas orgánicas de la sociedad civil, y la incapacidad de generar organización propia, ha llevado a sectores de todos los partidos opositores a centrar sus esperanzas en el posible triunfo militar planteado por el gobierno norteamericano. Estas coincidencias abiertas con el guerrerismo, sin embargo, lo que han provocado son rupturas partidistas constantes, de militancias que buscan en las posiciones de centro espacios políticos viables dentro de la revolución. El panorama político además se ha visto cruzado por la guerra, que ha sido referencia para la limitación de algunas libertades consignadas en la constitución política. Desde 1982 hasta finales de 1987, con intervalos coyunturales (por ejemplo, durante el proceso electoral) ha estado vigente la Ley de Emergencia para los territorios en guerra, y se han restringido algunas libertades incluida la libertad de expresión, que si bien no ha significado la inexistencia de los partidos políticos o de su libertad de organización y movilización, impacta en el libre juego democrático del país. Anterior Inicio Siguiente