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CARTA DE OCTUBRE El 8 de diciembre se cumplen 150 años de la declaración del dogma de la Inmaculada Concepción de María. Sabemos que este hecho fue motivo de una profunda alegría para nuestro Fundador que quiso conmemorarlo con una carta pastoral a sus diocesanos de Santiago de Cuba. Aunque los contenidos de dicha carta pastoral nos quedan hoy muy lejanos en el tiempo y en la sensibilidad teológica y pastoral, puede ser ésta una ocasión muy propicia para recuperar la vivencia del misterio de María por parte del P. Fundador. Mucho se ha escrito sobre este tema y existen estudios muy cualificados acerca de este aspecto de la experiencia espiritual del P. Claret. Estas líneas que os comparto no quieren ser sino una llamada a recuperar en nuestras propias vidas y en nuestro trabajo pastoral un rasgo que marca tan profundamente nuestra identidad. Claret manifiesta bellamente su vivencia del misterio de María con aquellas palabras: “formado en la fragua de vuestra misericordia y amor”. Se trata de una expresión que nos invita a adentrarnos en el ámbito de la experiencia y nos ayuda a captar algunos de los resortes más profundos que motivaron la acción misionera incansable de nuestro Fundador. Os escribo estas líneas desde Vic. Ante el sepulcro del P. Fundador he ido meditando el sentido de esas palabras, pidiéndole a él mismo que me ayudara a comprender mejor qué quería expresar con ellas. La presencia de María le acompañó toda su vida: la Virgen de Fussimanya de su niñez, la Virgen de la Mercè de su juventud en Barcelona, la Virgen del Roser de sus años de seminarista en Vic, la Virgen de Montserrat a quien visitó con frecuencia y llevó siempre en su corazón, Nuestra Señora del Pino de las Canarias, la Virgen del Amor hermoso de Roma cuyo cuadro presidió la fundación de la Congregación, Nuestra Señora de la Caridad del Cobre de Santiago de Cuba, la Virgen de la Almudena de sus años de Madrid, la Virgen venerada bajo tantos títulos diversos en los muchos pueblos que evangelizó. De sus padres, de sus formadores y maestros y, sobre todo, del pueblo sencillo que ha sentido siempre muy cercana a María como Madre llena de ternura, aprendió a fijar su mirada en el Corazón de María para descubrir en él ese tesoro de misericordia y amor que le impactó profundamente hasta conformar su propia fe y su vocación misionera: “Formado en la fragua de vuestra misericordia y amor”. La presencia de María encuentra resonancias diversas en el P. Fundador en las distintas etapas y circunstancias de su vida. Cada una de ellas nos va descubriendo aspectos importantes de su vivencia del misterio de María. Le hemos de agradecer al P. Fundador que nos la haya compartido en su Autobiografía y en otros escritos. Su experiencia se convierte para nosotros en camino seguro de crecimiento espiritual y de profundización de nuestra propia vivencia del misterio de María. Gracias, P. Fundador, por habernos abierto tu corazón y habernos permitido asomarnos a tu experiencia de fe y a tu relación con María: La sentías cercana, hasta hacerte llorar de emoción, en el camino hacia la ermita de Fussimanya cuando, con tu hermana Rosa, recitabais el rosario en aquel ambiente tan bello y entrañable. Experimentaste su mano protectora en Barcelona, sintiéndola presente como auxilio eficaz en algunos momentos de peligro y de duda. Quisiste ser saeta puesta en sus manos poderosas para llegar con fuerza a los corazones de quienes te escuchaban y hacerles redescubrir el amor de Dios en sus vidas. La presencia de María marcó tu predicación y toda tu acción misionera con un fuerte acento de cordialidad, expresión de la ternura de la Madre del Señor. Tú pusiste la naciente Congregación en las manos y, sobre todo, en el Corazón de María porque sabías que fue Ella quien sostuvo la fe vacilante de la primera comunidad cristiana y la dispuso, con su palabra y su testimonio de discípula fiel, a abrirse generosamente al don del Espíritu. La querías presente en la Congregación como fuerza cohesionante de la comunidad de tus misioneros e inspiradora de su trabajo evangelizador. Te marcó profundamente la contemplación del misterio de María y el descubrir su apertura a la Palabra y su disponibilidad total, en cuerpo y alma, al servicio del proyecto de Dios. La contemplaste como mujer fuerte que no teme enfrentarse a quien amenza la vida de sus hijos. La invocaste a Ella, la Dolorosa, cuando experimentaste tú mismo la persecución y te sentiste consolado contemplándola y agradecido porque dejó el testimonio de su presencia en la herida cicatrizada de tu brazo. En sus manos y en su Corazón depositaste tu vida y tu esperanza en tu muerte en el exilio, cuando a tu lado sólo estaban algunos compañeros de siempre y los monjes que te acogieron con caridad generosa. Tú te entusiasmabas con los títulos de gloria de María, como hijo que se siente orgulloso de su madre, y la admirabas porque los supo asumir y vivir como dones inauditos de la misericordia del Padre. Te debiste emocionar uniéndote al canto de la gente sencilla que quiere obsequiar a su Madre y alimenta así su fe y su cohesión comunitaria. Celebraste a María con el pueblo, cumpliendo la profecía del Magnificat: todos me llamarán bienaventurada. María inspiró tu palabra y sostuvo tu ministerio. Asumiste con generosidad la proclamación de la Palabra porque sabías que era el Espíritu del Señor, que llenó el Corazón de María, quien ponía las palabras en tu boca. Gracias, P. Fundador, por compartirnos todo esto. Intentemos vivir la fiesta del P. Fundador de este año en esta perspectiva mariana. Será un momento propicio para agradecer al Señor el habernos llamado a ser “Hijos del Corazón de María” y para ofrecerle nuestro propósito de encarnar los rasgos con que el P. Fundador describió nuestra identidad. Concluyo con unos versos de nuestro hermano Pedro Casaldàliga que son una felicitación hermosa a nuestra Madre: “Tu Corazón se abría como una playa humilde, sin diques fabricados, Y en la arena sumisa de tu carne El mar de Dios entraba enteramente”. Feliz celebración de la Fiesta del P. Fundador. Josep M. Abella, cmf. Superior General